viernes, 17 de febrero de 2012

Gritar (Ignacio Leonetti)


  
El grito, Edvard Munch



El otro día escuché de boca de un personaje (concretamente Don Bosco en la película sobre su vida) que gritar es un signo de miedo.
  No hablo aquí del temperamento “gritón”. De esos tenemos todos en nuestras familias mayoritariamente latinas del sur europeo que eligen el grito acompañado de manifestaciones ampulosas de sus brazos. Sabemos que el italiano, por ej., habla fuerte y con las manos.
 Pero no hablo de ello. Hablo del gritar como experiencia existencial aislada, como ataque del momento y que puede repetirse al punto que nuestra alma atormentada viva en un grito constante.
  Grita el que tiene miedo y esta circunstancia siempre encierra la desesperación.
  Con el grito –cual animal que se siente acechado- se defiende sin miramientos del modo más visceral y salvaje que se pueda imaginar.
  ¡Cuántas veces hemos pasado por esa experiencia! Buscamos posicionarnos en una suerte de torre o empalizada desde la cual pretendemos defender una idea o un capricho.
  Quizá sólo estemos buscando defendernos del mundo exterior que nos interpela y nos dice la verdad, sacándonos de nuestros errores que nos ciegan.
  En cambio el que no teme, el que sabe esperar confiado es muy difícil que grite. Sabe callar, tiene autoridad y elige el momento para poner sus ideas, sus sentimientos en consonancia con la realidad, a la cual jamás niega.
  Lindo propósito sería para nuestra vida el que haya menos gritos y más silencios, menos gritos y más intimidad dialogante.


Ignacio Leonetti

2 comentarios:

  1. Sí... qué buena relación, debe ser que se grita por miedo: la madre que teme que sus hijos no la obedezcan, el profesor que no quiere perder la autoridad, la mujer que no quiere aceptar que simplemente su marido no la escucha, los políticos que piensan con preocupación en las próximas elecciones. Es una profecía autocumplida: se grita por miedo a no ser escuchado y el mismo grito provoca que los otros ya no escuchen. Tenés razón, es la antítesis del diálogo.

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  2. Un signo del miedo y también de la impotencia por la soredera de los demás, o frente a una realidad que consideramos injusta. ¿No? ¿Siempre está mal gritar?

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