jueves, 11 de abril de 2013

Sendero (Lydia Zubizarreta)




Senderos de Luz y sombra, Lydia Zubizarreta


“no teman... acérquense,
véanme partir
ignorada- sabia- perdida- encontrada.”
Mariam Alizade



No vimos dónde nacen nuestros senderos.  Sólo sé que muy al principio del recorrido nos encontramos.  Todavía faltaba mucho.
Su nombre provenía de los pueblos bárbaros, según aquel profesor, y el mío de Grecia.  Soy, era,  “una clásica”.  Ella parecía tener dentro una lejanía indómita.  Tan distintas, aparentemente, y sin embargo podíamos caminar juntas sin ningún esfuerzo, disfrutando de un mismo ritmo.
Sus rasgos eran regulares, su mente asombrosamente original.  Su sonrisa rápida desafiaba los obstáculos.  Intensa en algunos aspectos, se destacaba por su capacidad de atención y de aprendizaje.  Le interesaba todo: la ciencia, la literatura, la música, los idiomas, las civilizaciones.  Calaba hondo en el ser humano. Fue una estudiante brillante en la Facultad de Medicina.  Mientras tanto yo salía con amigos, bailaba, pintaba un poco, no tenía noción del valor del tiempo.  Recién recibida de médica me confesó que no iba a poder ejercer por una sensibilidad suya negativa.  Siguió con los estudios y se dedicó al psicoanálisis, siendo una profesional con gran dedicación y muy respetada. Yo me casé joven y enseguida fui madre.  Ella también fue madre, aunque su vida seguía un rumbo de estudio y trabajo.  Siempre fue reflexiva.  Llevaba un diario en un cuaderno que inauguraba cada principio de año.  A través de la escritura conversaba consigo misma y con Dios.  Pedía ayuda al Padre, se veía a sí misma muy necesitada de iluminación y fuerza.
Caminábamos juntas siempre que podíamos.  Eran nuestros mejores momentos.  Del colegio a su casa en la época de secundaria y, luego - hasta muy recientemente - desde mi casa hasta el Rosedal o el Pilar.  El movimiento estimulaba el pensamiento. 
Sé que amó mucho y que fue muy amada.  Sé de su unión con sus dos hijos y de cómo eran para ella la continuación de la vida. 
Le gustaba, igual que a mí, la mañana, el aire fresco, la luz clara, el silencio, la verdad, la lealtad, lo sensible, lo sencillo.   Las dos compartíamos la alegría de la música, de la literatura, de todo arte.  ¡Asistimos juntas a tantos conciertos, pudimos presenciar tantos espectáculos!  ¡Fuimos juntas a tantas exposiciones!  ¡Leímos y nos recomendamos tantos libros, tanta poesía!  Le gustaba escribir.  Publicó varios libros: algunos tocando a su profesión, otros de cuentos.
Disfrutábamos no sólo de nuestras afinidades sino también de nuestras disparidades.  Nos permitían ampliar el horizonte.  Jamás competimos o nos comparamos.  En la otra reconocíamos los rasgos que nos podían dar estímulo.  De nuestros encuentros salí siempre enriquecida; conociéndome mejor a mí misma y a los otros, apreciando mejor la vida.  Sentíamos que teníamos mucho que agradecer, nunca la oí quejarse.  Era sabia: lo bueno y lo malo, lo fácil y lo difícil, lo transitaba al mismo ritmo.
Tocábamos el tema del tiempo, de la brevedad de la vida.  Coincidíamos con Séneca en que la vida no es breve, que es inmensa, que uno puede malgastarla al robarle el tiempo que nos da. Hablábamos constantemente del desapego, significaba para nosotras un gran valor. 
Uno de sus rasgos más sobresalientes era su esencial libertad que nada ni nadie lograron disminuir.  Neutralizó, incluso, las ataduras de su enfermedad. 
Nadie con más derecho que ella para expresar: “la mano bordea el infinito, lo rozo”.  Llevaba dentro el infinito.  En la despedida final también anotó: “la delicia de mi despedida”. 
Mariam, la última palabra es tuya y marca huellas en el sendero.
Lydia Zubizarreta

5 comentarios:

  1. Qué larga y linda amistad. Qué triste que ya no esté Lydia. Pero que honor haberla tenido y ella a vos. Espíritu bárbaro y griego.
    Muy lindo homenaje son tus palabras. Me conmovieron.
    Ojalá sus pasos vuelvan a encontrarse del otro lado del borde de ese infinito.
    Amén.

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  2. ¡Qué conmovedor homenaje, Lydia! Recién meditaba sobre las despedidas y las personas que amamos con el texto de Francisca y me encuentro ahora con el tuyo y cierra perfectamente.

    ¡Cuánto amor, ternura y paz en tus palabras! Sólo alguien muy especial puede inspirar lo que escribiste. Su ausencia ahora es tu compañía. ¡Qué afortunada!

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  3. MUY BUENO EL TEXTO, Y EXCELENTE LA PINTURA.

    UN PLACER

    MAX HUNICKEN

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  4. Muchísimas gracias por sus sentidas y amables palabras!

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  5. Qué lindo testimonio de amistad, de una amistad tan larga... me pregunto por el origen de sus senderos, y si es tan cierto que fue muy al principio del recorrido se encontraron... Tal vez se empezaron a encontrar todavía antes, en un proyecto de Dios.

    Cuando uno lector desconocido percibe tanto cariño y tanta profundidad en un texto (y tanta potencia expresiva en un cuadro tan sereno) piensa que las palabras que escuchó Jeremías tal vez se las pudo decir Dios a ustedes: "Antes de formarte en el vientre materno, ya te conocía..." (Jer 1, 5).

    Esos senderos llegan al mismo lado. Ella te espera.

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