martes, 13 de septiembre de 2011

Clorofila (Mateo Belgrano)

Wassily Kandinsky, Composición VII (1913). Oleo sobre lienzo 200 x 300 cm
(Ilustró Mateo Belgrano)


Convulsiones frenéticas embisten el vértigo del blanco, de la nada enmarcada, con fervientes arremetidas policromas. Quién sabe cómo está el día, cómo anda la vida. El olor de pintura concentrada ataca a los extraños, el taller cerró hace rato sus puertas para poder respirar y no abrirá hasta que encuentre lo que se vino a buscar.
La paleta carga el vestuario de posibles, mezclas mansas a la mano. La aurora de dedos rosa tiñe el bastidor y amanece la pintura. Un verde arbolado encierra un horizonte, y por el paso de la escobilla crecen flores carmín y el amarillo de los girasoles. Luego caen las formas y un mundo se llena de colores, se envuelven y se pierden en el otro, y yo me busco, no hay duda, pero nunca me encuentro en el mismo rincón.
En mi infancia creía, o más bien intuía, que cada persona tenía un color propio y antes de entrar a clase, intentaba descifrar que color era cada uno y me divertía pensando a mis compañeros como “verdes”, “rojos” o “azules”. Pienso ahora que quizá cada uno es un matiz y el alma sea simplemente una traslúcida acuarela con la que Él mismo nos pintó. Me gusta pensar que nos hizo en colores.
Siempre me consideré un azul. Quizá por los ojos del viejo, por el mar de Mamá, quizá por los búlgaros añiles de la abuela o por esa calma profundidad índiga, que nos empapa. No sé, a veces pienso que todo lo veo azul.
Y en mi boceto, busco el espejo. Pigmento único e irrepetible que guarda mi secreto, ¿dónde está? Y desde lo más hondo me desdoblo, en tintes y trazos palpita un corazón, encontrándose y desencontrándose. La armonía entre el color y el artista se funda en la adecuación y el contacto con entre el óleo y el alma (¡Salud Kandinsky!). Ya aparecerá ese acrílico que al untarlo abrace al espíritu.
Y uno sigue pintando, sigue buscando, pero después de un rato, se abren las puertas y ventanas del taller para que corra el aire. Y luego de la larga jornada, con las manos llenas de pintura y el alma lista para volver a ser pintada, salgo a caminar a esa gama urbana, a la ciudad colorinchuda, a perderme y encontrarme entre los colores de la vida.

Mateo Belgrano

6 comentarios:

  1. Nunca se me había ocurrido identificarme con un color. Pero ahora que lo mencionás, si me pongo a imaginar el color de mi misma me lo imagino en la gama de los tierra, ocre, rojisos.
    ¡Y hubiera jurado que vos eras verde!
    Jajaja... se ve que no te conozco lo suficiente.
    ¡Gracias Mateo!

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  2. Mateo, me encantó tu texto!
    Hablando de Kandinsky, él tenía sinestesia y veía los sonidos en color; su cerebro los traducía en colores. Cuando me enteré de este "desorden" neurológico pensé en lo mucho que me encantaría escuchar los colores! Y me hiciste acordar mucho a eso, en la asociación del color con las personas.
    Alguien que conozco que tiene este mismo "desorden" me dijo que la mayoría de la gente es marrón. Yo soy verde. Tal vez vos seas azul y Marisa ocre... quién sabe!
    Cariños!

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  3. ¡Qué raro eso Sofi! No sabía que existía ese fenómeno. ¿Cómo será? ¿Las cosas cambiaran de color cuando suenan? ¡Qué increible!

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  4. Sí, es muy raro... Es cuando dos o más sentidos están conectados. Las asociaciones se dan en general tacto-gusto, vista-oido. Y Kandinsky tenía esta "enfermedad". De hecho sus obras llamadas "Composición xx" es porque pintaba lo que escuchaba de las obras creo que de Beethoven. Increíble en serio!!!!

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  5. Lugones en uno de sus cuentos -en "la fuerza Omega" creo- de LAS FUERZAS EXTRAÑAS (1906) narra la invención de un aparato que permitiría la conversión de sonido en color (aunque su inventor acabe siendo victima fatal de su propio invento).

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  6. Muy bello! Una linda forma de sentir y vivir el arte.
    Tengo a mi padre que pinta al óleo y vive exactamente lo mismo que vos Mateo.
    Gracias por la colorida meditación!

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