sábado, 9 de julio de 2011

Altura (Ignacio Leonetti)


David Caspar Friederich


He tenido oportunidad de escalar montañas y por más alto que haya ido, además de paisajes maravillosos, sólo –y no es poco- me he encontrado conmigo mismo. ¿Cómo es posible estar tan lejos y paradójicamente tan cerca?
  Los chicos, con pueril obsesión, se preocupan de la altura cuando la naturaleza les hace bullir en la sangre el crecimiento sano. Para ellos, ser más alto es ser más grande.
  Pero a la vez, la altura se relaciona misteriosamente con la profundidad y me arrastra a pensar en ello. Secretos profundos se enlazan en la relación altura-profundidad. Sócrates, por estar muy alto consideraba que el principio de la sabiduría residía en reconocer que él “no sabe”. San Agustín cayó doblegado ante la fuerza de lo más Alto que es la “Hermosura tan antigua” que reconoció en lo más íntimo de sí mismo. Tomás de Aquino, habiendo escrito y meditado tan alto, era un simple fraile que después de la contemplación extática que anecdóticamente se narra quiso quemar toda su obra.
  ¿Qué he visto cuando estaba en la montaña? ¿Por qué quise caminar hasta allí? ¿La altura es relativa? ¿Y la profundidad? No sé qué respuestas darían los físicos, geógrafos o astrónomos sobre este punto en torno al cual se congregaron tan dispares especulaciones a lo largo de la historia. Sí sé, que algunos de ellos por ir a lo profundo de la materia, se han vuelto místicos. Encontraron ciertas notas pulsadas por vaya a saber qué cuerdas del ser que le representaron la vocación por lo Alto.
  Hablando de física, en el mar, por ejemplo, hay una voz latina que refiere lo alto a la profundidad. De allí viene la expresión “alta mar” con la que se significa que nos hemos adentrado en el mar dónde sólo hay mar y ese mar es profundo. Mar verdaderamente.
  Mar verdaderamente. Quizá en la altura encontremos la Verdad. Verdad de todo y por ende Verdad de mí. Me pregunto, ¿estoy a la altura de lo que la Verdad dice de mí? Descubro que el eco lo encuentro adentro, bien adentro. Y respondo con todas las actitudes posibles: me ruborizo, me arrepiento, me alegro, me duelo, pido perdón, escucho, sonrío, canto, respiro.
  Parece bueno hacer el ejercicio de caminar a la altura.


Ignacio S. Leonetti

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