"EL ángel herido" Hugo Simberg (Ilust. Blog)
Hace unos días caminaba tranquilamente
por un parque, respiraba profundo el aire fresco de la mañana y mis ojos se
daban un festín con los primeros indicios del otoño.
Había unos pocos madrugadores que, con
sus auriculares a cuestas, corrían como queriendo ganarle al tiempo.
Silbando bajito seguí mi paseo hasta la
zona de bancos, donde tenía la intención de sentarme a disfrutar del momento,
pero me llevé una sorpresa al ver en uno de los bancos, el que está medio
escondido entre matas de flores y arbustos, a mi amigo Silencio, que parecía
muy triste y abatido.
Preocupada me acerqué a ver qué le
pasaba.
-Hola Sil, ¡qué alegría encontrarte! ¿Cómo
estás?- dije suavemente.
-Hola- contestó en un murmullo y sin
levantar la cabeza.
Me senté a su lado y tomándole la mano
pregunté:
-¿Que ocurre amigo mío? ¿Por qué estás
tan triste? - Pasaron varios minutos y, cuando pensé que no respondería, dijo
con voz acongojada:
- No sirvo para nada, ya nadie me quiere
ni comprende, nadie se acuerda lo importante que es mi tarea, nadie me valora
ni necesita.
Horrorizada por sus palabras, (jamás lo
había escuchado hablar tanto), traté de sonsacarle un poco más.
- Pero... ¿por qué dices eso? ¡No es cierto! Todos
te queremos y valoramos, te lo aseguro.
-
Te equivocas –respondió- es como yo digo, ya nadie me quiere cerca, nadie tiene
necesidad de mí. Mira solamente a tu alrededor, ¿qué ves?
-
Gente, gente paseando, corriendo, charlando, gritando a sus perros…
-
Sí… pero toda esa gente tiene sus oídos tapados, están zambullidos en el ruido,
en las palabras, en la música de sus i-pod, i-pad, y no sé cuánto, ninguno ni
siquiera intenta acercarse a mí, me huyen y evitan como si fuera la peor de las
pestes- terminó un poco ofuscado.
Yo
quedé sin palabras para rebatirle…porque tenía razón, de todas las personas que
veía en ese momento, ninguna estaba en silencio o escuchando el silencio. Y me
di cuenta que eso pasa generalmente en todo lugar, en toda situación y
circunstancia por la que pasemos, estemos solos o acompañados. Es como si
necesitáramos aturdirnos, rodearnos de sonidos, ruidos, palabras, lo que sea
mientras suene y nos permita tener nuestros oídos ocupados y trabajando,
dirigiendo así de manera indirecta nuestros pensamientos hacia afuera.
Extrañada
con mi toma de conciencia de una situación así, le pregunté a Silencio:
-¿Por
qué hacemos eso o para qué?
Mirándome
con un enorme pesar, respondió de manera entrecortada:
-Razones
hay muchas y variadas: las personas parecen tener miedo; también fueron
perdiendo el valor, están acobardados. Es irónico ver que en la era de las
comunicaciones el ser humano está más solo que nunca.
-¿Miedo?
¿Cobardía? ¿Soledad? ¿De qué hablas? ¿Qué quieres decir? – Pregunté un poco
ofendida por sus apreciaciones.
-Es
por todo eso –siguió su monólogo sin hacerme caso- que busca el ruido,
aturdirse, porque eso lo ayuda a desviarse, a no tener que pensar en sí mismo,
a no tener que enfrentar la posibilidad de escucharse. Por eso me huyen, porque
yo ayudo en esa tarea, por eso el rechazo. Hoy están continuamente comunicados
por celular, face, whatsapp, y no sé cuántas cosas más,
segundo a segundo, se escriben, se hablan, las palabras y los sonidos coparon
el tiempo y el espacio, pero ¿sabes qué? Ya no se miran, ni se escuchan, ya no
paran ni para ellos mismos ni para los demás. Es tan triste – terminó en un
sollozo.
-Bueno,
bueno, cálmate –susurré abrazándolo- no debes preocuparte tanto, al fin y al
cabo cada uno hace lo que quiere.
-¡Por
eso mismo me duele! ¡Porque les hace mal y además, no me dejan hacer mi
trabajo!- casi gritó separándose de mí- ¿Es que no te das cuenta de todo lo que
se pierden?- Solo atiné a negar con la cabeza, en silencio, y él continuó: -
¡Están perdiendo grandes y valiosos tesoros! En su apuro lleno de ruidos ya se
olvidaron de todo lo increíble que pueden alcanzar conmigo, ya no ven ni se dan
cuenta de lo elocuente que puedo ser yo.
-¿Tú
elocuente? ¡Por favor! – dije con algo de ironía.- Jamás dices palabra.
Me
miró con paciencia y dijo:
-Sí,
ya nadie ve la elocuencia de una mirada silenciosa, ya se olvidaron que con una
mirada pueden decir “te quiero” y tiene más fuerza que mil palabras, o expresar
ternura, incredulidad, asombro, odio pasión y mucho más, y esa mirada
silenciosa atraviesa cualquier espacio, aunque esté minado de palabras y
ruidos. Pero ya no se miran. Ya nadie se percata de la elocuencia de una
sonrisa silenciosa que puede decir tanto…
La
lágrima que cae en silencio por una mejilla muestra la tristeza o la alegría, el
miedo o el dolor, más claramente que una publicación en el muro o un aviso de
TV… ¿Hay alguna palabra o algún sonido que supere en elocuencia a un abrazo que
consuele y reconforta? ¿Qué palabra o sonido es más elocuente que un beso
apasionado entre dos amantes? Hasta la
música sufre sin mí, porque la oyen normalmente con los oídos cubiertos por
auriculares (qué loco es eso, ¿no?),
para tapar el estruendo del mundo en que viven, pero yo, el Silencio,
ayudo a escuchar la melodía, ayudo a llegar al corazón, al sentido de esos
sonidos, rodeado de silencio es posible saborear la música a fondo. Ya se
olvidaron, o no les interesa, sentarse a orillas del mar para ver un amanecer,
o trepar un cerro a contemplar los distintos colores del atardecer, o acostarse
sobre el pasto y ver aparecer cada estrella, o apoyar la cabeza en el pecho del
amado, todo eso en silencio, solo escuchando mis sonidos, los sonidos del
Silencio, o los latidos de un corazón.
Y
es porque tienen miedo, porque yo llego a ver y a escuchar lo que dice el
corazón, lo que sale de lo más profundo de una persona, y eso parece ya no
gustarles, se sienten desnudos y vulnerables, no saben qué hacer con todo lo
maravilloso que pueden encontrar allí: amor, bondad, humildad, alegría,
fortaleza, generosidad y tantos dones más en estado puro. Y ni qué decir de lo
no tan maravilloso que seguramente verían: egoísmo, soberbia, injusticia,
maldad, miedo, cobardía y tantas cosas más, y creo que esta parte es lo que más
los aterroriza.
Y
yo lamento tanto, tanto, que no me permitan hacer en cada uno mi trabajo, es
tan simple que me desespera, y si lloro, es de impotencia. Tengo ganas de
gritar, justamente yo, el Silencio. Quiero gritarles que me den mi lugar, que
me permitan hacer, que es bueno, hace bien y es necesario peregrinar en
silencio hacia el interior de uno mismo, permitirse la aventura de conocerse
para potenciar los dones y corregir los desmanes, pero no…¡no me dejan! Me
ahuyentan a conciencia con los ruidos y palabras, palabras y más palabras.
Terminó
toda su lista de angustias tapándose la cara con las manos y sollozando
desgarradoramente. Yo no sabía cómo calmarlo, solo atiné a abrazarlo nuevamente
y dejarlo llorar, porque tenía tanta razón en lo que decía.
Un
rato después, cuando lo vi más calmado, solo pude preguntarle:
-¿Por
qué te duele tanto? ¿Por qué la angustia es tan profunda? ¿Por qué te lo tomas
tan a pecho? Haces lo que puedes y más, pero si no te dan lugar…que se joroben.
Me
miró con su nariz hinchada, los ojos colorados de tanto llorar y el
desconcierto pintado en su cara y tartamudeando logró decir:
-Pero…
pero… ¿cómo puedes pensar así? ¿Cómo se te ocurre que puedo bajar los brazos y
dejar que…que se joroben? ¡No puedo, yo los quiero y tengo que cumplir mi
misión! ¡Es una misión de amor infinito! ¡Yo soy el puente! ¡Yo soy el puente,
no puedo fallar! – terminó repitiendo casi a los gritos.
-Tranquilo,
tranquilo, no llores más, solo explícame una cosa: ¿cuál es tu misión? ¿De qué
puente hablas?
Con
lágrimas silenciosas, voz más firme y la mirada perdida en el infinito,
respondió:
-Mi
misión… mi misión es que los hombres no se olviden de Dios. Y yo, el Silencio,
soy el puente, porque sólo en el silencio del corazón es donde los hombres
pueden escuchar a Dios.
Marcela López
Muy bueno Marcela, tu diálogo imaginario.
ResponderEliminarY que sea el silencio mismo el que rompa el silencio pidiendo recuperar su papel protagónico en la vida del hombre es muy ingenioso.
En mi experiencia es muy cierto eso que decís, creo. Las pocas veces que crei oir Su palabra fue en medio de un profundo silencio.
¡Cuántas caras del silencio están apareciendo!
¡Gracias!
¡Muy hermoso y profundo es su texto, Marcela! Creo que estamos en sintonía y esto también gratifica. ¡Muchas gracias!
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