lunes, 15 de agosto de 2011

Brújulas (Sofía Montagnaro)


Charly Nijensohn, Un acto de intensidad
Videoinstalación, Salinas Grandes de la Puna, Argentina, 1999.




Brújulas. Estoy en un cuarto sin ventanas ni puertas. Sólo brújulas. Los únicos espacios vacíos son mi baldosa junto con otras cinco por las que me puedo ir desplazando (con mucho cuidado de no romper nada, claro) de un montón de brújulas a otro.
Si me detengo a pensar no recuerdo desde cuándo estoy acá. ¿Acá dónde...? Tampoco sé cómo llegué. De todas formas intuyo que el cómo y el cuándo no son lo importante. Tengo que averiguar por qué estoy acá; alguna razón tiene que haber. Acá… ¿Acá dónde…?
Intento contarlas pero al llegar a la número 78 me pierdo. Nunca fui de concentrarme mucho tiempo en algo. No sé cuántas son, pero son muchas brújulas. Parecería que no hay ninguna igual a otra. Miro para todos lados. Hay algo que me desconcierta. Algo no está bien: las agujas apuntan hacia diferentes lados. ¿Cómo puede ser que todas marquen un norte diferente? ¿El problema es de ellas o del cuarto?
Me cansé de fruncir el ceño pensando cuestiones que nunca voy a poder resolver. Mejor me siento. Hay algo que me hace acordar a La Historia Interminable de Michael Ende. Me acuerdo de Atreyu frente a las esfinges. Sólo mi respiración.
Tic, tac…tic, tac… Parece un reloj. ¿De dónde viene? Debe ser sólo mi imaginación en su desesperado deseo de sentir que no estoy sola. Tic, tac… No…es real: hay un reloj. Lo busco frenéticamente hasta dar con él. No entiendo cómo no lo vi, o mejor dicho, cómo no lo escuché antes. Cada vez entiendo menos.
Me vuelvo a sentar. No entiendo cómo mamá siempre apoyó cada cosa en la que yo me interesaba. A los 11 años fui al conservatorio de música a estudiar flauta traversa. ¿Qué puede saber una niña de 11 años de flauta traversa?
Estoy empeorando. Escucho dos “tic, tac…” a destiempo. ¿Había otro reloj? ¿Cómo no lo escuché antes?
Después de haber pasado por años de estudio de canto y diversos talleres de pintura, teatro y hasta patinaje artístico sobre hielo, llegué a la filosofía. Estuve cinco años estudiando este amor a la sabiduría (¿el amor se estudia?) para terminar trabajando en una compañía multinacional.
Ok… Cada vez son más relojes…y menos brújulas. Éstas dejan de ser lo que eran para convertirse en relojes. Brújulas, nortes, decisiones, relojes, tiempo… Poco a poco empiezo a hilar una idea que poco sentido tiene, aunque, teniendo en cuenta que estoy en un cuarto cerrado con brújulas y relojes, no sé qué es lo lógico y qué no. Cada vez se hace más inevitable el hecho de pensar que este cuarto es mi vida: es mi eterna búsqueda de eso. Amistades, amor, conocimientos, lugares, momentos, sensaciones, ideas, melodías. Siento que nací y que esta búsqueda empezó a mis 4 años con 12 palabras: “Mamá, ¿con qué se piensa? ¿Con la vida o con el corazón?”. Desde ese momento un impulso me hace recorrer diferentes caminos. Los caminos que elijo son abismalmente diversos, pero siempre los recorro con pasión y con ese convencimiento de que la búsqueda va a llegar a su fin. Soy grande: tengo 26 años y sigo buscando. Estoy estudiando otra carrera; tengo proyectos; tengo ganas de volver a teatro; tengo cada vez más amigos; tengo…tengo… No tengo tiempo… Esto nunca va a terminar, ¿no? Intento tranquilizar mi respiración. Menos brújulas, más relojes. Cada decisión es un sacrificio del tiempo; un sacrificio en pos de una idea. Más relojes, menos brújulas… Siento la necesidad de correr pero no hay salida. De repente me acuerdo de San Agustín y su corazón inquieto que sólo descansa en Dios. No me consuela. Siento que eso no es lo que busco. Eso… ¿qué es eso? Mi imposibilidad frente a una definición me dice que eso no es fijo. Los vientos cambian, los nortes también. Siento que es un juego eterno y que encima no conozco muy bien las reglas…
Otra vez estoy sentada. Ya no hay brújulas. No sé cuánto tiempo pasó, pero ya no hay brújulas. Sólo relojes. Mi respiración está más tranquila. Admito que hace un rato sentí asfixia y desesperación; las lágrimas cobraron independencia y no podían dejar de asomarse. Estoy más tranquila. Tic, tac… Sólo un reloj. Tic…tac… Tic… Silencio.



Sofía Montagnaro

5 comentarios:

  1. Sofi! No sabés lo identificada que me siento con tu texto, de hecho casi uso la palabra "buscando", porque yo también me siento en una constante búsqueda de algo que no tengo muy en claro qué es. Pero supongo que sólo es cuestión de seguir buscando, cuando lo encontremos vamos a saber que eso era lo que buscábamos. Espero...

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  2. Qué maravilla, Sofía! Gracias. Somos unos cuántos, si es que acaso no somos todos... (yo de hecho sí use la palabra "buscamos", pero ahora que leo tus palabras, casi que me dan ganas de que no publiquen lo mío).

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  3. Sofía!, Muy interesante. También me identifiqué mucho. Tantas cosas por hacer y el tiempo que nos apura.
    Buenas imágenes lograste en mi cabeza.
    Saludos!

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  4. "Existimos por aquellos de cuya sonrisa depende nuestra felicidad".
    Esto es lo que contestó Albert Einstein a un periodista que le había preguntado cuál pensaba que era el sentido de su vida. A mí me dan mucha paz sus palabras. Me hacen pensar que la flecha de la brújula apunta siempre fuera y que no es Chronos sino Kairos el que importa.
    Me hacen poner la lupa en el poder y el peligro de la libertad pero desde otra perspectiva, la perspectiva de lo que tengo enfrente aquí y ahora. Afuera del cuarto.
    Un poco en la línea del abandono que pide Noelia. La respuesta al ahora concreto (como dice Jorge) que excede mi yo, quizás sea el modo de ir encontrando pistas.

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  5. ¡Ah Sofi! También me encataron las imágenes que usaste. Creaste un clima de ansiedad, desorientación y encierro digno de Hitchcock.
    Y la vez sigue estando allí esa nena tan tierna, Inés, frunciedo el seño y haciendo puchero

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