jueves, 21 de julio de 2011

[San] Agustín (Santiago Sena)






Andando ansioso, agarrábame amargura.

Antiguas amistades arrastrábanme al abismo.

Anidaban, anquilosadas, angustias abismales. 

¡Alto! Adentro Algo ansié: armonía. 
Al amar, anclé al alma alegría. 

¡Ay ay, adiós angustia! ¡Adiós!

Alcanzo al alma. Alma ancha, alta, armónica, alegre, abierta. 

Ahora agradezco al Altísimo, Amigo, Amor abundante.

Aleluya, amen. 


Santiago Sena

lunes, 18 de julio de 2011

Agendas (Martín Susnik)

Guillermo Roux



La palabra agenda significa, en su latín original, “lo que debe/merece ser hecho”. Hoy en día es utilizada para designar esos cuadernillos en cuyas páginas nos esperan a comienzo de año unos renglones vacíos debajo de cada una de las fechas diarias. En esos renglones son después depositadas las planificaciones para las labores a desarrollar en el futuro. Reuniones, obligaciones de todo tipo, entregas, salidas, vencimientos de pagos, trámites, visitas al médico... todos esos menesteres terminan poblando sus otrora vírgenes páginas.
El modo y estilo de llenar las hojas de este particular compendio de compromisos diarios es de lo más variado. Algunos las completan con importante anticipación y a largo plazo. Son las gentes que no cambian mucho de opinión. Otros las van llenando día tras día. Son los que tienen una mirada previsora más corta. Los racionalistas las llenan con mucho detalle, con horarios precisos, claros y distintos. Si además son hiperactivos, compran agendas de tamaño grande. Los libertinos e improvisadores casi no las llenan. O probablemente ni compren agendas. Los memoriosos apenas abren sus páginas para anotar datos, pero nunca para leerlos, en cambio los desmemoriados no pueden vivir sin consultarlas a cada instante, si es que se acuerdan dónde las dejaron. Los rutinarios depositan en sus líneas escrituras más bien repetitivas y los holgazanes se encargan de remarcar con color los días feriados. Los optimistas recorren las páginas futuras con entusiasmo y esperanza, los pesimistas ven en ellas los próximos fracasos, y los ya fracasados releen las páginas pretéritas con desengaño. Los inseguros completan las páginas de la agenda con lápiz y siempre llevan consigo una goma de borrar.  Los que carecen de personalidad se copian de agendas ajenas, mientras que los esquizofrénicos tienen dos agendas o más. Esto último también lo hacen los adúlteros, pero por otras razones.
Algunos intelectuales sostienen que, en relación a las agendas, podría realizarse un pequeño ejercicio cumpliendo con las siguientes instrucciones: Compre usted dos agendas paralelas del mismo año. En una de ellas (Agenda A) planifique todo lo que debe realizar en el futuro. En la otra (Agenda B) registre todo lo que ha hecho en el pasado (los más exquisitos pueden cambiar el nombre de Agenda B por el de Facta).  De esa manera usted tendrá un material claro y definido que le facilitará la realización del balance a fin de año entre las intenciones planificadas y las obras realizadas. Puede usted añadir una tercera agenda, Agenda C, con lo que quisiera hacer. De esta manera podrá usted comparar además sus obligaciones programadas con sus verdaderos deseos y sus deseos con lo verdaderamente realizado. Algunos estarán tentados de decir que si a fin de año usted percibe una plena coincidencia entre las Agendas A, B y C, entonces usted ha sido un hombre feliz.
Tal vez sea sano proponer al menos la duda respecto a estas ecuaciones, puesto que es de por sí dudoso que la felicidad y las ecuaciones tengan mucho en común. Súmese el hecho de que hay que presuponer la posibilidad de sucesos que no se han podido prever. Es absolutamente previsible que haya imprevistos. Probablemente es hasta beneficioso que los haya. Algunas personas en efecto tienen la fortuna de que la vida no termine resultando exactamente según los propios planes.
Por último, digamos que nadie, o acaso muy pocos, logran prever cuál será el último día a agendar, ese después del cual ya no hay otros. Salvo, claro, que el suceso (o el deceso, que en este caso es lo mismo) tenga que ver con la propia voluntad del sujeto (aunque es de desconfiar que los suicidas anden agendando esas cosas). No saber cuál ha de ser el día póstumo plantea la cuestión sobre cómo enfrentar cada jornada con semejante ignorancia. Adentrarnos en esas reflexiones, sin embargo, anularía el carácter intrascendente que nos hemos propuesto para estos renglones.

Martín Susnik

sábado, 16 de julio de 2011

Altas horas nocturnas (Jorge Oscar Marticorena)


Rómulo Maccio


Amar
Amanecer
Ansiar

¿Acunar?
¿Anestesiar?

Atrapar…

Alisar lisuras
Ambientar olvidos
Aguantar derrotas

Afrentas…de frente

Ambigüedades sinuosas
Arteras disculpas

Aceptar…derrotas.
¿Aligerarse de triunfos?

Amar amores, y desamores

Aletear con el alma

Así sea.


Jorge Oscar Marticorena

viernes, 15 de julio de 2011

Angustia (María Echevarría)


Pablo Picasso



Se me anuda en la garganta una ausencia.
Ausencia de palabras que nadie inventó,
verbos que no sé escribir, adjetivos que no existen.
Se me hace el alma una tarde de domingo
y no sé cómo agregarle un poco de plaza y hamacas.
No, sólo lluvia, domingo, viento y frío. Y ausencia.
Tanta ausencia, tanta soledad que ya ni el recuerdo me acompaña,
ni nostalgia tengo siquiera.
Si por lo menos este dolor de garganta fuera por el pasado,
si al menos fuera por lo apostado y perdido,
si al menos tuviera una figura a quién extrañar,
algo que evocar,
un mínimo tinte azulado que tiñera un poco el gris...
Pero no.
Es un ruido sordo, un grito huérfano de voz.
Y lo tengo acá, en este punto exacto entre las clavículas,
sí, acá, en este hueco arriba del esternón,
en este pocito donde mi cabeza pretende unirse a mi pecho.
Pretende, pero no lo logra...
ese puente nunca se terminó de construir,
y así va mi corazón por un lado y mi cabeza por otro.
Ajenos uno del otro.
Y este dolor es llanto estancado.
Es palabras calladas.
Es silencio forzado.
Es una ausencia.
Es nada.
Ya ni es.


María Echevarría

jueves, 14 de julio de 2011

Ahora (Marcos Prado)


William Blake



Ahora es la palabra que más tememos los que nos deshilvanamos en la inacción. Cada individuo moldea las palabras a imagen y semejanza de su amor y de sus miedos. Por el amor esta palabra me recuerda, en una sabia y repetitiva guitarra, que ya no hay más tiempo. (“Querer es decidirse”). En el temor me incita a un corte abrupto, a un muy querido Basta. (“Basta…”)
Son las dos caras, o posibilidades, de una misma moneda. Amor a la vida, a lo vivo y vivificante. Al desarrollo amoroso y expansivo de lo propio. Al calor unitivo. A la actividad creadora. Al Ser. Miedo a la atrofia y al raquitismo. A una inercia despersonalizadora. Al frío ensimismamiento. A la fosilización del espíritu. A no ser.
Jaspers guardaba palabras, principios en su mente para dirigirse a sí mismo en los momentos de duda, de dolor o de enardecimiento, palabras tales como “observa la moderación”, “piensa en el prójimo”, “sé paciente”, “Dios Es”. Mi palabra, en un sentido totalmente paulino, mi conjuro para en mi debilidad fortalecerme es “ahora”. Ahora como elección constante, repetición y nacimiento de un querer ser que se redefine en el actuar concreto del día a día. Querer es decidir-SE. Los caracteres volátiles luchamos contra nosotros mismos. El olvido nos sale pronto al encuentro. El mundo se desdibuja.
En el papel todo se simplifica, pero es en la realidad, en el mundo donde nos movemos, el campo, la caverna donde las elecciones se cristalizan. Entre luces y sombras, no entre ideas. El hombre no es una idea (Camus, en La Peste). Los valores ideales nos salen al encuentro diariamente, encarnados.
 “Preferiría no hacerlo”, Bartelby nos desafía a elegir en un mundo profunda y dolorosamente indeterminado, donde toda elección es efímera y fatalmente indiferente. Él opta por la inacción. Determinarme constante y voluntariamente como la persona que quiero ser es en última instancia el único fundamento de mi obrar. La Verdad se descubre todos los días. Ahora.

Marcos Prado

miércoles, 13 de julio de 2011

Azar (Estanislao Zuzek)


Antígona ante Creonte



            Preguntándole a mi amigo D. de cómo van sus cosas, me contesta: “¡Bien! Todo en orden… bajo control del azar!”

            Si no hubiera consultado el diccionario no tendría idea de que este concepto está vinculado etimológicamente a los dados[1]. Más bien, del juego de dados. Uno los agita en el puño de la mano o en el cubo del caso y los tira sobre la mesa: sus caras que miran para arriba ofrecen una combinación arbitraria de números, desde el uno al seis. Y – dependiendo de qué combinación aparece – uno se anota puntos o no, como en el juego de la generala o, sencillamente: uno gana o pierde la apuesta. Esta última suele ser por dinero u otros bienes, servicios, placeres... Que cambian de manos, simplemente, por ‘obra del azar’… fortuitamente. Bueno, no tanto, puesto que la participación en el juego suele ser voluntaria, es decir, fruto de una decisión. Que no siempre es racional, fundada; todo lo contrario, en la mayoría de los casos es pasional, compulsiva.

            Obviamente, el resultado de la tirada de dados no es predecible. Salvo que los mismos estén “cargados”, ¿no? Pero no estándolo, para un gran número de tiradas, podemos prever un promedio de aparición de cada cara, que para eso los jugadores empedernidos y sus explotadores – “la banca” - han desarrollado el cálculo de las probabilidades: para saber de cómo servirse del mismo al fin de sacarle ventaja a la contraparte del caso. En fin, estimación matemática – racional — de la previsibilidad de eventos… y como fruto: “buena” o “mala” suerte para el jugador.

            En la vida cotidiana nos suceden cosas que no fueron previstas, sencillamente, por que escapan a nuestra lógica habitual de oferta y demanda de bienes y servicios, necesidades, deberes, afectos, amores, odios, deseos, esperanzas, etc., y depende de nosotros si las aceptamos como oportunidad que se nos ofrece o – por el otro extremo y muy a pesar nuestro – admitimos las desgracias que se posesionan de nosotros, trastocándonos en buen grado el transcurso de nuestras vidas que pasan, pues, al estado de azarosas – imprevisibles; o del infortunio previsible, en más.

            ¿Imprevisibles, realmente? ¿O es que en el momento de hacer planes de vida no quisimos tener en cuenta ciertas posibilidades - por indeseables, nomás?  También es cierto que no todas las eventualidades pueden ser previstas, pues nuestras vidas terminarían siendo como las inacabables cláusulas en  letra chica de los contratos de seguro… Es preferible y mucho más cómodo y placentero depositar la confianza en el productor de seguros – y por su intermedio – en el asegurador, de que dispondrá lo más apropiado para nosotros en cada evento fortuito (bueno o malo) que nos toque vivir. Sobretodo, si sabemos que el Asegurador – así, con mayúscula – nos ama. Obvio, para ello es necesario tener fe, que es un don; y como tal, ¿no es acaso algo fortuito que el Asegurador nos ofrece para que la aceptemos de buena gana y libremente? Habiendo amor de por medio, lo fortuito, casual o azaroso deja de ser eso: pues hay un Dueño que dispone con sentido de todas las cosas, con finalidad, aunque a los ojos de nosotros, sus creaturas, nos parecen venidas de la nada, per se, imprevistas. En fin, es cuestión de diferentes perspectivas: la Divina o la humana, siendo sólo para esta última el azar algo potencialmente significativo.


Estanislao Zuzek


[1] Azar.- (Ára. azahr = dado)  m, Casualidad, caso imprevisto // Desgracia imprevista // Estorbo, en  juegos (p,ej,  en el de la pelota) - Azaroso, a.- adj. Arriesgado, inseguro // Degraciado.- También: peligro / preligroso para uno. (cf., ingl., hazard / hazardous)

Autobiografía (Martín Grassi)


Francis Bacon



“El trazo de la propia vida”, tal una posible traducción de la compleja palabra autobiografía. ¿Cómo es que uno logra manifestarse a sí mismo como viviente a partir de puntos y líneas, colores y texturas? A duras penas puede uno asirse como tal en un determinado momento como para que, encima de todo, deba aprehenderse como portando una historia que le precede y que la sucede, y en la que uno mismo se reconoce. Sin embargo, en un trazo está el cuadro todo. De alguna misteriosa manera, el presente vivido ya está cargado de todo su pasado y su futuro: ¿cómo comprenderlo separadamente de estas dos dimensiones? Así como en el cuadro un trazo no sólo se reduce a ser tal, sino que comporta un sentido y una dirección en la totalidad de la obra pictórica, así también cada momento de mi vida adquiere su sentido dentro de una totalidad de vida que lleva el nombre propio como su característica más específica. Claro que la relación momento-vida es más compleja que la de trazo-cuadro desde el momento en que la primera se encuentra en pleno desenvolvimiento, en pleno movimiento, y aún la totalidad como tal no ha sido realizada... ¿o sí? ¿Dónde comienza la propia vida como totalidad, y dónde termina? ¿Acaso la muerte sea el alcanzar dicha totalidad? Pero en ese caso, se trata de una totalidad muerta, es decir, soy en tanto que muero. No puede ser así: la totalidad implica ella misma el movimiento y la vida, y no es el producto postrero de estos desarrollos, como si fuera una mera conclusión de un silogismo tipo BARBARA. No, esa totalidad se define como totalidad cerrada y, por tanto, inmóvil. Quizá, siguiendo la contraposición de Levinas, sea mejor hablar de la propia identidad, de la propia vida, como de una infinitud: nada hay que la defina ni la finalice, está más allá de toda finitud y límite. La propia vida es un constante conquistarse a sí misma como lo inconquistable. De querer asirla de una vez para siempre, la vida se degenera en producto.
Pero, ¿cómo podría trazarse lo infinito? Si el trazo siempre define, cómo podríamos imaginarnos un trazo que abriera, y no cerrara, el espacio que maneja. Por otra parte, ¿cómo no podría trazarse lo infinito? Si no hubiera trazo alguno, lo infinito no sería más que un vacío, liso y puro, pero entonces sin nombre, anónimo. ¿Cómo la grafía puede revelar la propia vida, siendo mi propia vida el infinito inasible? ¿Cómo lo infinito que es mi vida posibilita que haya, efectivamente, una grafía que la intente asir en algún grado, bautizarla de algún modo?
Por otro lado, los trazos de la propia vida se dibujan desde distintos estados o ámbitos de la situación existencial, abriendo un abanico de posibles direcciones o distribuciones incontables, que se dibujan desde el espacio siempre renovado del cuadro. Así también la vida adopta innúmeras interpretaciones de sí misma, dependiendo de la carga de sentido del momento en que se realiza el trabajo de reflexión, que nos enfrentan a una grave cuestión: ¿cuál será la interpretación correcta de mi propia vida? Y así, se sigue otra: ¿es posible una autobiografía? Me pregunto hasta qué punto la autobiografía se transfigura desde la mirada del Otro que me ama y me espera: ¿habrá que buscar allí alguna salida a estos precipicios?


Martín Grassi

martes, 12 de julio de 2011

Ausencia (Ariel Mansilla)



Giorgio de Chirico



A la hora de comparar lo lleno con lo vacío, ponemos en juego incontables términos y descripciones sobre todo aquello que puede ocupar un volumen en cualquiera de los planos conocidos, desde el material, hasta lo sentimental.
Pero hoy son las 4 de la mañana, el insomnio sexual de los vecinos no me deja dormir, para qué gritar, si la están pasando bien. El tiempo en soledad me ayuda a reflexionar sobre mi realidad, plana, monocroma, errática, desinteresada. El whisky no ayuda a ver más claro, ayuda a seguir, hacia donde no sé, pero a seguir. Hay algo que es más que real que nunca, la ausencia, ¿de qué? No sé, pero generaliza todo lo que me toca.
Necesito eso que hoy no tengo, eso que en algún momento estuvo y se fue, que se ausenta sin avisar, pero también vuelve de la misma manera. ¿Qué es eso? ¿Es la falta de algo, el concepto equivocado, las ideas maltrechas, el elefante en el pecho, la impunidad del “no tener ganas”??? Vaya a saber uno. GRITO, muy fuerte. Pero no a los que se divierten, a mí mismo me grito. Tengo que reaccionar, saber dónde está eso que se ausentó. No quiero que esto termine así, no quiero vivir siempre con la duda, ¿Se puede eliminar la ausencia de la vida? Duermo…
Hay sol y creo que lo encontré. Sí, lo encontré. Me choqué en el camino con eso que puede matar la falta. El problema está en que eso que puede, quiera ayudar a mover ese elefante que se llama Ausencia que de vez en cuando se me para arriba del pecho.


Ariel Mansilla

Armonía (Lucía Nazar)



Wassily Kandinsky




Buscadores de notas
Que conjugan en el camino
Sentimientos sentidos
Anhelos que nunca
Han sido permitidos.

Buscadores de acordes
Que en armonía entonan
el deseo profundo
del vivir para morir
del callar para decir.

En el silencio
Habla la música
Sin música
No hay palabra dicha.

La musicalidad de la noche
Que entona un deseo profundo
De alcanzar las almas sedientas
manantial de agua que sacia.


La diversión del día
que con su mano tapa mi boca
manantial desperdiciado
deseo no saciado.

Mi alma ávida de sentido
Habla desde la herida del pasado
Escucha la voz
Luz del silencio
Escucha la voz
Palabra de Aliento.

Buscadores que buscan
Buscadores que no encuentran
Necesitados de hospedaje
De armonía del pentagrama
Para vivir
Y nunca morir.


Lucía Nazar


Árbol (Nicolás Balero Reche)



 Gian Lorenzo Bernini

  

¿Por qué la palabra árbol? Porque dice mucho. En la naturaleza encontramos a veces la metáfora de lo que no podemos explicar con palabras. A veces, y sólo a veces, la naturaleza y las metáforas que nos surgen de observar la naturaleza nos explican mejor que las palabras lógicas y racionales que sacamos de un pensamiento subjetivo. Cuando a uno le dicen, “dibujá naturaleza”, ¿qué es lo primero que dibuja? Generalmente, un árbol. ¿Por qué? Tal vez es mera coincidencia, tal vez es la primera asociación que hace el pensamiento porque es lo que más seguido ve. O tal vez, y sólo tal vez, porque uno puede sentirse identificado con el árbol. ¿Cómo? Tal vez, comparándose uno mismo con el árbol. Qué pasa si digo que las raíces representan nuestra base en la tierra, así como las raíces se alimentan de los nutrientes de la tierra, nosotros debemos tener nuestros pies sobre la Tierra y alimentarnos tanto material como espiritualmente de los nutrientes que nos da nuestro receptáculo.
Pero “no sólo de pan vive el hombre”, también, como el árbol, necesita agua. El agua de la lluvia; que puede ser comparada a Jesús: viene del cielo, y nos alimenta acá en la tierra. Penetra en nuestra realidad de todos los días, baja hasta la Tierra y se hace parte de nuestro barro cotidiano, para luego penetrar desde nuestras raíces y hacernos crecer. ¿Crecer hacia dónde? Hacia el Sol.
Aquél Sol que por más lejos que esté, penetra con su calor y su luz. Parece pequeño a los ojos humanos, pero para el árbol, es más importante que cualquier otra cosa; debe abrirse paso frente a cualquier cosa, para llegar a Él, aunque muchas veces el hombre, digo, el árbol, no sepa que busca la luz, que busca lo divino. Es una inclinación natural, tal vez, y sólo tal vez. El Sol es Dios que siempre ilumina, en cualquier época, sea buena o mala, de frío o de calor, haya sombra, haya nubes, la luz siempre está más allá del cielo; aunque no la veamos, la luz está. ¿Y la noche? Acaso Dios nos abandona. ¡No! Que no lo veamos, no quiere decir que no esté. Pero es difícil imaginar que está cuando no lo sentimos. Pero veámoslo en el reflejo de la luna. En María. Que ilumina, tal vez no con luz propia, pero sí reflejando a Dios. Además Dios nos carga bastante durante el día, para que podamos sobrevivir durante las noches. Y no sólo eso, sino que además, nos deja una luz en el cielo, que nos cuida y que incluso a veces, y sólo a veces, nos sonríe también.
El aire es el Espíritu Santo que te rodea en toda la etapa de tu vida, desde el Bautismo, y sobre todo desde la Confirmación, por eso no hay aire debajo de la tierra, porque es necesario crecer y ver la luz para recibir al Espíritu. Aunque a veces no lo sintamos, está a nuestro alrededor.
Pero las raíces, aquellas dispersas por la Tierra, en algún momento deciden formar un tronco. Un tronco constituido de virtud y experiencias, vivencias que tienen como fin alcanzar el Sol. Pero para estar cerca del Sol, la virtud debe crecer firme y recta. Si el tronco está doblado, pronto el árbol entero puede desprenderse y caer.

Las hojas son los momentos esporádicos de encuentro místico con Dios, por eso salen de las ramas, que son aquellos talentos que nos regala Dios para acercarnos de una manera particular e individual a él. Con las hojas rozamos a Dios. Éstas se cargan de vida plena; y una vez maduras, caen para dar testimonio de Dios a las semillas que están en la tierra y están a punto de crecer. El aire, Espíritu que nos vivifica guía las hojas que están cayendo, porque sólo el Espíritu sabe dónde es necesario que caigan.
Hay diferentes carismas: algunos tienen el tronco de virtud ancho pero que pincha; algunos fino, pero que llegan muy alto, algunos gordos y esos son los que más asombran a los árboles a su alrededor. Algunos tienen hojas grandes; algunos tienen más cantidad que otros. A algunos les salen flores y otros tienen frutos. Algunos tienen muchas ramas, otros pocas, pero qué ricos frutos le salen de esos talentos.
El árbol vive muchos años, se llena de virtud, de agua, y toda su vida busca el Sol. Pero cuando se pone viejo, el alma que animó a aquella pequeña semilla, deja el árbol, y sus raíces, su tronco, sus hojas se marchitan; ya no tiene hojas, ya no está húmedo de agua, su aspecto ya no es el de la inmensidad, sino que da pena. ¿Qué paso con aquél árbol vivo? El alma del árbol ya no está en él, sino que está cerca del Sol. Lo vivido, lo material, lo experiencial, el tronco, queda en la tierra y fecunda el suelo; enseña con el ejemplo a otros árboles a crecer gordos como él, o a veces, a que si creces torcido, algún día vas a caer; pero el alma llega al Sol y se prende fuego, forma parte de ese fuego eterno que nunca se apagará.

Nicolás Balero Reche


lunes, 11 de julio de 2011

Añadidura (Marisa Mosto)


  
Rembrandt van Rijn


Me maravilla pensar los sentimientos como algo que nos hermana a los hombres de todas las épocas. Amor, bronca, desesperación, alegría, entusiasmo, apatía, desengaños y anhelos. La vida que late con un rostro familiar y diferentes gestos en cada uno (¿¡miles de millones!?) de los corazones humanos.  Atravesamos los momentos que nos tocan habitados por sentimientos. Huéspedes que entran sin pedir permiso. Se cuelan por la puerta de la vulnerabilidad de nuestra percepción. Captamos algo, y aún antes de hacerlo consciente despierta en nosotros un sentimiento. ¿No son los sentimientos manifestaciones afectivas de un registro del sentido de lo real que nos involucra? ¿No son respuestas interiores a algo que ha sido «comprendido» aunque sea sólo en penumbras? Mi intención es iluminar esa penumbra en relación a la experiencia de la «añadidura». ¿Qué hemos «comprendido» cuando despierta en nosotros el sentimiento de la añadidura?

Me refiero a esos momentos en los que lo que uno está viviendo genera una conmoción que se puede traducir en la frase: “Esto es demasiado”. Está «más allá» de lo anticipable, de lo imaginable. Es un «más allá» cualitativo. La añadidura sorprende, como un regalo absolutamente insólito: nos deja con la boca abierta. Lo que ocurre es una «novedad» de una intensidad desconocida, intempestiva pero a la vez –y esto llama la atención- nos es íntimamente connatural, de algún modo concluye una espera. Un corte vertical que hace que se sumerjan nuestras raíces en provincias profundamente misteriosas de la vida.

Demasiado enamorarse y ser correspondido, demasiado la primera sonrisa de nuestro hijo mirándonos a los ojos, demasiado  el  consuelo cálido,  generoso, de los amigos que nos acompañan cuando nos toca sufrir.  ¡Demasiado! Algo que se nos da de-más, nos descoloca, retroceden los límites conocidos, pero sin situarnos frente a un abismo, (como cuando éramos niños –de niños nos sorprende más a menudo el sentimiento de la añadidura- y nos llevaban al parque de diversiones o salíamos a andar en bicicleta con amigos a la hora de la siesta, o jugábamos horas con las olas del mar, o escuchábamos absortos los cuentos de una tía o mirábamos el viento peinando el trigo o una tormenta eléctrica en el campo.) ¡Demasiado! ¿Pero cómo algo puede parecernos «demasiado»? ¿No poseíamos acaso vocación de infinito? ¿Cómo se entiende que alguien que espera el «todo» pueda vivir algo que le es connatural,  como «demasiado»? ¿Será que no tenemos ni idea de aquello  que anhelamos?
La añadidura es el desvelamiento de la exuberancia de lo posible que irrumpe desde la entrañas de la propia existencia cuando algo acude a despertarnos. Tan familiar y tan nueva. Una yapa absolutamente nueva de la vida. Pero ¿no es acaso la vida misma una yapa? Y si por el camino lo olvidamos, la añadidura nos lo recuerda.                                                                 

Marisa  Mosto
 

Ansiedad (Fernanda Ocampo)


Vincent van Gogh


Ante todo, cuando pienso en la “ansiedad”, se me ocurre que ésta tiene un doble modo de ser. Primero, aparece como un estado circunstancial y temporal por el que atraviesan las personas frente a algún acontecimiento o situación puntuales. Segundo, como una condición permanente que se ha integrado en mayor o menor medida al carácter de un individuo, tiñendo de una manera u otra todos los aspectos de su existencia. Entonces se habrá de distinguir entre quien “está” ansioso, y allí podemos observar diversos grados, y quien “es” ansioso.
Por ejemplo, puede uno “estar” ansioso ante el resultado de un examen, ante el reencuentro con el ser amado luego de un tiempo de distanciamiento, ante la posibilidad de conseguir un nuevo empleo. Aunque también puede uno “estar” ansioso durante períodos más o menos prolongados, en el marco de acontecimientos, situaciones, descubrimientos que llevarán a una determinación más duradera y trascendente de la propia vida: como cuando nos enfrentamos, por ejemplo, con la tarea de descubrir, definir y realizar nuestra vocación, y decimos que estamos ansiosos ante tal posibilidad. Sea como fuere, nótese que en estos casos, [y lo mismo vale para la ansiedad en cuanto rasgo de carácter, en cuanto forma parte de nuestra manera de relacionarnos con el mundo], “estar” ansioso tiene el sentido de estar “inquieto”, “intranquilo”, “confuso”, “desconcertado”, “turbado”, “nervioso”, [y así podríamos seguir con la serie de adjetivos hasta llegar a “desesperado”], y no el sentido de estar simplemente “deseoso”, como cuando afirmamos “estoy ansioso de ir al cine” [“tengo deseos/ganas/anhelos de”]. Sin embargo, ambos sentidos implican el anhelo y prosecución de un fin que se manifiesta como un bien (o al menos la huída frente a un mal, que finalmente esconde un bien).
Es que la palabra “ansioso”, es la forma adjetiva correspondiente a dos sustantivos de distinta significación pero estrechamente emparentados: “ansia” y “ansiedad”. Si consideráramos el ‘ansia’, ‘deseo’, ‘anhelo’ como una pasión [en sentido clásico], se me ocurre que el ‘ansia’ podría encontrarse en la raíz de la ansiedad, constituyendo su condición de posibilidad, su “materia”, por decirlo de alguna manera. Pues el ansioso (o el que posee ansiedad), “ansía” efectivamente un bien: quien no ansía no puede estar ansioso. ¿Cuál es entonces la especificidad de este sentimiento? Creo que la ansiedad es un estado de perturbación, un cierto malestar, cuyos matices van desde la mera “inquietud” o “comezón” hasta la “desesperación”. Como pasión que tiene por objeto un bien, la ansiedad surge o es motivada por un factor que considero pertenece al ámbito de lo propiamente humano: la incertidumbre. Así pues, la incertidumbre acerca de si el bien que anhelamos será nuestro, la incertidumbre acerca de las condiciones, el tiempo y la forma en que lo obtendremos o se nos dará, incluso la incertidumbre acerca del objeto mismo de nuestros deseos [muchas veces anhelamos algo, pero todavía no alcanzamos a descubrir bien qué es], son factores que causan en nosotros, seres humanos que nos sabemos finitos y sujetos al tiempo y a la espera, este malestar, este resquemor, más o menos intenso que llamamos “ansiedad”.
Pero parecería entonces ahora, que el ser humano en esta condición terrestre no puede ansiar sin una cierta ansiedad: pues la inquietud aparece como “natural” y “razonable” en la condición actual de nuestra existencia, en la que se extiende un río de escollos entre el deseo y el objeto de nuestro deseo. Ahora bien, este sentimiento tan humano, aparentemente “neutro” desde un punto de vista moral, y como energía psíquica, puede llegar a hacer verdadero daño a la persona, si se experimenta en forma desproporcionada a su objeto, o si se exacerba al punto de abandonarnos y sucumbir ante él. Así sucede con el ansioso que se ha “dejado ganar” por su ansiedad: éste vive en un estado de constante convulsión, agitándose en movimientos torpes, desencajados y estériles, perdiendo muchas veces la posibilidad de alcanzar el objeto consciente o inconsciente de sus deseos. De esta manera, el vivir desde la ansiedad, puede conducir a ciertas formas de imprudencia, codicia, avaricia, vana curiosidad… (Habría que analizar en profundidad las diversas curas posibles a la ansiedad que parece actúa diversamente en distintos niveles: psicológico, moral, espiritual. Si la paz fuera la cura de la ansiedad, habría que decir que la “paz de Dios” es la cura de la ansiedad de todas las ansiedades).
Pero me interesa aquí resaltar que, más allá de sus evidentes peligros, la ansiedad es signo, síntoma de la existencia y del poder activo de nuestros propios deseos, y puede ser reveladora de los mismos para quien tiene la capacidad de leer en lo profundo. Quizás podamos aprender de ella. La ansiedad puede sacudir nuestras “falsas tranquilidades”, conmover esa especie de “calma interior”, que no es fruto de la verdadera paz del espíritu, sino de un adormecimiento y abandono. Así, quizás debamos cuidarnos de la ansiedad en su vertiente desesperada (y en última instancia, desesperanzada), pero también de la apatía, de la indiferencia que nos hunde en meras fantasías.          


Fernanda Ocampo

Anónimo (María Sol Rufiner)




Te pondrán un nombre nuevo
pronunciado por la boca del Señor.
Ya no te llamarán «Abandonada»;
ni a tu tierra, «Devastada»;
a ti te llamarán «Mi favorita»,
y a tu tierra, «Desposada»,
porque el Señor te prefiere a ti,
y tu tierra tendrá marido.








Anónimo



“-¿Quién sois, Señor?
-¿Eh? ¿Qué? - dijo Tom enderezándose y los ojos le brillaron en la oscuridad-. ¿Todavía no sabes cómo me llamo? Esa es la única respuesta. Dime, ¿quién eres tú, solo, tú mismo y sin nombre?”[1] Esa es la pregunta que le hace Frodo a Tom Bombadil queriendo saber ¿Quién es? Y la respuesta es su nombre, nada más que simplemente  su nombre, pero Frodo no lo entiende, y nosotros como lectores nos queda colgando la misma pregunta, “¿y?” ¿Qué nos quiere decir Tom con eso de que su nombre es la única respuesta? él tiene que ser alguien, tiene que tener su lugar en el mundo, él tiene que tener una explicación. Y esta pregunta inquisitiva hacia Tom, es porque vivimos en un mundo de anónimos, un mecanismo de reloj, que no le interesa saber tu nombre sino tan sólo tu función. Podemos decir con Wittgenstein: el mundo es todo lo que es el caso, porque sólo vales en cuanto que eres un caso, tu nombre es el caso que representas en la sociedad y si no representas ninguno, sobre ti hay que callar puesto que eres anónimo.  Esto implica que si no eres, ni nominativo, ni acusativo, o no tienes un genitivo, no es necesario si quiera dirigirte la mirada, mucho menos regalarte una sonrisa. Tú, sin nombre, anónimo que vagas por el mundo no eres merecedor de la atención del mundo para darte un caso, para darte una función.  Pero ¿no nos estamos equivocando? ¿Acaso nuestro anonimato se termina cuando adquirimos un caso, una función? No, porque si bien el obrar sigue al ser, el ser no sigue al obrar, y no somos en cuanto operamos sino que operamos en cuanto que somos y es por eso que el ¿Quién soy? viene primero, pero erramos en buscar nuestra definición en los demás, pues ellos están tan anónimos como nosotros, ellos al no ser capaces de dar el ser no son capaces de darnos nuestro verdadero nombre. Dice la liturgia “Estaba al alba María, porque era la enamorada, “María” dice la voz amada” en ese instante que el Señor pronuncia su nombre María deja de ser anónima, pues quien la creó pronuncia su nombre, quien la creo la reconoce.  Sólo Él que nos dio el ser, puede darnos nuestro nombre “Te ponderan un nombre nuevo pronunciado  por la boca del Señor” dice Isaías y en el Apocalipsis dice: “Al que venciere, le daré una piedrecilla blanca, y en la piedrecilla escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.”. Sólo Él nos define, pues sólo Él completa la síntesis de finito e infinito que es el hombre. Sólo la Atención creadora de su mirada nos puede definir a su imagen, y nuestro anónimo corazón estará inquieto hasta que Él no lo llame por su nombre…

Sol Rufiner


[1] J.R.R. Tolkien El Señor de los Anillos : La comunidad del Anillo, Ediciones Minotauro, Barcelona 1999, p. 179

domingo, 10 de julio de 2011

Anónimo (María Mercedes Palavecino)


René Magritte


Me paro frente a una obra. Veo barcos, un puerto, colores intensos, casas, sombras de fuego en los rostros, y debajo, un nombre: Quinquela.
Luego abro un libro: “El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo”. Borges.
Paso luego por un edificio: el nombre del arquitecto está grabado en la fachada.
Somos hombres. No sólo dejamos huella sino que queremos dejarla. De un modo u otro buscamos ser reconocidos, no de modo soberbio, sino que otro con su mirada nos responda. Buscamos una ida y vuelta con el otro.
Cada uno a su modo vuelca en su obrar su persona, y la respuesta del otro nos importa. Dejamos huella, incluso cuando nuestro nombre no aparezca. Si vemos un cuadro en esos tonos de rojo oscuro, azules intensos, amarillos y gruesas líneas negras, no necesitamos ver el nombre para que Quinquela nos hable, nos dejemos interpelar por él.
Lo mismo sucede con Borges. Sus textos nos hablan, nos invitan a responder, a dialogar con el autor. El reconocimiento no siempre se da frente a la otra persona, frente al autor, sino que es un diálogo que implica un conocimiento del otro y una vuelta al yo.
Creo que por eso nunca buscamos ser anónimos. En el diálogo con el otro, el hombre se manifiesta, se expresa, realiza la obra de arte que es su vida. La vida de los otros nos habla, nos interpela, nos mueve, nos lleva a actuar, a dar y darnos.

Ma. Mercedes Palavecino

Analogía (Luis Baliña)

Andrei Rubliov


Me parece que se puede hablar de analogía del ser y del conocer.
Podemos hablar de analogía del ser para expresar que todo lo real es, pero de muchas maneras interconectadas…De analogía del conocer, para expresar que hay una cognoscibilidad de eso que es. Por ejemplo, la lingüisticidad del comprender se basa, me parece, en la del ser.
Mauricio Beuchot insiste mucho en la analogía de proporcionalidad, pero yo quisiera plantear una conversación acerca de la analogía de atribución, en el ámbito del ser y en el del conocer.
Pensada platónicamente, (y usando categorías posteriores) esta analogía conecta el ser-bien imparticipado con el ser participado.
Algunos de nosotros no tenemos problemas con la dialéctica descendente que baja de uno a los otros.
Pero culturalmente sí hay problemas, porque muchos no pueden partir del Bien imparticipado.
A ellos les queda la posibilidad de una dialéctica ascendente.
En una filosofía cristiana, pienso desde Rosenzweig, se puede partir desde un primer analogado que es Cristo (como Rosenzweig parte de Yahvé) que tiene la ventaja de no ser abstracto.
Para mí es diferente partir desde una abstracción o desde un ser real.
Por ahora, estoy en la dialéctica ascendente.

                                                                                        Luis Baliña

Anagrama (Federico Caivano)

Xul Solar


Jugar con las palabras es divertido. Esto es porque hay muchas cosas con las cuales jugar, como lo es la forma, el contenido, el sonido, el tono… Ese es el encanto, por ejemplo, del lunfardo, que puede convertir algo tan noble como lo es un maestro (un verdadero maestro) en algo más cercano y familiar como lo es un troesma (¡Ja! Word no me lo corrige). Es el encanto también de los palíndromos, que parecen representar la perfección de la circularidad al leerse igual para un lado que para el otro. Así se pueden formar oraciones tan místicas como absurdas, como “Ramón o calla o vela, malevo, allá con Omar” o “Sosos anagramas amargan a sosos”. A propósito de esto es muy interesante el “cuadrado mágico” encontrado (según el Magíster Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Cuadrado_Sator) en varios lugares de Europa y que lee el siguiente palíndromo en latín: Sator Arepo tenet opera rotas (“Arepo, el sembrador, mantiene con destreza las ruedas”). La admiración que tengo por el o los autores de tal genialidad es indescriptible. No sólo es un palíndromo con perfecto sentido (hasta en la declinación), sino que además, escrito como está expuesto abajo, se lo puede leer, empezando desde cualquier lado del cuadrado, ¡en cualquier dirección!

S A T O R
A R E P O
T E N E T
O P E R A
R O T A S

Además tengamos en cuenta que la sintaxis latina permite que se pueda leer, con sentido, “rotas opera tenet Arepo sator”. Y todo esto sin contar la suposición de que, encima, es un anagrama para "A (alfa) PATER NOSTER O (omega)" formando una cruz (ver link a Wikipedia).

Otro lindo entretenimiento es jugar con el nombre de uno e inventarse un alter ego (cual Tom Marvolo Riddle y Lord Voldemort). Así, en algún universo paralelo, yo (Federico Andrés Caivano) soy Adrián Conrad Ecosefiev, nieto argentino de abuelos rusos que emigraron durante la guerra civil en 1919.

En fin, para todo esto se necesita el arte común del anagrama, que tiene su encanto, aunque no lo parezca. Es un entretenimiento sencillo pero desafiante que no requiere más que algo de memoria y mucha paciencia y que si bien no tiene ningún fin práctico más que la diversión misma (para los que nos divierte, claro está) se le puede encontrar un sentido. De hecho, parece que siempre hubo algo de misticismo con el orden de las palabras y su significado, como si éste dependiera de aquél. La cábala judía se basaba en este principio y la numerología parece hacer lo mismo pero con cifras en lugar de letras.
Y es que hay algo de místico con el sentido de las palabras. Si no, no sería divertido; justamente lo que se busca es poder encontrar, por ejemplo, que “argentino” e “ignorante” compartan un significado en común por compartir las mismas letras. Precisamente porque se entiende que no existe tal relación en realidad es por lo que divierte (aunque tal vez debería haber buscado un mejor ejemplo de incompatibilidad…)

Federico Caivano

Amor (Ángel Cejas)


Giotto


Entre las palabras que empiezan con “a”, elegí “AMOR”, porque ejercitándolo, sólo con eso, podemos resolver todos los conflictos que puedan surgir entre los seres humanos.
Con la experiencia adquirida en mi actuación profesional en fábricas, resolviendo problemas técnicos aplicando el método de CAUSA Y EFECTO y la dialéctica que surge, he llegado a la conclusión que es aplicable a todos los problemas de la vida: Personales, Familiares, Conyugales, Políticos, Económicos y Sociales.
Siguiendo las enseñanzas de Cristo, que para los que tenemos fe, fue verdadero hombre y es verdadero Dios, y para los que no la tienen, reconocer que fue el Filósofo más influyente de la historia, el AMOR fue el mandato más importante de todo su mensaje.
Pero para llegar a amar, primero hay que decidirse, haciendo uso del don más preciado de la dignidad del hombre que es la libertad. Luego hay que capacitarse, ejercitarse y sacrificarse, como cuando uno decide seguir una carrera, hacer un régimen de comida o de ejercicios físicos para mejorar la figura, o entrenarse para una competencia. Pero para llegar a la meta, se requiere compromiso y responsabilidad.
El AMOR es la CAUSA de todo Bien, y el NO AMOR es la causa de todo Mal.
Como en las relaciones humanas hay infinidad de causas que generan el Bien y el Mal, lo primero que hay que hacer es discernir cuáles son las causas más influyentes.
La felicidad es el camino de la vida brindando AMOR a nuestros semejantes y la esperanza de nuestra trascendencia después de la muerte.
No hay razonamiento que pueda explicar esta esperanza, teniendo en cuenta los infinitos que nos limitan.
¿Y qué es brindar AMOR a nuestros semejantes? Cristo lo explicó con ejemplos sencillos para la gente sencilla, para que todos entendieran, y no sólo los ilustrados. La parábola del Buen Samaritano, la del Hijo Pródigo o del padre misericordioso, el Perdón de la adúltera, la promesa del Paraíso para el ladrón crucificado con Él, pero que tuvo fe, el pedido de perdón para todos los que lo ultrajaban mientras estaba en la cruz, etc., etc.
Y también nos dio ejemplo de prioridades de cómo debemos comportarnos: “Dejemos la liturgia, la ofrenda y la oración para después, y vayamos primero a reconciliarnos con nuestro hermano”. Y que no nos arroguemos “títulos de Padre, Doctor o Maestro, (tan común entre los intelectuales), porque todos somos hermanos”. Reconozcamos que esto constituye la base de la discriminación social.
Nos recomendó también “no juzgar a las personas: Quítate primero la viga de tu ojo para poder ver la paja en el ojo ajeno”.
Cuando en este grupo de Filosofía estudiamos recientemente a Marx, me di cuenta que la historia, escrita por sus detractores, los que vieron cuestionados sus intereses económicos o de poder, lo denostaron despiadadamente, pese a que gran parte de sus predicciones se están cumpliendo inexorablemente.
De allí llego a la conclusión que no hay hombres 100% buenos ni 100% malos. Todos tenemos una parte  de verdad, como el reloj parado que marca la verdad dos veces por día.
Pero la verdad que creemos tener hay que expresarla humilde y sencillamente para que la entiendan hasta los más ignorantes y no sólo los intelectuales.
Elegido el camino del AMOR, que no es un sentimiento sino una habilidad, hay que poner una enorme fuerza de voluntad para lograrla.
Las conductas que debemos asumir son: Humildad, paciencia, tolerancia, compromiso, responsabilidad, fidelidad, veracidad, entre otras.
Si nos quedamos en el camino del NO AMOR, asumiremos otras conductas: Egoísmo, violencia (en los gestos, en la palabra, en los ademanes y en los hechos), la envidia, la soberbia, la codicia, etc., etc.


Ángel F. Cejas

sábado, 9 de julio de 2011

Amarillo, esperanza desesperanzada (Clemencia Campos)

Carlos Alonso


Ella estaba sola y tranquila. Estaba en una isla, su isla. Frente a este, que para nada celeste, sino más bien amarillo, rojo y un negro, que en su papel protagonista perforaba la tela  y daba un aire de pesadumbre y aflicción.
Ella pinta con los dedos como si fueran suaves plumas de otros tiempos.
Y en un bailar zigzagueando descubre un arte jamás pensado. Una mancha, otra manchita… ¡un manchón! Un gran pantano.
Aunque abstracto y surrealista, ella ingresa sin mentiras. La manifiesta y la revela y a sí misma se colorea.
Se pinta la nariz de un rojo cual payaso. Y con esas manos que no sucias pero sí manchadas, a sabiendas, crea nuevas tonadas.
Y allí, desde su isla, mira desde dentro esas caras de desconcierto; y ella como desilusionada intenta explicar sus corazonadas.
“Nadie me entiende…nadie me entiende…No estudies psicología o arte para intentar apreciarme. Introdúcete en esa galaxia pomposa, en ese universo lleno de manchas. ¿No entiendes que el negro es ese hueco que por tu culpa no lleno?
Si miras mi cuadro, me miras. Y si me miras debieras entender que todo hubiera sido diferente si mi amor, correspondido hubiera sido.
¿No entiendes que ese rojo tan tortuoso es la sangre que liberan mis ojos de tanto mirarte?
Me quité la vida por ti, y como si la conciencia te lo repitiera, pasas por mi presencia, me observas y te preguntas insólitamente por mi ausencia.
En un hoyo negro me metí. Ahora… ¿cómo hago para salir?
Me viste envuelta en un manto de sangre y te preguntaste porqué a mí.
Si tan solo no hubieras mirado a esa gallega…”.
El hombre se quita el sombrero y reverencialmente, se hinca ante el cuadro de su cornuda prometida y le reza un perdón, seguido de un tiro en el corazón.

Clemencia Campos