miércoles, 16 de mayo de 2012

Juegos (María Echevarría)







Todavía me acuerdo cuando era chica y jugaba a la maestra. Ponía mis muñecos en sillas y escribía cuentas en el pizarrón. Las hacía, se las explicaba, ellos me preguntaban sus dudas, yo les respondía. También me acuerdo cuando jugaba a que tenía un negocio de ropa, abajo del escritorio de mi hermana. Al lado había otro negocio y yo hablaba con los otros vendedores. También me acuerdo cuando me había armado mi casa debajo de la cama alta de mi otra hermana. Enganchaba una sábana entre el colchón y la cama, que caía haciendo de pared/cortina. Tenía cocina, lavadero, living, cuarto. Entraba y salía de mi casa. Por supuesto que también me acuerdo de cuando me armaba una verdulería en el patio, con cajones de manzanas. O cuando tenía un vivero y vendía plantas. O cuando me armaba una agencia de turismo y hacía folletos de lugares donde pasar unas vacaciones inolvidables. ¿Quién no jugó alguna vez? ¿Quién no se inventó una profesión, un nombre, una historia y jugó por un rato a vivir otra vida? No era yo, era la maestra, la vendedora, la mamá, la verdulera. Hasta que mi mamá me llamaba a tomar la leche. Ahí terminaba el juego, o quedaba entre paréntesis esa realidad.
A veces venía alguna amiga a jugar a casa y las dos éramos maestra y alumna, o dos vendedoras, o dos mamás amigas, o vendedora y clienta. Y estaba sobrentendido que lo que decíamos, lo que hacíamos, era todo parte de ese otro universo que nos inventábamos. Lo maravilloso es que no nos poníamos muy de acuerdo, las situaciones iban surgiendo con naturalidad, no había un código previo. Improvisábamos. Como mucho establecíamos lugares “esta es mi casa”, “bueno, y este es mi negocio, vendo ropa para bebés”. Y listo. A jugar se ha dicho. A inventar una realidad paralela en la que podíamos ser quienes quisiéramos.
Creo que nunca dejamos de jugar a medida que crecemos. Se suele decir que los adultos no jugamos tanto como deberíamos, pero me parece que es un error, yo creo que seguimos jugando pero sin darnos cuenta. ¿Por qué no es lo mismo el barrio que nos inventábamos con mi amiga, donde las compras eran tan reales como la plata con la que las pagábamos, que los sueños e ilusiones que inventamos de a dos cuando nos enamoramos? ¿No es una realidad nueva, inventada, que surge casi sin pautas? No mucho más que un: “mirá que soy un poco insegura”, “bueno, pero mirá que yo creo que sos hermosa”, “bueno, dale”. Y listo. Creo que si aprendiéramos a verlo un poco más así no nos dolería tanto cuando nos llaman a tomar la leche y tenemos que volver a la realidad lisa y llana. No dolería tanto el porrazo. Agradeceríamos la tarde de juego, habernos divertido tanto y haber compartido un tiempo hermoso con alguien querido.




 María Echevarría



4 comentarios:

  1. Me encantó.
    Yo jugaba con mi hermano a que le iba a comprar cosas a su kiosko con unos billetes falsos que teníamos, poniéndose atrás del banquito del piano. O jugábamos a pintar la pared de ladrillos del patio con brochas y agua. Y era cansador (el agua se secaba rápido y había que darle otra mano a cada rato) pero mi tarea era esa: pintar.

    Y sí. Creo que estar en una relación es en gran parte improvisar; nadie te asegura cómo va a terminar, pero la idea es pasarla bien, ilusionarse en el sentido de tener esperanzas de que va a terminar bien. Claro que también hay desilusiones en cuanto a que el otro no siempre es como uno se lo imagina, porque todos tenemos fallas. ¿No?

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  2. ¡Gracias María me transportaste a esa cara de la infancia!
    Yo jugaba con mi hermana a las maestra. Poníamos las muñecas en el piso y nosotras nos sentábamos del otro lado de un escritorio que había en el cuarto. Mi hermana se quejaba porque ella siempre tenía que hacer de celadora (le correspondía esa jerarquía académica porque era la más chica...) y nunca de maestra. Y si venían amigas mías su situación empeoraba porque alguna hacía de directora otra de maestra, otra de celadora y ella de portera... También vendíamos las plantas de mi abuela en la vereda en el pueblo en que ella vivía; pero ahí no jugábamos: las vendíamos de verdad. A veces nos compraba alguna vecina enternecida. Un día nos compró un agente de la policía que tenía la comisaria en la otra cuadra. Yo me sentí muy orgullosa por el comprador en ese momento. Pero ahora que pienso ¡Qué transacción más ilegal! ¡En negro y trabajo infantil! Alguna vez también competimos por algún novio con mi hermana. Pero ya eramos más grandes. Aunque nos seguían gustando los mismos juegos... o los mismos jugadores

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  3. Que bueno remmemorar los juegos de cuando eramos chicos!!!Me gustÓ mucho y vuelvo a verme tan maleva como siempre, a mis pobres muñecas, las usaba para practicar mi punteria con la honda desde arriba de un árbol, era invencible en las carreras con los autitos preparados don argamasa y si llegaba a perder a las bolitas... se las tiraba por la cabeza al contrincante cual balas.... que horror!! Jajaaja , pero era muy divertido. Gracias por hacernos recordar.

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  4. ¡Muy hermoso su texto, María! Rebosa de genuina inocencia y de despreocupación total, ¿no fue así, acaso? Me causa nostalgia de ello cuando pienso cuantos chicos de ahora están privados de esa tan bella atmósfera en cuanto que están 'anotados' en tantas tareas extracurriculares para cubrir todas esas horas en que los progenitores están ocupados con sus cosas o, por el otro lado, atosigados de regalos y chiches - que les impiden jugar con las cosas circunstanciales - las más sencillas - que son las que más imaginación encienden y que realmente generan felicidad. Y comentario aparte para nosotros mayores, citando el evangelio: "Sed como los niños!" ¡Muchas gracias!

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