lunes, 22 de octubre de 2012

Nunca (Marisa Mosto)

 







Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach
J.L .Borges, Le regret d´Heraclite




“No he sido nunca aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach”.
¿Hubiera querido serlo? ¿Al menos saber cómo hubiera sido?
A medida que crecemos se cuela con más fuerza por las rendijas de nuestras grietas el subjuntivo. El pluscuamperfecto del subjuntivo

Nostalgia densa y dolorosa de lo que, hasta donde sabemos, nunca será.
Como esos versos de Mario Trejo en el tango de Piazzolla:
“Amo los pájaros perdidos que vuelven desde el más allá
a confundirse con un cielo que nunca más podré recuperar”.
Y Heráclito. Heráclito recordándonos que todo cambia incesantemente. Pero esas infinitas posibilidades de cambio nunca incluyeron que Matilde Urbach desfalleciera por el amor de Borges.
Todos tenemos nuestras Matildes Urbach. O al menos yo las tengo. Personas, oportunidades, cosas no dichas, gestos guardados, sueños, desafíos, que se pierden y desdibujan engullidos por el tiempo tras el girar  las espaldas del pasado.
“Ya no será, ya no”
No fue. No es. No será. Porque no pudo ser o alguien no quiso que fuera. O porque lo dejamos de lado con nuestras opciones. Todos los “nunca” escritos con letra chica cuando nos tiramos de cabeza a nuestros “siempres”.

“Hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo”, dice también Borges en otro poema, Límites. La vida se halla plagada de límites a lo posible.
La mirada lúcida los reconoce. Y se da cuenta también de la vanidad del pataleo.

Me conmueve el ser humano. Su astucia y virilidad cuando abandona el suspiro del subjuntivo y  con un corte y una quebrada se pone al compás de la vida  dirigiendo preciso el perfil al presente del indicativo.

Marisa Mosto

Nunca (María Lanusse)







Nunca quise sentir ese desgarrador latido de una lágrima…


Nunca imaginé que viviría ese momento.
Tantas veces te pensé parado frente a mí,
Diciendo lo que nunca dijiste…

Podía leer las palabras en tus ojos,
ver la incertidumbre que te frenaba,
la confusión que te ahogaba,
las palabras que morían en tu boca.

Mis manos dejaron de sentir tu calor…
Mis brazos dejaron de extrañarte…

Nunca pensé que fueras tan cobarde…

Añorarte, esperarte… encontrarte…
Un sueño tan exquisito…
Que sigue siendo solo un sueño…




María Lanusse

Número de teléfono (Teresita Suriani)

 
Sleepless in Seattle, EU, 1993, Nora Ephron




Estaba leyendo una novela, un thriller policial básicamente, que en una parte hace una descripción puramente técnica de un mecanismo para pinchar teléfonos móviles. Mientras leía lo que decía pensaba en cómo sirve para describir algunas características de la comunicación entre nosotros. Paso a reproducir algunas de las afirmaciones técnicas que posibilitan estas escuchas ilegales:

Cada celular tiene una firma propia y única- una huella dactilar- en código de número telefónico. Para detectar más fácilmente un celular determinado éste debe recibir una llamada. La llamada entrante se inicia cuando otro celular encuentra esa huella exacta, identifica ese número; el otro teléfono debe captar esa señal. Una antena parabólica capta la señal de búsqueda del número de móvil, que se desvía por todo el espacio. No es tan fácil identificar un celular cuando éste realiza una llamada, porque sólo está siendo "buscado e identificado" cuando recibe, por lo que su señal se hace clarísima. Para detectar esta búsqueda de la antena de un móvil específico con su consecuente llamada entrante siendo contestada necesito un aparato de extrema sensibilidad, de lo contrario no percibiría la conexión. 

Quizás me fui a cualquier lado pero lo leía y veía cómo se podían aplicar estas cosas a nuestra forma de comunicarnos. Sólo pueden conocerme, identificarme, cuando 'recibo una llamada', es decir, cuando estoy abierto al contacto con el otro, cuando mi señal está ahí en el aire, lista para ser buscada, y no escondida. Digamos que hay que tener el 'celular interior' prendido. Me conecto en verdad con la realidad en un ‘para mí’ y no ´desde mí´ (recordemos que no es fácil reconocer un celular cuando llama sino cuando es llamado), porque escucho al otro (recibo la llamada entrante) entro en la órbita de los demás, porque atiendo al otro puedo contarme orgullosamente dentro los prójimos. Eso en cuanto a ser abordado por otros. Ahora, para encontrar el número de otros dijimos que se necesita un aparato de extrema sensibilidad y mucha paciencia, porque pueden pasar horas hasta detectarlo. Lo mismo pasa con nosotros: tenemos que tener una sensibilidad especial, para encontrar al número indicado, y  no confundirnos, para encontrarlo antes, hay que escuchar, estar atentos, con la antena encendida. También se necesita tiempo, las escuchas no se logran cuando uno quiere, en el instante, pueden pasar largas horas, meses, mucho tiempo hasta que hagamos verdadero contacto con el otro. Algunas personas las encontraremos al principio, al medio o al final de la vida, pero nunca hay que cerrar esa posibilidad.

 También estaría bueno quedarse un rato largo en esa llamada detectada. No llamar y cortar, o contentarse con habernos encontrado. Estaría bueno charlar por horas y horas descifrando ese código encriptado que somos cada uno de nosotros, dejar las líneas abiertas, hace teleconferencias, compartir el tiempo que pasa. No llamemos para dar y recibir información, ¿quién no odia esas máquinas que te llaman a las que no podemos decirle ni ‘hola’ ni ‘chau’ ni objetarles nada de nada? No seamos los protagonistas de relaciones fugaces que se contentan con la nada. Cada código es un cúmulo de señales que para mí son chinas. Pero si nos tomamos el suficiente tiempo puede que poco a poco dejemos de ver signos y pasemos a ver gente, puede que empecemos incluso a saber qué significan, para ellos mismos, para los demás y para nosotros. Me imaginé de repente esa imagen de la película Matrix en la que la pantalla de la computadora ve líneas infinitas de números monocromáticos. Hay otra forma de ver debajo de los números a los demás.

 Teresita Suriani

domingo, 21 de octubre de 2012

Nueces amables (Jorge Oscar Marticorena)


Fotos de Jorge Oscar Marticorena,  Las Heras y Callao antiguos, cielo perdido




Nueces que dan, al golpearlas,
notas notables y novedosas,
que no molestan
a los nobles transeúntes
de estas calles que recorro.
Y que he recorrido, vagabundo pensativo,
distraído en recuerdos y mínimos universos.
Abstrayéndome de las esquinas
de Callao más allá de Santa Fe.

¿Quién me dio nueces que están siendo claves
para entrar a estas palabras extrañas?

Por suerte sin lógica, pero con el claro propósito
de cumplir este compromiso, un poquito loco,
un poquito absurdo, sí,
pero que me ofreció esta ración de aventura,
este amable desafío que me hace paladear la vida.

Y es que por Callao, más allá de Santa Fe,
me gusta caminar porque sí,
porque es un barrio que me reconcilia un poco,
con esta ciudad que nunca amé, pero fue mía.
Hasta que huí de ella hacia las montañas soñadas,
donde finalmente me atrapó la soledad
 en una casa que amo.

Y en la cual un nogal produce,
a veces, nueces que me ponen en contacto
con los espíritus de la tierra.
Lo cual, para mi edad, está ya muy bien.

En Buenos Aires, 29 de septiembre de 2012
 

Jorge Oscar Marticorena

Nudo (Fernanda Ocampo)

 
Alexandre Seon, Le retour  (Ilust. blog)
http://polarbearstale.blogspot.com.ar/2009/03/alexandre-seon-1855-1917.html






¿Cómo llegamos hasta aquí?
¿Cómo hicimos este nudo?
Dime si no te raspa la garganta...
No te ofusques, pero quiero desatarlo.
¿No sientes que nos está ahogando?

¿Cómo llegamos hasta aquí?
¿Cómo hicimos este nudo, mudo?
Si teníamos flores en las manos…
No te preocupes, yo te quiero.
Pero quiero desatarlo.
¿No ves que nos está ahogando?

Anoche soñé que lo liberábamos,
y que volvíamos a encontrarnos.
En otro tiempo, en otro espacio.
Anoche soñé,
que nuevas flores traíamos en las manos.




Fernanda Ocampo

sábado, 20 de octubre de 2012

Nota (Mimi Blaquier)

 
Gustav Klimt, Expectación. Ilust. Blog 
http://www.allposters.com/-sp/Expectation-Stoclet-Frieze-c-1909-detail-





Las palabras cierran sus labios,
brillan como acero
o superficie vinílica
Busco la nota
en los márgenes,
rayar el vacío
Una hendija
que anuncie sueños
en la noche




Mimi B.
octubre 2012