viernes, 26 de abril de 2013

Superficies (María Paola Delbosco)


 

Imagenes de Google Crome (la referencia es actualmente inexistente)

 


   No desprecio la superficie. Algo en ella es sagrado: es el punto de contacto de lo interno con lo externo; es el final de la lucha entre la pulsión y el impacto, cuyo resultado queda inscripto en la superficie. Alguna vez de modo indeleble.
   El adentro emerge hasta la superficie, a veces abiertamente, a veces discretamente, a veces visible sólo para algunos: descifrar esos signos secretos es lo que más me atrae.
   Hay superficies en las que el entorno no escribió nada aún; en ellas es la fuerza vital la que se hace ver, empujando con energía, casi con violencia, desde adentro hacia afuera. Esas superficies, en un preciso momento, cuando de repente aparece una superficie externa que coincide con el deseo, aprenden a curvarse en una sonrisa. De lo contrario explotan en volcanes de indignación.
  Sucede también que, cuando el anhelo y la donación coinciden, las superficies, curva y contracurva, se rodean y se funden en un único interior sin fisuras. Son instantes perfectos.
  A menudo se da en cambio que lo de afuera haga crecer barreras, cierres, oscuridades; la superficie se repliega, esconde lo interior, lo defiende, pero también lo comprime en una densidad dolorosa. Mi función es llegar hasta ese punto sufriente y permitir de nuevo el despliegue de la superficie, la expansión en anchura de vida.
  No le tengo miedo a que las superficies contiguas rocen la mía; le tengo más miedo a no encontrar ese punto preciso del despliegue, a buscar erróneamente la abertura, a no saber leer los signos de la superficie.
  Los signos en mi superficie son, en cambio, muy evidentes, aunque no siempre son leídos. Estoy orgullosa de esos signos, esas marcas permanentes, esos pliegues del combate: recibí, amé, resistí, avancé en la vida.


Paola Delbosco

jueves, 25 de abril de 2013

Sueño (Mateo Belgrano)





 

Se disipó todo, la gota de rocío lo esfumó y nos dejó a oscuras. Hago fuerza con los párpados, como si ayudara a ordenar todo lo que me ataca al despertar. Un silbido marca las 8:00 am, pero me digo diez minutos más. Cierro los ojos para despertar, pero duermo para volver a un lugar del que no me puedo acordar.

Y los diez se hicieron quince. Creo que mejor será sacrificar la ducha, si en el fondo no vale la pena esta lucha, valen más diez minutos más. Más de dormir, más de nada. La luz me ciega, y los diez se hicieron quince, pero en fin, no hace falta desayuno. Nunca fui un rey en el fondo.

Y los diez se hicieron veinte. Llegaré tarde a trabajar. ¿Qué le hace una mancha más al tigre? Preferible aguantarme al patrón, que levantar ahora este peso inaguantable.

Ya no hace falta abrir los ojos para saber que los diez se hicieron treinta y que no voy a ir a trabajar. ¿Y si llamo y digo que estoy enfermo? El teléfono está tan lejos, me tendría que levantar.

Mis párpados me apagan, ya no hay nada. Ya no se cuanto se hicieron cuanto, pero el almuerzo fue olvidado. La mañana se hizo la tarde entre las idas y venidas a las sábanas. Ni el hambre pudo despertarme. Y como llegó la tarde, llegó la noche, para que luego llegue la mañana.

Llegó un día en que se acabaron las pilas del despertador y así no supe más que era noche y que era mañana. Ya no hay nada, solo sueño. ¿Qué sueño? Creo recordar un despertador y una mañana.


Mateo Belgrano

Suelos de Barquis (Santiago Vorsic)

Triptico Der Krieg de Otto Dix (1924)





A Franz Marc


En los suelos de Barquis te vi caer, no muy lejos de los fuegos de Verdún, donde ahora te acobijas en el fango. Llena de sueños la vida emanaba de tu pincel. Ahora ya no encuentro la mano que blandía tu arte. En tu corazón sólo queda la negra sangre endurecida. Tu rostro señala el espanto. Tu boca es refugio de insectos y tu vientre alimento de alimañas. 
Y pensar que tuviste sueños, que tus ojos se habían posado sobre alguna mujer que correspondía a tus anhelos. Y pensar que tal vez tus amigos reían contigo y admiraban tu espíritu  entrañable, y que algún maestro te felicitaba por tu desempeño y estaba orgulloso de ti. Tuviste madre que te acobijó alguna vez y te besó en tu frente aún tibia. Quizá tuviste alguna rabieta con algún vecino, o un intercambio de destrezas con algún miserable en un bar.
De lo que no hay duda es que tu alma se expresaba en colores, en la dulce sensibilidad de la vida de la naturaleza. Eras rebelión inquieta de la vida contra la desolación. Aunque ya los cervatillos no iluminarán el bosque, los azules caballos ya no correrán noblemente por las estepas, ni la vaca mostrará su radiante amarillo. Esa joven ya no podrá reír gracias a ti y tus amigos quedarán con tu silla vacía. Y tu madre ya no buscará las mejillas que ahora desgarra la muerte. Eres fango ahora, eres olores descompuestos y orificios secos de metralla, huesos expuestos y carne roída, adorno cruel de las proximidades de Verdún. Nadie más podrá devolverte el color ni salvarte de las negras manos de la cruel hija de la noche.
Tus ojos que tanta belleza veían, ahora se hunden bajo tus párpados. De las luces y colores sólo quedará el gris de tu marmórea lápida que evidencia el despojo de tu espíritu.


Santiago    Vorsic

miércoles, 24 de abril de 2013

Sorbo Surrealista (Maximiliano Hünicken)

 
 
Dolina y el sorbo surrealista, Max Hünicken




Has de temerle a la muralla
Que asentada en su soberbia,
Dirime su mirada
Hacia el sesgo sazonado de una presunción.


Y así con  aromas grisáceos
De una estulta admiración,
Sucumbe el ímpetu
De aquellos sacerdotes
Que no adoran la verdad;
Sino la vanagloria
De una limitada apreciación.


Has de temerle al realista,
Que busca contener su vitalidad,
En redes de una caduca logicidad;
Olvidando la materia de los sueños
Que proyectaron su primigenia  locuacidad.


¡No ha de ser el miedo  a una locura!
El que marchite nuestro sueño,
Sino la obstinada certeza de una ambición,
La que elucubre con cerrazones
La sustancia vacía de una invención.


Estás  hecho de pulsiones que razonan,
 Pero con gotas espesas de un ahondamiento,
La sangre que te nombra
No conoce de bajos miramientos.


Ante el Barroco imponente
De aquella santa fortaleza,
Permanece  altiva la agudeza
De una rebelde incitación;
Su bruma se eleva con entereza
Sobre los pliegues de una abdicacón.


Y así  con aromas rojizos
Se asienta el ahínco
De la fluctuante  contradicción,
Allí vocifera la vida,
Y el sueño  siente la menesterosa caída
Hacia la redención;
El sorbo del surrealista
Lo dice todo, y nos aclama con furor
Para que el tedio de los cobardes
No le quite el brillo
A la belleza del arte
Que nació de un todo, hecho pensamiento,
De una sola expectación.




Maximiliano  Hünicken  Segura








Soplaba un fuerte viento cuando pensé en nosotros (Maria Teresista Suriani)

Before Sunrise (1995)



Aire frío y escalofríos. Con un mate o un café, tostada. Ropa. Caminata.
Llegadas y salidas de lugares específicos de los que raramente salimos o a los que raramente llegamos en verdad. ¿No? Porque me parece que salir de mi casa y llegar al trabajo no me llevan a MI, a ese MI con mayúsculas, a ningún lado. Entonces me encierro en ese dilema de caminar o no caminar. Hay tres cuadras entre la parada y mi casa y decido que tiene que haber algo en el 'entre'.
El otro día hablamos en clase de la plenitud de la experiencia. ¿En dónde? ¿Cómo me hago verdaderamente presente a mi vida, cómo tengo un contacto íntimo con ella? Cada vez que puedo, generalmente en las vueltas, camino mucho más lento, y trato, trato de verdad, de sacarle todo a ese momento, de disfrutarlo, pero concentrándome. Porque cuando llego a esas conclusiones del tipo: 'salgo y llego a no lugares, me muevo sin moverme entre cosas y espacios' sólo me queda el 'entre' para vivir; y el presente ES ahí, en ese momento, lo único real, no lo puedo desperdiciar. Ayer descubrí cuando volvía que con la cabeza para arriba y bien quieta en medio de la vereda tenía una visión prodigiosa del sol colándose entre hojas verdes. Me quedé ahí un rato y pensé 'bueno, acá estoy parada, comprometida por entera con este momento'.
Y la gente pasa por al lado y sin verlos ni sin que te toquen se sienten. Y las personas y los autos, el mundo, pasa por al lado pero te está atravesando. Todo el tiempo. Es ese fuerte viento que sopla. La frase del título la robé de un álbum de No te va a gustar, porque me encantó la imagen que me da. Ese fuerte viento que sopla sobre todos, a través de todos. La vida y el mundo, con sus sacudidas. Y también con esos momentos de vaivén suave, que acunan, que protegen, como durmiendo a un niño. Y el viento fuerte fuerte fuerte de los primeros amores y los primeros desgarros, las pérdidas y las ignorancias, los límites y la muerte. Ese viento fuerte que cala hondo hasta los huesos. Ese viento fuerte no soplaba el otro día, mirando el sol entre las hojas, era una suave brisa, era un remanso.
En cambio, otros días, como hoy a la mañana, soplaba ese fuerte viento cuando me acordé de nosotros y de lo que habíamos sido. Y hay que clavarse al piso con bastante determinación para  no derrumbarse. (Para papá, al que me imagino pensando este último párrafo más de una vez...)


María Teresita Suriani



martes, 23 de abril de 2013

Sombrero (Ignacio Leonetti)


Niño con sombrero de ala ancha Rembrandt  (blojeans.blogspot.com.ar)

 

 


  Cuentan las crónicas que cuando Tomás Moro subió al patíbulo para la decapitación sentenciada por el caprichoso rey Enrique, el santo mártir se dirigió al verdugo ofreciéndole su sombrero con estas palabras:

“Tome, se lo regalo, de ahora en adelante no lo necesitaré más.”


  Humor hasta las últimas consecuencias.
  Verdadera Sabiduría Divina: la “debilidad de Dios que confunde a los fuertes de este mundo” en palabras de San Pablo.

  Hasta las cosas más insólitas pueden conducirnos a manifestar la alegría profunda de lo verdadero. Tenemos que ser valientes.



Ignacio Leonetti

Sollozos y sonrisas en el silencio del hospital (María Valle Riestra)


Concepción Gomez, Caronte el Barquero,



Abro los ojos con dificultad. No puedo evitar parpadear hasta acostumbrarme al brillo blancuzco del fluorescente. Todo el dolor que sentía ha cesado, ahora  puedo respirar con normalidad; no son necesarios los molestos tubitos con oxígeno que tengo en la nariz, así que me los saco. Trago un poco de saliva; ya no podía soportar esa espantosa sensación de tener una lija ardiendo en la garganta. Muevo los dedos del pie, abro y cierro las manos. Fuera agujas de suero, no las quiero en mis brazos nunca más. Brota un poco de sangre roja y cremosa, pero no le prestó atención. Me incorporo fácilmente. La habitación sigue igual, excepto por el hombre (¿Es un hombre?) que está sentado en el sillón. No lo conozco, ni me interesa hacerlo tampoco. Todos los días viene gente a verme, a realizar pruebas, sacar sangre, inyectarme alguna nueva medicina y desearme una pronta recuperación. Oh, sí, en esta habitación siempre hay alguien nuevo. Menos en la noche, claro. Cuando oscurece y apagan las luces me quedo sola, con mis dolores, asfixias y pesadillas apoderándose del cuarto.

 El extraño sigue allí, sin moverse. Su piel es muy clara, casi transparente. Me mira fijamente, sin pestañar ¿ha estado todo el tiempo aquí, observándome? (Yo he estado tanto tiempo en este hospital que ya ni recuerdo como llegue) Se levanta, se acerca a mí y me ofrece su mano.

-Ven, acompáñame- su voz melodiosa me envuelve. Lo interrogo con la mirada, pero sus ojos son tan negros, profundos y serenos que lo único coherente para mi es obedecer. Acepto su gélida mano para bajar de la cama con mayor facilidad. Me relaja sentir el suave contacto con el piso después de tanto tiempo de haber estado postrada. Me abre la puerta, espera que pase primero. Escucho el clic de esta al cerrarse y una profunda alegría me invade violentamente. ¡Por fin, después de tanto esperar me encuentro fuera de esa cárcel llamada enfermedad! ¡Adiós celda, adiós cuarto de hospital! ¡Adiós! ¡Me voy!

***

Todas las personas que se encontraban en la habitación se miraron atónitas. El doctor corta el silencio anunciando lo que ya todos presienten:

-Está muerta. Lo lamento- Se escucha un murmullo triste, acompañado de los sollozos de una de las presentes. En la cama yace el cuerpo inerte de la difunta. Su rostro parece sonreír.


 María Valle Riestra

 

lunes, 22 de abril de 2013

Soledad, carta de un volador a un navegante (María Sol Rufiner)




Querido Navegante:
¿Cuál es el riesgo o el peligro de la soledad? Me preguntas, el riesgo está en cerrarse en uno mismo, en no ver más allá del propio dolor; ese no hacer nada que en realidad es una no salida a Dios o a las criaturas, en la medida en que a cada uno corresponde. Ésta es la soledad, es la pereza o la desidia que ataca el alma hasta ahogarla en sí misma, cortándole cualquier vida interior  o exterior, no dejando que ame a nada más que a sí misma. De esta manera el alma se aleja de la cura de esta soledad, que es  en el fondo desesperación. Y ¿sabes cuál es la cura?, querido Navegante, la cura es el Amor en comienzo a las criaturas y luego por elevación a Dios. Solo amando es como se sale de si mismo y se comienza a ser quien uno es, sólo amando la persona se completa y realiza totalmente su acto de ser, el cual le fue dado por Dios es un mismísimo acto de Amor. Sin embargo sólo cuando sale de sí hacia Dios, luego de haber pasado por las criaturas, es cuando completa la persona su propia dialéctica de Cruz volviendo a sí,  afirmándose en quien es.
Espero, querido Navegante con esto haber ajustado tu compás para que pases seguro por los mares de la soledad, procura no engañar tu vista en su vastedad, mirando siempre a las estrellas, ya que ellas te habrán de guiar, hacia la verdadera Soledad, donde a Dios haz de encontrar.
Se despide afectuosamente tu hermano
                                                                
 
 Volante


María Sol Rufiner

Soledad (Nicolás Balero Reche)




Igmar Berman, Escenas de la vida conyugal 1974 (Ilust.blog)




Abro los ojos. Es de noche, no me puedo dormir, hay algo que no me deja. ¿Qué será? Creo que es miedo, miedo de estar solo. Miedo de no poder compartir nunca mi vida con alguien más. Miedo de no reír junto con ella, miedo de no vivir en comunidad de dos, momentos de felicidad. No sé por qué me siento así. Miro al alrededor de mí  y no encuentro respuestas. Arriba un techo que me tapa las estrellas, a los costados paredes que no me dejan ver más allá y me encierran. El lugar en el que estoy es pequeño, y se achica cada vez más. Sin embargo no es el cuarto lo que me agobia sino mis barreras mentales que no me dejan volar, no me dejan proyectar una vida más allá de tres metros a la redonda.
¿Pero por qué me siento así? Recuerdo que no siempre estuve así. Hubo una época… Hace no mucho tiempo en que esos miedos no me aterraban. Recuerdo... Era porque estabas conmigo, pero ¿dónde estás? ¿Quién eras? Solía conocerte pero ya no te conozco. ¿Acaso yo me conozco? ¿Quién era yo? ¿Quién soy yo? Lo único que sé es que lo que soy no me gusta. Aquí solo acompañado por la soledad, donde solo y mal acompañado son lo mismo, no me gusto. Quiero salir de aquí, quiero ser el que era. No tener más miedo, no estar solo, crecer junto a vos. Pero no te encuentro, te perdí.
La angustia es agobiante, me desespera, intento subsanarla con más y más actividades, con más poder, con más plata, y cada vez estoy más solo. Ya nada me conmueve, nada me emociona… ¿Siento? Ya no siento nada. Estoy vacío. Como la noche que me rodea.
Me vuelvo a preguntar, ¿qué no me deja dormir? Y si, la soledad es la respuesta.
Pero… antes de cerrar los ojos para seguir durmiendo con mis miedos encerrados en una falsedad exterior, siento algo. Siento algo de calor al lado mío. Y te veo. Estabas aquí, durmiendo conmigo, a mi lado. ¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué no me tocaste? ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no me cuidaste? ¿Por qué no me salvaste? ¿Por qué me siento tan solo? Estabas aquí… pero ya no estás conmigo.



Nico Balero Reche


domingo, 21 de abril de 2013

Soledad (María Echevarría)



 
 
Es raro de explicar pero es una sensación de una soledad óntica muy profunda, como si no hubiera nadie más en el mundo. Veo gente o escucho alguien cortando el pasto y es como si fuera escenografía, ruido de fondo...

Soledad profunda, radical. Las horas pasan sin un punto de referencia, sin un mojón que las haga ser mediodía, tarde o noche. No hay hora de cenar, no hay almuerzo, no hay siesta. No se diferencian los minutos unos de otros, nada los distingue. El silencio es el único sonido perceptible. Silencio y algunos ruidos de fondo. Alguien corta el pasto, domingo de sol, nada muy original, tranquilamente se podría tratar de una grabación. Como las risas grabadas de las series de televisión. Puro ruido sin vida. Miro por la ventana y la gente va y viene, llevando bolsas de compras, algún papá lleva a su hijo en brazos, pero es puro cartón pintado. Afuera no hay nadie. Puras imágenes sin vida. Me alejo de la ventana, vuelvo a los libros, a tanta estéril palabra que alguien pegó a un papel que hoy tengo frente a mis ojos. Y es lo mismo que nada. Hay palabras, pero no ideas. Puras letras sin vida.

Nada, pura soledad.
Silencio, vacío y yo.
 
 
 María Echevarría
 

Soledad (Lucía Nazar Anchorena)






Soledad aquí están mis credenciales
Vengo llamando a tu puerta desde hace un tiempo
Creo que pasaremos juntos temporales
Propongo que tú y yo nos vayamos conociendo.

Aquí estoy te traigo mis cicatrices
Palabras sobre papel pentagramado
No te fijes mucho en lo que dicen
Me encontrarás en cada cosa que he callado

Ya pasó, ya he dejado que se empañe
La ilusión de que vivir es indoloro
Qué raro que seas tú quien me acompañe
Soledad, a mí que nunca supe bien como estar solo.

Jorge Drexler y María Rita.


Creo que sigo diciendo lo mismo,  muchas ideas similares se chocan a la hora de escribir. No es que quiera hacer terapia- Elena ya se encarga de eso- es mi espíritu que algo me quiere decir. Y me habla desde un mismo lugar que  no es tristeza o abandono sino, tal como lo expresa la canción, es desde la certeza de que durante un tiempo uno tiene que aprender a estar solo.
¿Para qué? No fuimos creados para estar solos, sino que nos descubrimos desde un otro que se me revela, me interpela y compromete reflejándome un poco más mi verdadera identidad.
Y sin embargo quiero estar sola. La busco y quiero, en la soledad me escucho, en la soledad me acepto, en la soledad me perdono, en la soledad Te encuentro.

Es tan necesaria la soledad para encontrarme
como la luz para mirar.
Fue tan necesaria la soledad para encontrarte
Que no me arrepiento de haberla conocido,
Qué amiga, la rechazada Soledad.

Lucía Nazar Anchorena

sábado, 20 de abril de 2013

Soledad (Raúl Lavalle)

 





 
Todo empezó el día que fui con algunos de mis alumnos al Museo Nacional de Arte Decorativo, en abril de 2012. Pasamos una tarde muy linda allí, con todas las obras de arte, pero en especial con las poquitas antigüedades griegas y romanas que tiene. Cuando terminamos, propuse ir al Automóvil Club, a tomar algo y comentar la visita.
Quedé tan sorprendido con el parecido, que pregunté al hombre que hacía la cola conmigo en la caja: “Disculpe, señor: ¿usted es el actor Harrison Ford, de incógnito aquí en Buenos Aires?” “No, ciertamente no”, dijo con cálida sonrisa. No me olvidé del asunto; al contrario, fue motivo de conversación con los chicos. Unos –tales, Florencia Ragone y Esteban Perini– lo veían muy parecido al actor de El fugitivo y de La guerra de las galaxias, película ésta bastante truchet; otros, como Marina Artese, negaban del todo tal similitud.
Pareció el fin, pero no. Pues en mis caminatas de los domingos, al pasar por el café del ACA, lo encontré varias veces, sentado en el mismo lugar de la otra vez y mirando la televisión con mirada triste.
Uno de esos felices domingos, no pude resistirme. Le pedí permiso para sentarme y, sin mediar muchas palabras, aunque con alguna diplomacia, le pregunté por qué pasaba de ese modo tan intrascendente las tardes. Para abreviar, Antonio (su nombre verdadero) me dijo que padecía del mal de la soledad y que, dentro de todo, el sentirse acompañado por perfectos extraños, aun de modo tan impersonal, lo ayudaba a que pasaran más rápido las horas en la plateada esfera del reloj.
Quizás él acusó recibo de mi intromisión, porque nunca más lo volví a ver. Pero hace tres días, en este lluvioso agosto de 2014, me acordé nuevamente de él. Fue cuando Florencia me contó que ya casi había terminado de cursar y que estaba pensando en escribir un ensayo. “¿Sobre qué tema sería?”, pregunté. Respondió: “Sobre la soledad del hombre de hoy.”


Raúl Lavalle

 



Sobreviviente (Fernanda ocampo)



Giambattista Piranesi, El levadizo de la serie "Prisiones imaginarias"

 
 

 

Y dijo el sobreviviente:

 
“Temo…
 
Que sueltes la cuerda invisible que me amarra
Que apartes la tormenta mágica que me acorrala
Que abras la puerta abierta de la jaula

 
¡Es que he llegado a amar tanto este yugo…!

 
Te lo suplico…
 
¡Suelta la cuerda!
¡Aparta la tormenta!
¡Abre la puerta!”

 

 

Fernanda Ocampo

 

 

viernes, 19 de abril de 2013

Sinceridad (Agustín Porres)




 
Escuché alguna vez que la raíz de la palabra sinceridad, venia de la siguiente conjunción: sin + cera. Comúnmente de chicos escuchamos la frase: "¡sacate la cera de los oídos!", cuando algo no queríamos escuchar Y esta palabra quisiera ser una invitación a la escucha atenta, aunque naturalmente nos suena como una capacidad de hablar en verdad más que "escuchar". Sincero, aquel que dice las cosas como son, es al menos lo primero que se me viene a la cabeza. Juntar ambos significados, en el marco de la verdad me atrae, me resulta una gustosa invitación. Pensar que la sinceridad puede abarcar tanto la escucha atenta como la palabra dada, resulta por más interesante. Involucrar ambos significados, el etimológico tal vez inventado y el popular significado de la sinceridad, el decir la verdad de frente sin guardarnos nada, puede ser la clave para el encuentro verdadero. Dos seres no pueden realmente comunicarse si uno de ellos no "saca la cera de su oreja" y si el otro no desea poner sobre la mesa lo que verdaderamente vive. Sin cera y con transparencia los seres humanos podemos encontrarnos. Citando una famosa cerveza, podemos rumiar el significado profundo del "sabor del encuentro". ¡Y saboreando es como nos hacemos sabios! La sabiduría no es más que saber saborear el encuentro. El encuentro con las cosas y también el encuentro profundo entre dos seres. Así hay conocimiento, y el conocimiento lleva al amor. Sabemos que cuando frente a otro nos decidimos a quitar la cera para acercar los corazones ¡aparece una experiencia que nos mantiene con vida! Cor ad cor loquitor.

¡Ojalá la sinceridad haga de nosotros personas más trasparentes y atentas! Pues ¿qué tenemos que ocultar a quien de verdad conoce lo que hace vibrar nuestras vidas? Qué desperdicio seria no animarnos a quitar la cera para descubrir que el otro tiene algo para decirnos que puede hacer más plena nuestra vida.

Agustín Porres

Síndrome de Abstinencia (Héctor Makishi)



Síndrome de abstiencia
(Fotograma de la película “Melancholía”  de Lars Von Trier + Fotomontaje Mc Ishi)


 



 

“A los que aman a pesar de su dolor y el dolor que el tiempo hace florecer en el alma”
(Luis Hernández – Dedicatoria)




Han pasado algunos días
y todo me resulta tan vacío…

Las calles, la gente,
todos me miran
como si adivinaran
que he abrazado a la luna
haciéndola llorar.

Esta abstinencia se parece
a la locura, te confieso.
Como una imagen quemada
en un televisor,
así te veo a cada instante:

Lunática de fulgores infinitos
que ara en mi piel, la pasión.

Te presiento cerca, te puedo sentir
en el viento, en las hojas,
en las ventanas rotas del frío o
las pisadas de una luz infecta.

Repito tu nombre como un mantra,
pero nunca llega la paz.
Necesito un sorbo de vos, algo
que me conecte, otra vez, a la vida.

Estoy cansado…
de verte atravesar las paredes,
irrespetuosa.
Tan lejos, tan cerca que ya no sé
qué hacer con este corazón
que late por inercia sin preguntarse
cómo estoy.

Pero, mañana por la mañana,
ya lo tengo decidido,
te condenaré al olvido,
abriré mis ojos y pensaré en el café
recién pasado y las tostadas
con queso “cream” que tanto disfrutabas…

“¿Me escuchás?” “¿estás ahí?”





Héctor Makishi

jueves, 18 de abril de 2013

Sinalefa (Carlos Taubenschlag)


συναλοιφή



Siempre me cayó simpática la sinalefa, le hubiera dicho Polanco a Calac, pero acá los que conversaban eran otros dos: uno que jugaba con las palabras para buscarles toda su capacidad expresiva y su pragmático amigo que lo seguía con dificultad. ¿Sabés que no la tengo presente a la Sinalefa? ¿es la vieja del almacén, la casada con Manolo? No, esa es la Señora Josefa, burro. Te estoy hablando de un recurso literario, de una figura gramatical. Claro, eso es lo que te quise decir, pero te anticipaste a retarme. Claro que es simpática la sinalefa... (¿¿¿???)... o a veces antipática, según el día. ¿Y por qué a vos te cae simpática? Orientame un poco, creo que la confundo con alguien. Se supone que hace cuatro o cinco años te la explicaron en el colegio. Sí, tenés razón, en el colegio me la explicaron en el taller literario. Pero no tengo presente que fuera en mi curso, de hecho recuerdo que era  en un curso que se tenía que repetir, en un re-curso, como recién dijiste, o algo así. Mirá, más vale que te oriente porque nos vamos a pasar del tamaño del texto que propusieron para este taller y por explicarte todo al final no me van a publicar porqué me cae simpática la sinalefa. Entonces explicame. Resulta que entre quienes escriben versos, a algunos les gusta soltarlos para que crezcan y jueguen según sus propias músicas y sentidos, pero a otros les gusta acomodarlos a cánones que dictaminan cuántas sílabas puede haber en un verso. Hasta ahí te sigo. ¿Qué harías si la palabra que te gusta escribir tiene más sílabas que las canónicas? ….......???????? ¿Te perdiste? Sí, lo de canónicas no lo identifico. Con la referencia a las  sílabas canónicas me refiero a la cantidad de sílabas que debería haber en un verso; es algo que responde a la métrica, a las matemáticas, en definitiva. En el caso en que la palabra que querés usar empiece o termine con vocal, este recurso te permite mantener la palabra que te gusta y cambiar la anterior o la que le sigue, para que se encuentren las vocales; se trata anteponerle o posponerle otra que empieza o termina en vocal, según los casos, y formar una sola sílaba que une las dos palabras y te resuelve el conflicto métrico. Es como si la última vocal besara la vocal siguiente y le hiciera lugar. Besar es hacerle lugar al otro. Para la poesía, ya no son dos sílabas sino una sola. Besándose se hacen una sola cosa. La métrica cede a la amistad, la cantidad cede al amor. La sinalefa te ayuda a pasar por encima de los límites de la cantidad, reivindicando la amistad y el amor entre las vocales o la hache muda. A la Muda tampoco la tengo; ¿Es amiga de la Sinalefa? ¿Qué tal está? Mirá que sos otario, no me estás siguiendo para nada. Te decía que cuando las vocales se amigan y se besan, se unifican. La poesía crece en fuerza expresiva, en musicalidad, haciendo la vista gorda a una cuestión métrica que se diluye en  la fusión de las vocales. Siempre pensé en que deberían existir muchas personas-sinalefa. Por eso me cae simpática la palabra. ….........?????? Me perdí de nuevo. Personas-sinalefa digo, personas que hacen espacio a otras aunque técnicamente excedieran el cupo, aunque socialmente pudieran estar de más, estuvieran fuera de lugar, sobraran. Las personas-sinalefa generan inclusión. ¡Alta elucubración, che! Gracias; me parece que el mundo sería más feliz si hubiera muchas personas-sinalefa, personas inclusivas, que  renunciando a su propia parte de voz según una medida oficial o social  se apoyaran en la otra persona o besaran a la otra persona para hacerle lugar y para  hacer posible que se le escuchara la voz. Las personas-sinalefa crean espacios que superan lo que se puede medir: generan vínculos. Ahora creo que ya empiezo a entender. Y me parece que vos sos mi sinalefa.
                         Carlos Taubenschlag


Simplicidad (Martín Susnik)



http://periodismomisterio.blogspot.com.ar/2011/10/los-neutrinos-se-enfrentan-la-teoria-de.html



Cuando de niño escuché hablar por primera vez de la teoría de la relatividad me imaginé que debía tratarse de un asunto sumamente complicado, difícil o incluso imposible de explicar. Me imaginé pizarras colmadas de fórmulas impenetrables hasta sus más angulares extremos y páginas de ecuaciones ininteligibles con no pocas tachaduras y correcciones. Cuál no habría de ser mi sorpresa, e incluso desengaño, al anoticiarme de que la teoría de la relatividad se expresaba en la brevedad quasi-cómica de la fórmula E=mc2. ¡Tanto lío para eso!
Intuía, claro está, que detrás de esa fórmula simple habría un enjambre de complejas cuestiones y enrevesados razonamientos, y que para arribar a esa conclusión hubo que escudriñar laberintos de alto rigor y obscuridad científica. Pero me recuerdo cuando niño y vuelvo sobre la citada fórmula, y vuelve a sorprenderme su simplicidad.
¿No era más o menos también así cuando en el colegio nos tocaba hacer algunos ejercicios matemáticos de cierta complejidad? Enunciados, pasos a seguir, simplificaciones, distribuciones, búsqueda de factores comunes… pero, al final, si el enredado recorrido era transitado con éxito, se dejaba ver bajo una aireada luz “el resultado” – y el resultado era, finalmente, algo simple.
La vida no es una cuestión matemática, lo sé, pero en este aspecto me resulta análoga. En determinados momentos, que en verdad son muy pocos pero me parecen los más luminosos, de repente la cuestión se manifiesta increíblemente simple. Y bien digo “de repente”, pues es algo que sucede en la intransitoriedad de un instante, aunque para llegar a ello hiciera falta atravesar un trabajoso y prolongado trayecto, al igual que en algunas ecuaciones matemáticas. De repente, después de razonar, de meditar, de preguntar, hipotetizar, objetar, de hurgar entre media sombras, se enciende la luz de una respuesta, que uno logra divisar en una curiosa intuición instantánea. En esos extraños momentos me parece ver que las cosas, en el fondo, son llamativamente simples; que es simple la cuestión del sentido de la vida, que es simple el asunto del amor y el de la muerte, que es simple la respuesta a la pregunta sobre el origen y el destino de todas las cosas. Tan simples se manifiestan en esas (pocas) oportunidades, que hasta creo ver que a todos esos interrogantes se podría contestar con una única y simple respuesta. Tan simple que nuestro complejo lenguaje no lograría expresarla.
Algunos querrán tildarme de simplista; créanme que no es así. No me falta talento para complicar las cosas, para empantanarme en esos asuntos y otros similares, para perderme en embrollos – a veces con el alma, a veces con el cuerpo – y para perder el rumbo en asfixiantes complejidades. Que la cuestión en sí misma sea simple no significa que sea simple para mí. Por el contrario, lo más simple es lo que me resulta más complejo, tal es mi capacidad para enredarme. Si se me tilda de simplista es porque no se me ha comprendido bien, y eso a su vez se debe a que seguramente soy yo el que no logra expresarse con simplicidad. ¿Ven qué fácil complicamos las cosas?
Pero no abandono la idea: en su núcleo íntimo las cosas han de ser increíble e inefablemente simples. Es una idea que me persigue hace ya unos años, o mejor dicho, quizás soy yo el que la persigo, con éxitos apenas esporádicos.


 Martín   Susnik