domingo, 8 de septiembre de 2013

Xenofobia – en clave canina (Estanislao Zuzek)






            Daki ya tendría un año largo cuando nos mudamos a la casa que compró uno de los hermanos mayores. Ovejero alemán, paladar negro, ya bien fornido, hizo buenas migas con la perra de enfrente que también tenía una contextura afin, pero con aspecto de mala. Entre los dos terminaron dominando la cuadra que era como su casa. Los vecinos tenían porte libre. Cuando algún visitante – foráneo - se paraba frente a una entrada, para batir las manos o tocar timbre, alguno de los dos se le interponía de espaldas a esa entrada y lo miraba fijo, con cara que podría interpretarse como de pocos amigos. Algún vecino nos advertía de la situación. Alguno de nosotros salía a la calle, lo llamaba y el obediente Daki abandonaba su rol de custodio universal y ‘xenófobo’. ¿O, quizás al revés, que le demostraba confianza, plantándosele delante para recibir alguna caricia y resultaba que el visitante le tenía fobia, es decir, miedo al desconocido?

            Pocos días después de habernos instalado en dicha casa, el matrimonio de la casa de la esquina más alejada partía de viaje y bien largo, según se vio después. Obviamente, no tuvimos oportunidad de entablar con ellos más relación que la del saludo del recién arribado. Unos seis meses más tarde un vecino viene a avisarnos que Daki, en su consabido rol de custodio de la cuadra, no dejaba entrar a ese matrimonio ¡a su propia casa! Claro - pensaría el can - serían forasteros, ¿no? Vía nuestra pronta intervención, y disculpas por medio, todo quedó solucionado satisfactoriamente. Tiempo más tarde un vecino nos confió que durante esa ausencia Daki venía usufructuando asiduamente de la pequeña pileta en el jardín de dicha casa … Natural, pues: ¡Daki estaba custodiando su lugar de bañarse! Con razón esa actitud de rechazo hacia esos bípedos advenedizos que se decían dueños del lugar…

            A las personas ajenas a la cuadra pero que serían “como uno”, no les demostraba más interés que el necesario y discreto, como para manifestar su actitud de alerta. O ni siquiera eso: simplemente las veía pasar, con displicencia. Su actitud cambiaba al pasar personas de apariencia más humilde: armaba escándalo mayúsculo - les ladraba y, por ahí, también las hostigaba. Qué bochorno, puesto que nunca le hemos enseñado tal conducta; jamás. ¿Qué les habrá visto a esas personas? ¿Su andar más apocado, cansino; otro olor de su ropa; quizás hayan tenido alguna experiencia fea con otro can… o, muy probablemente, por considerarlas forasteras no más? ¿Sentimiento de clase?  En definitiva, ésa su fobia nos llenaba de vergüenza… y culpabilidad.

            Era muy compañero, especialmente de nuestra madre. Le hacía compañia tanto dentro de la casa como en el jardín y también salía con ella de compras en el barrio. Ella entraba al negocio y él se tendía en el piso sobre la entrada - atravesado. Por supuesto, las potenciales clientas que aparecían, por miedo a la bestia – ¿fobia? – no se animaban a entrar. Después que algun comerciante le haya reclamado a nuestra madre al respecto, a Daki lo encandenábamos previo a que su ama salía a hacer compras. Finalmente, se acostumbró. Cuando la veía a nuestra mamá con las bolsas de mercado en mano, él mismo se iba con la cabeza gacha hasta su cucha… para dejarse sujetar.

            El cartero del barrio repartía correspondencia siempre con un palo en la mano. Me manifestó que era por los perros que solían agredirlo. Le tendría fobia también a Daki y, creo, que viceversa también. Hasta que un día en su presencia nos estrechamos las manos. La amistad fue sellada y la potencial fobia fue limada para siempre.

            En ciertas circunstancias, misteriosamente las calles del barrio se vaciaban de perros. No se sabe cómo, advertían o se avisaban entre ellos sobre el andar de la perrera en la cercanía. ¡Desaparecían!  En una de ésas, Daki, confianzudo y único en la calle, se les acercó para ver qué pasaba y… ¡zas! un lazo asesino lo ciñó y tiró de él - según testimonio de algun vecino, quizás aliviado por haber desaparecido así de la escena el (¿odiado?) custodio de la cuadra. Su eliminación tan perversa nos dejó acongojados por largo tiempo: desapareció un amigo y compañero fiel, y en especial de mamá. La reflexión que hago ahora es que si en esa ocasión Daki hubiera manifestado hacia esos empleados municipales algo de xenofobia, no se les hubiera acercado y nosotros hubiéramos podido gozar de su presencia por mucho tiempo más. Cincuenta años después, el recuerdo de ese noble perro aun persiste en mí.

Estanislao Zuzek



3 comentarios:

  1. ¡Pobre Daki! ¡Qué triste final! Me enterneció esa historia acerca de que él solito se hacia atar cuando su mama iba de compras.

    Yo salgo mucho a caminar por las calles del barrio y hay cuadras donde los ladridos de los perros son muy agresivos a mi paso. Para ellos todos somos enemigos potenciales. Y compiten de casa en casa a ver cuál ladra mas fuerte. Es muy molesto. A veces doblando la esquina se lanza un perro de golpe contra el alambrado de la casa chumbándome feroz y me deja con taquicardia un rato... No me resultan nada simpáticos. Entiendo a la gente de su cuadra Estanislao.

    ¡Gracias por sus recuerdos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Marisa, muchas gracias por su comentario! Hasta hace unos años yo también era de pasear por el barrio con el perro tirando de la correa, por supuesto; sumido en un mundo de gruñidos amenazantes y ladridos de diverso calibre, desde los más graves hasta esos chillones e histéricos a la vez; y por otra parte, de corridas perrunas tras las verjas y alambrados o en la calle, sobre la entrada a su dominio. Y me pude dar cuenta que, muy en general esa aparente agresividad es miedo esencialmente. Temor a que le invadan su terreno - ¿quizás terruño? - y, naturalmente, claman con sus ladridos para dar la alerta a sus patrones y... también al paseador, a modo de advertencia. El acto de hacerle olisquear mi dedo índice, extendiendo la mano hacia alguno de ellos, infundía confianza y lo sosegaba. Pero, mientras tanto, el "ladrerío concertante" ya se había extendido una cuadra hacia adelante por lo menos y también por las calles transverales. Y así sucesivamente... hasta el regreso a casa dónde la vuelta de perro concluía. En razón de semejante alboroto y por respeto a lo sagrado de la siesta del vecindario, en especial la dominguera, hemos adoptado la decisión de salir a recorrer el barrio a media tarde, después de la hora del té. Obviamente, eso no lograba bajar en nada los decibeles de ese xenofóbico concierto canino. El miedo, el recelo, el rechazo 'por las dudas', la potencial invasión del dominio propio,etc... como causales. Si hay alguna similitud con el mundo de nosotros los bípedos, me imagino que será pura casualidad, ¿no? - Es sugestiva la insistencia del Papa Francisco sobre la necesidad de abrirnos al otro y de dejar atrás prejuicios...

      Eliminar
  2. Me encariñé con Daki. Un genio!

    ResponderEliminar