sábado, 18 de mayo de 2013

Transmisión del síndrome de posguerra (Santiago Vorsic)




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En la mayoría de los casos la Segunda Guerra Mundial dejó grandes ausencias irreparables, huellas de horror, deformaciones topográficas o tal vez restos de una bomba en un jardín. Fue un suceso imborrable en la conciencia colectiva de Europa. En otros casos sus efectos son más sutiles y silenciosos. Efectos que estructuran conductas y se diseminan entre el común de los afectados como un complejo de conductas disímiles que no puedo evitar llamar síndrome de posguerra.
No voy a poder olvidar a mi tía abuela enseñándome a que mientras se come se debe beber a pequeños sorbos la primera mitad del vaso y al terminar el plato se debe beber la otra mitad para bajar la comida, según alegaba ella, para no beber excesiva agua. O las frases "Dej pojej vse kar maš v krožniku" ("Comé todo lo que tienes en el plato")  o "Dej jej ali boš ostal suh" (Comé o te vas a quedar flaco") me huelen siempre al humo de las bombas, al silencio de la escasez y al sordo murmullo de la supervivencia. Algo de ese complejo aún perdura en mí, aunque la diacronía originante me era siempre ajena. Pero no es posible desconocer que ese aroma persiste en el inconsciente familiar. No es sino sólo una burda arqueología del hecho lo que puedo desarrollar. Puedo pensar además que estoy loco, pero me veo obligado, no sin algo de aplomo, a diagnosticarme una angustia congénita a ver restos de comida en mi plato.
Entre otras afecciones relacionadas podrían contarse la compulsión crónica a intentar reparar o enmendar las cosas antes de tomar la decisión de tirarlas, usándolas hasta sus límites físicos y estructurales. Quizá también la tendencia al aprovisionamiento o ahorro. O es que estas dos últimas son patologías propias de la sociedad argentina producida por las cíclicas crisis económicas o por el costo de los productos importados o de manufacturación compleja que se resume en un particular y celoso cuidado de los mismos, popularmente expresado con el clásico "Sino lo atamo con alambre".
Así como estos, imagino que son incontables los casos de conductas y costumbres patológicas en la sociedad. No llego a concebir los límites de las mismas ni a distinguir todos sus fundamentos. Tal vez seamos patológicamente esclavos de la imposibilidad de asimilación de los traumas sociales que padece nuestro entorno. Pero cada vez que vuelva a ver algo innecesariamente absurdo, no podré dejar de abrigar la más profunda sospecha.
¿Usted alguna vez realizó un análisis arqueológico de sus conductas? Yo, por lo pronto, digo con mi vaso medio lleno "¡Salúd!", y devoro el último bocado de mi plato ya felizmente vacío.


Santiago Vorsic

11 comentarios:

  1. MUY BUENO SANTY!!!!

    ME GUSTO MUCHO ESTA PARTE:

    Así como estos, imagino que son incontables los casos de conductas y costumbres patológicas en la sociedad. No llego a concebir los límites de las mismas ni a distinguir todos sus fundamentos. Tal vez seamos patológicamente esclavos de la imposibilidad de asimilación de los traumas sociales que padece nuestro entorno. Pero cada vez que vuelva a ver algo innecesariamente absurdo, no podré dejar de abrigar la más profunda sospecha.

    ¿Usted alguna vez realizó un análisis arqueológico de sus conductas? Yo, por lo pronto, digo con mi vaso medio lleno "¡Salúd!", y devoro el último bocado de mi plato ya felizmente vacío.


    MAX HÜNICKEN.

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  2. A SABER, ESTA PARTE NO DEJA DE TENER SU FIBRA:

    "Dej jej ali boš ostal suh" (Comé o te vas a quedar flaco") me huelen siempre al humo de las bombas, al silencio de la escasez y al sordo murmullo de la supervivencia. Algo de ese complejo aún perdura en mí, aunque la diacronía originante me era siempre ajena. Pero no es posible desconocer que ese aroma persiste en el inconsciente familiar. No es sino sólo una burda arqueología del hecho lo que puedo desarrollar. Puedo pensar además que estoy loco, pero me veo obligado, no sin algo de aplomo, a diagnosticarme una angustia congénita a ver restos de comida en mi plato

    MAX H

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  3. El padre de una conocida mía que vivía en San Miguel, dormía con un revolver bajo la almohada y la madre, una Belga emigrada durante la guerra, tenía también todos esos síntomas que decís vos, Santi. Mi conocida no podía sentenciar qué era peor si la herencia de la "familia bonaerense" o la europea.
    Me parece muy iluminador eso del "análisis arqueológico de las conductas". Me trajo enseguida a la cabeza esa conclusión del tango: "La vida es una herida absurda", e imagino la historia humana como un gran manicomio, con sus locos inofensivos y peligrosos. Y sí, es un poco así. Lo raro es la salud, decía Camus. ¿No?

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  4. Muy bueno Santiago, yo por ejemplo le tengo una fobia irracional a los roedores. Pero ya absolutamente patológica. Sólo con pensar en ratas cerca o cuando a pesar de fumigar cada dos meses clavados entra alguna laucha a casa y la veo entro en un estado casi depresivo. Todavía no pude salir del todo de esto pero mi curacion empezó con un buen trabajo de análisis. Un día en que había tenido la desgracia de ver una en el jardín de de casa (estoy en bariloche cerca de un arroyo y el bosque) estaba diciendo algo así como "no quiero vivir en un mundo donde existan las ratas" y automáticamente empecé a contar la experiencia de mi abuelo inglés en la 1° guerra que parece "hasta tuvo que comer ratas". En casa dejar restos en el plato era por supuesto el pecado número 1 ya que si nuestro abuelo hasta había comido ratas cómo nosotros íbamos a dejar unos fideos... Obviamente que hasta que vea una rata y pueda dejar de asociar que me la tengo que comer van a tener que pasar varias sesiones más o tal vez mejor pensar como decís, arqueológicamente, y aceptar ese estrato del pasado y vivir con él.

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    1. ¿Probaste tener un gato Anqui? Quizas te den fobia también. Pero en general es lo mas efectivo.

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    2. El problema con los gatos es que cuando cazan un ratón te lo traen tipo "trofeo", muerto pero ratón al fin...

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    3. ¡Uy! Eso no me pasó nunca. Pajaritos sí, pero ratones o cualquier otro roedor... nunca me trajo.

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  5. Gracias a todos! Es interesante escuchar las distintas historias. Era eso justamente lo que quería provocar con mis confesiones de subsuelo. Es difícil pensar así las cosas, desde la perspectiva de una historia negada, pero abre muchas puertas a pesar de que parezca un simple desvarío.
    No sé si estemos todos locos. Quizá prefiera creer en los "locos sanos" como aquellos que logran el tan difícil gozo de la propia locura. Quizá esta actitud tan particular ya sea un indicio de salud.
    Saludos!

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  6. Santi! Muy bueno. Yo también creo haber sido formado en este "síndrome". Y buscando arqueológicamente creo que viene de mi abuela materna (japonesa) que se lo trasmitió a mi madre.

    Mis abuelos llegaron de Japón, luego de la Primera Guerra Mundial, no estuvieron en la guerra en sí, pero al llegar a Perú, los comienzos fueron duros y muy austeros. Y ese sentido de pobreza (trasmitido de una generación a otra), hacía que en casa no se podía dejar nada de comida. Inclusive mi hermano, el segundo, que era el menos apetitoso en todo, cuando no quería comer, se lo mandaba al patio hasta que termine de comer. Y como era bien rebelde, podía estar hasta las 16 hs cuando el almuerzo era a las 14 hs. Por eso, yo, cada vez, que voy a un restaurant y veo los platos casi llenos que lo retiran de la mesa, me produce un sentimiento de pena, saber que eso va a ser tirado. Ese sentimiento puede más que esa etiqueta (medio careta) de siempre dejar algo en el plato. En fin.

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  7. Muy bueno, Santiago. No hace falta que comente lo identificado que me sentí con tu texto... Hasta con las frases textuales, te imaginarás. Y lo peor... creo que se lo sigo transmitiendo a otros...

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    1. Me imaginaba que ibas a entender... Es hasta gracioso cuando uno se lo pone a pensar en serio. Nuestro pasado nos condena y nos corona a la vez.

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