sábado, 19 de mayo de 2012

Juzgar (Estanislao Zuzek)


http://es.123rf.com/photo_12369165_el-signo-de-la-lechuza-de-posgrado-sombrero--un-simbolo-del-conocimiento-y-la-sabiduria.html


La prudencia es la primera condición para la felicidad, y es menester, en todo lo que a los dioses se refiere, no cometer impiedad, pues las insolentes bravatas que castigan a los soberbios con atroces desgracias, les enseñan a ser prudentes en la vejez” – Sófocles, Antígona (coro, conclusión)



                Es una actitud que siempre asiste a todo nuestro proceder consciente, aunque sea sólo en forma implícita. Toda vez que pensamos establecemos relaciones entre los más variados elementos y conceptos, con personas y, naturalmente, con nuestra propia persona - a la manera de juicios lógicos. Observamos, pensamos, juzgamos y procedemos en consecuencia. El pensar nos diferencia de los demás seres vivos. Es la base de la libertad.  Es el vuelo del espíritu; frecuentemente hacia lo desconocido. Una aventura moral. Pensando surgen y se plantean opciones que, luego la razón analiza y, habiendo escogido la que considera la más apropiada, la voluntad la hará efectiva, ejerciendo su libertad. Ello se concreta en obras – materiales o inmateriales - que, luego, evaluamos. Juzgamos si son apropiadas o no, si son buenas e implican progreso o, en el extremo opuesto, censurables y retrógradas - desaconsejables. Juzgamos basándonos en  criterios que hemos adoptado como propios y que, al menos en parte son subjetivos. Por consiguiente, posiblemente nuestros juicios sean sesgados de cierta parcialidad. Y es bueno tener conciencia de ello, pues, si se quiere arribar a conclusiones mesuradas y realistas. El progreso genuino depende de ello - de la aproximación a la verdad, pues; o, por lo menos, del deseo sincero de buscarla.  Además, a las obras ajenas las juzgamos preferentemente con rigor. En cambio, a las propias solemos mirarlas con cierta indulgencia, ¿no? Consolémonos un  poco: ello también hace a la condición humana...          
                En definitiva, el juzgar ideas, pensamientos, actitudes y hechos – propios y ajenos – en relación a la verdad y al amor es lícito y necesario. Más aún, es obligación moral imprescindible para todo aquél que quiere vivir honestamente: para poder discernir lo bueno de lo malo.
                Por otra parte, siendo las obras en última instancia fruto del pensar, cuando aquéllas según nuestra opinión aparecen como censurables,  estamos tentados de juzgar al pensante del caso, aplicándole el dicho evangélico de que “por sus frutos los conoceréis”- y condenarlo, sin más… ¿Con qué derecho? ¿En atribución de qué? ¿Conocemos realmente todos los elementos de juicio y demás circunstancias que ese ser pensante manejó para arribar a su conclusión “censurable”? ¿No es que tratamos, soberbiamente, de ser como Dios, el único Juez que tiene el poder de escudriñar hasta lo más profundo de nuestra intimidad y que al evaluar nuestros yerros procede siempre con tolerancia y amor infinito? Por lo tanto, careciendo de esa mirada benevolente de justicia omniabarcadora y que tiende esencialmente a perdonar, reconozcamos con humildad que no nos compete erigirnos en juez del prójimo sino, todo contrario, en juez de sí mismos en cuanto si estamos cumpliendo cabalmente con el mandamiento del amor al prójimo, cuya medida es justamente el amor a nosotros mismos. Algo así como la pajita en mi ojo reconocerla como real viga y la “viga” en el ajeno como paja que es. Habiendo justicia divina, el juzgar entre semejantes no tiene cabida. Al estilo de los evangelios: “No juzguéis para no ser juzgados”. Es una cuestión de piedad para con Dios, el prójimo y con uno mismo y, para este último, también de prudencia. Obrando todos así, haremos que la vida sea más bella.


 Estanislao Zuzek

Juventud desde el Otoño (Jorge Oscar Marticorena)


Foto tomada por Jorge Oscar Marticorena



Juventud ansiosa de esperanzas,
atrapada por temores y mandatos.
Sin saberes, con deberías.
Con angustias.
También con alegrías espontaneas,
como burbujas que surgen de lo profundo,
de noches y nieblas
aún no iluminadas por las derrotas,
destellos no esperados,
y aún hoy no comprendidos,
quizá porque no hay nada para comprender.
Son solo sucesos,
tomalos o dejalos.
Pero no es lo mismo.
Si los tomás podrías ver más lejos.
Si no vas a tardar más en llegar,
si llegás,
quién sabe dónde.


Qué pesada la juventud.
Qué difícil.
¿Qué me dejó?
Esas alegrías doradas o luminosas
¿qué me enseñaron?
Hoy he descubierto que la alegría enseña.
Que con el placer se aprende.
Pero tampoco es fácil.
También engaña.


En este mi otoño de días que se acortan
y sombras que se alargan,
de colores que invaden las hojas que caen,
paseo por mi mente, 
a la que no siento más sabia,
pero sí más tranquila.
Más dispuesta a revisar recuerdos,
viendo en ellos esas cosas
que la proximidad y la urgencia me ocultaron.


Mente que, al mismo tiempo,
trata de aprender a dar un descanso a la memoria,
para mirar al universo de la vida
recuperando los ojos del niño,
feliz, inocente y asombrado principiante
en la senda del conocimiento,
despojado de los lazos
que construye la experiencia.



En el auto, frente al lago Gutiérrez. En casa. 25 de Abril a 3 de Mayo 2012. Se recomiendan para acompañar: Conciertos para violín, J. S. Bach, cualquiera.



Jorge Oscar Marticorena

viernes, 18 de mayo de 2012

Justicia (Federico Caivano)







“Pagan justos por pecadores” oí una vez decir a alguien, pero no lo entendí en ese momento.
Un día me enteré de una mujer que trabajó toda su vida en las cárceles de menores, haciendo horas extra, cobrando un sueldo bueno pero en su gran parte en negro (parece que el Estado es el mayor empleador en negro del país…), con lo cual su jubilación no iba a estar en proporción con todo lo que trabajó. Esa mujer sufrió un desmayo, efecto del stress crónico, mientras manejaba y no le pasó nada de milagro. O mejor dicho: no le pasó nada físicamente, aunque emocionalmente esté desgastada. Nuestros legisladores no trabajan tanto ni en cantidad ni en calidad y dudo que los problemas de la gente que está en las peores situaciones les impidan dormir. Sin embargo, se creen merecedores de un aumento de sueldo del 100%. Y lo hacen, porque pueden.
Así me imagino miles de casos donde alguien tiene el corazón recto y movilizado por la compasión hacia una persona necesitada y sufre una desdicha agotadora por eso, mientras los verdaderos responsables o los más capacitados (supuestamente) para ayudar al menesteroso no sólo no se les mueve un pelo por hacer algo sino que además cobran importantes sumas de dinero por ello.
A mí me pueden decir que el país está desarrollándose todo lo que quieran, pero hay un dato objetivo que no pueden negarme y que me preocupa mucho: cada vez hay más gente viviendo y durmiendo en la calle. ¿Qué futuro tienen esas personas si desde el gobierno (tanto nacional como el de la ciudad) priorizan lo vano antes que la asistencia social? ¿Acaso a esas personas les cambia en algo que se gasten fortunas en transmitir los partidos de fútbol por canales de aire, o que se use vaya a saber uno cuánto dinero y recursos humanos en construir una pista de Rally en el Centro? Pero esa gente nunca fue la prioridad de nadie; ellos no votan y son minoría comparados con los millones de nosotros… Y las cárceles rebalsan de gente, pero en vez de hacer hincapié en un sistema educativo que enseñe valores y contenga desde temprano a los chicos para darles un futuro en serio, se aborda el problema como quien guarda cosas en un placard y cada vez empuja más hacia dentro en vez de evitar tener tantas cosas.
Ahora entiendo el refrán. Qué tragedia que el mundo esté hecho de manera tal que estas (y todas las otras) injusticias sean posibles, ¿no? Ahora bien, es esta gente también prueba (no racional, obviamente; no se deduce de ningún axioma lógico) de que el cielo existe, porque si alguien se lo merece, son ellos. Y no pueden no merecerlo…


 Fede Caivano



Juntos (Respondiendo desde el “INTERIOR”) Eugenia Varela


Escudo de La Pampa






 Para una amiga capitalina.
Yo  nací en el interior, en un pueblo con nombre mapuche, y en la escuela me enseñaron mucho sobre la cultura, tradiciones y leyendas aborígenes. También redescubrí  mis raíces esta Pascua, pero fue en el éxodo, visitando ITALIA . De una “i” a la otra, de un continente a otro.  De una cuna pampa, a una mesa familiar coronada por la pasta. Y todo esto al mismo tiempo.
Seguramente lo que queda en mitad de camino es el inmigrante. Pero yo no emigré de ningún lado. Cuando llegué, todo estaba ahí: mezclado, fundido. Estaba todo junto.
Y también me contaron una historia de “buenos” y “malos”. Dejame contarte una historia de dos pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires muy cercanos entre sí. ¿Querés saber sus nombres? Te los digo: “Indio rico” y “Cristiano muerto”. Y en varias ocasiones, mientras leía estos carteles sobre la ruta, me preguntaba si en verdad, dada la “Conquista del Desierto”, la ecuación no debería ser al revés: indio muerto, “cristiano” rico. Hago una salvedad: utilizo el término “cristiano” en sentido amplio, para evitar cualquier ofensa.
Pues bien, no sé demasiado sobre fuentes históricas y discusiones de este área. Pero ante la ausencia de conocimientos teóricos, apelo a mis conocimientos prácticos: estaba todo ahí, delante de mis ojos, en “persona”. La punta de lanza y el arado. Insisto una vez más: estaba todo junto. Y eso no deja de sorprenderme.
¡Qué más quisiera yo que mi tierra me hablara, y me contara de ese tehuelche que sobre ella construyó su choza, y del gringo que con su arado la hizo fértil! ¡Y que al mirar el cielo abierto de la pampa, las estrellas que fueron testigo de todo, me confesaran qué pasó, cómo fue, quiénes somos! Por ahí, quién sabe, entendería mejor en qué lugar estoy parada.
La cuestión es que Europa nos miró primero, y creo – y espero que en esto coincidas conmigo- debemos devolverle la mirada. Pero ya no con los ojitos de un niño que ruega a su madre que lo alce en brazos, sino con la mirada adulta del que, sabiendo quién es y estando seguro de sí mismo, es capaz de hablar con sólo una mirada. Somos lanza y arado, bajo los destellos del Inti y del Iluminismo. 






Eugenia Varela

jueves, 17 de mayo de 2012

Juicio (Nicolás Balero Reche)

Rene Magritte, La reproducción prohibida (Ilust. Blog)



Ni tres, ni siete, ni doce, sino seis figuras con apariencia de apariencia de hombre, pero sin líneas definidas. Al notarlos, podías experimentar toda la expresión infinita de un rostro, todo el ser que comunica la mirada, pero sin observar los trazos de la cara: una especie de rostro sin rostro. Simplemente, infinita comunicabilidad en una mirada sin ojos, en un rostro sin cara. 
 En fila uno tras otro por una especie de túnel de luz, caminando sobre la vida que acababa de terminar. Entre ellos, queriendo comunicarse, pero sin poder hacerlo; y sin embargo entendiéndose sin poder saber cómo entendían. Como si ahora fuera todo intuición, el dónde estoy, el quién soy, el quién es ese otro… todo se hacía presente al intelecto.
Caminaron por mucho tiempo, pero sin ser tiempo lo que pasaba; sino paso de sentimientos por la mente, acumulación de felicidades y angustias encontradas, pero que no se daban en momentos distintos si no que se tenían todas a la vez como un eterno presente. Por costumbre, parecía que tuvieran la pesadumbre del paso del tiempo, pero de eso no había allí.
De pronto llegaron a un lugar enorme. Pero no sentían ese lugar, sino que sabían que estaban en un lugar más grande, pero no en tamaño, sino en inmensidad. Las extensiones allí no eran moneda corriente. Sabían que era enorme, inmenso, grande; pero cualitativamente. En este lugar no lugar, estaba lleno de estos rostros sin caras, de estas miradas sin ojos; que no se veían, no se olían, no se tocaban, no se escuchaban, no se sentían; sin embargo se conocían entre sí: cada uno, sin entender cómo, sabía qué persona tenía cerca, quién era aquél otro; con completa honestidad, completa sinceridad; y sin vergüenza, sin imágenes, sin jerarquía. Y lo raro, era que a pesar de todo, lo querías ahora sí tal como era, simplemente por ser como era.
Una voz estruendosa al principio, reconfortante una especie de segundo después; que daba temor al principio, paz una especie de segundo después; llamaba a cada uno por su nombre. Un nombre ilegible, sin lenguaje, sin idioma, sin sonido; simplemente una voz que te hacía reconocer que era a ti y a nadie más a quien se estaba llamando. Luego de una eternidad llegó el turno de estos seis. Llamaron al primero y pasó a otro cuarto que se sabía más pequeño, más acogedor, más personal. Paradójicamente no había una balanza allí que pesara lo bueno y lo malo de cada vida; sino que había una especie de péndulo personal que mostraba el equilibrio que debía mantener cada uno en su vida según su propia personalidad creada. Y tampoco encontraban a Dios enjuiciando en aquél cuarto, sino que se encontraban con un espejo: su propia vida los enjuiciaba. Más allá del espejo y el péndulo, había varias puertas.
Pasó el  primero. El movimiento de su péndulo era muy pequeño. La curva era muy angosta, casi no se había ido de su propio equilibrio, y jamás había llegado a ningún extremo demasiado amplio. Nunca se había arriesgado demasiado y por no arriesgarse, casi no se había equivocado. Nunca había hecho nada extraordinario por miedo a aventurarse. Se miró al espejo y supo qué puerta debía cruzar, no la eligió sino que la aceptó.
Pasó el segundo. El movimiento de su péndulo era extremadamente amplio. Había sobrepasado los límites de su propio equilibrio, al ser tan abierta, era poco el tiempo que había pasado en equilibrio, y lo pasaba muy rápido de una punta a la otra. Iba siempre rebotando a los bordes, llegando a los errores extremos y viviendo siempre fuera de sí. Era el tipo de los excesos. Se miró al espejo y supo qué puerta debía cruzar, no la eligió sino que la aceptó.
Pasó el tercero. El movimiento de su péndulo era nulo. Completamente estático, como si no hubiera tenido vida. No había tenido movimiento. Nunca eligió, nunca decidió, nunca buscó, no se animó a equivocarse. Esta persona se había suicidado. Se miró al espejo y supo qué puerta debía cruzar, no la eligió sino que la aceptó.
Pasó el cuarto. El movimiento de su péndulo era muy amplio para un solo costado y siempre el mismo, llegaba al equilibrio y no iba para el otro lado, sino que rebotaba para ese mismo lado, otra vez al mismo extremo, allí se mantenía por mucho tiempo hasta que volvía y otra vez rebotaba rápidamente. No era un movimiento natural, sino que era forzado, voluntario, como buscando ese mismo extremo: era adicto. Siempre se había mantenido en el mismo extremo, en el mismo error. Siempre cayó con la misma piedra, con la misma adicción. Se miró al espejo y supo qué puerta debía cruzar, no la eligió sino que la aceptó.
Pasó el quinto. El movimiento de su péndulo era circular. Daba círculos rápidos, sin frenar jamás. Nunca había conocido siquiera el equilibrio, nunca pasó por allí. Su vida había sido desenfrenada, desequilibrada, libertina, extremista, pero había decidido vivirla así. Se miró al espejo y supo qué puerta debía cruzar, no la eligió sino que la aceptó.
Por último pasó el sexto. El movimiento de su péndulo era normal. Iba de un lado a otro, sin alejarse demasiado del punto medio, pero tampoco quedando muy cerca del mismo, e iba de un costado al otro, y probaba con otro lado y así sucesivamente. Se equivocaba, llegaba a un punto en que se alejaba del equilibrio, pero lo notaba y el péndulo volvía al medio, y sin embargo como no era perfecto iba para otro extremo fuera del equilibrio; pero otra vez intentaba volver. Su vida era dinámica, imperfecta, aventurera y feliz. Se miró al espejo y supo qué puerta debía cruzar, éste la eligió y la aceptó.


Nicolás Balero Reche

Jugar por jugar (Lydia Zubizarreta)

Jugando con papeles de colores, Lydia Zubizarreta




Me gusta jugar, ¿querés jugar conmigo? 
No te estoy invitando a jugar al bridge o al poker, ni tampoco a ir al casino.  No es una invitación a jugar al golf o al tenis aunque, pensándolo bien, no estaría mal.  Me encanta el deporte. Quiero invitarte a jugar como cuando éramos chicos: a jugar por jugar. 
Me imagino que aceptás.  Vayamos afuera a jugar a la pelota.  Después podemos jugar a las escondidas, cuando llegue el atardecer, a la hora en que las sombras envuelven todo y cubren y descubren el paisaje.  Si querés vos te escondés y yo te busco.  Me encanta eso: a cada paso se siente que estás dando un paso demás y que el que está escondido va a surgir de golpe por detrás. Cuando tengamos que entrar, porque ya no se ve nada, podemos ir al comedor a jugar como lo hacemos siempre, metiéndonos debajo de la mesa donde nadie nos ve.  Ahí creamos ese mundo nuestro, especie de subsuelo.  Me siento tan feliz, me da tanta risa que me tapo la boca para no largar la carcajada.
Ya no me es tan fácil jugar con otros. Eso sí, sigo tratando.  Por eso te estoy invitando.  Como cuando estoy en compañía de Iñaki que aún es niño, y juntos tenemos lo que llamamos nuestro “Happy hour”.  Entonces inventamos situaciones, saltamos, bailamos.  Él es capaz de poner esa chispita necesaria que necesito para empezar a jugar.
Tantas cosas se aprenden jugando, se ejercitan tantos modos de ser posibles, tantas actitudes.  Se relaciona uno con aquello que está un poco más allá de nuestro alcance.  Se ensancha nuestro universo.  Me gustaría volver a jugar por el ejercicio de jugar.  ¿Por dónde empezar? 
El arte siempre es juego.  El pintar es como un juego: poner colores, armarlos con ritmo, dejar que aparezcan imágenes.  La música también puede ser juego.  En inglés y en francés “tocar” un instrumento musical se dice “play” y “jouer”, lo que traduciendo literalmente se dice “jugar”.  Lo mismo “interpretar” un rol en teatro, o la obra de teatro misma, en inglés se traduce en “play”, y en francés se dice que “on joue” (se juega) tal obra.
El estudiar puede ser tomado como juego.  Son un juego las ecuaciones de álgebra, todo un misterio a resolver: (a+b)+c=a+(b+c).  También los dibujos de geometría y los gráficos de todo tipo.  En cuanto al científico: juega con los descubrimientos y las pruebas de ensayo y error.  Decía Karl Popper: “el juego de la ciencia no tiene fin”.   Tampoco tiene fin el desafío de aprender que, al ser un desafío, tiene mucho de seriedad y mucho de aventura, de juego. 
El juego siempre hace parte de la vida.  Los niños cuando no tienen con quien jugar, juegan solos, para sí mismos. 
El lenguaje tiene sus juegos: lo que se denomina “juego de palabras”.  Por ejemplo el dicho “el que gana pierde” que es un juego de palabras. 
Se usa la palabra juego en varias expresiones, como cuando alguien demuestra tener carácter se dice que “se juega”, si es arriesgado se dice que “pone todo en juego”, cuando es audaz se dice que es capaz de “jugarse el todo por el todo”.  También están el “juego del poder” y el “juego de la seducción”, o simplemente el jugar con situaciones, con “lo que está en juego”.
Cuántas distintas actividades referidas al juego.  Quedó para el final mencionar los grandes espectáculos de juegos como los Juegos Olímpicos, los torneos de todo tipo y los partidos de futbol, que tantas pasiones despiertan.  Estos eventos atraen grandes masas y mueven impresionantes sumas de dinero.  Los deportistas profesionales son las grandes estrellas en el mundo contemporáneo.
Todo eso me atrae, desde ya.  Sin embargo mi corazón está en otro tipo de juego: en el juego de cuando yo era chica.  Esa actividad gratuita, feliz, sin importancia aparente, y al mismo tiempo tan sana y necesaria a la vida del cuerpo y de la mente.  Por eso insisto en mi invitación, y te la hago con una sonrisa: ¿querés jugar conmigo, querés jugar por jugar?




Lydia Zubizarreta

miércoles, 16 de mayo de 2012

Jueves (María Lanusse)









Honor al Jueves,
Por no ser Domingo
Y deprimirnos con el “mañana es Lunes!!”



Honor al Jueves,
Por no ser Lunes
Y recordarnos que la semana recién empieza.



Honor al Jueves,
Por no ser Martes
Que nos hace ver que la semana todavía es eterna.




Honor al Jueves,
Por no ser Miércoles,
Que se hace eterno esperando el Jueves.




Honor al Jueves,
Que empezó la parranda con Viernes y Sábado.





María Lanusse



Juegos (María Echevarría)







Todavía me acuerdo cuando era chica y jugaba a la maestra. Ponía mis muñecos en sillas y escribía cuentas en el pizarrón. Las hacía, se las explicaba, ellos me preguntaban sus dudas, yo les respondía. También me acuerdo cuando jugaba a que tenía un negocio de ropa, abajo del escritorio de mi hermana. Al lado había otro negocio y yo hablaba con los otros vendedores. También me acuerdo cuando me había armado mi casa debajo de la cama alta de mi otra hermana. Enganchaba una sábana entre el colchón y la cama, que caía haciendo de pared/cortina. Tenía cocina, lavadero, living, cuarto. Entraba y salía de mi casa. Por supuesto que también me acuerdo de cuando me armaba una verdulería en el patio, con cajones de manzanas. O cuando tenía un vivero y vendía plantas. O cuando me armaba una agencia de turismo y hacía folletos de lugares donde pasar unas vacaciones inolvidables. ¿Quién no jugó alguna vez? ¿Quién no se inventó una profesión, un nombre, una historia y jugó por un rato a vivir otra vida? No era yo, era la maestra, la vendedora, la mamá, la verdulera. Hasta que mi mamá me llamaba a tomar la leche. Ahí terminaba el juego, o quedaba entre paréntesis esa realidad.
A veces venía alguna amiga a jugar a casa y las dos éramos maestra y alumna, o dos vendedoras, o dos mamás amigas, o vendedora y clienta. Y estaba sobrentendido que lo que decíamos, lo que hacíamos, era todo parte de ese otro universo que nos inventábamos. Lo maravilloso es que no nos poníamos muy de acuerdo, las situaciones iban surgiendo con naturalidad, no había un código previo. Improvisábamos. Como mucho establecíamos lugares “esta es mi casa”, “bueno, y este es mi negocio, vendo ropa para bebés”. Y listo. A jugar se ha dicho. A inventar una realidad paralela en la que podíamos ser quienes quisiéramos.
Creo que nunca dejamos de jugar a medida que crecemos. Se suele decir que los adultos no jugamos tanto como deberíamos, pero me parece que es un error, yo creo que seguimos jugando pero sin darnos cuenta. ¿Por qué no es lo mismo el barrio que nos inventábamos con mi amiga, donde las compras eran tan reales como la plata con la que las pagábamos, que los sueños e ilusiones que inventamos de a dos cuando nos enamoramos? ¿No es una realidad nueva, inventada, que surge casi sin pautas? No mucho más que un: “mirá que soy un poco insegura”, “bueno, pero mirá que yo creo que sos hermosa”, “bueno, dale”. Y listo. Creo que si aprendiéramos a verlo un poco más así no nos dolería tanto cuando nos llaman a tomar la leche y tenemos que volver a la realidad lisa y llana. No dolería tanto el porrazo. Agradeceríamos la tarde de juego, habernos divertido tanto y haber compartido un tiempo hermoso con alguien querido.




 María Echevarría



martes, 15 de mayo de 2012

Juego (Martín Susnik)






La vida es un juego. No tengo reparo en afirmarlo, aunque adivino las voces que podrían alzarse en protesta por la aseveración que realizo de este modo casi temerario.
A algunas de ellas les doy la razón; son aquellas cuya protesta se basa no en lo que afirmo sino en quien lo afirma. Sé bien que muchas veces tengo tremebundas dificultades para comprender encarnadamente semejante verdad; pido disculpas y me declaro culpable de mi falta de coherencia respecto a este punto: a veces me olvido de jugar.
Otras voces, sin embargo, apuntan su reprobación contra la afirmación misma con la que arrancan estos renglones. Posiblemente lo hagan con las mejores intenciones, argumentando que la vida hay que tomársela en serio y que su peso específico impide que se la equipare con lo lúdico. Entiendo, créanme que sí. Y coincido con semejante apreciación de la vida, es sólo que no coincido con semejante apreciación del juego.
El juego es también una cosa seria. Temo que quienes no lo consideren así, o bien no han aprendido a jugar de veras, o bien se han olvidado ya de cómo era que se hacía. El que juega lo hace en serio, de lo contrario casi que no vale la pena (y no olvidemos que a veces en el juego hay pena también).
Lo hacemos para divertirnos, es cierto, al menos la mayoría de las veces, pero eso no significa que lo tomemos a la ligera. El ingrediente divertimental de lo lúdico no tiene por qué excluir que uno se meta en el juego con cuerpo y alma. Salvo que olvidemos que para “pasarla bien” no hay nada mejor que hacer las cosas correcta y seriamente, valga esto para la existencia misma o para un partido de truco. Y si al juego lo utilizamos mayormente como una especie de recreo, no es porque no nos importe, ni porque nos desconcentre, sino porque nos concentra en otra cosa.
Salvo que al jugar nos tomemos todo con excesiva liviandad o que, en el otro extremo, nos excedamos en el rigor con el que lo consideramos hasta el punto de olvidar de que se trata de un juego justamente, lo lúdico combina de manera maravillosamente exitosa la seriedad y la alegría, el gozo y el rigor, lo cual intuyo que no está lejos de una recta manera de entender la vida.
El juego combina además otras cosas, que me llaman la atención. Las reglas y la improvisación, por ejemplo. Las primeras son imprescindibles, al punto de que es impensable un juego sin ellas. Pero las normas ponen tan sólo el marco, señalando los límites de lo permitido, y es dentro de esos límites donde la  creatividad e inventiva dan sabor al asunto. Los vuelos imaginativos, la gambeta imprevista, todo eso no está en las reglas, pero tampoco va en su desmedro. Las normas no excluyen la inspiración espontánea ni viceversa. Las reglas están a favor del que sabe improvisar talentosamente y la improvisación se edifica de manera fructífera solamente sobre la base de las reglas establecidas y sin pretender quebrarlas. ¿Acaso no sucede otro tanto con la vida misma?
La relajación y el cansancio también se combinan curiosamente en el juego. ¡Claro que podemos cansarnos jugando! ¿Pero no es acaso un cansancio relajante, un cansancio renovador que nos permite enfrentar el porvenir con mirada renovada? De otra manera, no sabría cómo explicar que después de una agotadora semana laboral uno tenga ganas de correr dos horas atrás de una pelota, para “relajarse” justamente. Y, al fin y al cabo, una vida bien vivida ¿no es, de una manera similar, cansadora también, pero a la vez reconfortante en ese mismo cansancio bien ganado?
Seriedad y placer, normas y creatividad, cansancio y renovación, distracción y concentración, talento natural y práctica esforzada, planificación y azar, éxitos y fracasos alternados... Yo no sé mucho de nada, pero ruego poder seguir aprendiendo sobre este particular arte de jugar la vida.




Martín Susnik



Judía errante (María Sol Rufiner)

Escena  Final de la Película Yentl, Barabara Streisend, 1983



 
Después de mucho pensarlo,
el camino más difícil he tomado
Todos los carteles indican que
no tendría que haberlo tomado
pero alguien alguna vez ha dicho
que creer es tomar la vía
donde los carteles te indican
 “este camino no has de tomarlo"


Y así el camino empieza,
y  los pies hacia Él uno a uno progresan
¿A dónde iré?  No lo sé.
Lo único que sé es que en Él 
seguiré al Viento por donde quiera que esté.
Él viento me dirá
  algún día dónde terminaré
pero mientras tanto al Viento
 de un lado a otro seguiré.
Pues el llamado es 
que  Judía errante yo  he de ser
pues sólo para el Hombre 
de la promesa yo he de ser.
El no tiene donde recostar la cabeza
por eso yo en Él Judía errante he de ser.
El camino empieza y los pies 
paso a paso hacia Él progresan
¿A dónde iré?
 Donde Él me indique reclinar la cabeza




María Sol Rufiner



lunes, 14 de mayo de 2012

Júbilo (P. Andrés Rambeaud)





¿Por qué no alcanzan las palabras? El diccionario dice que júbilo es una “viva alegría”. La misma palabra alegría debería alcanzar para expresar lo vivido, como si un resorte de la memoria se activara en las múltiples experiencias de nuestro crecimiento que asociamos a la alegría. No hace falta que nos expliquen la alegría, basta que nos hagan recordarla en el día en que aún niños, abrimos un regalo que resultó ser justo aquello que habíamos pedido. Alegría contenida, alegría desbordante, exultante… cada una añade un matiz de la misma y radical experiencia de la gratuidad. La alegría es más plena, es júbilo, cuando sabemos que no hemos pagado nada a cambio de conseguirla, no hubo transacción comercial que le ponga una tasa, que haga que le exijamos una satisfacción compensatoria si no nos agrada el resultado o no estamos conformes con lo invertido. ¿Será por eso que hallamos rastros de  esta alegría en momentos íntimos y a la vez simples de la vida con nuestros seres queridos (una madre o un padre que sostienen por vez primera a su recién nacido, un hijo que se siente incondicionalmente querido por sus padres)? ¿O que la asociamos a momentos de gran creatividad personal y al desarrollo de nuestras potencialidades (nuestro primer trabajo o experiencia profesional, el primer día que vivimos independientes en nuestra casa, el día que sentimos que estábamos siendo parte de algo que realmente importaba)?
Si el júbilo es una “viva alegría” lleva implícita la idea de un cierto renacer dentro de la vida misma. Las horas muertas van dando paso a la vida que irrumpe en sus aún no pensadas posibilidades. Allí podemos compartir con Heidegger que el origen no está detrás, sino delante de nosotros, acechándonos para salvarnos de la monotonía y recordarnos que toda nuestra vida es fruto mismo de la gratuidad del amor de Otro.
¿Por qué las palabras no alcanzan? Más bien, ¡Gracias al Cielo que no alcanzan! Si no, no hubiésemos tenido a la poesía. Y en pocos lugares he visto expresada la experiencia del júbilo como en este poema de pluma criolla.


Resurrección de la alegría
Ya no me acuerdo del olvido
ni de la ausencia lastimando,
sólo recuerdo tu silueta,
dulce habitante del paisaje.
Resurrección del cielo tuyo
entre mis manos y la tarde.
Ya no me acuerdo del olvido,
ando de sol con tu milagro.

Desde el amor todo regresa
como los pájaros y el alba,
resurrección, digo su nombre
y lleno el aire de campanas.
Porque el que nace a la ternura
vence a la muerte cotidiana,
abre las puertas de la vida
y lleva un niño en la mirada.

Amor que vuelve,
amor que espera,
amor que grita,
amor que nace
amor que crece.

Resurrección de la alegría,
estoy de fiesta con mi sangre.
Porque el que nace a la ternura
vence a la muerte cotidiana,
abre las puertas de la vida
y lleva un niño en la mirada.




P. Andrés Rambeaud

Jirones (Mimí Blaquier)

 
Glaciar, Land Art por Sandy Sudar (Ilust. Blog)




El velo se rompe
se despedaza en jirones
Silencio grávido
de murmullos de puertas adentro
El baile es de máscaras
torear la incertidumbre
el espanto
Mis ojos no me pertenecen
mi cuerpo, desarticulado
gritos sin voz
al caer la noche


¿Podremos permanecer
en dignidad,
sintonizar el oído
atentos aún
a las sutiles verdades del tacto?
Y así mantener vivo
el fuego,
la memoria íntima
que brota
del primer albor

Mimi B.

domingo, 13 de mayo de 2012

JIRAFA (Teresita Suriani)








Hal: Well, let's say that since you were little, you always dreamed of getting a lion. And you wait, and you wait, and you wait, and you wait but the lion doesn't come. And along comes a giraffe. You can be alone, or you can be with the giraffe.
Oliver: I'd wait for the lion.
Hal: That's why I worry about you.*


BEGGINERS (2010) - MIKE MILLS




ESTOY RODEADA DE GENTE QUE ME DICE QUE LA JIRAFA ESTÁ BIEN. ¿QUÉ MÁS QUIERO? UNA JIRAFA TE ACOMPAÑA A DAR VUELTAS POR LA SELVA, LA SABANA, Y CUALQUIERA QUE SEA SU HÁBITAT. Y SEGURO NO TENGA NINGÚN PROBLEMA CON QUE LA ACOMPAÑE A PASTAR, AUQNUE NO CREO QUE ASÍ SE LLAME A LO QUE ELLAS HACEN ¿COMER NOMÁS? UNA JIRAFA SEGURO TE AGARRE DE LA MANO, Y TE LLEVE A PASEAR, COMO UNA SEÑORITA DE SAN NICOLÁS. CAPAZ VAYAMOS A VER EL AMANECER O EL ATARDECER, ¡PODEMOS CAMINAR HASTA EL SAHARA! DICEN QUE SI TE HICISTE AMIGO DE UNA JIRAFA, YA ESTÁS. ES UNA AMIGA DE LO MÁS FIEL, NO TENÉS QUE DESCIFRARLA, NI CARCOMERTE LOS NERVIOS PENSANDO EN SI TE VA A DEJAR PASEAR CON ELLA HOY, PORQUE LA JIRAFA ES COMO EL JARDINERO FIEL DE WILDE. PERO SI SOS COMO OLIVER, Y TODA TU VIDA SOÑASTE CON TENER UN LEÓN, ¿TE VAS A QUEDAR CON LA JIRAFA POR MIEDO A QUE NO TE ENCUENTRE?





Teresita Suriani



*Hal: Bien, digamos que desde que eras chiquito, siempre soñaste con tener un león. Y esperas, esperas, esperas, esperas pero el león nunca llega. Y viene una jirafa. Puedes estar solo, o puedes estar con la jirafa.
Oliver: Yo esperaría al león .
Hal: Por eso me preocupo por ti.

Jinete (Mateo Belgrano)







Perdidos en el horizonte, los dos, por esos paisajes inhóspitos donde los hombres nunca van. (¿Qué son las tierras de los horizontes sino las que se miran desde lejos?). En los confines donde se recuesta el sol, allá van los dos, buscando algo que sólo ve el corazón por el desierto de la desazón.
La tierra era dura, seca y pocas plantas se retorcían bajo el mediodía. Pero ellos, locos, como cuerpo y alma, corrían siguiendo un aroma, un murmullo a lo lejos, un sueño que alguna vez se cruzó y prometió calmar su sed. Jinete y equino sedientos por este desierto al galope, noche y día, día y noche.
Desde potrillo soñó con verlo,  acariciarlo, escucharlo rugir alguna vez. Le dijeron que era inmenso, que nada sus ojos vieron tan colosal. Allá iba, ¿buscando qué? Un no sé qué, algo de qué atajarse, de qué aferrarse, de qué agarrarse, una respuesta, algo más que este desierto duro y seco.
Al fin, luego de la eterna jornada, el jinete desmonta y cae de rodillas. La bestia, mientras tanto, se abalanza a beber hacia el arroyo que corría por detrás. Arrodillado en la orilla ante la inmensidad del océano, intenta tomar el mar entre sus manos pero el agua se le escurre entre ellas. Sólo pudo dejar una lágrima entre las olas, ya que ni el ancho mar pudo aplacar esa insaciable sed.


Mateo Belgrano

sábado, 12 de mayo de 2012

Ji, Ji, Ji (Ángeles Smart)

De la película Arizona Dream (Emir Kusturica, 1993)




La unidad de la experiencia.


Variación Imaginaria III (Mayo 2012)




Sueño que Johnny Deep se enamora de mí y yo de él / La vida es  mejor que nunca / No te rías, por favor / No sea que la ilusión se termine y queden sólo los  añicos.





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Algunos dicen que los ojos ciegos


 ven mejor 


que los abiertos


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Sip. La imagen se transfiguró...


Ángeles Smart

viernes, 11 de mayo de 2012

Jefes (Marcelo Gobbi)





Letras aseguradas


Un día invité a comer al Sorrento de la avenida Corrientes al escritor Fernando Sorrentino (Imperios y servidumbres, El crimen de san Alberto y mucho más). Yo creía que homenajearía a mi admirado amigo en un lugar que evocara su apellido. Además me quedaba cómodo: trabajo en el edificio que está enfrente del restaurante.
Fernando me confesó que volver a esa zona no le traía, precisamente, buenos recuerdos. Había trabajado cuarenta años atrás en esas mismas oficinas cuando allí funcionaba una compañía de seguros. Aborrecía esas tareas, que incluían la obligación de aguantar a un jefe espeluznante que llegó a inspirar uno de sus cuentos más conocidos.
Mucho tiempo después de haber dejado ese empleo, Sorrentino descubrió que más o menos durante la misma época, y en la misma compañía, habían renunciado otras dos personas para dedicarse a “tonterías literarias”, como el jefe les había dicho despreciativamente al despedirse. Uno de los desertores fue José Salas Subirat, autor de la primera traducción al castellano del Ulysses; el otro se llamaba Augusto Roa Bastos.
El derecho a huir no debería serle concedido únicamente a la gente talentosa, pienso mientras continúo archivando pólizas.





Marcelo Gobbi

Jaula en vela (Clemencia Campos)




En la penumbra de la noche, en un cuarto oscuro y silencioso, una vela desfila con olores que sintetizan la batalla en la que nadie perdió, en la que ganamos los dos.
Una vela, que desfila sigilosamente sobre un escenario y con zapatos de algodón para que nadie la escuche, dibuja en la superficie de la noche una tierna llama.
Poco a poco, a su tiempo, comienzo a vislumbrar un bosquejo. Un bosquejo que sería un gran cuadro. Fui vislumbrando un rostro. Un rostro que era invadido por unos verdes ojos, una boca de labios finos, una puntiaguda nariz, miles de pestañas que ensombrecían tu mirada y unas cejas en triangulito mirando para abajo que me enternecían, y mi corazón se iba así deslizando por el tobogán de la tristeza.
Poco a poco, a su tiempo, al tiempo de la luz, un gesto se fue esculpiendo. Una obra de arte.
¿Siempre estuviste triste? Te miraba, pero aún no sabía verte.
Sólo hacía falta la claridad de la luz. Hacía falta que una vela se encienda y decida bailar al son de las estrellas para que yo te viera.
Y con suavidad, con mis manos de pinceles te fui descubriendo. Descubrí las lágrimas que yacían en los surcos de tus ojos, en tus ojeras, canales de angustias y con mis manos te fui secando, dejando la superficie de tu rostro limpia.
Mi patena era variada. Pensé forzosamente cuál sería el mejor gesto de felicidad que podría dibujar en tu rostro. Pensé y pensé la mejor sonrisa, aquella que hiciera juego con tus ojos, tu boca y aquella puntiaguda nariz que parecía un poroto.
Y como gran artista que soy, lo logré.
Sonreí y sin quererlo me pinté a mi misma una sonrisa; y como un bebé, vos sonreíste copiosamente al verme sonreír. Sin duda, fue el mejor gesto de felicidad.
Fui feliz…
                               …al verte sonreír.





Clemencia Campos

jueves, 10 de mayo de 2012

Jaula (Mechi Palavecino)


 
http://hollywoodcsi.wordpress.com/2011/11/27/132/


“You know what's wrong with you, Miss  Whoever-you-are?  You're chicken, you've got no guts. You're afraid tostick out your chin and say, "Okay, life's a fact, people do fall in love, people do belong  to  each other, because that's the only chance anybody's gotfor real happiness." You call yourself a free spirit, a "wildthing," and you're terrified somebody's   gonna stick you in a cage. Wellbaby, you're already in that cage. You built it yourself. And it's not boundedin the west by Tulip, Texas, or in the east by Somali-land. It's wherever yougo.  Because  no matter where you run, you just end up running into yourself.”
Paul Varjak, Breakfastat Tiffany’s *


Cuando vi  la película Breakfast  at Tiffany’s (Desayuno con diamantes), me quedó dando vueltas en la cabeza estas palabras de uno de los protagonistas. Es como una reflexión de toda la película, de la historia de Holly Golligthly.
Huérfana, por temor a ser defraudada o abandonada, lleva una vida superficial en la que nunca se establece, vive del dinero de los hombres con los que sale, pero sin tener con ellos una relación que dure en el tiempo. Para ella vivir es actuar, un papel a representar, una imagen para mostrar, una máscara, un disfraz.
Conoce a Paul Varjak, un escritor que realmente la quiere por lo que es, y no por quien dice ser. Cuando éste le propone estar juntos, ella quiere huir. Esa jaula que construyó a su alrededor le impide salir. Las jaulas no se abren desde adentro.
Nosotros estamos también en un mundo que nos impulsa a estar enjaulados, con lo que nos gusta dentro de esa jaula, pero que no podemos abandonar. Podemos estar cómodos en principio, al tener a nuestro alcance lo que nos place. ¿Cómo salir cuando nos demos cuenta de que no es posible crecer?
Estamos llamados a ser comunión, al encuentro con el otro, caminar juntos, pertenecernos mutuamente. Miradas que nos buscan e interpelan y que dentro de la jaula nos son imperceptibles; tal vez oímos sus voces, pero nada podemos hacer si estamos encerrados. Necesitamos que otro abra la jaula que muchas veces construimos para poder ir hacia la realidad, que trasciende lo que nosotros vemos o creemos ver.
Y en ese momento, sólo a partir de ese instante, podremos ser capaces de ir hacia lo Alto.

 Mechi Palavecino


*"¿Sabes qué está mal contigo, Señorita Quien-quiera-que-seas? Eres gallina, no tienes agallas. Tienes miedo de levantarte y decir, "De acuerdo, la vida es un hecho, la gente se enamora, la gente pertenece una a otra, porque es la única oportunidad que tenemos para la verdadera felicidad". Puedes llamarte espíritu libre, una "cosa salvaje", y que tienes miedo de que alguien te encierre en una jaula. Pues bien, cariño, ya estás en esa jaula. la construiste tú misma. y no está en el oeste en Tulip, Texas o en el este en Somalía. Está dondequiera que vayas. Porque no importa hacia dónde corras, terminas corriendo hacia ti misma"