domingo, 4 de agosto de 2013

Wajyariway kunan chisi (Josep Comas)

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[Viene de “Vendaval”]


La vigilia amaneció despacio en U. La noche y sus sueños y su tormenta y su penumbra permanecieron aun cuando abrió los ojos y vio cómo tomaba cuerpo, con parsimonia, embebida del sol de media mañana, una habitación extraña. U siempre había estado convencido de que esta zona de frontera entre el sueño y la vigilia, sin lindes claras, esta realidad mestiza, era la que definía el devenir de sus días.
Sintió el brazo levemente entumecido, aunque no lo movió para no despertarla. Por un instante, creyó que se sorprendía: el brazo en el que sentía hormigueos amparaba la figura desnuda, acurrucada, de la muchacha del colectivo. No se sorprendió, en realidad, porque por algún motivo vivía la situación con plena naturalidad, una naturalidad anterior a cualquier sorpresa posible, como si desde siempre, desde el comienzo inmemorial de los tiempos, hubiera existido ese abrazo inmerso en las sábanas y la luz del sol.
-¿Qué pensás?
A su lado, ella lo miraba y él se sintió de pronto como en casa, como en el vientre materno, como volando hacia el sol. Sacó el brazo que acogía los hombros y el cuello de ella, ambos se movieron, terminaron cara a cara, con los cuerpos recogidos. Como dos embriones. A U le agradó esa voz, una voz que además de escuchar, le parecía sentir, dulzona, en la lengua.
−Nada.
Se arrepintió en seguida de sus palabras o, más bien, se arrepintió de responder tan rápido, de no haber dado una respuesta más elaborada. Podría haberle dicho, patéticamente: “no pienso; siento”, y luego besarla, o haber ensayado, con más o menos destreza poética, explicaciones sobre la frontera del despertar, sobre lo natural que le resultaba la situación. Pero, por otro lado, hubiera sido una impostura. No, estaba bien así, estaba bien decir “nada”.
La vio parpadear. Sus pestañas estaban cargadas con el mismo candor y la misma suavidad que la noche anterior cuando, antes de asentir casi imperceptiblemente con un movimiento de cabeza y abrir la puerta, había cerrado los ojos apenas un segundo o dos.
−Soy U −había dicho él−. Alójame por esta noche
Habían sido sus únicas palabras. La había seguido desde que bajaron del colectivo. Ella se sabía seguida, y no se preocupó por hacer nada al respecto. Cuando llegó a la puerta de su edificio, se dio vuelta y esperó a que él se acercase. U, aunque algo turbado, se alegró por la interpelación silenciosa: dijo su nombre y en un rapto, con un impulso imprevisto, sin haberlo premeditado y ni siquiera habiéndolo vislumbrado como posibilidad, pidió hospitalidad. Ella, sin sentirse violentada, lo hizo entrar.
−¿Por qué me seguiste anoche? −ella, en la cama, su cuerpo lleno de la luz que le regalaba la ventana, la mitad de su piel por fuera de la sábana, dejó de pestañear.
−Wajyariway kunan chisi −dijo él, con voz muy baja, los ojos cerrados.
La quebrada, verde, cálida aun a esas horas, era un refugio de vida. Recorrer el sendero que bajaba desde lo alto de la montaña, desde donde casi no había vegetación, hasta la pequeña construcción de piedra que tenía frente a sí, le había tomado todo el día. Había abandonado muy temprano su campamento en el abra y, exhausto, empapado por la lluvia intermitente de la ceja de selva, había llegado ya al anochecer. Iba a golpear las manos cuando reparó en la figura pequeña, amable, del dueño de casa, sentado en una silla a un costado, vuelto hacia la espesura, oyendo.
−¿Qué?
U abrió los ojos. Ella sonreía, con una sonrisa prístina que a pocos le es dada y que expresa la fascinación ante lo inesperado.
−Sentí la necesidad −respondió convencido, al menos en sus entrañas (no habría sabido explicarlo) de que, a veces, la necesidad resultaba ser la más noble de la razones.
−Bueno, pero, ¿qué es lo que me acabás de decir? ¿Qué idioma es?
−Es quechua. Significa: alójame por esta noche –las palabras llegaron a ella con todo su peso y su levedad, con toda su rudeza, su maleabilidad, y pareció que hicieran eco en la córnea de su ojos, que resplandecían–. ¿Y vos? ¿Por qué… cómo…? ¿No te asustaste?
−No –la contundencia de esa verdad provocó un silencio prolongado, de los que le dan densidad al tiempo−. Porque, porque te reconocí.
−¿Cómo que me reconociste? ¿Nos conocemos? −dudó; ella no le dio a entender nada− Sabés que en el colectivo, cuando te miraba, porque en el colectivo te miraba, te habrás dado cuenta −casi no escuchó la pequeña risita, frágil y fugaz, de ella−, cuando te miraba tuve la sensación de que te conocía de algún lado. Pensé que inventaba, que quería que tuviéramos algo en común.
−No, no nos conocemos… No nos conocíamos, al menos. No es eso. Es otra cosa. El reconocimiento. Es como vos decís: algo en común.



Josep Comas

4 comentarios:

  1. ¡Comenzó el diálogo Josi! Luego de dos largos y tensos monólogos interiores. Muy apropiado el giro de la mano de una expresión que es un pedido de mutua hospitalidad. Todo empieza a llenarse de una frescura y naturalidad que proviene de la vida compartida.
    Me gustó mucho eso de que "la necesidad es la más noble de las razones".

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  2. Me parece, Josep, que sos el primero que aprovecha el formato del mes a mes del blog para hacer algo tipo entregas. Me gusta mucho la idea porque nunca seguí nada así por escrito. Creo que antes era mucho más común que ahora. Debe ser que las series televisivas se apropiaron del formato. Eso sí, cuando lleguemos a la z vas a tener que empezar por la A ya que este encuentro entre tus protagonistas se desenvuelve con mucha pausa y detalle. Qué linda la idea final del reconocimiento!

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  3. Coincido con Angeles en que está buenísima esta idea de una "novela" por entregas...pensar que así se escribieron grandes obras de la literatura..no pertenezco a una generación que esté acostumbrada a esperar y me gusta esta sensación de ansiedad que me genera la historia de U. Y me encanta la fuerza que van cobrando los personajes. Con lo que no estoy muy de acuerdo es con la idea de "reconocimiento". No me gusta esa palabra...cuando uno espera "reconocer" pareciera que siempre está buscando lo "malo conocido". Yo prefiero mil veces lo "bueno por conocer", aquello totalmente novedoso...aquello que hay que descubrir, no que reconocer... Pero supongo que esa es una discusión que tendría que tener con U, no con Josep. Saludos y espero la próxima!!

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  4. Sobre la idea de reconocimiento, remito a Charles Taylor y Paul Ricoeur.

    Tayor distingue dos políticas del reconocimiento igualitario, que tienen dos génesis históricas diferentes. Una proviene de la transición histórica del concepto de honor al concepto de dignidad, y es la política del universalismo. La otra se encuentra enraizada en “el desarrollo moderno [del concepto] de identidad”: la política de la diferencia.

    En la primera se “subraya la dignidad igual de todos los ciudadanos”, alcanzable a partir del “principio de ciudadanía igualitaria”, y que trajo como resultado la “igualación de los derechos y los títulos”. En la segunda se insiste en que “cada quien debe ser reconocido por su identidad única”, que implica el reconocimiento de la distinción y las particularidades sin la asimilación de ellas por una “una identidad dominante o mayoritaria”.


    Por su parte, en la introducción a Parcours de la reconnaissance, Ricoeur revisa los múltiples significados de la palabra “reconocimiento” basado en dos grandes diccionarios como el Littré y el Grand Robert, y termina reduciendo todos ellos a tres ideas-madre que constituyen los tres estudios de su libro:

    I. Aprehender (un objeto) por la mente, por el pensamiento, relacionando entre sí imágenes, percepciones que le conciernen; distinguir, identificar, conocer mediante la memoria, el juicio o la acción.

    II. Aceptar, tener por verdadero (o por tal).

    III. Confesar, mediante la gratitud, que uno debe a alguien (algo, una acción).

    Identifica el itinerario que atraviesa los tres momentos con el paso de la voz activa a la pasiva, y así en un primero momento activo, “reconocer” ha de interpretarse con el par “identificación-distinción”; en un segundo momento, se trata de reconocerse a sí mismo; y en un tercer momento, del reconocimiento mutuo, basado en la mutua disimetría entre el otro y yo, y elaborado por medio del juego del don (dar-recibir-devolver) que concluye en una conceptualización de la gratitud.

    Esto último lo vio Marisa cuando insistió en la importancia del diálogo en el primer comentario. Y creo que por eso le gustó a Ángeles también...

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