http://www.asshai.com/foro/viewtopic.php?p=540810&sid=7933d6d7db7502245470273064f07feb (Ilust. blog)
Se
cuenta que cuando el pelandrún de Adán se mandó aquella macana primigenia (hay
que ver las cosas que uno hace en el afán de hacer algo “original”), lo que
antes era paraíso se transformó en desierto. No son pocos los que consideran la
leyenda una patraña y hasta podría parecerlo si no fuera por dos razones que la
corroboran: la realidad misma ratifica de múltiples maneras lo que la historia
puede tener de cierto, y además es Dios mismo el que cuenta la historia.
Dejemos
a un lado el debate que acarrea el segundo punto, por más que en lo personal me
haya tocado aprender –a los ponchazos, a veces– a confiar más en lo que Dios
dice que en mis elucubraciones. El primer punto no deja de tener su propio
valor: la realidad se muestra a veces como algo desértico, lleno de cardos y
espinas.
No
pretendo caer en un pesimismo que se la quiera de dar de profundo porque
significaría olvidar que hay un optimismo que es aún más profundo que esa
consternada mirada de las cosas. Pero lo cierto es que tampoco me gusta aquel
otro optimismo que es más superficial que esa forma un poco pesimista de ver
las cosas. La cuestión es compleja, de todas formas. Porque las cosas mismas
son complejas, o acaso porque son demasiado simples para nuestra manera
complicada de mirarlas.
Lo
cierto es que la realidad, más allá de la riqueza que indiscutiblemente brinda,
tiene sus zonas desérticas. A veces el mundo se torna árido y pedregoso, a
veces parece que hay una reinante sequía estéril… Obvio que intentamos
disimularlo con frondosidades artificiales, pseudofertilidades que servirían
para esconder y olvidar algunas sequedades. Que la mayor ciudad dedicada al
entretenimiento haya sido construida en medio del desierto tal vez sea, en ese
sentido, más que una metáfora. Sin embargo, por mucho que nos empeñamos,
nuestras invenciones no alcanzan. Cuando se apagan las luces de neón, el
desierto vuelve a revelar su aridez y su oscuridad. Y si las luces nunca se
apagan, la aridez se hace peor todavía y la ceguera aumenta la oscuridad.
Pero
hay algunas recetas para sobrevivir al desierto. Bien lo saben las plantas
xerófilas, que son aquellas que se han adaptado a la vida en un medio hostil
por su sequedad. Esas plantas han aprendido a desarrollar un metabolismo hábil
en retener, en guardar líquido en su interior, para así sobrevivir. Sus hojas se
redujeron a láminas delgadas, para evitar la transpiración innecesaria, o se
convirtieron en espinas, que además permiten defenderse de las alimañas que
buscan calmar su sed. Sus raíces son largas, para aprovechar las lluvias
esporádicas, y profundas, para alcanzar niveles de suelo húmedo.
¿Qué
hacer, entonces, cuando la realidad manifiesta su rostro más árido y su aspecto
más desértico?
Profundizar
en nuestras raíces, para adentrarse en lo que la realidad tiene en su fondo más
íntimo y fortalecer a la vez la fidelidad a nuestro propio ser.
Salvaguardar
la interioridad y ensanchar nuestra capacidad de albergar; si todo sale para
afuera, si no hay capacidad de hospedar cuidadosamente lo bueno que el mundo
nos brinda, la vida se hace a la larga imposible.
Transpirar
menos, y aprender a quedarnos un poco más quietos.
Y
no estaría de más tener algunas espinas para defendernos de los que quieren
robarnos nuestra interioridad.
Martín
Susnik
También el desierto ha sido el lugar de la revelación. Hace posible que lo esencial destaque sus contornos de manera nítida, como el agua para la planta.
ResponderEliminarPara crecer a partir de allí...
sin moverse tanto.
Me gustó esa llamado a quedarnos un poco quietos.
MUY BUENO MARTIN!!!!!. ME GUSTO MUCHO, UN LENGUAJE NATURAL Y FIEL A TU ESTILO.
ResponderEliminarQUIEN SEA MEJOR ESCRITOR,LO SABRA LA PLUMA INTENSA DE LA PERSEVERANCIA, CON UN TROPIEZO EN LA RULETA DE LA FORTUNA.
LO IMPORTANTE ES SER FIEL A NUESTRA PROPIA VOZ.Y ESO ES ALGO QUE RESCAIO DE VOS
MAX HUNICKEN
FE DE ERRATAS: RESCATO
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