sábado, 13 de julio de 2013

Video (Martín Susnik)








Recuerdo muy bien la primera vez que alquilé una película en video. Sí, antes hacíamos esas cosas, créanme. Lo recuerdo bien porque fue todo un acontecimiento para mí. Mis viejos salían esa noche y yo quedaba a cargo de mi tía y madrina. Para entretenerme, insistí los días anteriores con alquilar una peli. Como en casa no había videocasetera (así – o simplemente “la video” – llamábamos al artefacto que reproducía cintas en VHS) hubo que pedirle a una vecina amiga de mamá que nos prestara la suya. Probablemente era, por entonces, la única dueña de semejante aparato en toda la cuadra.
Fuimos con papá a buscar la máquina para ver, de paso, cómo se conectaba a la tele, y cuando trajimos ese prodigio de la tecnología a casa mi entusiasmo revelaba una notoria excitación. Todavía recuerdo el olor de esa maravillosa caja de plástico negro, cuyo misterio interior escondía unos engranajes metálicos que emitían ese particular sonido a progreso y ciencia ficción. Cuando lo enchufamos, su display empezó a titilar unas lucecitas azules y rojas que no dejaban de encantar mi asombro.
La película que con mi tía, y por recomendación suya, vimos aquella noche fue "Pares y Nones” con Bud Spencer y Terence Hill. La película en sí misma no es inolvidable en absoluto, pero en mi memoria tiene un rincón especialmente reservado. No fue fácil conseguirla, les cuento. Dada la edad del largometraje, hubo que recorrer varios videoclubes para confirmar que la tenían y después obligar a mi viejo a que se hiciera socio, puesto que por mi infantil edad no me estaba permitía la membrecía. El local quedaba en San Vladimiro y “la Avenida”, donde ahora venden muebles de algarrobo, si no me equivoco.
La masificación del progreso y las transitorias oportunidades que brindó la ley de convertibilidad permitió más tarde que en casa llegáramos a tener ya no una, sino dos videos. Y los vaivenes económicos junto a mi crecimiento me permitieron convertirme en socio de no uno, sino al menos cinco videoclubes, el último de los cuales ya pertenecía a una multinacional. Con las dos videos en casa, otros artefactos y una pizca de ingenio aplicada al cablerío hasta me di el gusto de armar mis propios video-clips y editar videos originales, sobre todo cuando en casa además apareció la videocámara, allá por el noventa y cuatro.
Con el tiempo los videoclubes fueron cerrando, las videocaseteras se convirtieron en obsoletas, las cámaras se convirtieron en una función de los teléfonos y las cientos de cajas negras con grabaciones en cinta quedaron juntando polvo en algún estante. El DVD reemplazó el VHS permitiendo otras ventajas que se convirtieron ya en “necesidades”. A mí, sin embargo, me costó el cambio. No sólo porque significaba gastar ahorros en nueva tecnología, sino porque fue una extinción muy particular para mí. No fue lo único que vi extinguirse, es cierto. Ya había visto la desaparición de los discos de vinilo y luego la de los casetes, desterrados por el CD primero, luego el mp3 y la música on-line. Pero la desaparición de los videos VHS significó para mí vivir la supresión de algo que yo había visto nacer. Cuando llegué al mundo, los discos y los casetes ya existían en los hogares, pero no los videos. Y eso, que para algún momento de mi infancia había sido lo más nuevo, se había convertido en irretornablemente anticuado.
No hay nada que hacer… Las novedades están destinadas a perecer o, a lo sumo, a conformarse con convertirse en piezas de museo. Y esto cada vez más rápido. El progreso nos impone duraciones breves, necesidades nuevas, renovados gastos, novedosos consumos y nuevos olvidos.
Qué sé yo… ¿No hay nada que hacer?

 Martín Susnik

4 comentarios:

  1. ¡Qué lindo relato Martín!
    Me colé en tu mundo infantil. Un poco como me pasó con tu "torta" y con tu canchita de fútbol.

    Y al final de la historia me pasó algo raro: me sentí identificada con todos esos videos, VHS, videocaseteras: "las novedades están destinadas a perecer o a lo sumo a convertirse en piezas de museo". Todos compartimos ese destino. Fue como estar leyendo una reformulación del Eclesiastés (o del Qohelet como dicen los biblistas), con los términos de tecnología. La obra del hombre como metáfora de sí mismo.

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  2. La verdad que cómo cambian los objetos tecnológicos es impresionante. Tu escrito parece no subirse en esa locura ni tampoco pelearse con esa realidad. Con un poco de dolor se constata el devenir. Yo, a veces, un poco me enojo, y sigo usando palabras como "walkman", video, "el aparato ese", y no me importa que mis alumnos o hijos se rían, es mi pequeño acto de resistencia. Pero, medio esquizofrénica, al mismo tiempo disfruto las facilidades de la era digital y me fascino cada vez que pongo un pendrive en el LCD y veo una película adquirida de manera non sancta!

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  3. Nosotros aun guardamos vinilos de los de 78rpm adelante. Algunos de ellos ya son de valor de archivo histórico, como p. ej. la regrabación del 1955 de las marchas de los domobranci de los años 1943/4. Después los de 45 rpm con música folclórica eslovena grabada en este país. Los long play que todavía escuchamos con un tocadiscos de segunda mano que nos obsequiaron los hijos hace unos tres años - obviamente, el carraspeo de la púa se nota, no mucho. Sigue la colección de los videocassetes. Algunos de ellos los hicimos digitalizar sobre CD's o DVD's para recuerdo de nuestros hijos sobre su niñez o juventud. En fin, considero todo ello como una colección de museo, aunque sea de ámbito familiar, con la esperanza de que nuestros descendientes tengan una idea más concretas de cómo vivimos y que, además, tomen nota de que todo este proceso de innovación tecnológica continua - cada día más acelerada - y de consumismo asociado no necesariamente conduce a una felicidad mayor

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  4. Me gustó tu relato! Yo soy muy joven pero igual me dio mucha nostalgia la desaparición del VHS. Cuando cerró Blockbuster no lo podía creer, porque era todo un programa ir a alquilar una película, y todos nos peleábamos para ponernos de acuerdo o todos se tenían que clavar con lo que uno había elegido. No me gusta ser apocalíptica con los avances tecnológicos pero lo que más extraño es esa casi obligación de ver todos juntos algo y ver eso que se alquiló. Ahora hay tantas opciones que capaz uno ve algo solo, y después mi hermano ve lo que quería ver en otra compu y así...

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