A mis nietos:
Tengo la certeza de que todo hombre que se descubre
frente a la inminencia de la muerte necesita dedicar un momento de su tiempo a
dejar por escrito sus memorias, sean largas, sean cortas. Es una idea que nació
en mí hace algún tiempo, cuando con ustedes celebré mis ochenta años de vida.
En ese momento nació como un soplo suave en mi corazón pero que hoy se agita y me llena de impulso en forma de conciencia
de un deber, de una deuda que tengo que saldar.
No puedo dejar de recordar en este momento a aquellos
que no pueden transmitir como yo su
experiencia, muchos amigos a los que la
enfermedad privó de este tesoro. Tantos que tanto aprendieron pero
perdieron el poder de enseñar. Y en honor a ellos hoy me siento a recordar que
puede llegar a significar volver a padecer.
Fue en la delicada vida que aún vivo donde los vivos
me enseñaron lo que sé, donde me forjé como soy. Tuve amigos fieles que conocí
bien y si bien la vida nos llevó a su capricho por experiencias distintas,
tuvimos el valor de permanecer. Miren al costado, vean que el que camina con
ustedes no está caminando con otro. Vivimos sobre el segundero de un reloj que
nos pertenece y son muchas las vueltas
que eché a perder. Probablemente no lo entiendan y ya lo hayan escuchado pero
el segundero no va para atrás. Muchas veces pensé en lo lindo que hubiese sido
ser de otra época, vivir otros tiempos. Y recién ahora me doy cuenta de que en
esos tiempos no existían los que hoy existen, los que pelearon conmigo hombro a
hombro este camino. Los veo a ustedes y mi alma se ensancha, volviendo a
sangrar las heridas que creía cerradas. Cada uno de sus actos sin excepción (en
especial los hechos a consciencia) tiene efectos impensables en el vivir de
cada uno. Son muchas ideas y espero que
llegue a transmitírselas bien algún día.
Se me vienen a la memoria esas imágenes que nunca se
aprenden pero siempre se saben, que son las más valiosas por estar escritas en
la sangre del hombre. Hay un árbol y cada una de sus hojas trabaja día y noche
para producir el fruto. Y éste pertenece al árbol y la historia de cada hoja es
parte esencial de la historia del fruto. Sepan que todos pertenecemos a éste
árbol y que si se escribiera la historia de cada hoja “pienso que ni todo el
mundo bastaría para contener los libros que se escribieran”.
Y para aquel de ustedes que aún tenga ganas de
conocer la historia de esta hoja, les cuento mi vida que, como verán más abajo
aún resquebrajada siempre fue alumbrada por el Sol y recibió mucho de la
tierra…
Mateo Santillán
Otra vez Mateo, te ponés en la piel de alguien mayor para transmitir algún saber. Es un lindo recurso
ResponderEliminarComparto esa idea acerca de que todos somos un aspecto protagónico de la trama de una historia que nos excede ampliamente y que sería diferente sin nosotros. Volver a esa idea me ubica: ni soy el centro ni estoy demás.
¡Qué linda la música que elegiste!