Concepción Gomez, Caronte el Barquero,
Abro los ojos con dificultad. No puedo evitar parpadear hasta acostumbrarme al brillo blancuzco del fluorescente. Todo el dolor que sentía ha cesado, ahora puedo respirar con normalidad; no son necesarios los molestos tubitos con oxígeno que tengo en la nariz, así que me los saco. Trago un poco de saliva; ya no podía soportar esa espantosa sensación de tener una lija ardiendo en la garganta. Muevo los dedos del pie, abro y cierro las manos. Fuera agujas de suero, no las quiero en mis brazos nunca más. Brota un poco de sangre roja y cremosa, pero no le prestó atención. Me incorporo fácilmente. La habitación sigue igual, excepto por el hombre (¿Es un hombre?) que está sentado en el sillón. No lo conozco, ni me interesa hacerlo tampoco. Todos los días viene gente a verme, a realizar pruebas, sacar sangre, inyectarme alguna nueva medicina y desearme una pronta recuperación. Oh, sí, en esta habitación siempre hay alguien nuevo. Menos en la noche, claro. Cuando oscurece y apagan las luces me quedo sola, con mis dolores, asfixias y pesadillas apoderándose del cuarto.
El extraño sigue allí,
sin moverse. Su piel es muy clara, casi transparente. Me mira fijamente, sin
pestañar ¿ha estado todo el tiempo aquí, observándome? (Yo he estado tanto
tiempo en este hospital que ya ni recuerdo como llegue) Se levanta, se acerca a
mí y me ofrece su mano.
-Ven, acompáñame- su voz melodiosa me envuelve. Lo interrogo
con la mirada, pero sus ojos son tan negros, profundos y serenos que lo único
coherente para mi es obedecer. Acepto su gélida mano para bajar de la cama con
mayor facilidad. Me relaja sentir el suave contacto con el piso después de
tanto tiempo de haber estado postrada. Me abre la puerta, espera que pase
primero. Escucho el clic de esta al cerrarse y una profunda alegría me invade
violentamente. ¡Por fin, después de tanto esperar me encuentro fuera de esa
cárcel llamada enfermedad! ¡Adiós celda, adiós cuarto de hospital! ¡Adiós! ¡Me
voy!
***
Todas las personas que se encontraban en la habitación se
miraron atónitas. El doctor corta el silencio anunciando lo que ya todos
presienten:
-Está muerta. Lo lamento- Se escucha un murmullo triste,
acompañado de los sollozos de una de las presentes. En la cama yace el cuerpo
inerte de la difunta. Su rostro parece sonreír.
¡Bienvenida hermana de José! Se ve que es un don de familia esto de "contar historias".
ResponderEliminarMe gusta cómo describís esa especie de universos paralelos o miradas que se cruzan sobre una misma realidad. La liberación del que parte, la tristeza de los que quedan y vos como relatora que te gustaría trazar un puente entre ellos desparramando consuelo.
Fuiste llevando muy bien la trama. Me imaginé todo el cuadro.
¡Gracias Maria!
EXCELENTE.
ResponderEliminarVen, acompáñame- su voz melodiosa me envuelve. Lo interrogo con la mirada, pero sus ojos son tan negros, profundos y serenos que lo único coherente para mi es obedecer. Acepto su gélida mano para bajar de la cama con mayor facilidad. Me relaja sentir el suave contacto con el piso después de tanto tiempo de haber estado postrada. Me abre la puerta, espera que pase primero. Escucho el clic de esta al cerrarse y una profunda alegría me invade violentamente. ¡Por fin, después de tanto esperar me encuentro fuera de esa cárcel llamada enfermedad! ¡Adiós celda, adiós cuarto de hospital! ¡Adiós! ¡Me voy
ESTA PARTE ME GUSTO
MAX HUNICKEN
Bueeeenisimo!
ResponderEliminarEy, María! Muy bueno! Me gustó cómo graficas al detalle todo esa situación de la difunta yéndose. Uno puede visualizar todo lo que escribís.
ResponderEliminar