Muchas veces siento una imperativa necesidad de escapar. Huir de tantos
colores, de tantos ruidos e imágenes, que como soberbios fantasmas me muestran
sus facciones exuberantes, grotescas, que pretenden ser bellas. Grandes ojos
violetas que me miran sin mirar y solo quieren ser mirados. Sonrisas de dientes
agudos y labios tan rojos como la sangre que quieren robarle a mis venas. Son
espectros en constante búsqueda del ser que no tienen en sí mismos y que
mendigan vorazmente en los demás.
Me van encerrando. Se meten por mis
ventanas y puertas. Saltan haciendo muecas, imitando a los monos, lloran como
niños y se pelean como perros hambrientos por mi atención. Siento que me falta
el aire y un calor insoportable me sube a la cabeza. Cierro los ojos bien
fuerte y tapándome los oídos digo: ¡basta!
Todo calla por dentro. Aspiro el aire que entra ahora en mis pulmones.
Del silencio brota mi alma.
Joaquín Cuevillas
ResponderEliminarMe gustó esa paradoja Joaquín de que "escapar" sea entrar en uno mismo con mayor profundidad.
Ojos que miran y sólo quieren ser mirados...
La soledad aparece por todos los frentes en tu texto. Unos huyen otros acosan, nadie se encuentra.
Siguiendo con lo de Marisa, qué placer cuando finalmente entra lo único que nos da alivio! Esas bocanadas de aire puro (donde todavía queda) son una bendición.
ResponderEliminarNada mejor cuando uno está en un lugar cargado e hiper saturado de gente y ruido buscar ese silencio que decís!