Luis Ccosi, dibujos de Machu Picchu (ilust. blog)
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En silencio, el viejo
permaneció quieto hasta que U, a su espalda, abrió la boca para saludarlo. En
ese momento levantó la mano en un gesto suave que hizo que U se arrepintiera de
lo que estaba por hacer. No llegó a decir nada. Esperó a que el otro bajara la
mano: por lo menos un cuarto de hora en el que la oscuridad se hizo casi
completa. U entendió que debía saludar al hombre en su idioma.
–Rimaykullayki–dijo.
El hombre se dio vuelta y
le sonrió desde la penumbra.
–¡Rimaykullayki!
Luego desapareció detrás de
la casa. En seguida, U distinguió un débil resplandor y luego vio el humo que
reclamaba el cielo. El viejo le gritó que se acercara.
Vio entonces el rostro del
viejo quechua iluminado por el fuego, un rostro primigenio, un rostro de primer
hombre. Y escuchó, sin comprender más que unas pocas frases, la historia de
Manco Cápac, aquel otro primer hombre que partió desde el Titicaca en busca de
tierras fértiles hasta que su vara de oro, regalo del dios Sol, se clavó en
suelo cuando llegó al Valle Sagrado para marcar el lugar oportuno.
Y aún por dos años más
escuchó cada noche la historia, diferente cada vez, hasta que aprendió a hablar
el idioma por el poder evocador de sus palabras. Y entonces alcanzó a
vislumbrar, como a tientas, que era la historia de un éxodo, de un camino de
ida que abre, que da lugar. No era tanto el relato de la fundación de un
imperio como la celebración del primer día, tiempo sin tiempo en el que todas
las posibilidades están abiertas, en el que el horizonte es demasiado grande
para la tierra que pende de él, en el que hay lugar para que advenga lo
imposible. El primer día de lo originario, de lo siempre nuevo, de la vida que
nace y vuelve a nacer. El camino por trazar.
−¿Qué pensás?
De nuevo esa pregunta. Ella
lo miraba y a él le gustaba que lo hiciera, porque imaginaba que le regalaba un
poco de la belleza de sus ojos, bañándolo como con efluvios violetas. En este
nuevo primer día, después de la noche del colectivo, de la hospitalidad y de la
tormenta, U se sentía sin embargo con otra plenitud. La plenitud apocatastática
de quien vuelve a mecerse en brazos de su madre o de quien avista la geografía
de Ítaca, de quien encuentra familiar un rostro. Él de alguna manera estaba de
vuelta. Era un exiliado vuelto a su tierra.
−En si la vida es un camino
de ida o de vuelta.
Quizá, pensaba U, nunca
había vuelto realmente, no porque no hubiera hecho el camino de regreso, sino
porque no había a dónde volver.
Ella se levantó de la cama,
con toda la gracia de la desnudez, como ofreciéndole la esencia de su
manifestación.
−No hay camino. Sólo
caminamos en el desierto –se acercó a U, y le acaricio el cuello con el dorso
de su mano. La delicadeza de su piel descubierta parecía contradecirla−. Y si
sólo caminamos en el desierto, no hay ni partida incondicionada ni regreso de
consuelo.
−Sos demasiado linda para
decir cosas tan terribles, pequeña. Aun en el desierto, aun para el viajero
errante –U la tomó de la mano y la trajo hacia su cuerpo tendido, obligándola a
recostarse sobre él−, y aun para quien está perdido, queda la posibilidad de la
paciencia.
−¿Esperanza? –en su sonrisa
se adivinaba la burla− La esperanza es una ilusión.
−No, no la posibilidad de
la esperanza, sino de la paciencia. No una espera esperanzada sino una espera
desesperada, pero que saca de su propio desesperar la fuerza para resistir.
Ella acercó sus labios al
oído de él. U pudo sentir la forma y el peso precioso de los dos volúmenes que
se aplastaban contra su pecho.
−¿Quién sos, U? ¿Quién sos
para convertir toda la experiencia del caminante en la sabiduría del peregrino?
–y luego, con desesperación, se arrojó a sus labios para que él pudiera partir
a fundar un imperio en el Valle Sagrado, o para que retornara al uno que será
todo en todos, o para que esos labios resecos por el desierto calmaran su sed
en el manantial que ella le ofrecía esa mañana.
Josep Comas
Abriendo más el juego, ¿no Josi? La historia se despliega en el tiempo, hacia el pasado... un poco más; en el espacio, hacia otras tierras; hacia universos espirituales que parecen diferentes pero tienen un punto de intersección: el amor. El amor como el lugar y el tiempo en que coinciden las coordenadas humanas. El amor el hogar del hombre.
ResponderEliminarMe encantó.
Qué bueno empezar a conocer cómo piensan y cómo sienten tus personajes. Parecen tan distintos y sin embargo tan afines. Me intriga qué habrá pasado todo este tiempo por la cabeza de ella, porque la de U piensa y piensa.
ResponderEliminarQué profundamente viven los personajes este exilio, éxodo o camino en el desierto. Y me encanta el viejo quechua, qué pueblo maravilloso!
Josep, es increíble: tus palabras hoy me han hecho sentir como siente un varón.
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