sábado, 7 de enero de 2012

Futuro, Flores, Frutas, Fiesta (Lydia Zubizarreta)

Lydia Zubizarreta, El manzano en primavera





Futuro.  La palabra con duras “u” nos presenta un misterio: aquello que viene hacia nosotros sin que lo invitemos.  No nos deja opción.  Viene a traernos lo que va a ser nuestro presente inevitable.  Deja asentada nuestra naturaleza vulnerable.  Podemos sentir esperanza o temor.  El futuro tiene sus ciclos y sus leyes, así es la naturaleza.  Puede ser un eterno retorno o el avanzar en sentido único.   

Flor.  Palabra simple, elemental.  Una sola sílaba con sonido prehistórico que designa variedades asombrosas de tamaño, complejidad, perfume, textura y color, invitándonos a nunca conformarnos con una sola forma en las cosas.  La violeta, la flor de la manzanilla y de la menta, el amancay, el narciso, la camelia, la magnolia, la flor del ceibo y del jacarandá, la del lapacho, por citar algunas pocas, todas únicas, distintas, maravillosas. Es Diciembre y en los alrededores de mi casa hay flores diseminadas por todas partes: orquídeas en los lugares más inesperados entre la rosa mosqueta que también está en flor y lupinos que desprecian las distintas cualidades de los terrenos y tanto pueden crecer en la arena junto al lago como más adentro en el verde.  El quintral y la aljaba irrumpen con sus rojos y violetas, y en las laderas, a pesar de la sequedad de esta temporada, multitud de amarillas topa-topa.  ¡Y las rosas!  Todos los días nos traen más y más sorpresas.  Es la flor por excelencia: noble y aguantadora solo pide recibir sol y agua.

Fruta. La palabra nos hace dar una vueltita con la lengua como practicando para dis”frutar”.  Las hay tan variadas como las flores en cuanto al perfume, la consistencia, el color.  Mil variantes delicadas, todas exquisitas.  Escapa a cualquier definición el sabor de un durazno, una naranja, una manzana, una cereza,  un higo, una uva.  ¿Quién podría haberlas creado que no fuera el Creador? 

Flores y frutos, milagros cotidianos, aseguran por si mismos su generación: otro milagro.

¿Qué nos dice Dios a través de ellos?  En el tiempo futuro estamos invitados a participar de su Gloria.  ¿Podemos suponer que encontraremos allí alguna semejanza con  las flores y las frutas?  Es posible.  Un principio de esa semejanza ya está en nosotros.  Cuando falleció mi madre sentí algo así, pues de su persona me quedó su esencia que era como un sabor y un perfume. 

Adán y Eva, según el Génesis, comieron el fruto del árbol prohibido y en consecuencia fueron expulsados del Paraíso. Entró el dolor y la muerte en sus vidas con lo que eso significa de tiempo pasado, presente y futuro.  Ese árbol es representado por un manzano.  Al crear el manzano y todos los árboles frutales, el Creador, que vio como bueno todo lo que hizo, mandó a la flor preceder al fruto.  ¿Deseó para nosotros el goce de la flor y el agradecimiento por ese goce en primer lugar?  Me atrevo a imaginar que el gran pecado fue no ver la flor e ir directo a apropiarse del fruto. 

Dice el Cantar de los Cantares (2,12-13):

Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola.  La higuera dio sus primero frutos y las viñas en flor exhalan su perfume.  ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!

  En un eterno retorno, con toda novedad y frescura, cada primavera vuelven a aparecer flores y frutas.  Levantemos la vista y escuchemos al Señor.  A través de ellas nos habla de su amor.                                                      





Lydia Zubizarreta
                                                                             Quila Quina


Futurible (Federico Caivano)




Es posible, sí, pero poco probable. Yo podría tranquilamente levantarme de mi asiento, insultarle en la cara al profesor y salir corriendo. No hay nada que me lo impida. Por lo menos físicamente hablando. Él está ahí, yo acá, hay unos 15 metros entre los dos, mis piernas funcionan bien y mi voz también. Todo está dispuesto y no tengo que hacer mucho más esfuerzo que cuando me levanto cada mañana.

Por otra parte, bien que nunca lo voy a hacer. No quiero. La barrera es psicológica, no física. Además, no tendría por qué hacerlo más que por el simple hecho de que puedo. Y sin embargo, no puedo. La gente se preocuparía por mi salud mental. Aunque si estoy teniendo estos pensamientos probablemente ya sea tarde para preocuparme por eso.

¿O será algo común? Por ahí le pasa a todo el mundo pero nadie lo comenta. De hecho, es demasiado tentador hacer algo así. La posibilidad está ahí, en toda su tierna inocencia, esperando ser actualizada. Y sería tan fácil… pero las posibles consecuencias me retienen.

¡Ajá! Es lo posible contra lo posible lo que lucha. Lo actual prefiere ver desde lejos, sentado en su trono de mármol cómo se disputan todos los posibles un lugar en su corte.

Será por eso que me da vueltas la idea; vino a mi cabeza sabiendo ya que nunca saldría de allí.

(A todo esto, me perdí lo que dijo el profesor)

 Federico Caivano

Fugitivos (Marcelo Gobbi)

David Janssen en la serie “El fugitivo”  de los 60' (Ilust.  blog)
http://www.bibliofiloenmascarado.com/2010/06/23/resena-el-fugitivo-de-j-m-dillard/




 
Teníamos, sí, algunas costumbres pintorescas, pero nuestras perversiones no eran de las más graves. Sin embargo, últimamente nos veníamos sintiendo escrutados, sospechados. Habían empezado a vigilarnos como si fuéramos los Corleone. Todo tipo de agentes de control parecían haberse puesto de acuerdo, como guiados por una mano invisible, para hostigar a nuestra familia.
El policía que encontraba camino a casa cerca de la cancha de River me obligaba exhibir casi a diario los documentos del auto y a perder tiempo. Intentaba convencerlo de que se trataba de un atropello, de que yo no había cometido ninguna infracción, pero no lográbamos ponernos de acuerdo. Un día le entregué ciertos materiales para que leyera y le sugerí que los comentáramos durante la detención del día siguiente. Al día siguiente me volvieron a detener, sí, pero habían cambiado al policía y debí comenzar nuevamente con todo el proceso. Agotador.
Como condición para poder salir de un supermercado Coto (más que el nombre del lugar, casi una advertencia), un guardia privado obligó a mi mujer a que mostrara el contenido de su pequeña cartera luego de que ella hiciera allí una compra de mil cuatrocientos pesos. El retén, al no encontrar nada comprometedor, liberó a la imputada y continuó molestando a otra gente.
Cambiamos de supermercado, pero en vano. Dos semanas más tarde, una cajera de Carrefour nos humilló públicamente al llamar a grito pelado a su servicio de seguridad, excitada como si hubiera encontrado a Bin Laden en una caverna afgana, cuando uno de mis hijos atravesó la caja llevando ostensiblemente una botellita de agua mineral, vacía, que había comprado antes de ingresar en el local.
La semana pasada tuve que firmar una escritura. Luego de requerir mi documento de identidad, mi firma y otros datos en una planilla, el escribano me pidió que estampara allí mi huella digital, como hacen los procesados. “Estoy obligado, hay mucha sustitución de identidad”, dijo. Ya tengo demasiados conflictos con mi propia identidad como para cargar con la de otro, pensé. Con los dedos sucios de tinta caminé rápidamente hacia un taxi y me tapé la cabeza con el abrigo, como he visto que hacen los detenidos cuando hay fotógrafos no sé muy bien para qué.
Algunos critican nuestra decisión por desmesurada. Pero nosotros no nos arrepentimos. Al principio fue un poco molesto eso de vivir repartidos en casas de amigos, de comunicarnos con papelitos enviados a través del sodero, de salir poco, únicamente de noche y con una peluca pelirroja. Pero uno se acostumbra a todo, incluso a la vida del prófugo. Hasta tiene sus ventajas esa privacidad: nos ha dado una soltura que nunca antes habíamos sentido en la Argentina. Tal vez ahora sí nos animemos a hacer cosas algo más arriesgadas, quién sabe.
 Marcelo Gobbi



Fuga en Firenze (Jorge Oscar Marticorena)

Centro histórico Perseo




Fuga que permite la luz.
Luz que permite las artes,
artes que nos impregnan
con el placer de ver.


Luz que se despliega
desde la solidez del objeto,
desde las escasas dos dimensiones
del cuadro la pantalla.

Artes que diluyen en la luz
significados, placeres.


El sonido sembró en mí emociones,
en algún momento de vida joven
y de una tocata y fuga en do menor.
Así, a través de un dibujo animado,
percibí, confusa, la presencia del genio.


Luego llegó la imagen.
Aprendí las magias de la luz.
Probando y errando, llegué a la fotografía,
a la que uní mi vida
y es, aún hoy, una de mis compañías amadas.


En una fotografía reciente
de una escultura hermosa
descubro que quien la observara con atención,
recorriendo ángulos, ordenándolos en ritmos,
llegaría a componer su propia fuga
de imágenes interiores.


Cosa que yo también podría haber hecho
si, en vez de componer la foto,
me hubiera permitido estar más tiempo
deleitándome con la visión del Perseo.

Sugerencia: acompañar con J.S.Bach, Sonatas y Partitas para Violín, a gusto.



En casa, de vuelta de Florencia, 19 al 23 de Diciembre de 2011
Jorge Oscar Marticorena

Fósforos (Ángeles Smart)

Jeff Koons, Luna, Galería de los Espejos, Versalles, 2008.



La niña seguía sentada, con la rigidez de la muerte, sosteniendo los fósforos en su mano, un paquete de ellos gastado. “Trató de calentarse” dijeron algunos. Ninguno imaginó qué hermosas cosas había visto, ni en qué gloria había entrado,  junto a su abuela, en el día del Año Nuevo. (H.C. Andersen)


Tal como podemos deducir del sufrimiento que todo ello entraña, es mucho mejor sanar la propia afición a las fantasías que esperar, deseando y confiando en resucitar de entre los muertos. (Clarissa P. Estés)



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            No voy a decir que es uno de los máximos problemas de todos, pero sí por lo menos mío. Y no es improbable que de alguno más. Tampoco voy a enumerar las veces que me sedujeron los espejitos de colores ni las brillantinas azules, rojas o verdes. Lejos mi intención de querer aburrirlos contándoles lo que he llegado a odiar ese falso y estridente amarillo que nada tiene que ver con el oro de los dioses (“el lujo es vulgaridad” han cantado con razón), y que se las tira de dorado. Sin embargo, difícil me resulta, demasiadas veces, diferenciar la verdadera luz de sus sucedáneos más efímeros y llamativos. Dicen que no es lo mismo poner entre paréntesis el estado de cosas existentes, para poder así articular configuraciones más verdaderas, que evadirnos a un mundo más pleno, luminoso y acogedor, que sólo consigue que sigamos soportando el nuestro en su estado más  desolador, oscuro y hostil. Simplemente quiero encontrar un mapa que me encamine en el intrincado laberinto de las variaciones imaginarias del mundo para poder distinguir, de entre aquellas que nos mantienen en un helado “más de lo mismo”, a aquellas que significan una verdadera liberación y posibilidad de cambio. Se aceptan sugerencias para el año nuevo.

Bariloche, 31 de diciembre del 2011


Ángeles Smart



Fortaleza y fragilidad (María Echevarría)

Carlos Juérez, La huella que persiste, collage (ilust. blog)


Siempre me sentí fuerte. Y siempre me supe frágil, fragilísima. Nunca entendí cómo podían darse juntas estas dos cosas y, a la vez, no concibo que pueda ser de otra manera.

No entiendo bien cuál es causa y cuál efecto, pero me parece que por ser frágil, demasiado receptiva y sensible, fui creando una especie de muro que me permitiera protegerme. Como el caparazón en que se refugia el frágil caracol. Como la fortaleza infranqueable del bicho bolita cuando se cierra sobre su propio ombligo. Creo que eso es lo que siempre hice, construir una gran muralla  alrededor de mí. El problema es que cuando una pared de este tipo sufre alguna fisura (y eso SIEMPRE pasa), uno estuvo tantos años escondido que hasta el más tenue rayo de sol quema lascerante la hipersensibilizada piel. Y entonces pueden pasar dos cosas. O uno recibe esa herida, la cicatriza y se va haciendo más fuerte, se va curtiendo la piel, a la par que las rajaduras en la pared siguen aumentando hasta tornarla inútil. O uno se asusta más aún y refuerza la muralla, a tal punto que nos terminamos ahogando en nuestra propia trampa mortal donde ni la luz, ni el aire siquiera, son bienvenidos.

Creo, sin embargo, que el asunto tal vez sea más simple. ¿Por qué armar un caparazón que nos proteja del mundo, un exoesqueleto, si, después de todo, tenemos más de doscientos huesos dentro de nosotros que nos dan estructura y firmeza, para interactuar con ese mundo? Seguro que sufriremos heridas pero parece que esa es la única manera de vivir. De adentro hacia afuera.


María Echevarría

Fluir (Clemencia Campos)



http://maryleydihernandez.blogspot.com/2011/06/meditacion-del-dia-deja-que-el-rio.html


“Hace cuanto que no escribo…hace tanto, tanto que no disfruto de hacer burbujas. Hace tanto que no coloreo.

Hace tanto, cuanto tanto, que mis sonetos no salen como tiros.

En otros tiempos vos me disparabas y con palabras en el péndulo de la muerte y del recuerdo u olvido describía, yo antes, mi mente y mis delirios.”
 

¿De qué estoy hecha? De nada tal vez, y nadando paseo en el vientre materno.

¿De qué estoy hecha? De aire tal vez… de aire, como tornasolada y brillante en esa esfera gigante, como reflejo de un sol caliente, me siento desnuda en una burbuja que azarosamente baila en la nada gracias a las temibles sopladas del viento que en un carnaval canta y mientras, yo, zapateo.

Temibles huracanadas que silbando me trasportan a rosales, que aunque maravillosos, están lleno de agudas espinas. Y una de esas, una atrevida, me pincha y en un plop, caigo al piso y sin paracaídas.

No más vacío, no más de la náusea nada; sólo necesito un suspiro, un respiro.

Un llanto, un jadeo…un grito en el Cielo.

Anhelaba esa vuelta a mí. Conmigo desde afuera, y no espejada en mi misma burbuja. Pero… ¿por qué aún me siento como dentro? Sigo adentro. Intento salir… logro nacer de vuelta. Y envuelta en un manto, en un río me depositan; y reencarnada en Moisés me despierto.

Amanecer.

Chau burbuja, chau canasta de mimbre. Tengo piernas; intento caminar…me siento atrapada, como amarrada de pies y manos. Sigo atada a mí. Y desde afuera, conmigo misma espejada ahora en ese río, el Lete, el del olvido. ¿O sería mar acaso? Un mar por mí creado. Mar salado, de lágrimas por algo perdido. Ya olvido.

Realidad que aún no nació. Realidad que es un sueño que intenta salir del vientre materno.



Clemencia Campos


Floricultura (Santiago Vorsic)

 

Creo que alguien habrá escuchado alguna vez que no hay nada más cruel que matar una flor. Desde mi postura, la muerte no deja de ser algo furiosamente necesario para ella.
Es un trabajo muy simple, uno normalmente comienza por incursionar con una pequeña herida, un simple rasguño o tal vez algo más importante, quizá algo permanente. Claro que esto no es motivo de la voluntad, sino del malsano y cotidiano error. Ellas lo tientan a uno, lo que las hace responsables en cierta medida, pero también muy vulnerables. Les pido a ustedes, por favor, tomen conciencia en estos casos.
Dando el primer paso, el juego comienza emocionante. Recordarán o a lo mejor se imaginarán lo erótico que resulta ver la danza de sus pétalos. Cada palabra, cada emoción, absolutamente todo tipo de expresión produce un suave y armónico ondear de pétalos. No hay forma de contenerlos todos, sólo es posible saber que son infinitos y que son infinitamente hermosos. El juego es motivarlos todos, sentir el roce de su piel calórica, perfumada… De su perfume es algo de lo que no podrán olvidarse o al menos yo jamás he podido olvidar.
Uno no se preocupa por los suaves gemidos que esbozan cuando uno les apoya el pie encima y las hace rodar suavemente. Pronto se da cuenta de que las está destrozando. Ya sé que esa herida queda, pero inmediatamente después ellas recuperan su autentico esplendor, claro… no antes de pedirles las más sinceras disculpas.
Se puede hacer el juego algo casual, hasta fugaz quizá. Esto, cerciorados de que pronto el tiempo les devolverá la vida y la belleza. Pero también existe la posibilidad de que el juego continúe, de dejarse perder por la caricia de sus pétalos, de dejarse perder por su perfume. Es cuando ellas logran sentar raíces y poco a poco se apoderan de uno. Jamás se pierde la posibilidad de escapar, pero intenten huir antes de que ellas lo dejen. Existen situaciones en que sus raíces se aferran tan firmemente que si se van casi siempre se llevan un pedazo de uno.
Es menester para mí hacer esto algo breve y no perderme en los casos particulares, ya que si uno quiere ser un buen asesino no debe tener revoloteando en la cabeza centenares de posibilidades, ya que si no, se perderá en la duda fatal.
Es para tranquilidad vuestra que me atrevo a mencionar que a pesar de cuantas veces uno hiera, pisotee o mutile su endeble cuerpo no habrá culpa para nosotros que las ampare, porque a ellas les encanta. Les encanta también librarse así de nosotros, porque son libres y es preciso que jamás pierdan su libertad.
Santiago Vorsic



Florería Las Parcas (Mateo Belgrano)






La Tía Clotilde, la Tía Laura y la Tía Andrea, eternas solteronas, tenían una simpática florería en una esquina de un barrio que nunca nadie encontró. En ella, corría la leyenda, daban vida a las flores más hermosas en el desierto que nunca vio el amor.

Desde las manos de Clotilde se gestaban los primeros capullos y retoños. La frescura de sus dedos color de rosa era el alba de sus crías. Un poco más crecidas, estas, peinaban sus pétalos, paseaban sus atuendos florales a la primavera y coqueteaban a los besos con las abejas. Pero ninguna imaginaba qué depararía de sus días.

Los atentos ojos de Tía Laura acompañaban el compás de su crecimiento para determinar con su vara la madurez alcanzada para el fin de sus suspiros. Quién hubiese dicho que creatura tan delicada y hermosa sería capaz de tan grandes cosas.

Pero sus chiquillas nunca fueron para vivir encerradas a un vivero. Llegada la hora, Andrea decidía algún pretendiente enamorado que tomaría a una de ellas en su agonía. La florista, acariciando el tallo que respira, toma las tijeras de la ventura en sus manos y condena a la más esbelta de sus niñas. Es preciso que el verdugo las separe de su raíz para que cumpla su destino, ya que las rosas han venido al mundo, ahora y siempre, para morir en la sonrisa de la amada. Mártires de seducción, quizá su efímera rosa perpetúe lo que ellas, en el desamparo agricultor, nunca les llego. ¡Que en su muerte florezca el amor!

Mateo Belgrano

Flexibilidad (Sofi Montagnaro)


Liniers, Macanudo
  




No me acuerdo, pero hay fotos que sustentan el hecho de que de bebé me metía el pie en la boca y de que pasaba las piernas detrás de la cabeza con una facilidad increíble. Hoy por hoy, en cambio, gracias si estando con las piernas estiradas me toco, con mucho esfuerzo, la punta de los pies. Parece que vamos perdiendo la flexibilidad…

Es común, lo sé; es lo que pasa… A medida que vamos creciendo y viviendo diferentes experiencias nos volvemos un poquito más rígidos. No me refiero sólo al cuerpo, sino también, y sobre todo, al alma. De a poco nos vamos acostumbrando a ciertas cosas que no tendrían que ser normales, y vamos perdiendo esa capacidad de conmovernos. No digo que nos pase a todos siempre pero, viviendo en la fantástica Ciudad de Buenos Aires, a diario vemos chicos que piden plata, madres que piden comida, gente durmiendo en la calle… Me da vergüenza decirlo, pero a veces pienso que nos engañan: que esa madre no es madre y que el que duerme en la calle terminó ahí por vago. Seguro que de chica le hubiese dicho a mamá de invitar al indigente a comer un plato de sopa a casa…

Me pregunto qué es lo que nos hace volvernos rígidos y fríos. ¿Será el hecho de que ciertas circunstancias se vuelven cotidianas en la ciudad? ¿La prisa que podamos tener?  ¿La desconfianza en el prójimo?

La imagen que ilustra mi letra “F” es muy dura, pero es certera. ¿Cuántas veces pasamos por al lado de alguien y no le damos una mano? (está bien, lo entiendo… no le puedo dar un paquete de galletitas a todos los que me cruzo que lo necesitan… aunque… ¿por qué no?), ¿cuántas veces nos sentimos molestos si comemos afuera y vienen a vendernos biromes o las linternas para lectura? Nos incomoda… La realidad nos incomoda muchas veces.


No pretendo hacer un ensayo, ni encontrar una respuesta al comportamiento humano… Es tan sólo una simple reflexión y un llamado a intentar hacer ejercicios de elongación almística.



¡Brindo por un 2012 con más flexibilidad! 

¡Salud!



 Sofi Montagnaro


Flaquea (María Guadalupe Wimpfheimer)

Luz en la Catedral de Jerez (Ilust.Blog)



Flaquean mis años,
El aire, los sueños.
Flaquea la esperanza,
Que será de ella, la he perdido.

Pero  en un silencio me dices,
-Vuelve a  tu rancho, a tu flor
mira a ese Niño.

Me arrimo.

…era la tarde en tu alma,
notabas paz en tu día,
y estabas allí mirando…

Entonces quizás
escucho que te susurras:
-Inclínate mi alma!...
(y elevas tu mirada al Cielo)

(Furia de truenos de luz en mi ventana)

Y así, mientras sueño con mi tierra,
hacernos una cuando llueva…
Se me ocurre una plegaria:
“¡Que te quiera!”

…goteras en el techo...
(Me derriten. Me vacían.)
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(¡Pero ahora veo que vuelo!)

Sólo buscarás migajas de pan
Y del cáliz, pelícano,
Te embriagarás…

Seremos Uno para siempre,
seremos Uno.
¡Ay patria mía!
Te he encontrado…

(Este es mi rancho,
estoy junto al Niño)



                                                                                    María Guadalupe Wimpfheimer



Fisura (Mimi Blaquier)

Ari Brizzi, Densidad 14 (Ilust. Blog)




Sucede cada tanto que se conjugan las circunstancias y la disposición del alma. Todo parece fluir –como si el cielo se abriera.

Las vivencias de estos momentos se presentan con tanta claridad que es fácil tentarse de dar explicaciones demasiado precisas, desde asociar los hechos a una fecha significativa hasta conectarlos con una causa cualquiera, en forma demasiado  determinante.

Cabe esta tentación pero están también los que en todo acontecimiento desesperadamente descubren señales. Hoy sin embargo suele ser más habitual un rechazo a buscar significaciones ulteriores o a comprometerse con ellas. Son muros, laberintos construidos  entre las cosas y su espesor o su más allá.

“No creo en las señales”, me decía ayer mi hijo.

“Tampoco yo, si las señales apuntan a un significado acotado, cerrado”, le respondí.

“Así podría aceptarlas… si son poesía”.


Y una vez más vi a la poesía como fisura en nuestro mundo tan resignado a la indiferencia del más acá. Al final algo se quiebra y la coraza cede.




Mimi Blaquier

Final abierto (Noelia Vanrell)

Escena de Stalker, Andrei Tarkovski, 1979 (Ilust. Blog)



Hay finales que son muertes,
sequedad en los labios

Hay muertes que no son finales,
o son finales abiertos, finales que son encuentros
donde la despedida humedece,
volviendo fértil la tierra de lo que se ha perdido

¿Dónde quedó tu aliento de hombre mientras estuviste muerto?
Humedeciendo mi alma seca,
humedeciendo las almas
donde nacer Vida de nuevo.

                                                                            Noelia Vanrell

Fin (Martín Susnik)

http://la-bi-blog-teca.blogspot.com/2011/01/como-dirian-los-doors-this-is-end-y.html


 

El nunca célebre cineasta checoslovaco Jaroslav Novinka es sin duda uno de los representantes más destacadamente ignotos de la Nova Vlna, movimiento de vanguardia del séptimo arte en el país de Europa centro-oriental de postguerra. Su inspirada obstinación lo empecinó en un innovador proyecto: realizar una película que no concluyera jamás, es decir un inacabable largometraje, al cual el mismo Novinka prefería denominar infinitometraje. Tal pretensión se apoyaba en interesantes presupuestos estético-filosóficos del artista así como también, claro está, en su proverbial incapacidad para preveer inevitables inconvenientes técnicos. Bastaría con mencionar sólo algunos para darnos cuenta de que la empresa era, a la larga, irrealizable: la imposibilidad presupuestaria y material de utilizar una cinta infinita de celuloide, la dificultad para seguir escribiendo in aeternum el guión a la par de un incesante rodaje, la improbabilidad de conseguir actores, maquilladores, iluminadores, asistentes y productores que se comprometieran con suficiente perseverancia con un proyecto semejante y, por último (nunca mejor dicho), la inevitabilidad de la muerte, que interrumpiría tarde o temprano la existencia de los involucrados, incluyendo al mismo Novinka y a los eventuales espectadores. Entre sus preocupaciones estéticas y filosóficas se encontraba, sin embargo, la loable pretensión de construir una pieza artística que perdurase para siempre en el tiempo, rasgo éste que el cineasta consideraba esencial a cualquier obra maestra.

El rodaje comenzó en el frío noviembre de 1966 y, al parecer, se prolongó apenas hasta el otoño checo de 1979, época en la que Novinka dejó de contar con los fondos necesarios para continuar con su odisea cinematográfica. El material que el mismo director editó hasta entonces daba por resultado una cinta de ochenta y una horas con catorce minutos y nueve segundos. Resulta imposible narrar de qué trataba la historia a esa altura, ya que lo que en un principio parecen papeles protagónicos terminan adquiriendo un rol secundario a medida que avanza la película o directamente desaparecen, en algunos casos por hartazgo de los actores y en otros por su simple deceso, como se ha dicho.

Con el fin de seducir a nuevos inversores y recuperar fondos para la continuidad del emprendimiento, Novinka presentó las ochenta y una horas de material fílmico en el Festival de Cine de Ostrava, aclarando que se trataba apenas de “avances preliminares”. La presentación fue un rotundo fracaso, principalmente debido a que la proyección finalizó dos días después de que el Festival hubiera concluido. El temible crítico Milos Hluk escribió por entonces: “El monumental proyecto de Novinka hace transitar al espectador por todos los estados anímicos posibles. Hace reír en un comienzo, se transforma en drama después de la cuarta hora, se convierte en una experiencia de terror pasada la séptima y tarde o temprano (diría que más bien “tarde”) conduce al espectador al más tedioso de los soponcios. No sabemos si Novinka logrará terminar su película sin fin, pero lo que es seguro es que con lo que realizado hasta aquí su film es padecido como algo interminable.”

Semejante opinión lapidaria fue el empujón que necesitaban los funcionarios públicos para censurar el proyecto de Novinka; ya se sabe lo cruel que supo ser la censura en esas regiones por aquellos años. Argumentaron además que una película de tanta duración entorpecería la eficiencia trabajadora del proletariado y obstaculizaría su rol protagónico en la historia (aunque es de sospechar, una vez más, que ninguno de los censores de la obra –aún inconclusa– se haya tomado el trabajo de verla).

Poco y nada se sabe de lo que ha sido la vida y obra de Jaroslav Novinka después de aquella prohibición. Sus detractores sostienen que logró fugarse a los países occidentales y, sucumbiendo a los placeres efímeros del capitalismo, terminó filmando publicidades comerciales de escasa duración. Sus admiradores, por su parte, afirman que sus semillas han germinado y su influencia se hace notoria en la existencia de las actuales sagas cinematográficas y en el hecho de que los carteles con la leyenda “Fin” prácticamente han desaparecido en el cine contemporáneo. Consideran esto último una señal de que las películas pretenden al menos jugar con la idea de la infinitud y la sempiterna duración a la que aspiraba el cineasta checoslovaco. Los más fanáticos defensores y discípulos se animan incluso a enunciar que la herencia de Novinka se ha universalizado y que todas las películas no son más que la continuación de aquel innovador proyecto del vanguardista director.

Sin caer en semejantes extremismos, nos resta a nosotros, sin embargo, inspirarnos con las intenciones de Novinka y reflexionar al menos, en su homenaje, sobre la finitud (o no) de nuestros propios proyectos y existencias.

Martín Susnik






Filosofía (Marisa Mosto)





       La filosofía me buscó a mí. La palabra resonó en mis oídos como un canto de sirenas. Y no dudé en entregarme aún sin saber demasiado a dónde me conducía.  Un velo blanco, terso e inmenso se desplegó sobre todo el horizonte del mundo. Un brisa suave lo agita, lo hace ondular, lo levanta y yo espío debajo, atisbo una luz en la oscuridad que envuelve, baja y vuelve a ocultarla. Me seduce,  muestra y esconde. Me atrae, me anima y me desanima.  Confiada, la busco, la sigo buscando. Mi piel envejece pero ella me mantiene joven.  Me sigue señalando puertas, senderos, avenidas, callejones, espejos. No permite que me quede quieta, que me estanque, que tire la toalla, que diga “basta, hasta aquí llegué.”

      Estoy acompañada. Somos una multitud que caminamos desde hace siglos tras ella y nos pasamos datos, a veces vamos al paso, otras corriendo, la perseguimos por caminos que se bifurcan y se vuelven a unir, la vemos doblar la esquina, se adelanta y huye.

      Pero ¿qué podría reprocharle? Ha agitado mi vida con sus imanes y lo sigue haciendo. Soy tan poca cosa sin ella.


 Marisa Mosto

Filosofía (Ignacio Leonetti)

Rafael Sanzio (1483-1520) La Escuela de Atenas




¡Señora tan antigua y tan nueva!

Luz de la mente humana, mientras ésta camina por la noche ansiando la Luz definitiva.

Vocación de hombres sublimes con talento incomparable.

Misterio de contradicción en los cruces de caminos de la vida.

Interrogante, lleno de círculos perfectos para los geómetras del pasado.

Dulce consuelo para los perseguidos como Boecio.

Trampolín metafísico.

Sendero que sólo permite que llevemos nuestras alforjas repletas de humildad.

Cobijo de búsquedas verdaderas, campo de cavilaciones y angustias.

Racionalidad nórdica y sanguinidad latina.

¿Se puede filosofar en el calor?

Lectura amante obligada.

Contemplación del cielo y rumia del pensamiento.

Mesa de trabajo y libros apilados.

Preparación socrática para la muerte.

¡Señora tan antigua y tan nueva! Si precisamente has nacido para eso, para ser SEÑORA, JAMÁS ESCLAVA.



Ignacio Leonetti








Fidelidad (Lucía Nazar Anchorena)

Zurbarán, San Francisco de Asis


Estudiando para la tesis, encontré  una idea que me resultó inspiradora y deseo compartirla con ustedes queridos lectores y aficionados del alfabeto.

María Zambrano caracteriza a la relación entre el artista, la obra de arte y el espectador como una relación de fidelidad. Hay una fidelidad frente a lo que se descubre como originario, lo constitutivo de la realidad. El artista es fiel a algo que permanece en un secreto sagrado y quiere revelarlo a través de su obra. Asimismo, cuando el espectador se enfrenta a la obra no puede huir de este sentimiento de fidelidad que lo compromete. Ser fiel es mantenerse dentro de los límites que propone la realidad, afirma Zambrano, límites que pone la manifestación y ocultación de lo real. 

Esta idea de fidelidad como límite me recordó a la concepción que tiene Komar de castidad que llamó poderosamente mi atención cuando leí hace poco El silencio en el mundo. La castidad según Komar es un profundo respeto de lo propio, es respetar lo que las cosas son y agrega que para conocer lo propio se necesita atención y  silencio, y esto lleva a amarlo.

Entonces, el encuentro con la obra de arte nos puede llevar a experimentar un profundo amor por lo propio de las cosas, es la realidad la medida y nosotros sólo contempladores de su belleza. Es la realidad una melodía, nosotros tan sólo oyentes.

Callar, contemplar, oír, amar pueden ser vivencias estéticas que nos vuelvan a poner en nuestro centro. Vivencias que necesitamos para un vivir más humano.



Lucía Nazar Anchorena








Festividad (Martín Acero Vivanco)

El Inkarri  Fernando de Szyszlo



Dedicado a la profesora Marisa Mosto


22 de diciembre, 22 horas. Me encontraba con los amigos de la Facultad para despedirnos. Despedir el año, despedir a Juan Fábregas. Despedirnos. Mi avión salía a las 7 de la mañana del día siguiente. Consecuencia: Una despedida sin partida. Perdí el avión sin posibilidad de cambio hasta después de las fiestas (ahora terminé cambiando el pasaje para después de finales).

Aún así, hice todo el intento, llegué al aeropuerto a las 7 de la mañana, justo en el momento en que salía mi avión, le pelee a la muchacha que atiende en el mostrador de LAN mientras me explicaba que no podía viajar porque el avión estaba partiendo, y yo que le gritaba que quería irme en el próximo vuelo. “¡Señor, usted huele a alcohol!” esas palabras me hicieron volver en mí. Regresé a casa, resignado me torturaba, y toda la culpa de la humanidad caía sobre mí.

La Navidad iba a ser un castigo: me pensaba quedar en casa, llamar a mis pobres padres que me estaban esperando para pasar las fiestas con ellos y luego echarme a dormir. No iba a ver con mi madre, desde el alféizar de la ventana de la sala los fuegos artificiales, ni descubrir en el pesebre al niño Jesús a la medianoche, ni ser partícipe de la cantidad exorbitante de comida (ni en la preparación y ni en la repartición) que se cocina para estas fechas en mi casa.

24 de diciembre, 18 horas. Salgo a correr por la Plaza de los Dos Congresos, donde suelo ir siempre, muy cerca de mi casa. Después de correr, me acerco a desearles una Feliz Navidad a los chicos que viven en la Plaza, y con alguno de los cuales he tenido algún tipo de contacto en este tiempo. Uno de ellos, alegremente me abraza y me pregunta que qué voy a hacer. Nada –le respondo- me voy a quedar en mi cuarto. No seas boludo, no podés pasarla solo, venite acá, la pasás con nosotros –me contesta-. No sé –le respondo mientras me muevo de un lado a otro nervioso por la situación (quería pasarla solo, pero si le decía que no, se podía ofender y si le decía que sí, mi castigo auto inflingido se diluiría)-. Che, bola –mirando a su hermano- va a pasar la Navidad solo. ¡No boludo!, venite con nosotros, nos vamos a juntar acá. No pasés la Navidad solo, no está bien. –me decía su hermano mientras se acercaba a mí raudamente-. Bueno, ta bien, voy a mi casa, me baño, voy a misa y después vengo –les respondí-.

24 de diciembre, 23 horas. Eran unos diez, entre hombres y mujeres y los hijos de éstas. Los hermanos que me habían invitado, cocinaban; los otros tomaban y conversaban entre ellos. Al verme, uno de los hermanos deja todo y me presenta con el grupo. Conversamos o mejor dicho, soy interrogado. Imagino que pasé la prueba pues después de ello, empezaron a hablar conmigo como si fuera uno más. Es Navidad, escucho de alguien del grupo.

La comida cocinada a leña en medio del parque, (frente a ese edificio racionalista que es la Biblioteca del Congreso) está lista. El grupo entero se acerca a los dos pollos que están saliendo de la parrilla puesta sobre las brasas. No hay con qué cortar los pollos, el cocinero usa las manos. Él mismo, el cocinero, detiene al resto para que yo coma primero, el resto asiente.

Me doy cuenta que a pesar de la pobreza que comparto, la mía es mayor, yo estoy solo, ellos no, pero a pesar de todo, me insisten una y otra vez en que esté bien, que tome, que coma, que participe, quieren que me sienta bien. Es Navidad, vuelvo a escuchar en el grupo.

Me doy cuenta lo absurdo de la discusión que tuve con la profesora Mosto sobre el asunto de abrirse a un extraño y que este extraño se terminará abriendo ante uno por más dura que haya sido su vida. Yo me cerraba a que no es posible, y la vida me mostraba carnalmente lo contrario. Recuerdo que la profesora me escribía que yo era una de esas personas con las cuales uno se podía abrir, y que al mismo tiempo que si yo me abría totalmente, el otro también se abriría ante mí. Yo me abrí, alguna vez, ante estos muchachos que viven allí; y éstos, en su soledad, en sus pobrezas, miserias y adicciones, pero también en su apertura al otro, no me dejan ir.




Letra
Der Leierman

Drüben hinterm Dorfe
Steht ein Leiermann
Und mit starren Fingern
Dreht er, was er kann.

Barfuß auf dem Eise
[Schwankt] er hin und her
Und sein kleiner Teller
Bleibt ihm immer leer.

Keiner mag ihn hören,
Keiner sieht ihn an,
Und die Hunde [brummen]
Um den alten Mann.

Und er läßt es gehen
Alles, wie es will,
Dreht und seine Leier
Steht ihm nimmer still.

Wunderlicher Alter,
Soll ich mit dir geh'n?
Willst zu meinen Liedern
Deine Leier dreh'n?

El organillero

En las afueras del pueblo
hay un organillero.
Y con dedos entumecidos le da
a la cuerda penosamente.

Se tambalea desnudo
sobre el hielo
Y su platillo siempre
esta vacío.

Nadie quiere oírle,
nadie le mira.
Y los perros gruñen
alrededor del pobre viejo.

Y él lo ignora todo,
no se inmuta.
Da cuerda a su organillo,
nunca para.

Viejo extraño
 


¿Voy contigo?
¿Harás girar tu organillo
para mis canciones?
Martín Acero Vivanco