Senderos de Luz y sombra, Lydia Zubizarreta
“no teman... acérquense,
véanme partir
ignorada- sabia- perdida-
encontrada.”
Mariam Alizade
No vimos dónde nacen nuestros senderos. Sólo sé que muy al principio del recorrido
nos encontramos. Todavía faltaba mucho.
Su nombre provenía de los pueblos bárbaros, según
aquel profesor, y el mío de Grecia. Soy,
era, “una clásica”. Ella parecía tener dentro una lejanía
indómita. Tan distintas, aparentemente,
y sin embargo podíamos caminar juntas sin ningún esfuerzo, disfrutando de un mismo
ritmo.
Sus rasgos eran regulares, su mente asombrosamente
original. Su sonrisa rápida desafiaba
los obstáculos. Intensa en algunos
aspectos, se destacaba por su capacidad de atención y de aprendizaje. Le interesaba todo: la ciencia, la
literatura, la música, los idiomas, las civilizaciones. Calaba hondo en el ser humano. Fue una estudiante
brillante en la Facultad de Medicina.
Mientras tanto yo salía con amigos, bailaba, pintaba un poco, no tenía
noción del valor del tiempo. Recién
recibida de médica me confesó que no iba a poder ejercer por una sensibilidad suya
negativa. Siguió con los estudios y se dedicó
al psicoanálisis, siendo una profesional con gran dedicación y muy respetada.
Yo me casé joven y enseguida fui madre.
Ella también fue madre, aunque su vida seguía un rumbo de estudio y
trabajo. Siempre fue reflexiva. Llevaba un diario en un cuaderno que inauguraba
cada principio de año. A través de la
escritura conversaba consigo misma y con Dios.
Pedía ayuda al Padre, se veía a sí misma muy necesitada de iluminación y
fuerza.
Caminábamos juntas siempre que podíamos. Eran nuestros mejores momentos. Del colegio a su casa en la época de
secundaria y, luego - hasta muy recientemente - desde mi casa hasta el Rosedal o
el Pilar. El movimiento estimulaba el
pensamiento.
Sé que amó mucho y que fue muy amada. Sé de su unión con sus dos hijos y de cómo
eran para ella la continuación de la vida.
Le gustaba, igual que a mí, la mañana, el aire
fresco, la luz clara, el silencio, la verdad, la lealtad, lo sensible, lo
sencillo. Las dos compartíamos la
alegría de la música, de la literatura, de todo arte. ¡Asistimos juntas a tantos conciertos,
pudimos presenciar tantos espectáculos! ¡Fuimos
juntas a tantas exposiciones! ¡Leímos y
nos recomendamos tantos libros, tanta poesía!
Le gustaba escribir. Publicó
varios libros: algunos tocando a su profesión, otros de cuentos.
Disfrutábamos no sólo de nuestras afinidades sino
también de nuestras disparidades. Nos permitían
ampliar el horizonte. Jamás competimos o
nos comparamos. En la otra reconocíamos
los rasgos que nos podían dar estímulo. De nuestros encuentros salí siempre
enriquecida; conociéndome mejor a mí misma y a los otros, apreciando mejor la
vida. Sentíamos que teníamos mucho que
agradecer, nunca la oí quejarse. Era
sabia: lo bueno y lo malo, lo fácil y lo difícil, lo transitaba al mismo ritmo.
Tocábamos el tema del tiempo, de la brevedad de la
vida. Coincidíamos con Séneca en que la
vida no es breve, que es inmensa, que uno puede malgastarla al robarle el
tiempo que nos da. Hablábamos constantemente del desapego, significaba para
nosotras un gran valor.
Uno de sus rasgos más sobresalientes era su
esencial libertad que nada ni nadie lograron disminuir. Neutralizó, incluso, las ataduras de su
enfermedad.
Nadie con más derecho que ella para expresar: “la
mano bordea el infinito, lo rozo”.
Llevaba dentro el infinito. En la
despedida final también anotó: “la delicia de mi despedida”.
Mariam, la última palabra es tuya y marca huellas
en el sendero.
Lydia Zubizarreta
Qué larga y linda amistad. Qué triste que ya no esté Lydia. Pero que honor haberla tenido y ella a vos. Espíritu bárbaro y griego.
ResponderEliminarMuy lindo homenaje son tus palabras. Me conmovieron.
Ojalá sus pasos vuelvan a encontrarse del otro lado del borde de ese infinito.
Amén.
¡Qué conmovedor homenaje, Lydia! Recién meditaba sobre las despedidas y las personas que amamos con el texto de Francisca y me encuentro ahora con el tuyo y cierra perfectamente.
ResponderEliminar¡Cuánto amor, ternura y paz en tus palabras! Sólo alguien muy especial puede inspirar lo que escribiste. Su ausencia ahora es tu compañía. ¡Qué afortunada!
MUY BUENO EL TEXTO, Y EXCELENTE LA PINTURA.
ResponderEliminarUN PLACER
MAX HUNICKEN
Muchísimas gracias por sus sentidas y amables palabras!
ResponderEliminarQué lindo testimonio de amistad, de una amistad tan larga... me pregunto por el origen de sus senderos, y si es tan cierto que fue muy al principio del recorrido se encontraron... Tal vez se empezaron a encontrar todavía antes, en un proyecto de Dios.
ResponderEliminarCuando uno lector desconocido percibe tanto cariño y tanta profundidad en un texto (y tanta potencia expresiva en un cuadro tan sereno) piensa que las palabras que escuchó Jeremías tal vez se las pudo decir Dios a ustedes: "Antes de formarte en el vientre materno, ya te conocía..." (Jer 1, 5).
Esos senderos llegan al mismo lado. Ella te espera.