viernes, 17 de mayo de 2013

Tragicomedia (Federico Caivano)







Dentro del armonioso plan de la sapientísima Providencia divina existe un elemento que pasa muchas veces desapercibido aunque forme un rol esencial en el sagrado orden cósmico. Su valor intrínseco queda opacado por el aparente carácter azaroso de sus diferentes manifestaciones (cotidianas, diarias incluso). Y sin embargo, se entrama tan estrechamente con las otras fibras que conforman la tela de la vida, que su participación dentro del sentido último de la vida humana y personal es innegable. Estoy hablando de lo que llamo 'la gran joda cósmica'. Ésta consiste, a grandes rasgos, en la combinación aparentemente aleatoria de condiciones variables que culminan en una situación (casi inverosímil, pero real) donde la contingencia de la relación entre los hechos revela una necesidad óntica constitutiva del universo: esto eso, que el ser es/existe fundamentalmente, entre otras cosas, para hacer reír.

Pongo un ejemplo para ilustrar lo que quiero decir:

Un chico de 22 años está haciendo sus prácticas pedagógicas con el propósito de, algún día, ser profesor. Es la primera vez que da clases en secundario y está muy nervioso e inseguro de poder lograrlo, casi hasta el punto de abandonar la residencia. Luego de numerosas cavilaciones y ánimos por parte de sus amigos, decide seguir adelante. Es su primer día y, si bien sigue nervioso, todo se desenvuelve tranquilamente. Faltando sólo cinco minutos para que termine la clase, sin embargo, la cadena causal de los hechos hace que el destino vierta allí, en ese preciso espacio-tiempo y luego de una larga (¿infinita?) sucesión de condiciones, la joda en cuestión (como un buen vino que, añejándose a lo largo de décadas, es descorchado súbitamente por su dueño y servido entre los comensales para una ocasión especial), la cual desemboca de repente, sin aviso, golpeando -literalmente- a la puerta. La mensajera de dicha joda es en este caso una paloma, que aparece de la nada (sin ningún mago a la vista que la haya podido sacar de su galera) golpeándose contra la puerta del aula, desde el pasillo interno de la escuela. La atención de los alumnos se desvía inmediatamente hacía allí y en menos de medio segundo empieza a cundir el pánico y la histeria general. Ante el imprevisto, ni el residente ni la profesora titular alcanzan a evaluar suficientemente rápido la situación como para atajar a una alumna que se dirige presurosamente a la puerta (movida por un resorte moral poco claro tal vez) para guiar a la pobre ave hacia el exterior. Siendo que la prudencia es la principal de las virtudes cardinales, la evidente falta de ella genera una serie de consecuencias menos deseables aún que la situación inicial, ya que hacer entrar a la paloma plantea el nuevo problema de hacerla volar hacia una ventana abierta. Problema mayor incluso si tenemos en cuenta que no hay ninguna ventana abierta.

Revoloteando sobre las cabezas de los asustados y chillones alumnos, el ave se dirige a una de las ventanas que algunos de ellos estaban abriendo.

Pero una joda no es tal sin un remate enérgico y definitivo.

La paloma, aturdida y tambaleante, presa seguramente de la desesperación, termina por caer en el alféizar, con su cabeza atorada entre las hojas de las ventanas corredizas, sin poder escapar y con los intentos de los alumnos por ayudarla empeorando la situación. Con un movimiento grotesco pero sutil, su cuello se rompe y el ave muere inmediatamente. El residente queda entonces con la tarea de remover el cuerpo y alejarlo de los exaltados y angustiados estudiantes. El cadáver es envuelto improvisadamente con una cartulina y llevado fuera del aula.

La clase termina, como si cayera el telón en la mitad del último acto de una obra de Beckett.

¿Por qué se dieron todas esas variables juntas, justo allí, en un momento tan importante para el residente? Si estamos en el mejor de los mundos posibles, ¿no hubiera sido mejor que la clase terminara más tranquilamente? La única conclusión que puedo sacar de esta clase de situaciones es que existen para contrapesar una actitud de excesiva seriedad y una visión rígida y pesimista frente a la vida. El gran logro de esta Providencia es que muestra que a veces es posible y hasta bueno convertir en risa la pena y angustia, pintar sobre gris, sacar bienes de males.

(...)

¿Quién no anhela que Dios tenga sentido del humor? ¡A reír! Reír y rogar porque Dios se ría conmigo, de mí y mis (nuestros) pequeños infortunios superados.


Fede Caivano




3 comentarios:

  1. AH me encantó!Y me reí mucho, por que es tan cierto lo que decis.Yo estoy segura que nuestro buen DIOS tiene sentido del humor, y hasta nos hace bromas y nos hace reir y se rie, porque nada sucede por casualidad, todo viene de la bondad de Dios, eso creo que es sencillamente la Divina Providencia, que hasta nos provee de humor y alegría. Gracias

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  2. Muy divertida la historia Fede. Me imagino que estarías dando tu clase con un alto "dominio" de los contenidos abstractos filosóficos y de repente se te cuela esa urgencia práctica. Uno se atolondra y se le escapa el personaje, jajaja. Como Tales que se cayó en el pozo.
    Pero comparto tu moraleja: no hay que tomarse tan en serio al personaje... hay cosas mucho más importantes. Ojalá uno pudiera vivir desde allí y transmitir eso en las clases. Tendría asistencia perfecta y no volaría una mosca.

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  3. Me acuerdo que hablamos sobre la decisión, ¡te hubieras perdido este momento y la oportunidad de contarlo! "Si nadie se ríe con lo que nos pasa, cual sería el sentido de nuestra vida" no?

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