lunes, 11 de julio de 2011

Anónimo (María Sol Rufiner)




Te pondrán un nombre nuevo
pronunciado por la boca del Señor.
Ya no te llamarán «Abandonada»;
ni a tu tierra, «Devastada»;
a ti te llamarán «Mi favorita»,
y a tu tierra, «Desposada»,
porque el Señor te prefiere a ti,
y tu tierra tendrá marido.








Anónimo



“-¿Quién sois, Señor?
-¿Eh? ¿Qué? - dijo Tom enderezándose y los ojos le brillaron en la oscuridad-. ¿Todavía no sabes cómo me llamo? Esa es la única respuesta. Dime, ¿quién eres tú, solo, tú mismo y sin nombre?”[1] Esa es la pregunta que le hace Frodo a Tom Bombadil queriendo saber ¿Quién es? Y la respuesta es su nombre, nada más que simplemente  su nombre, pero Frodo no lo entiende, y nosotros como lectores nos queda colgando la misma pregunta, “¿y?” ¿Qué nos quiere decir Tom con eso de que su nombre es la única respuesta? él tiene que ser alguien, tiene que tener su lugar en el mundo, él tiene que tener una explicación. Y esta pregunta inquisitiva hacia Tom, es porque vivimos en un mundo de anónimos, un mecanismo de reloj, que no le interesa saber tu nombre sino tan sólo tu función. Podemos decir con Wittgenstein: el mundo es todo lo que es el caso, porque sólo vales en cuanto que eres un caso, tu nombre es el caso que representas en la sociedad y si no representas ninguno, sobre ti hay que callar puesto que eres anónimo.  Esto implica que si no eres, ni nominativo, ni acusativo, o no tienes un genitivo, no es necesario si quiera dirigirte la mirada, mucho menos regalarte una sonrisa. Tú, sin nombre, anónimo que vagas por el mundo no eres merecedor de la atención del mundo para darte un caso, para darte una función.  Pero ¿no nos estamos equivocando? ¿Acaso nuestro anonimato se termina cuando adquirimos un caso, una función? No, porque si bien el obrar sigue al ser, el ser no sigue al obrar, y no somos en cuanto operamos sino que operamos en cuanto que somos y es por eso que el ¿Quién soy? viene primero, pero erramos en buscar nuestra definición en los demás, pues ellos están tan anónimos como nosotros, ellos al no ser capaces de dar el ser no son capaces de darnos nuestro verdadero nombre. Dice la liturgia “Estaba al alba María, porque era la enamorada, “María” dice la voz amada” en ese instante que el Señor pronuncia su nombre María deja de ser anónima, pues quien la creó pronuncia su nombre, quien la creo la reconoce.  Sólo Él que nos dio el ser, puede darnos nuestro nombre “Te ponderan un nombre nuevo pronunciado  por la boca del Señor” dice Isaías y en el Apocalipsis dice: “Al que venciere, le daré una piedrecilla blanca, y en la piedrecilla escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.”. Sólo Él nos define, pues sólo Él completa la síntesis de finito e infinito que es el hombre. Sólo la Atención creadora de su mirada nos puede definir a su imagen, y nuestro anónimo corazón estará inquieto hasta que Él no lo llame por su nombre…

Sol Rufiner


[1] J.R.R. Tolkien El Señor de los Anillos : La comunidad del Anillo, Ediciones Minotauro, Barcelona 1999, p. 179

2 comentarios:

  1. me encantó! me hizo acordar a cuando Dios le dice a Moisés: Yo soy el que soy. Pero antes le pide que se saqué las sandalias para entrar en terreno santo. Porque para poder descubrir quien es Dios, quien es el otro y quien soy yo me tengo que sacar todo, mi función, mi rol, etc. ¿Quién soy muy por debajo en lo profundo? ¿Cuál es mi nombre?

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  2. Teresita: No se me había ocurrido! Gracias por tu aporte!
    María Sol Rufiner

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