miércoles, 27 de noviembre de 2013

ZZZZzzzz...Adiós muchachos y muchachas










Llegamos al final de la Zeta y retomamos la A para decir... Adiós.

Y qué mejor que un tango para acompasar la nostalgia de la despedida
Y qué mejor tango de despedida del grupo In girum  que "Los Mareados" de Cadícomo y Cobián
La versión de Vitale-Baglietto creo que es para todos los gustos.
¡Qué la disfruten!

                          y,,,    Chan-chan.
                                                  o... Chin-pum
                                                                                como prefieran.



Gracias a todos los que se prestaron al juego,
a los 80 mareados por orden alfabético, como corresponde:

Agustín Porres
Alberto Willi
Alejandro Marticorena
Alexander Vórtice
Ana Watson
Andrés Rambeaud
Andrés Suriani
Ángel Cejas
Ángeles Smart
Ariel Mansilla
Carlos Taubenschlag
Carolina Inés Diez
Carolina Jürgens
Cecilia Mosto
Claudio Marenghi
Clemencia Campos
Cynthia Smart
Dolores Castaños
Dolores Seeber
Estanislao Zuzek
Eugenia Guastavino
Eugenia Varela
Federico Caivano
Fernanda Ocampo
Francisca Beccar Varela
Guadalupe Wimpfheimer
Guillermo Barber Soler
Héctor Makishi
Ignacio Leonetti
Inés Lagos
Inés Uriburu
Javier Nari
Joaquín Cuevillas
Jorge Oscar Marticorena
José Manuel Flores Eudave
José María Schettino
José Martín Valle Riestra
Josep Comas (Marcos Jasminoy)
Lucas Demattei
Lucía Nazar Anchorena
Luis Baliña
Lydia Zubizarreta
Marcela Lopez
Marcelo Gobbi
Marcos Prado
María Echevarría
María Lanusse
María Valle Riestra
María Sol Rufiner
Marisa Mosto
Mario Silar
Mario Teodoro Marzana
Martín Acero Vivanco
Martín Grassi
Martín Horacio Vazquez
Martín Susnik
Mateo Belgrano
Mateo Santillan
Maximiliano Hünicken Segura
Mechi Palavecino
Mechi Rosan
Mercedes Jacquelin
Mili Lanusse
Mimi Blaquier
Nico Balero Reche
Noelia Vanrell
Oscar Gómez Salmerón
Paola Ambrosoni
Paola Delbosco
Paula Munaretto
Raúl Lavalle
Roberto Aras
Rodrigo Sanchez
Santiago Caride
Santiago Vorsic
Santiago Sena
Sergio Chiappe
Sofía Larran
Sofía Montagnaro
Teresita Suriani

Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo, sin decir nada,  abriré  el corazón lleno de nombres.
(Pedro Casaldáliga)



Zutano, el último (Guillermo Barber Soler)

http://cargocollective.com/joewebb#Kissing-Magritte



Hola
soy Zutano
el ultimo de los últimos
bueno, el tercero,
pero de los últimos

de esos que nadie quiere
nombrar
o que no importan, porque digo:
¿a quién le dicen algo
nuestros nombres?

sí, yo de esos soy el tercero
y cuando hablan de Fulano
-imagínense-
todos agachan la cabeza:
“ese fulano…”
y hay que hacer un ejercicio de abstracción
un anti-rostreo
para poder imaginarse
cómo será
el indeterminado fulano

pero para mí
que soy Zutano, el último
-imagínense-
Fulano es como mi héroe
mi hermano mayor
(que haga lo que haga
seguirá siempre siendo mayor)

porque la gente teme convertirse
en un fulano y yo, en cambio, ojalá pudiera
tener su fama
su fuerza de identidad
todo su arrastre
porque ¿quién conoce a Zutano?
si está siempre ahí
indeterminadísimo
indeseado
tapado bajo la sombra tenue de un Fulano
como sombra de otra sombra
con menos rostro que una piedra o que un cuadro
de Quinquela Martín

y Mengano
el segundo mengano
incómodamente en el medio
al menos tiene
la rimbombancia de su nombre
palangánico

pero yo acá solo soy Zutano, el último
que suena raro y por eso se lo evita:
“fulano, mengano y el otro”
“fulano, mengano y paro de contar”
“fulano, mengano y qué sé yo”

y probé, eh
ojo que probé
ser alguien

hacer cosas, ¿vieron?
-porque la gente que hace cosas es alguien
o viceversa, no sé-
y nada, che

las cosas que hago no me dieron nombre
estudiar no me dio nombre
trabajar no me dio nombre
escribir no me dio nombre
las paredes sólo reflejan
eco
de lo que habla
¿qué van a reflejar
del inindispensable Zutano, el último?

ni mi estudio ni mi trabajo
ni la palabra escrita me hablan
ninguna enuncia
mi nombre
-¡ni siquiera mi nombre!-
las paredes no reflejan figuras
y los espejos solo devuelven
lo que era:

¡Zutano, el último
el hueco final
al final
de cada bostezo!

Zutano, ése
homogéneo
esquivo
descartable
aburrido
anónimo
contingente

violencia nominal de ser nadie
nadie
o al menos hasta que una mirada
me devuelva
mi origen.


Guillermo Barber Soler


martes, 26 de noviembre de 2013

Zutano (Carlos Taubenschlag)





ZUTANO 


A Polanco y a Calac los conocemos bastante bien, por lo menos los que estamos habituados a encontrarnos perdiéndonos en las rayuelas del Cronopio, porque ya escribieron los chinos o lo hubieran escrito que recorrer laberintos tiene muchas significaciones, aún cuando se trate de ese breve laberinto lineal que es la rayuela… aunque ahora que lo pienso me parece que no lo leí en el Sutra del Corazón Prajna Paramita, texto sagrado del budismo, sino en Consonancias 15, página 5.
Pero volviendo a Polanco y a Calac, una pareja que los antecede y que aparecía en todo tipo de textos (y más bien en las actualizaciones domésticas del derecho romano, en textos legales y éticos y en los que recrean situaciones posibles de encuentros o diálogos entre distintas personas de las que desconocemos o hemos olvidado los nombres o preferimos no darlos a conocer) eran dos recontratatarabuelos de Polanco y Calac, me refiero a Zutano y Mengano, entre otros –para no citar a Perengano y los parientes más lejanos en los grados de afinidad superior, inferior y lateral-.
El asunto es que a Zutano lo tenía tan visto –o mejor tan escuchado- que cuando la Cronopia  que orienta este yiro nocturno me avisó que se terminaba la vuelta me entusiasmé para participar y la perezosa Z me dio pie para convocar a Zutano a informarnos de sus últimas andanzas.
Fue bastante inútil. Se ve que está siempre afuera y en el contestador de su zapatería hay una grabación con bastantes opciones, ninguna de las cuales conduce a hablar con Zutano. Después de avisar con gentil acento de algún país latinoamericano central que uno está efectivamente comunicado con la Zapatería Zutano, se escucha una serie de opciones: si quiere averiguar precios, marque Z 1; si quiere dejar un mensaje, marque Z 2; si quiere conocer los horarios en días laborables y feriados tradicionales, marque Z 3; si quiere conocer los horarios en los feriados nuevos, desplazados, trasladados o puente, marque Z 4… Cuando el contestador llegó a … marque Z 54 sin mencionar todavía la opción de hablar con Zutano, entré en esa etapa que ni Sartre ni Heidegger conocieron y que supera la náusea, el anonadamiento y el ataque de pánico: el estrés existencial de seguir esperando en línea durante un eón indeterminado, o de colgar y mandar al reverendo infierno a Zutano y al que grabó el mensaje, sabiendo que tal vez tarde o temprano tendría que llamar de nuevo. Tal vez sea lo mejor. Me voy a tomar unos mates, y cuando junte ánimo y haya leído los aportes de tantos yirantes nocturnos, voy a volver a llamar. En esta vida-mandala que no para de dar vueltas y más vueltas arrastrándonos en su girar, podemos o no alcanzar respuestas, pero no podemos dejar de preguntar, dejar de llamar, dejar de interpelar.



Carlos Taubenschlag




Zurcir (Dolores Seeber)



Daniel Garber. Zurciendo (ilust.blog)




Patria, Familia, Hogar,
No puedo verlos lejos
No puedo apartarme de ellos.
Gritos, discusiones  ese vestido esta largo…
La casa va a terminarse, qué mueble perfecto
Frondizi es un canalla,
Alsogaray  vendió el país
Un congreso donde todos opinan.

Un calor que se aspira tibio,
Un amor que es por pudor  amortiguado,
Una ternura con disfraz de grosería.

Esa es mi familia   y     mi hogar
Y mi patria…¡¡Ay!!  Pobre patria mía.
Atolondrada como jóvenes
Irresponsable como niños
Desordenada y muy latina
Miles de defectos, virtudes también.

Pero  ¡Qué linda ¡    y   ¡Qué mía ¡
Si, mía, yo soy argentina.

No podía verlos lejos
No podía separarme de ellos
Eran yo.

Paso un año, él fue mi verano
Las naranjas, los tomates, los frutos todos
Maduran con el sol y  el viento
Y el calor y el frio
Las lluvias y el abono.
Supe lo que era ese dolor en la garganta que lastima, que hiere
Pero no enferma.
Ese estado un poco etéreo
Del sueño que, no es feo pero tampoco hermoso
Viscoso  agridulce
Mezcla de tristeza alegre
De soledad acompañada
De agonía viviente
De paz angustiosa.

Tiempo de ajustes

Y…empezaron a nacer los frutos
Años atrás sembrados.

Al crecer cambia la dimensión, amplitud
Mas no la contextura.
Se ve el mundo grande
Y, al mismo tiempo uno.
Masa, grupo, individuo
Solos y aislados
Pero apiñados, como abeja en panal
Luchan contra polos imantados
Con vitalidad angustiosa
Buscan comunicarse en un mutismo hostil,
Buscan libertad esclavizando sus mentes,
Buscan unión pero no quieren darse,
Buscan amor,  felicidad
Cerrando la llave de paso.
No quieren amar, sino ser amados
Comprender, sino ser comprendidos
Quieren salvar el mundo entero
Sin saber cómo salvarse a sí mismos.

Miopes,  ciegos.

Patria, familia, hogar
Pude verlos lejos
Pude separarme de ellos.
Y….ahora puedo amar
Asequible


Dolores Seeber



lunes, 25 de noviembre de 2013

Zumo (Oscar Gómez Salmerón)





Hay una sola cosa que me relaciona con Jay Kordich: nacimos un 26 de agosto.
Por lo demás, creo que, como soy un carnívoro, pastimaníaco (o como se denomine a un fanático de las pastas) y amante de los dulces, jamás voy a llegar a disfrutar una vida plena, enérgica y saludable como la de este hombre de noventa años. Según cuenta, su secreto está en el consumo de los jugos naturales, que le salvaron la vida estando enfermo de cáncer.
Hace un tiempo empecé a relacionarme con la dieta natural que impulsa Jay.
Mis músculos se fortalecieron a fuerza de exprimir naranjas, pomelos, limones. A ver si me entienden: obtuve unos bíceps fenomenales y unos antebrazos notables por el ejercicio del exprimido. No por las vitaminas aportadas por tantos frutos que bailaron en mi exprimidor.
Además, nunca fui un fiel discípulo. Las pastas y dulces siguieron persiguiéndome, así que, por más que tomara unos regios batidos de vegetales con zanahorias, tomates, un jugo verde de kiwis, manzanas verdes, pepinos y menta fresca, éstos jamás pudieron competir con unos ravioles a la salsa scarparo o fileto, un mondongo a la española o una tortilla de manzana flambeada al rhum.
Hay gente feliz con los zumos. Sino pregúntenle a Timothy Brownie o a Manal que le cantan al jugo de frutas y al de tomate frío. Según dicen, no hay nada más saludable que los jugos recién exprimidos, por más que BC haya intentado con los jugos en polvo. “Enamórate del verdadero sabor a fruta”, mentían, mientras unos nostálgicos exprimidores se despedían de los frutos naturales cantando “Te extraño, te olvido, te amo”.
Por supuesto que ataqué el salvavidas abdominal con más y más jugos siguiendo la inefable zumo-dieta de piñas, papaya y tamarindo; pero el efecto quema-grasa sucumbió ante los alfajores de chocolate, las medialunas de manteca, las Mellizas, Rumbas, Amor y Merengadas. Maldito Terrabusi.
Bueno, no todo se perdió; seguí con los batidos, sobre todo los de banana con leche. Y en momentos de stress, cuando las recetas me indicaban un zumo de melón, manzana y grosellas, terminaba rematándola con Agua de Valencia, una increíble mezcla de cava espumosa, naranja, ginebra y vodka; con no mucha azúcar porque es insalubre.
Pronto arremeteré con un excelente batido con jugo de vegetales y limón y semillas de apio, al que sólo hay que agregarle un poquito de pimienta y sal y unas gotas de ¿tabasco? Se llama algo así como Bloody Mary. Después les cuento.


Oscar Gémez Salmerón


Zumbidos (Estanislao Zuzek)






Los hubo siempre, molestos en menor o mayor grado, generalmente pasando al olvido al ser tapados por otros acontecimientos. Otros quedaron, aunque sea a nivel de reminiscencia.
Una que me quedó grabada, creo que para siempre, fue el zumbido sordo proveniente de detrás del horizonte y que en corto tiempo, bajando del cielo, se convertía en ronroneo de motores. Aparecía una formación de grandes aviones, de tres en fondo, larga…. ¿quizás un centenar?, cruzando por sobre nuestra ciudad, Ljubljana, bien alto. Eran bombarderos de los aliados que iban en dirección a Rumania – y según los mayores, entendidos – a soltar su mortífera carga sobre la refinería de petróleo en Ploesti.  Para nosotros, los niños - yo tendría unos cinco años – se trataba de un espectáculo hermoso. En lo alto: esa formación perfecta, monolítica y sincronizada nos cautivaba. Claro, no teníamos noción exacta de lo que ello implicaba – víctimas, heridos, muertes, orfandad…, destrucción, sufrimiento y desolación… que toda guerra conlleva. También aquella, la II guerra mundial. La maquinaria de la guerra impresiona, hechiza y desalienta a más de uno por su casi inconmensurable poder aterrorizante. ¡El hombre – lobo del hombre! Primero, ulular de sirenas, luego, el zumbido, ronroneo y… que ¡Dios nos guarde!

En los últimos días de la guerra, para evitar caer en manos de la guerrilla revolucionaria que se venía, nuestros padres decidieron que nos retiráramos temporalmente a Austria hasta que los aliados se hicieran cargo de la situación – lo que, en verdad, nunca sucedió. ¡No conocíamos los acuerdos de Yalta y sus ‘esferas de influencia’! Yo ya tenía siete años. Unos diez días más tarde, estábamos parando con muchos otros refugiados en una escuela en Villach y me encontraba asomado por la ventana de algún piso superior de una escuela… Apareció muy tenue un zumbido de motores. Iba acercándose y creciendo y, de pronto, dando vuelta al recodo apareció un camión militar, otro y otro… Avisé a mis padres “¡Llegó el convoy!, ¡Vamos!” El embarque fue rápìdo, en general llevábamos sólo bártulos de mano. El convoy enfiló para el sur, cruzando los Alpes y nos depositó en Udine, Italia; convirtiéndose esa retirada temporal en… permanente. Claro; de eso nos hemos percatado unos cuantos años más tarde. ¿Quién imaginaria en ese entonces lo premonitorio de aquel zumbido incipiente?

Un zumbido primero e instantes después un ruido sordo, como el que se sentía en algún cine de la calle Corrientes toda vez que debajo circulaba el subte. Me sobresalté en la cama. Eran las seis de la mañana. Pero acá, en Alta Gracia, no hay subtes, ¿no? ¡Ah, debe ser el tren…! Sin embargo, la estación y el ferrocarril se encontraban en la parte opuesta de la ciudad, lejos, pues… El ruido aumentó a ensordecedor y los vidrios de las ventanas trepidaban, también las puertas. ¡Algo se venía, pues! Me levanté saltando, salí al pasillo y atravesando velozmente la recepción, me encontré en la calle en medio de unos cuantos huéspedes del hotel, en paños menores, igual que yo, y todos azorados por lo insólito del suceso. Pudimos constatar después que en Caucete, San Juan, hubo terremoto. Y como el “show debe continuar”, previo comentarios circunstanciales, proseguimos con las reuniones del congreso al que asistíamos. Zumbido telúrico… del cual felizmente pudimos zafar.

Laguna Negra, en Bariloche, en ese entonces era accesible por la picada vieja, trepando por la pared casi vertical de la cascada al fondo del valle del arroyo Goye. Estaba aun con el paisaje virgen, sin haber sido mancillado por obra humana alguna, con el majestuoso Cerro Negro a la izquierda. La visitamos con un hermano mayor. Plantamos carpa un día de sol radiante. Para el ascenso normal a dicho cerro, se daba vuelta a la laguna, rodeada aun de nieve. A la vuelta, con el sol a plomo y sin ninguna brisa, el zumbido de los tábanos volando en torno nuestro se hacía muy pesado. Ya en el campamento, apuramos el “almuerzo” para meternos rápidamente en la carpa y huirles, cerrándola. El calor la hizo inaguantable. Decidimos entonces abrirla y protegernos cubriéndonos con lo que estuviere a mano. En particular, la cabeza la envolví en una toalla –  al fin, ¡santo remedio! ¡Pero, no! Hubo de infiltrarse a través de los pliegues de la toalla,  pues, ¡¡muy al ratito un zuuumbiiiiiido finiiiiito y peneeetraaaante de un tábano me horadaba el tímpano!! -  ¡No podía ser! - Acto seguido desarmamos campamento e iniciamos el descenso. De tábanos picadores y sus fastidiosos zumbidos habría aun mucho más para contar…

Con el transcurrir de los años uno termina constatando en su propio interior la aparición de sonidos, ruidos, en general zumbidos a modo de manifestaciones para-sonoras y que suelen convertirse en perseverantes, incluso permanentes. Tinnitus o acúfenos, como los llaman. Para consuelo me digo que suelen venir a modo de ‘impuesto a la vejez’ – para no estar uno solo, ¿no? Ya no hay silencio total… Uno se acostumbra y convive con ello. Pero. Ese zumbido, pues, ¿preanuncia algo? – Deberé estar atento, por si – susurrando - trae mensaje.


Estanisalo Zuzek


domingo, 24 de noviembre de 2013

Zumbido (Nico Balero Reche)



Marc Chagall, Paisaje azul (Ilust. blog)




Tarde, por la noche un zumbido extraño, desconocido, un sonido sordo pero continuado que hacía picar el oído, que hablaba claro sin hablar, como una mirada penetrante, me dijo que la decisión fue bien tomada, que en un chasquido me llevaría a la felicidad después de tanta espera,  consecuencia de la belleza de la huida (entre gota y gota de llanto) de aquella ilusión, de aquella utopía que parecía ser un árbol con buenas raíces, un viernes de sol, pero no lo era. Aquél zumbido me hizo dar cuenta que en realidad, aquello era un juicio sin ley que lo ampare, una kyrie que invocaba la soledad. Me hizo notar que la necesidad no es tan necesaria, que aquellas cosas vividas eran simples ñoñerías que no me dejaban salir de mi propio ombligo, y que me hacían ver mi propia vida como una mala obra de teatro, simplemente pasando a través de mis ojos.
Aquél zumbido mágico me dijo que ya no había queja suficiente para esta pena, que ya no estaba rendido. Me aseveró que no importa tanto el por qué, el cómo o el qué, de dónde venimos o hacia dónde vamos; sino que importa simplemente la búsqueda…  sin mirar para adelante, sin recordar el pasado, simplemente contemplando el actual paisaje que pasa por mis ojos: lo único importante, lo único vivo, lo único valioso.
Cuando ya no pude más, “¡wun!”, me gritó aquél zumbido, marcándome hacia dónde mirar… hacia aquél alba con el que amanecerá el mañana, y me mostró que allí no me encontraré más contando el pasado de estrellas incontables que ya no existen,  que no me encontraré más con incógnitas incuestionables, que ya no habrá más “x” por resolver y que justamente allí encontraría mi yo.
Aquél zumbido, voz divina en la conciencia, al que le tengo confianza sin saber por qué, al que le entrego mi corazón sin restricciones, me guiará y me hará encontrar la paz. Qué lástima que era tan silencioso aquél zumbido… bastó todo un abecedario para escucharlo.  


Nico Balero Reche