sábado, 7 de enero de 2012

Fugitivos (Marcelo Gobbi)

David Janssen en la serie “El fugitivo”  de los 60' (Ilust.  blog)
http://www.bibliofiloenmascarado.com/2010/06/23/resena-el-fugitivo-de-j-m-dillard/




 
Teníamos, sí, algunas costumbres pintorescas, pero nuestras perversiones no eran de las más graves. Sin embargo, últimamente nos veníamos sintiendo escrutados, sospechados. Habían empezado a vigilarnos como si fuéramos los Corleone. Todo tipo de agentes de control parecían haberse puesto de acuerdo, como guiados por una mano invisible, para hostigar a nuestra familia.
El policía que encontraba camino a casa cerca de la cancha de River me obligaba exhibir casi a diario los documentos del auto y a perder tiempo. Intentaba convencerlo de que se trataba de un atropello, de que yo no había cometido ninguna infracción, pero no lográbamos ponernos de acuerdo. Un día le entregué ciertos materiales para que leyera y le sugerí que los comentáramos durante la detención del día siguiente. Al día siguiente me volvieron a detener, sí, pero habían cambiado al policía y debí comenzar nuevamente con todo el proceso. Agotador.
Como condición para poder salir de un supermercado Coto (más que el nombre del lugar, casi una advertencia), un guardia privado obligó a mi mujer a que mostrara el contenido de su pequeña cartera luego de que ella hiciera allí una compra de mil cuatrocientos pesos. El retén, al no encontrar nada comprometedor, liberó a la imputada y continuó molestando a otra gente.
Cambiamos de supermercado, pero en vano. Dos semanas más tarde, una cajera de Carrefour nos humilló públicamente al llamar a grito pelado a su servicio de seguridad, excitada como si hubiera encontrado a Bin Laden en una caverna afgana, cuando uno de mis hijos atravesó la caja llevando ostensiblemente una botellita de agua mineral, vacía, que había comprado antes de ingresar en el local.
La semana pasada tuve que firmar una escritura. Luego de requerir mi documento de identidad, mi firma y otros datos en una planilla, el escribano me pidió que estampara allí mi huella digital, como hacen los procesados. “Estoy obligado, hay mucha sustitución de identidad”, dijo. Ya tengo demasiados conflictos con mi propia identidad como para cargar con la de otro, pensé. Con los dedos sucios de tinta caminé rápidamente hacia un taxi y me tapé la cabeza con el abrigo, como he visto que hacen los detenidos cuando hay fotógrafos no sé muy bien para qué.
Algunos critican nuestra decisión por desmesurada. Pero nosotros no nos arrepentimos. Al principio fue un poco molesto eso de vivir repartidos en casas de amigos, de comunicarnos con papelitos enviados a través del sodero, de salir poco, únicamente de noche y con una peluca pelirroja. Pero uno se acostumbra a todo, incluso a la vida del prófugo. Hasta tiene sus ventajas esa privacidad: nos ha dado una soltura que nunca antes habíamos sentido en la Argentina. Tal vez ahora sí nos animemos a hacer cosas algo más arriesgadas, quién sabe.
 Marcelo Gobbi



3 comentarios:

  1. Jajaja. Me hacés reír Marcelo. ¡Muy gracioso! Me maravilla la habilidad que tenés para contar las cosas destacando su lado ridículo que para muchos de nosotros, pasa inadvertido.

    “Lobo suelto cordero atado” o “emboquen el tiro libre que los buenos volvieron y están rodando cine de terror”, para seguir citando al Indio Solari.

    Estaré atenta, quizás te vea salir en Crónica TV. Por las dudas camina despacio por la vereda de la sombra.

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  2. A mí me hace acordar a dos frases: "Pagan justos por pecadores" y "Who watches the watchmen?" (¿Quién vigila a los vigilantes?). Es una lástima que todo esté preparado para hacerle la vida más difícil a los que cumplen la ley que a los que no.

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  3. Marcelo;
    Hay que arriesgarse, no queda alternativa. Como decía Bioy: "Para estar en paz con uno mismo hay que decir la verdad. Para esta en paz con el prójimo hay que mentir." Aunque agregaría: para hacer el bien al prójimo hay que estar en paz con uno mismo.
    Pablo Pirovano

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