domingo, 17 de junio de 2012

Kyrie (Nicolás Balero Reche)



“Invocación o imprecación a Dios que se hace al principio de la misa”. Esa fue la definición que encontré de esta palabra, venida del vocativo de “Señor”, en griego. Y me preguntaba, ¿cuántas veces invocamos a Dios en esta realidad de hoy? ¿Lo hacen sólo al principio de la misa los que todavía van? ¿O lo utilizamos en varias ocasiones? Por lo que se ve, o al menos yo, la mayoría de las personas viven como si Dios no existiera. Desde viajando en colectivo, pasando por los medios de comunicación, hasta el contacto con los adolescentes, jóvenes y adultos en diferentes ámbitos se puede ver que el centro es el hombre, el poder es el fin último, el dinero la felicidad, el placer la “sindéresis” que guía nuestras decisiones. Y para los que Dios existe, rara vez es el protagonista de nuestras vidas, a quien invocamos continuamente para notar su compañía. Y sin embargo. El Kyrie, la invocación a Dios, aparece naturalmente cuando más lo necesitamos. Cuando las “papas queman” o cuando la alegría es inmensamente grande veo en prácticamente todos esa invocación a lo divino, a algo más allá. A eso sobrenatural que nos mantiene en nuestra vida, aquél que pone en el camino lo malo y lo bueno (y generalmente lo odiamos por lo malo, pero nos olvidamos de quererlo por lo bueno).
Entonces, a pesar todos los paradigmas distintos y contradictorios que se viven, aunque todo lo externo puede cambiarse como se cambia uno la remera; hay algo en el profundo corazón del hombre, que hace que sea espontánea la invocación  Kyrie, cuando uno necesita algo, cuando uno se siente solo, cuando uno sufre; e incluso, muchas veces cuando festeja, cuando estalla de alegría, mira para arriba, ¿a quién mira? O mira para adentro ¿a quién busca? Entonces, si tenemos algo espontáneo que nos dice que Dios vive en y con nosotros, por qué no pasar esta espontaneidad a lo cotidiano, y vivir sabiendo que siempre está: no hay que invocar a Dios sino saber que Él está siempre para nosotros.

 Nicolás Balero Reche


sábado, 16 de junio de 2012

Kryptonita (Tersita Suriani)


 
Boby  y Peter Farrely, Irene, yo y mi otro yo, 2000





Hay un mineral que conocemos por las historietas de Superman, que tiene curiosos efectos sobre los sujetos en que actúa. No causa lo mismo sobre los kriptonianos (sobrevivientes de la explosión del planeta Krypton - Superman) que sobre los humanos, y no todos los tipos de este mineral causan lo mismo. Tuve que recurrir a wikipedia para saber más sobre este mineral ficticio, ya que sólo sabía  lo que todos más o menos sabemos, y encontré algo que me pareció interesante. La kryptonita tiene diferentes efectos dependiendo de su color. Si es verde, que es la más común, debilita a Superman, y puede llegar a causarle la muerte. En los seres humanos genera diversas mutaciones, a quienes las sufren se los llama "meteroid freaks". Ahora, si la kryptonita es negra, ¡mamita!, divide a nuestro superhéroe en dos individuos, el bueno y el malo. La kryptonita lenta reduce los impulsos nerviosos y los movimientos de las personas, la roja pervierte la mente y hace perder el sentido de Justicia y Verdad y la dorada despoja a Superman de sus poderes permanentemente.  Y hay varias más, azul, plateada, rosa, etc.

 A qué viene toda esta wikinformación sobre kryptonita se preguntarán.

Hoy tuve que almorzar con alguien que saca lo peor de mí, a veces me convierto en mi peor alter-ego; la kryptonita negra me divide en dos y no sé si soy yo o el archienemigo del Bien y la Verdad. Hay otras personas que nos debilitan con sus argumentos o con sus malas maneras, no sé si nos llegarán a causar la muerte pero nos dejan en un estado de confusión y debilidad que nos puede 'bajonear' todo el día. Y ojo acá también con las mutaciones... no vaya a ser que le empecemos a ladrar al de al lado que no tiene ninguna culpa de que esos kryptonitos nos hayan malhumorado. Y a quién no le pasó de quedarse con la lengua atada sin saber qué decir, cuando por tu mente pasan como fotogramas las cosas que tendríamos que estar diciendo, asentimos o nos quedamos con los ojos en blanco, y después estamos toda la noche repasando el momento y pensando 'podría haberle dicho esto', 'podría haber hecho esto otro'. Cuando nos encontramos con la kryptonita lenta no hay determinación que valga. 

Ahora, Superman será muy superhéroe y todo lo que quieran, pero creo que se encuentra en franca ventaja frente a nosotros, los indefensos seres humanos. Clark Kent sabe que si ve algo verde y brillante, o simplemente piedritas que brillan, tiene que huir, o protegerse de ellas, sabe en qué circunstancias se va a debilitar, su persona se dividirá en dos, sus movimientos se ralentizarán o perderá el sentido de la Verdad y la Justicia. Pero ¿nosotros? Ojalá las personas que nos afectan de estas maneras brillarán con sus respectivos colores, para prevenirnos, para hacernos menos vulnerables. Pero no, andamos todos  muy campantes por la vida sin saber quiénes son kryptonita para nosotros, y para quiénes lo somos nosotros.

Veámosle el lado positivo, si algunas de estas kryptonitas no existieran, como la k.lenta y la k.dorada, no podríamos rendirnos ante nadie, que a veces es lo mejor que nos puede pasar, abandonarnos involuntariamente al poder de otro.


Teresita Suriani

viernes, 15 de junio de 2012

Kriptonita (P. Andrés Rambeaud)


  
http://elcinedemarco.wordpress.com/2010/11/04/misterios-del-cine-la-maldicion-de-la-kriptonita/(ilust blog)




Según cuenta la leyenda contemporánea los habitantes del planeta Kriptón vieron la destrucción de su propia civilización pudiendo salvar sólo una pequeña cápsula en la que viajaba un niño que de por sí no tenía nada superior ni llamativo, pero que al entrar en contacto con nuestra atmósfera terrestre sería investido de poderes superiores a los de cualquier nativo del la pequeña isla azul, parte del archipiélago de cuerpos celestes que giran en torno a una mediana estrella ubicada en la parte saliente de uno de los brazos de la galaxia de la Vía Láctea, que a su vez es una de las cuarenta galaxias que forman parte del Grupo Local y que junto con otros grupos de galaxias forman parte del Supercúmulo de Virgo, el cual reúne a más de 100 grupos de galaxias de todos tamaños, cada una conteniendo más de 200.000 millones de soles; las cuales a su vez cuentan entre los cinco supercúmulos del complejo Piscis-Cetus y que vienen a constituir  agrupados los grandes muros que forman hasta donde se sabe, el universo conocido, medido en distancias que superan la capacidad de integración inmediata en nuestra diminuta conciencia.
Resulta que este niño superpoderoso se debilitaba ante el contacto de este material extraterrestre, o más bien deberíamos decir, extrahumano. Es decir, era superior o era inferior, nunca a la medida de los hombres. La debilidad no brotaba del interior, sino de un elemento hermano y a la vez exterior. Y es que la debilidad de los superhéroes es a la vez tan cercana y tan extraña que hasta resulta a simple vista caprichosa ¿Por qué lo hacía débil la famosa Kriptonita? ¿Y por qué era verde?
Estas preguntas que me remontan a mi primera película de efectos especiales no están simplemente para lograr una mueca de sorna o de ternura en el lector. Hoy busco criticar aquello que dábamos por hecho, y es que “esto es así”.
Podemos dividir el análisis en dos partes: esto es así; o también esto es así. Las dos afirmaciones tienen el presupuesto de algo monolítico. Hay algo que no se puede cambiar, y ese algo no se puede cambiar.
Si la debilidad es ese algo que no se puede cambiar, y lo que la produce para peor es algo externo y caprichoso, nos queda el triste desenlace de un final anunciado. Una mujer me decía cierta ocasión que su marido y sus hijos la sacaban de quicio, y que en esos momentos un demonio se apoderaba de ella y comenzaba a gritarles e insultarles. Por lo tanto, frente a esto nada podía hacer, no era ella misma. A lo cual respondí que era la solución más cómoda, como la famosa Kriptonita. Frente a ella, nada podemos hacer, esto es así.
Lo más arriesgado es aceptar que la kriptonita tiene el color de mis angustias, mis cansancios, mis demonios, etc. Que no está caprichosamente frente a mí, como hermana y contendiente. Que es la materia de mis luchas y la medida de mis victorias. Que hay que volver a decir con cierta alegría contenida: me glorío en mis debilidades… son el principio del camino de cada día.
Al fin y al cabo, hay que reírse un poco de estos superhéroes que son grandes con cinta de ferretería, mientras el universo se mide en escala de parsecs. (*)

P. Andrés Rambeaud


(*)  El parsec es una medida astronómica que representa 1 Parsec = 3.08568025 × 1016 mts

Köln (Jorge Oscar Marticorena)

Jorge Oscar Marticorena,  Catedral de Ferrara



Estuve en la catedral de Köln (Colonia), luego de paseos góticos que se iniciaron una noche en Paris, cuando una amiga me invitó, poco después de mi llegada, a visitar el Barrio Latino. Me hizo recorrer esas callejuelas estrechas y llenas de meandros hasta llegar a una esquina desde donde pude, de pronto, ver a Notre Dame.
Supe que era Notre Dame. No tuve ninguna duda. Muchas veces había visto las fotos de esa catedral. Sabía algo sobre el gótico porque tuve la suerte de encontrar, en el colegio secundario, un profesor de historia del arte que nos explicó los cómos y los porqués de ese estilo. Pero la dificultad con que me encontré para asimilar la sorpresa, la emoción, el placer de verme a mí mismo en ese lugar, contemplando esa belleza cargada de siglos de historias, me inmovilizó. En ese momento, solo podía mirar y ser feliz. Mi amiga se acercó, divertida. Me preguntó qué me parecía. Y yo solo pude murmurar
-          ¡Es fantástica!
Este fue un comienzo, pero no fue “el” comienzo. Toda mi educación secundaria transcurrió en un colegio de élite. Ingresé después a la Universidad de Buenos Aires que, con sus más, sus menos, sus impulsos y tropiezos, me enderezó hacia el camino de la búsqueda de la excelencia. Camino en el que me perdí varias veces, pero que retomé casi por casualidad al incorporarme a mi último lugar de trabajo en la Comisión Nacional de Energía Atómica.
Estando allí, me enviaron por un año a Paris, ciudad de mis sueños y fantasías, a trabajar en un centro de excelencia donde aprendí algunas cosas. Pero, visitando catedrales, museos, palacios, ciudades muy antiguas y muy hermosas, y también las huellas horribles de la guerra en los campos de Verdun, asimilé ideas muy valiosas. Una, la más importante, fue que no soy, ni quiero llegar a ser europeo, y que aunque lo quisiera no lo lograría, porque ya soy esencialmente otra cosa: argentino.
La otra, que me faltaba bastante para entender qué significa esa identidad.
Cuando uno vive, va viviendo. Quizá, sin saberlo, rutinariamente. Quizá desordenadamente.  Muchas veces corriendo tras  figuritas de colores cambiantes, ilusiones carentes de nobleza. Juntando mucha basura y, alguna vez, una joya extraña.
Hasta que, como por casualidad, se llega una experiencia integradora. Eso me pasó en un cine de Paris, viendo una película que resultó ser el empujón que me lanzó a un proceso que aún sigue, el de la construcción de mi identidad de argentino.
La película se llama La Hora de los Hornos. La realizó el Pino Solanas. Si quisiera describir lo que sentí en términos ampulosamente clásicos, diría que fue una experiencia de iluminación. Poniéndolo en un lenguaje mucho más popular, digo que me avivé de cuánto chamuyo me había creído hasta entonces.
Pensando, leyendo, volviendo a pensar, conversando. Caminando muchas calles. Entrando a casas, alguna palaciega, alguna villera. Arriesgándome, algo o mucho, nunca lo supe muy bien, en la militancia. Participando en una realidad que antes veía de lejos, con temor y rechazo. Así aprendí que era un colonizado, y lo difícil que es dejar de ser a la vez producto y víctima de un sistema colonial. Víctima privilegiada, por haber sido incorporada, a través de un largo proceso de entrenamiento, a una elite. Pero víctima. Y lo que es más triste, víctima enamorada del colonizador. Víctima preparada para representar al colonizador, para trasmitir el vasallaje.
Lo peculiar de estas historias es que nuestros colonizadores, a lo largo de procesos propios, fueron cambiando, ellos y sus estrategias. Y los vasallos, gracias a la sólida cultura que asimilamos, hemos ido transfiriendo nuestra dependencia a los nuevos amos.
¿En qué estoy, en qué estamos hoy? Soy uno de los muchos que, a través de procesos trabajosos y hasta dolorosos, hemos construido estas convicciones liberadoras.
¿Está todo bien, entonces?
Pienso que no. Me disgusta abandonar amores tan grandes. He preferido emprender el difícil camino hacia la síntesis de mis dos culturas, la argentina y la europea. Sintiendo que, además,  me atraen otras  menos afines, pero también cargadas de riqueza.
Como se me acaba el espacio, termino aquí. Pero todo ensayo, todo texto, debería tener un final adecuado. Las  palabras que siguen pretenden serlo.
Como objetivo actual de mi vida intelectual quisiera repetir un hermoso y arriesgado  pensamiento renacentista:
“Que nada de lo humano me sea ajeno”


Jorge Oscar Marticorena

jueves, 14 de junio de 2012

Knock out al peregrino (Guadalupe Wimpheimer)

 
Agonía en el jardín, William Blake 
http://trancos62.blogspot.com.ar/ (ilust. blog)





Escucho tres voces
Y yo muda.
Hinchado caminar por la vereda, vegetal y podrida.
Si me viera la luna en mis vapores… si el marfil palpase los grumos de mi barro y de mis penas…
Bahh…
Me camino. Me dejo caminar.
Y de nuevo, escucho tres voces.
Baile de perlas cósmicas en mis oídos. Ratones fugaces en el cielo y la risa pícara que desmiembran.
Ayy…queja adulta, novia de colores asesina.
Yo te digo,  te digo: escucho tres voces…
Aunque apuñale la lejanía
Y esta diosa que me grita aDios me vuelva peregrina.




Guadalupe Wimpheimer

KM de vida (Claudio Marenghi)


(Depeche Mode: "Walking in my shoes")



(Dedicado a Makishi que, casualmente, tiene una K en el medio y fue quien me acercó a este blog. Se la dedico a él, porque seguro leerá estas huevadas, no porque le interese en lo más mínimo, sino porque este tipo simpático, mezcla de peruano-japonés-argentino, es mi amigo!)




Kilómetros de vida recorridos,
Volando cielos, navegando mares,                                
Sin saber de sus fondos y sus costas.                            
Kilómetros de vida sin GPS ni ecosonda,                      
Perdido en el mundo de todo el mundo.                     
                                                                                                                                                                    
Kilómetros que se fueron alejando,                              
Con esfuerzos vanos y sueños rotos,                                            
Kilómetros de días iguales,  (lunes)
Suicidios fallidos que renacen (martes)
Con angustia al despertar. (miércoles)                                                         

Kilómetros de vida sin rima,
Pero con la alegría in-finita de un niño,
Llenos de canciones de fe y devoción…
A Dios lo tengo de amigo en el Facebook,
Aceptó mi solicitud en enero de 2011.

Kilómetros de vida y acá estoy,
Todo se acomoda como para seguir,
El tiempo se construye una vez más,
Y, soy esto, seamos sinceros,
Soy mi propia obra (?), un.


Kilómetros de muerte.
Y cuando el cuentakilómetros pare?
Quién recordará esta vida errática y delirante?
Mi hija? Mis nietos? Con suerte mis bisnietos?
Y después… qué?

Ups!
Me llegó un mail de:
Violator@masalladelcieloydelinfierno.com que dice:
“Te quiero recordar mi simple y conmovedora
escatología de la nada.”

Mierda!
Y para esto me molestás?
Hay gente que no tiene nada que hacer…

Azul, Verde y Rojo
Red, Green, Blue
Me voy al canal
De las pelotas,
Hora de entrar!

(Como no estoy seguro que a Makishi, que es muy clásico y conservador, le haya gustado esto, no soy escritor, ni poeta, ni nada que se le parezca (¡no quiero tener problemas con el gremio, por favor!), por las dudas, le dejo una canción de fe y devoción, que estoy seguro le gustará tanto como a mí).


Claudio Marenghi

miércoles, 13 de junio de 2012

Kiosko (Estanislao Zuzek)

               

En todas las familias de varios hijos, alguien es el primero en casarse y, en general, el primero en enriquecer a sus padres con un nieto y, paralelamente, a los hermanos y hermanas con el sobrino o la sobrina, según corresponda. ¡Y gran novedad en la familia! – De repente, todo gira en torno a esa maravillosa criaturita, que si duerme y deja dormir, si come bien, qué sucede al bañarla, las gracias que hace, etc. En la actualidad eso se complementa con todo tipo de recursos que brinda la informática mancomunada con internet – todo al instante. La criatura del caso protagonizó alguna ‘hazaña’… y al ratito toda la gran familia ya está gozando del video que los orgullosos padres les hicieron llegar por el cyberespacio. Antes, la distancia física imponía una cierta restricción a la celeridad de comunicaciòn e intercambio de información al respecto. Alguna que otra llamada telefónica. Por correo llegaban fotografías, de esas que partían de un negativo en celuloide, revelado en comercios especializados y transpuesto luego a positivo sobre papel fotosensible… en fin, todo un arte que implicaba tiempo y demora. Primero fotos en blanco y negro. Luego, a medida que el costo lo hacía accesible, íbamos entrando en fotografía color, sobre papel o en diapositivas. Las últimas proyectadas sobre pantalla grande, ¡ah, qué maravilla! Ahora la criatura del caso brillaba en “tamaño baño”. Luego las películas “súper 8” o grabaciones sonoras. Pero, no estaban en carne y hueso. Las visitas –  espaciadas, cuando venían de lejos - eran, pues, cosa mayor. ¡Una fiesta, siempre!

                Ese primer hermano casado se radicó lejos, en el interior de la provincia como a trescientos kilómetros y, por consiguiente, no nos veíamos muy seguido. Al cabo de un año y pico les llegó la primer hijita; es decir… para nosotros la primer sobrinita. Toda vez que nos visitaban, los flamantes tíos competíamos y nos desvivíamos en atenderla a la princesita, tan despierta, con ‘todas las antenas desplegadas’. En fin, ¡tan compradora!

                Se encontraban de visita. Tendría algo más de un año y medio. Ya ‘hablaba’ como para darse a entender bien. Estábamos solos en el living. Me tomó de un dedo de la mano y me hizo caminar. Me llevó hacia la puerta principal. Abrí, salimos al jardín y encaró directamente hacia la puerta de calle. Juntos la abrimos y ¿ahora qué? Opté por “seguirle la corriente”, a ver qué iba a pasar. Caminamos por la vereda hasta la esquina. Doblamos y seguimos caminando a lo largo de toda esa cuadra, hasta la otra esquina. Ahí, siempre tirándome del dedo de mi mano izquierda, nos hizo cruzar la calle y, luego, rodeando la ochava quedamos frente al kiosko - de ésos clàsicos, con la ventana de expendio hacia la calle - de ‘nuestros’ diarieros, dos hermanos mayores y muy serviciales. Nos paramos ahí. Me pidió: “¡Upa!”. La alcé de la forma habitual, que mirara por encima de mi hombro, para atrás. Enseguida se dio vuelta hacia el kiosko y, mirándome con sus ojitos tan compradores, apuntó con el dedó a la vitrina: “¡Melo!”. Quería caramelos. Por supuesto que el tío la complació, pues se lo merecía. Quedé sorprendido por lo decidido de su proceder y también por lo bien que conocía la ruta para llegar hasta el kiosko como fuente de provisión de golosinas. Evidentemente, alguno de mis hermanos ya la habría ‘avispado’ con anterioridad sobre el particular.

                Lo curioso es que, a pesar de habérseme grabado ese suceso en forma casi indeleble,  no recuerdo ningún detalle sobre qué le he comprado y menos aun con qué, puesto que, razonándolo ahora y retrospectivamente, habríamos salido a la calle encontrándome yo “de entrecasa” y casi seguramente sin un peso encima. Por consiguiente, me imagino que probablemente le habré comprado alguna golosina a cuenta y se la pagaría más tarde al kioskero. Todo para quedar bien con la sobrinita y para ver cómo reaccionaba. Y eso vale, ¿no?

Estanislao Zuzek

Kiosco (María Sol Rufiner)


(Colección Fabulandia año 1990 se vendía el librito como regalo junto con un alfajor)




Creo que una de las cosas más bonitas cuando uno es chico es ir al Kiosco, ese momento mágico en el cual se puede elegir entre una inmensa variedad de golosinas de distintos tamaños y sabores, formas y colores. Me hace pensar que en cierto sentido la vida se parece a un colorido Kiosco.
¿Por qué?
 A menudo cuando uno habla de cómo es la vida con gente más “grande” y “sabia” se da el siguiente diálogo:
-Por eso es que el otro día me pasó esto…
-Y sí… así es la vida… no hay blancos ni negros sino grises…-  te dicen con una cara seria y desanimada, que no es capaz de distinguir una Boa de un Sombrero.
Pero me pregunto ¿Por qué ha de tener grises solamente…? ¿No está el espectro del blanco al negro lleno de colores? ¿Acaso en física no aprendemos que la luz blanca es en realidad un Arco iris?… Sí la Luz y el mundo está lleno de matices pero que no van del blanco al negro pasando por el gris, sino que la luz blanca que ilumina nuestro conocimiento y pensar está separada en un universo de matices de colores que van pasando de color en color en forma de dones por toda la creación.  Por ello a la, persona aleccionadora de la vida adulta, podríamos afirmarle con una sonrisa, algo más seria que su desanimo, y con una mirada capaz de ver un Cordero en una caja:
-Sí la vida no es ni blanco ni negro sino colores… como en un Kiosco lleno de golosinas esperando para que uno las vaya a disfrutar…


 María Sol Rufiner

martes, 12 de junio de 2012

Kilowatts o El lápiz de luz (Lydia Zubizarreta)

Lapiz de Luz, Lydia Zubizarreta





“No se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón,
sino que se la pone sobre el candelero para que
 ilumine a todos los que están en la casa.” (Mateo 5)



Hay nombres que ejercen sobre nosotros una atracción especial.  Por eso, al nacer nuestra primera hija la llamamos Luz.  Fue un acierto, es una persona luminosa.  Por ejemplo lo prueba su “lápiz de luz” que ella creó como símbolo de su labor de diseño gráfico.  Alto como ella, de un material translúcido, en su interior una lamparita lo vuelve luminoso.  Genial en su expresividad, así es el lápiz de luz de Luz.  Se distingue, al ser eléctrico, del usado desde el Renacimiento por, digamos, Leonardo da Vinci.
Imagino que a Leonardo da Vinci le hubiera agradado esta idea de lápiz iluminado. El suyo fue un espíritu inquieto que inventó siempre y en toda ocasión.  Entre otras cosas, ideó utensilios para cocinar.  Algunos muy útiles, otros algo peligrosos: un calentador de comidas llegó a provocar una explosión en el Ponte Vecchio de Florencia.  Como ingeniero militar ideó y creó nuevas armas de guerra, puentes corredizos y otras varias formas estratégicas de defensa.  Como arquitecto construyó una escalera doble con círculos ascendentes que nunca se cruzan.  No era un creador de utopías a la manera de J. L. Borges, la referencia a la escalera circular me remitió a “Las Ruinas Circulares” y a sus laberintos.  Los inventos de Leonardo tenían que pasar por la rigurosa prueba de ensayo y error, tales los estudios de mecánica a partir del andar del caballo o una máquina voladora a partir de las alas del murciélago.  Algunos de sus inventos fueron solo realizables mucho después, incluso siglos después.
A propósito de caballo, James Watt, matemático y mecánico escocés del  siglo XVIII, al reparar una máquina para extraer agua de la mina donde trabajaba percibió que un cambio en el mecanismo lo llevaba a un significativo incremento de su fuerza  que midió en función de la potencia del caballo. El invento de Watt dio impulso a la Revolución Industrial y los motores hoy día siguen siendo medidos por caballos/fuerza.
El año pasado falleció Steve Jobs, inventor de computadoras.  Un precursor de la Era Informática en que se transforman, además de las formas de comunicación, las nociones mismas de tiempo y espacio, al decir de Marshall McLuhan, por la simultaneidad que resulta.  En el sentido social, al abolir distancias, fronteras, y tiempo, llegamos a la “globalización”.
¿Cómo se gestan estas novedades que cambian el mundo?  El inventar, ¿nace de un impulso? ¿Qué tienen en común estas personas que nos legan sus inventos?   
Son seres sobresalientes en cuanto a capacidad e inteligencia. Cuentan, además, con una buena dosis de espíritu de aventura, de conquista, de esfuerzo y de confianza.  Van más allá de los límites de lo conocido como sucede en el sueño que tuvo Jacob en un lugar que, precisamente, se llamaba Luz y que él llamó luego Betel, Ciudad de Dios.  Soñó con una escalera que se elevaba al cielo con ángeles que subían y bajaban.
Cada uno de nosotros tiene su “escalera de Jacob” y va creando cada peldaño según sus posibilidades.  Nadie tiene la vida armada de antemano sino que la construye cada día.  Fuimos creados a imagen y semejanza del Creador quien nos mandó: “creced y multiplicaos”.  Esto significa más que el simple crecer y multiplicarse en número: nos invita a crecer en sabiduría y a multiplicar nuestros talentos.
Pidámosle a Luz prestado su lápiz de luz y hagamos nuestro homenaje a todos los que nos precedieron en la historia legándonos este mundo tan rico y complejo. 
A Dios, nuestro Creador, pidámosle que en nuestro paso por el mundo no solo no aumentemos la oscuridad sino que ayudemos a alumbrar a “todos los que están en la casa”.                                                   


Lydia Zubizarreta       
Quila Quina
                                              

Kilómetros de libros (Mechi Palavecino)


http://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/9392383/Recursos-educativos-de-la-web_arreglado_.html (ilust. blog)




Desde muy chica tengo una rara costumbre: miro bibliotecas. Empecé con la de casa, recorriendo con mis ojos cada libro de los dos últimos estantes (claro está, no llegaba más arriba. Y ahora que lo pienso, la situación no es muy distinta). Tenía esa sensación de misterio: tal vez encontraba algo que yo también podía leer.
El primer libro que le “robé” a mamá fue uno sobre “tu primer bebé”, con muchos dibujos de cómo cambiar pañales, limpiar orejas, dar de comer y demás cosas que como chiquita me resultaba de lo más divertido.
Crecí, pero la costumbre no cambió. Seguía descubriendo libros nuevos en la misma biblioteca, y en nuevas bibliotecas y librerías encontraba historias inesperadas.
Cuando nos paramos frente a una estantería cargada de libros es mucho más que ver palabras y frases. Cada uno encierra un mundo, es alguien que nos habla, nos quiere decir algo.
Y transitamos esos caminos con la mirada hasta que un título nos grita: “¡Me estabas buscando! Esperabas hallarme, aunque tal vez no te dabas cuenta”. No sé por qué, pero esto me pasa muchísimo: me faltan ideas o busco respuestas, y justo el libro que tomo es aquel en el que está lo que anhelaba.
¿Casualidad? No lo creo. Creo que es más bien Alguien que me ayuda a caminar.





Mechi Palavecino

lunes, 11 de junio de 2012

Kilómetros (Sofi Montagnaro)

Muelle de Pinamar, Sofi Montagnaro - Mayo 2012




(Respiración)
¿Puedo mirar?
No puedo ver tan lejos
No veo nada, no, tampoco mi cuerpo
¡Allá!
Vislumbro una silueta a lo lejos
Parece un árbol, pero
Tal vez sea otra persona.
¿Me ve?

(Pasos)
¿Cuánto caminé?
Parecen kilómetros
Y sigue estando a la misma distancia.
Es como si caminara en una de esas cintas
Camino y camino pero no avanzo.
¿Y si pestañeo y me refriego los ojos?
Es en vano.
Todo es bruma.

(Pensamiento)
¿Por qué te vas?
¿Dónde estás?
Me gustaría que te quedases,
Aunque no sepa para qué.
No importa
Tal vez alguien alguna noche
Se pueda dormir y  soñar conmigo.
Tan sólo por una vez.




Instrucciones que a veces llegan tarde:
1) Leer el texto (dista kilómetros de ser poesía)
2) Analizándolo llegará a la conclusión de que es triste
3) Espere
4) Lea las palabras resaltadas
5) Luz.

Sofi Montagnaro

Kilométrica Inexpresión (Lucía Nazar)






Kilométrica la mía, mi inexpresión,
Que me guardo una melodía,
Y jamás llegará a ser canción.

Kilométrica la tuya, tu inexpresión,
Que me conmueve tu mirada
El silencio en el amor.

Kilométrica la nuestra, nuestra inexpresión,
Que por diferencias no nos comprendemos
Ni buscamos la común unión.

Deseo kilómetros de expresión
Voces de poetas
Que transformen las diferencias
en encuentro y celebración.


Lucía Nazar

domingo, 10 de junio de 2012

Kilo (Ignacio Leonetti)

elviejoalmacenargentino.blogspot.com




  Mi abuelo se dedicó al comercio toda la vida. Fue dueño de aquellos almacenes de barrio que tenían de todo y que vendían suelto casi todo porque era una época en la que los plásticos y las fechas de vencimiento no nos habían alejado tanto del natural sentido común de las cosas.
  Mi papá, de joven, trabajó en el almacén/bar y creció entre los jamones olorosos, el kerosén suelto y los naipes de algunos vecinos que codeaban la mesa entre cantos, tintos y retrucos. Allí mi padre –Oscar- maduró su temperamento “hiper sociable” que lo caracteriza y lo hace sobresalir en las reuniones familiares, allí mi padre –en el almacén y en el barrio- conoció a algunos familiares de una señorita que lo llevarían directo a ella y que luego sería su esposa y mi madre.
  ¡Así eran los barrios!

  Pues bien, entre tantas anécdotas que de aquel almacén se cuentan, elegí una para nuestro encuentro con la “k de kilo”.
  Un día, una niña de unos 10 años, se acercó al negocio para hacer las compras. Justo la atendió mi papá (que no tendría más de 18) y se desarrolló más o menos la siguiente escena:

Niña: ¡Hola! Mi mamá me manda a comprar mil gramos de azúcar. Podría venderme mil gramos de azúcar.
Oscar (entre azorado y cómico): Querrás decir un kilo de azúcar, ¿no?
Niña (sorprendida por la inesperada variación de sus planes): No sé. Por favor, véndame mil gramos de azúcar que es lo que me mandaron.

  Y mi papá, sin decir más, sonriendo entre dientes pero sin salir todavía de su sorpresa le pesó y sirvió “los mil gramos” de azúcar que la niña buscaba.

  Y yo pensaba para este momento, para este mundo sofisticado por tantas vueltas y recovecos. Ojalá no perdamos la capacidad de sentir, pensar y decir las cosas con la simpleza que ellas mismas tienen y merecen. Ser simple y no por eso simplistas; ser simples y no por eso menos profundos; ser simples para no complicarnos con “los mil gramos” y disfrutar de la redondez de “un kilo”.

  Esta simpleza creo que nos urge sobre todo a nosotros, amantes de la filosofía, para pensar y hablar del ser, de las cosas y del hombre de forma luminosamente simple. ¡Qué tanto hace falta!

Ignacio Leonetti


Kibbutz (Clemencia Campos)

http://www.repulp.es/2009_05_01_archive.html 



La ilusión, el deseo y los sueños, son los motores propios de las almas inquietas que pretenden salvar al hombre de su angustia y de su hueco existencial.
En Rayuela, en el capítulo 36, Cortázar habla del Kibbutz del deseo. Independientemente, de haber leído o no este libro, mi comentario es el siguiente: El Kibbutz podría ser bien reemplazado, a mi entender, por ese objeto de deseo que todo hombre busca incansablemente, llámese paz, tranquilidad, felicidad estable o perenne, ese “rincón elegido donde alzar la tienda final”, lo imposible, o bien, la luna de Calígula.
Todo hombre ciertamente busca su Kibbutz. Pero para buscarlo, hay que tener fe que existe. Pues de no tener fe, no se lo buscaría. Tener fe en la existencia del Kibbutz permite al hombre escoger un camino, y tomar el timón del navío para empezar a andar por insaciables mares en pos de encontrar aquél Kibbutz que quién sabe en qué maldita isla se hallará escondido, tal vez esperando ser encontrado, o tal vez esperando ser deseado, soñado…
¿Existe tal Kibbutz?
Si existe, ¿es real o sólo existe en la mente del hombre, creado por el hombre tan sólo como objeto de deseo? Es decir, ¿existe sólo porque es deseado?
Quizá, al modo de Calígula, poseemos ese inocente sentimiento profundo de la necesidad de lo imposible, porque las cosas tal como son, no satisfacen.
Quizá, estamos tan desesperados por alcanzar el Kibbutz  que nos fabriquemos uno a gusto y placer.
Quizá, ante la sed desesperada de estabilidad, nos imaginamos un objeto de felicidad, nos creemos nuestro propio cuento, y vivimos… simplemente, vivimos en la cuna de una tranquila conciencia acobijados por la irrealidad.
¿Quién no está loco?
“La esperanza, esa Palmira gorda es completamente absurda, un borborigmo sonoro, mientras que el kibbutz del deseo no tiene nada de absurdo, es un resumen eso sí bastante hermético de andar dando vueltas por ahí, de corso en corso. Kibbutz; colonia, settlement, asentamiento, rincón elegido donde alzar la tienda final, donde salir al aire de la noche con la cara lavada por el tiempo, y unirse al mundo, a la Gran Locura, a la Inmensa Burrada, abrirse a la cristalización del deseo, al encuentro. Hojo, Horacio”, hanotó Holiveira sentándose en el parapeto debajo del puente, oyendo los ronquidos de los clochards debajo de sus montones de diarios y arpilleras.


Clemencia Campos

sábado, 9 de junio de 2012

KGB (Ángeles Smart)

León Ferrari, Planeta, 2003




"No es bien que los hombres honrados sean
verdugos de los otros hombres,
 no yéndoles nada en ello"
(Don Quijote de la Mancha, Cap. XXII)




                Es verdad que tengo varios defectos. Podría estar días hablándoles de algunos. Pero mejor no, lo dejo para otro momento. Hoy prefiero hablar de mis fobias y de una en particular: el instintivo rechazo que siento cuando noto en cierta gente un especial afán o impulso a controlar.
                Porteros, profesores, suegros, maridos, mujeres, padres, hijos, amigos, jefes, vecinos, empleados. No importa qué rol esté cumpliendo, al controlador se lo encuentra en todos los sectores. Se las ingenia para observar, registrar, seguir, acechar, espiar, husmear. Con indirectas, simulaciones, apariencia de interés o preocupación y amparándose en una moral que desde el vamos está traicionando, todo lo averigua, nada se le escapa.
                ¿Qué le pasa? ¿Qué busca? ¿Por qué no relaja? ¿Cuál es su tormento? me pregunto y vuelvo a preguntar.
                A veces comprendo y pienso que su propia insatisfacción interior lo vuelca a estar pendiente del otro y de su vida.
                Algunas veces - las menos-  me sumerjo en una variación imaginaria pesimista del mundo y sólo lo veo como la siniestra presencia del mal en la historia. Encarnado. Disimulado. Cotidiano. Próximo. 


Ángeles Smart