jueves, 7 de junio de 2012

Karma keviniano (José Valle Riesta)







Estaba comiendo un helado y entonces, a los quince años en Lima, lo decidí. Quería llamarme Kevin. Se lo conté a María, mi hermana – Quiero llamarme Kevin, cuando pueda cambiarme el nombre lo hago, y si no es en esta vida seguro que en la próxima me llamo Kevin –  y ella me miró, hizo un gesto de desaprobación y siguió leyendo un libro de esos que leen adolescentes que empiezan a adolecer pelotudeces. Representaba todo lo que yo quería ser.

A los catorce años tuve un amigo, mi mejor amigo a decir verdad, que era callado, simpático, deportista, que vivía con su abuela y que trabajaba para mantener a sus siete hermanos menores nada simpáticos. Fue durante un tiempo como el hermano mayor que siempre quise. Comprensivo, católico y que me pueda defender de algún idiota, siempre hay un idiota que quiere cagarme la vida. Pero al final se fue a África de misionero a cuidar de los negritos que se mueren de hambre y que seguro no lo necesitaban tanto como yo para que me defienda de algún idiota que haya repetido la escuela cinco veces igual que él. Se llamaba Kevin.

Un día de verano, horriblemente caluroso, cinco de la tarde, con un país que no era el mío, con un lugar que no era el mío, con gente que no era mi gente, pero con un helado que era mío porque algo hay que tener y porque me lo había pagado mi papá, de la nada llegó un Lamborghini amarillo espectacular, con dos chicas lindísimas en la parte trasera y una, más linda todavía, acompañada de un gordito, con cara de broma mal hecha, de donde salió una voz criollísima peruana – Flaquito, ¿no me compras dos chelitas?- Bueno, le dije. Yo estaba en la vereda, entre la calle y un kiosco. Me dio cincuenta soles –Un cajoncito-sentenció. Lo cual significa que era un mafioso o algún huachafo ganador de alguna lotería, para comprar cervezas (¿un Lamborghini resplandeciente  y el tipo va y compra cervezas?, en verdad no se entiende este mundo). Como sea entré a “ShirleyMiniMarketPeruvianLicorEstore” y le hice el favor de comprar una caja llenecita de cervezas para mister…- Kevin, chino,  (¿yo, chino? Después descubriría que era un peruanismo típico) y muchas gracias, toma de propina pues - y me dio cinco soles de propina, que alcanzaban para cincos helados más, y la rubia despampanantemente curvilínea me dio un beso en la boca cuando terminaba de saludar a mister Kevin con un apretón de manos y sacaba la cabeza del auto, la cara que puse en ese momento debe haber sido la segunda más idiota que he hecho en mi vida, la primera se la lleva la foto del aula de segundo grado de Primaria. Los cinco helados que siguieron fueron los más deliciosos de mi vida. A los once años un piensa demasiado las cosas.

A los 8 años en el colegio tenía un compañero que se llama Kevin. Él tenía zapatillas impecablemente blancas de marca Nike, yo tenía unas zapatillas con “pega-pega” con el dibujo del demonio de Tasmania que mi hermana (cuando se le dio la locura, pobrecita) había cortado por la mitad. Él tenía mamá y papá y yo tenía un señor al que veía de vez en cuando. Él tenía un hermano menor que lo seguía a todas partes y yo a una hermana que me cortaba con tijeras las zapatillas. La vida es así de dura, especialmente sin helados.
Regresé después de diez años a mi país, a esta patria tan linda, tan culta, tan patriota, tan, tan, tan llena de basura.  Y vi de nuevo a mi antiguo compañero Kevin, rubio, alto, ojos azules, un cuerpo atlético, estudia, trabaja, asiste a los mejores boliches y tiene una novia radiantemente hermosa; y yo,…, yo sigo siendo yo.
Una vez mi profesora de psicología me pregunto si pudiera ser un animal ¿cuál sería?, y si pudiera nacer de nuevo ¿en quién nacería? Le dije que seguiría siendo yo y me dijo que no hay persona en el mundo que no cambiaría en algo su vida y si existiese esa persona sería increíble.
Pues si me dieran elegir entre ser yo y ser Kevin. Sería yo. Los despido, hay un mundo ahí afuera esperando por mí. Un mundo de helados, vale decir.
                                                                                                       
                                                                                                   El Inca Valle-Riestra.

7 comentarios:

  1. Me sentí un poco-bastante identificado con algunas cuestiones planteadas por vos... Pero, como le decía ayer a tu compatriota y gran amigo Héctor M: "Puede que me haya mandado algunas cagadas en la vida, que haya cometido errores y desatinos, incluso, que me pueda sentir fracasado en determinadas cuestiones, pero si de algo estoy orgulloso es de ser auténtico y de vivir esa autenticidad con pasión cada día de mi vida." Y eso no se negocia, no se cambia por nada, porque es mi más preciado tesoro.

    Te confieso que si algún día voy por esos pagos voy a querer tomar unas cervecitas en ese lugar llamado “ShirleyMiniMarketPeruvianLicorEstore”.

    Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Ufff. Me encantó tu texto!!!!
    Unamuno dice que el hecho de que alguien quiera ser otro es lo peor que le puede pasar a uno porque estaría aniquilando su propia existencia que, en definitiva, es lo único que tenemos... algo hay que tener, no?
    Un beso!
    Sofi

    ResponderEliminar
  3. ¡Bienvenido al taller José! Me hiciste reír con la historia del Lamborghini. Parecía una escena de una película de Woody Allen.
    No me queda claro si sos peruano o no, porque al principio de esa escena que claramente transcurre en Perú, decís que estas en "un país que no es el tuyo"... pero luego firmás como el el Inca Valle Riesta. ¡Me confundiste! Hay allí "realmente un problema de identidad", jajaja

    A veces me maravilla el hecho de la capacidad que tienen los demás (todos los kevins del mundo) de despertar algo en nosotros que hubiera permanecido dormido si ellos no se nos hubieran cruzado. ¿No?

    ResponderEliminar
  4. Buuenísimo, cómo uno desea un montón de cosas, o que quisiera cambiar de uno mismo, pero nunca lo hacemos ni lo queremos en verdad, si no hay nada mejor que ser uno mismo, que es la unica manera de ser.

    ResponderEliminar
  5. Muy bueno, José Martín! Me gustó mucho el texto. Tiene mucho ritmo y es atrapante. Me gustó el desarrollo: comenzar a los 15, retroceder a los 14, volver a los once, terminar a los 8 para desde esa referencia, saltár al presente, en donde estás hoy, tu patria, a la que siempre quisiste volver... Es un relato vertiginoso por encontrarte a vos mismo. No queda claro si lo lograste... Felicitaciones!

    ResponderEliminar
  6. Lo más increíble no es una persona a la que, a pesar de todo, le guste su vida, si no que la gente que la rodea se empeñe en mostrarle que eso esta mal.

    ResponderEliminar
  7. Graciaaas por los comentarios, no pensé que les iba a gustar tanto. Jajaja. En los cuentos uno puedo confundir sueños y hechos...Lo lindo de escribir cuentos es que (como Gabriel Garcia Marquez) podés poner cosas tuyas que solo vos te das cuenta cuales son. Emulando al Inca Garcilaso de la Vega hice una firma parecida porque él decia que se sentia español entre los peruanos y peruano entre los españoles. Mi nacionalidad es argentina. Y a Perú lo llevo en las costumbres.

    ResponderEliminar