domingo, 10 de noviembre de 2013

Desde el tintero de la H

Herencia (María Paola Delbosco)
    
                                                       


¿A qué edad se empieza a pensar en la herencia? Quizás cuando uno es adolescente y descubre las desventajas de haber heredado cierta nariz, la falta de centímetros verticales y la abundancia de los horizontales -o viceversa. Pero la herencia estaba ahí desde antes, porque la vida es una larga cadena ininterrumpida de herencias que se cruzan una y otra vez, hasta llegar a cada uno. Nadie se da la vida, nadie la puede pedir, pero cuando nacemos ya estamos en deuda.  Cuando finalmente se agota la fase crítica hacia los padres, empieza el descubrimiento de lo que hemos recibido y que es parte de nuestra identidad. (Si hubiera llegado a tiempo para la letra ‘g’, este ensayo se titularía ‘gratitud’, que es la otra cara de la herencia. Pero no importa, sigo).
Si me pregunto en qué consiste mi identidad, no puedo no referirme sino a esos eslabones humanos por los que me llegó, generosamente, la vida. Y no sólo la física, sino toda la vida: el sentir, el pensar, el amar, el preferir, el gustar. No hay rincón de mi persona que no se enlace de alguna manera con mi padre o mi madre, y sus padres y madres. Tengo hasta ahora una sola herencia material: un libro muy antiguo, que perteneció a mi (?) tatarabuelo, o algún grado de abuelo más complicado de escribir. Es un  pequeño pocket del siglo XVI - año 1547 edición veneciana Aldo Manuzio por la precisión-, y es lógicamente una herencia cargada de toda la historia familiar. Cuando acaricio sus páginas amarillentas, pero intactas, protegidas por las tapas de finísimo cuero de cabra, los ojos de la memoria ven de nuevo esos interminables salones-biblioteca de mi abuelo, controlados continuamente por el severo retrato del tatarabuelo ( o algo más), quizás el propio dueño del libro. El libro, los libros amados y guardados son el símbolo de un estilo familiar, de una herencia no material, una raíz fecunda, que no me pertenece, porque yo le pertenezco. Pero yo también soy cadena para la herencia. A veces la estúpida -e incómoda- herencia de un remolino en el pelo, que reconozco con asombro y fastidio en la cabecita de algún nieto, pero la cosa no termina ahí. Si del remolino en cuestión no tengo ninguna responsabilidad ¿no debería sentirme responsable por otras herencias como la impulsividad, la imprecisión, el apuro?  No sé, pero me consuela pensar que la gratitud por la vida quizás sumerja los reclamos. 
                                               
 Paola Delbosco

1 comentario:

  1. ¡Muy linda Paola tu mirada agradecida hacia atrás y esperanzada hacia adelante! Muy en línea con tu mantra. Aquí parece presentar colores más definidos todo ese tejido vital que es don y tarea.

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