domingo, 4 de noviembre de 2012

Yapa a la N



NONNA MARIA (María Páola Delbosco)


Nací el día de su cumpleaños número sesenta y uno -así me dijeron-, y heredé de ella el nombre, o por lo menos el 50%, dado que me llamo María Páola, aunque sólo mis padres y hermanos me llaman así. Siempre sentí que algo especial nos ligaba, porque el 2 de diciembre era nuestro día. El primer recuerdo de esos cumpleaños compartidos pertenece a mi cuarto cumpleaños, y  obviamente sexagésimo quinto de mi nonna. Estaba sola con ella en la vieja casona de Lecce, enorme, llena de sombras y recovecos misteriosos, que más adelante exploraríamos sin permiso los tres hermanos. Las cuatro velitas estaban clavadas en una pequeña torta rectangular, con cuatro cerecitas y cuatro hojitas de mazapán. No sé si me vino en ese momento una inclinación casi maníaca hacia las matemáticas, pero recuerdo claramente haber mencionado que todo era cuatro: ángulos, lados, hojas y velitas. “¡Qué inteligente!” me dijo ella. Y yo le creí.
Qué distintas han sido nuestras vidas: ella dedicada a cumplir exquisitamente los ritos de la vida doméstica; yo no. Ella buscando esforzadamente la paz, pero siempre por el lado de la adaptación, el  silencio, la resignación; yo no. Ella renunciando a su vida propia, para vivir una vida de señora de su casa; yo no.
Sin embargo, cuánto aprendí de ella. Cada vez que venía a mi casa a pasar una temporada, dado que en su viudez había renunciado a tener una casa propia, no quería ocupar lugar  ni en el armario, ni en los cajones, ni en la silla del escritorio. Decía que envidiaba a los pajaritos que viajaban sin valija a todos lados.
Me contaba de su infancia, de sus estudios de música y de francés, y del extraordinario viaje a Mülhausen, cuando Alsacia pertenecía a Alemania. Allí conoció la nieve y probó el vértigo del trineo. Me decía que ella era una viejita y que no debía molestar. No molestaba. Festejábamos su presencia, que significaba buena comida, tejidos y costura, pero además muchas historias increíbles, completadas por su pasión por la luna, las poesías y Napoleón. No había poema largo que ella no se animara a aprender de memoria, páginas y páginas de versos. Yo siempre pensé que sabía todas las poesías del mundo, porque las recitaba también en alemán, francés e inglés.
Nonna, ¡qué extraña mezcla la tuya de fe iluminista y religiosidad campesina: Renan y Padre Pío! Y sin embargo qué buena y simple que fuiste siempre. Con qué poco te conformabas.
Ahora yo soy la “nonna”: yo cocino para los nietos, les cuento historias, les enseño el nombre de los pájaros.
Qué rápido da vuelta el mundo. Increíblemente rápido.
                                                                          


María Páola Delbosco 



3 comentarios:

  1. ¡Qué lindos recuerdos María Páola!
    (Ya no me olvidaré del María.) ¡Qué abuelaza! Heredaste muchos talentos suyos. Yo también me quedaría horas escuchándote a vos y me da la sensación de que sabés todas las historias del mundo.
    Tus nietos te "llevarán" en su alma como vos a ella... seguramente.

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  2. Muy lindo! me gustó lo de los pajaritos que van sin valija. Y que veas un ciclo en tu abuela y vos ahora... increíblemente rápido.

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  3. Hola María Páola, qué bueno que escribas aquí! Divina tu nonna!!! Gracias por compartir esa personalidad tan generosa. Se te nota en la personalidad ese tipo de familia.

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