lunes, 21 de octubre de 2013

Yesca (Josep Comas)



Joan Miró, de la serie Constelaciones (Ilust. blog)





(Viene de Éxodo-o-exilio)



−Nadie. No soy nadie –dice él.
Calculo que habrá pasado alrededor de una hora desde que yo hice la pregunta una pregunta en realidad retórica que provocó esta respuesta. Nadie; y sin embargo, sigue ahí, frente a mí, imponiéndome su realidad.
No puede ser nadie. Nadie es cada uno de mis compañeros de trabajo en la imprenta. Nadie fue cualquiera de esos incapaces de hacerme feliz, de cuidarme. Nadie será en el futuro siempre por venir mi hijo inconcebible.
Nadie, en todo caso, soy yo. Yo, ambigua, yo medio viva y medio muerta, yo casi hospitalaria y casi hostil, yo mitad niño y mitad salvaje, yo tan terrena como etérea. Yo que no soy yo. Que soy una falta. O varias. Una sucesión de posibilidades truncas.
Pero ya no. Ya no soy yo, esa yo sida. Soy diferente. Sí. Me siento invadida, casi como si la totalidad de mi cuerpo estuviera bañada en agua, me siento invadida por algo nuevo, difuso pero nuevo. Algo cambió. Siento, me parece sentir, que el agua me llega a todas partes.
Recuerdo el olor a leña húmeda encendiéndose del cuerpo de U cuando hacíamos el amor. Es raro. No era olor a leña húmeda precisamente, es decir: yo no olí precisamente eso, ni tampoco algo que me recordó a eso, como por asociación. Es como si hubiera aspirado la… ¿esencia?… No, no… la esencia no. Al revés, era… era algo concreto: como si hubiera aspirado la concreción del cuerpo de U, su urgencia, su carne, su contundencia, su piel, y descubriera que ocultaba ese olor. Pero tampoco, porque no lo ocultaba. Lo manifestaba. Era como el lenguaje en el que ese manojo de músculos irrigados de sangre se animaba a hablar. Eso: un lenguaje.
¿Y yo? ¿Qué lenguaje hablaré para él? Pienso en el agua. Pero eso lo sentí, lo imaginé, yo. Yo, para mí. Pero yo para él soy otra cosa.
−Y… −no sé cómo decirlo; así que ante el titubeo hago la que nunca falla: me pongo en irónica− Oíme, Nadie –le digo, escondiendo mi timidez; él me mira, yo le sonrío (no vaya a ser cosa que no note la sorna y se sienta ofendido), y suavizo la voz, pero sigo actuando−: ¿cómo me sentís? –y ahí me doy cuenta que la pregunta puede interpretarse de muchas maneras; dudo− O sea… −es irremediable, se me va el personaje−, ¿me sentís como qué, me… me vivencias como qué?
−No sé. Sos como… algo así, pero no. Pero como el comienzo de algo –y se me escapa una mueca. Qué manera de esquivar la pregunta, también−. Pero no sé, ¿vos cómo me sentís?
¡Ah! Y además quiere invertir los roles. Cualquiera pensaría “descarado”, “son todos iguales”. Lo admito, ese pensamiento me acaba de pasar, fugazmente, por la cabeza… Pero por otra parte me parece que se lo toma en serio. Que le importa. Que yo le importo. Me quedo en silencio.
−Dale, decime –él insiste, pero yo: más silencio. Me hago rogar, cómo no. Si igual sé que se lo voy a decir. Se lo quiero decir−. ¿Me decís, por favor?
−Bueno, bueno. Es que –asumo el hecho de que ya estoy expuesta y por un momento no me meto en ningún personaje−. No, yo te sentí como… te olía y olía leña húmeda, como cuando tarda en prender, pero… pero prende.
−Ahí está: y vos sos el comienzo del fuego.
Me agarra por sorpresa, vulnerable. Así que, en mi interior, me niego: no puede ser, yo no tengo fuerza para eso, me está mintiendo… me está acariciando el alma y yo no me voy a dejar adular.
−¿La chispa? ¿El rayo? –mi tono es arquetípicamente cáustico.
−No –cierra los ojos, intenta expresarse mejor−. No. Es diferente.
−Soy demasiado corta, demasiado seca. –sincericidio: ¡qué dije…! Mejor me callo− Callate, mejor, querés –qué me va a venir a decir. Si no me conoce. Claro: si no me conoce, yo no soy nadie para él. Soy nadie. No él, yo soy nadie. Punto. ¿O no? Quizá no. Porque él sigue ahí, imperturbable. Mirándome. Desnudo. Real.
−La chispa es regalada. No es mía, ni tuya –se pausa, me da la impresión de que se hace el misterioso, no, mejor, el iluminado, y agrega:−Se nos da.
Pero tal vez él es así, y no se hace nada. Quizá sólo soy yo la que me hago. Le voy a decir que qué ganas de sacarle peras al olmo de las metáforas, y es que sí, la verdad, pero no le digo nada. ¿Para qué?
−Vos escuchame –me dice, y entonces yo me sereno y lo escucho. En el fondo sé que se lo merece: es el hombre-leña−: sin vos el fuego no se puede prender. Serás todo lo seca que quieras, pero sin vos el fuego no se prende. La leña no arde. Hizo falta una chispa, una chispa que, te repito, nos es dada, para que te encendieras, y al encenderte, me encendieras a mí.
Y yo me callo. Y escucho. Qué lindo es escucharlo. Ojalá así fuera. Podríamos quedarnos para siempre así, entre dormidos y despiertos, soñando para siempre el uno con el otro. Ojalá.
Lástima que las cosas no funcionan así, que la realidad no es tan… bella.


Josep Comas




2 comentarios:


  1. ¡Qué maravilla Pep cómo reconocés las complicaciones de ese ritmo de ansiedad y miedo del alma femenina! Su ocultamiento y desocultamiento "estratégico".
    ¡Cómo contrasta con la simplicidad de U! Que es capaz de apaciguarla y contenerla con ese piropo. O mejor dicho poniéndole su verdad sobre la mesa
    Dos mundos diferentes que empiezan a formar parte de la misma constelación y a la vez son bautizados con un nombre nuevo.
    Para simbolizar ese acontecimiento me pareció genial la imagen del agua (me encantó su "llegar a todas partes") y luego la del fuego que vivifica. Agua y fuego juntos también son mundos diferentes que se tocan en la yesca.
    Tuvimos antes el aire a vendavales y la tierra en la nostalgia del exilio. Ya tenemos toda la materia de la que se forjan las constelaciones vitales... Y los sueños en que buscarán darle forma.

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  2. Ser el comienzo del fuego, el fuego de una chispa regalada: ¡qué más puede pedir una mujer! Gracias, palabras, por darle sonido a lo indecible.

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