sábado, 15 de junio de 2013

Umbral (Mateo Santillán)



E. Hopper, 1963
http://antoniomuñozmolina.es/2013/05/memorial-day/ (Ilust.blog)

  


Los árboles pasan corriendo por la ventana, fusionándose unos con otros, para alejarse en su apacible vivir que se alimenta del sol y el aire puro.
Y yo, de este lado de la ventana, en mi reflejo puedo ver los años transcurridos, mis cabellos, que una vez fueron negros, se entremezclan con las nubes y sin poder evitarlo, tomo este detalle como otra premonición de aquello que no precisa ser anunciado.
Se agolpan dentro de la cabina tumultuosos recuerdos que mi corazón vuelve a rumiar, exprimiendo los lejanos buenos sabores de una vida sufrida inútilmente.
De todos ellos surge uno que hoy es especial, en el que alcanzo a ver a mis hijos jugando en el jardín y una vez más me pregunto (ya sin pretender una respuesta) qué puerta fue la que cerraron, dejando atrás para siempre la infancia para dispersarse en los inmensos espacios del presente.
Miro los ojos que me observan desde la ventana y penosamente, evoco los de mi mujer. Aunque mi alma se niega a revivir el sufrimiento, mi corazón le presenta la imagen vívida de esa tarde en que jugaba con los niños.
Vestida del esplendor del sol y del mediodía,  la veo reírse rodeada del fresco y brillante verde de los árboles, el pasto y los chicos. Veo felicidad.
Pero hoy, como en ese entonces, veo todo a través de mi ventana y lo que hay de aquel lado no hay de éste.
Los recuerdos se desordenan y amontonan, castigando al alma que tan crudamente desdeñó las alegrías y la veo, la veo riendo y la veo tosiendo la sangre, esa que es el seguro anuncio del cáncer,  veo mi ventana cada vez más lejos de ella y del jardín. Veo a los chicos creciendo con la enfermedad como madre y el frío como padre y no comprendo, no comprendo la frialdad y dolorosamente me veo indiferente al jardín que se me ofrecía y que poco a poco fui olvidando.
Pero hay algo que aprendí con los años y es que no hay razón en quejarse. Ella está muerta  y yo huyo de la mirada de los que me aman. Porque mi indiferencia fue el cáncer.  Yo huyo, huyo de lo conocido y familiar, huyo de la puerta y huyo del jardín. Huyo hasta quedar solo.
Hay un espacio en algún lugar que sabe que por más que corra y le dé la espalda a la puerta ella va a estar siempre detrás de mí y sin cerrojo, y que siempre hay misterio del otro lado, y que son dos los pasos que siempre se pueden dar: el de enfrentar la puerta y el de cruzar el umbral.



 Mateo Santillán

4 comentarios:

  1. ¡Bienvenido al taller Mateo!
    ¡Qué triste tu texto! Es una cadena de tragedias: enfermedad, aislamiento, soledad, nostalgia del del tiempo perdido, de las personas vivas o muertas que ya no forman parte del mundo en que habitamos.
    Transmitís muy bien esa sensación de parálisis y vacío del hombre que mira su vida como algo que le es ajeno, como un espacio abandonado.

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  2. Que triteza y soledad! Me gusto tu texto, pero me hizo doler. Se nota la angustia, el arrepentimiento, el vacío y tambien una resignación como autoimpuesta para seguir viviendo y ver si enfrento la puerta o cruzo el umbral...

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  3. Me gustó el final que en el fondo deja la posibilidad que esos dos pasos se den: enfrentar la puerta y cruzar el umbral. Me da la sensación que a su debido tiempo el personaje verá que no es gran cosa, ni que tampoco implica TANTO esfuerzo, es cuestión de dejar de lado tanta elucubración y remordimiento y salir!

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  4. Mateo, que elocuente. Hay dolores infinitos e irrenunciables. Éste, que te tocó vivir, es uno de ellos. Y la alegría a veces hay que simularla, para que los que nos aman y amamos no sufran nuestro dolor.Cuesta cruzar ese umbral, cuesta mucho.

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