Daki
ya tendría un año largo cuando nos mudamos a la casa que compró uno de los
hermanos mayores. Ovejero alemán, paladar negro, ya bien fornido, hizo buenas
migas con la perra de enfrente que también tenía una contextura afin, pero con
aspecto de mala. Entre los dos terminaron dominando la cuadra que era como su
casa. Los vecinos tenían porte libre. Cuando algún visitante – foráneo - se
paraba frente a una entrada, para batir las manos o tocar timbre, alguno de los
dos se le interponía de espaldas a esa entrada y lo miraba fijo, con cara que
podría interpretarse como de pocos amigos. Algún vecino nos advertía de la situación. Alguno
de nosotros salía a la calle, lo llamaba y el obediente Daki abandonaba su rol
de custodio universal y ‘xenófobo’. ¿O, quizás al revés, que le demostraba
confianza, plantándosele delante para recibir alguna caricia y resultaba que el
visitante le tenía fobia, es decir, miedo al desconocido?
Pocos
días después de habernos instalado en dicha casa, el matrimonio de la casa de
la esquina más alejada partía de viaje y bien largo, según se vio después.
Obviamente, no tuvimos oportunidad de entablar con ellos más relación que la
del saludo del recién arribado. Unos seis meses más tarde un vecino viene a
avisarnos que Daki, en su consabido rol de custodio de la cuadra, no dejaba
entrar a ese matrimonio ¡a su propia casa! Claro - pensaría el can - serían
forasteros, ¿no? Vía nuestra pronta intervención, y disculpas por medio, todo
quedó solucionado satisfactoriamente. Tiempo más tarde un vecino nos confió que
durante esa ausencia Daki venía usufructuando asiduamente de la pequeña pileta
en el jardín de dicha casa … Natural, pues: ¡Daki estaba custodiando su lugar
de bañarse! Con razón esa actitud de rechazo hacia esos bípedos advenedizos que
se decían dueños del lugar…
A
las personas ajenas a la cuadra pero que serían “como uno”, no les demostraba
más interés que el necesario y discreto, como para manifestar su actitud de
alerta. O ni siquiera eso: simplemente las veía pasar, con displicencia. Su
actitud cambiaba al pasar personas de apariencia más humilde: armaba escándalo
mayúsculo - les ladraba y, por ahí, también las hostigaba. Qué bochorno, puesto
que nunca le hemos enseñado tal conducta; jamás. ¿Qué les habrá visto a esas
personas? ¿Su andar más apocado, cansino; otro olor de su ropa; quizás hayan
tenido alguna experiencia fea con otro can… o, muy probablemente, por
considerarlas forasteras no más? ¿Sentimiento de clase? En definitiva, ésa su fobia nos llenaba de
vergüenza… y culpabilidad.
Era
muy compañero, especialmente de nuestra madre. Le hacía compañia tanto dentro
de la casa como en el jardín y también salía con ella de compras en el barrio.
Ella entraba al negocio y él se tendía en el piso sobre la entrada -
atravesado. Por supuesto, las potenciales clientas que aparecían, por miedo a
la bestia – ¿fobia? – no se animaban a entrar. Después que algun comerciante le
haya reclamado a nuestra madre al respecto, a Daki lo encandenábamos previo a
que su ama salía a hacer compras. Finalmente, se acostumbró. Cuando la veía a
nuestra mamá con las bolsas de mercado en mano, él mismo se iba con la cabeza
gacha hasta su cucha… para dejarse sujetar.
El
cartero del barrio repartía correspondencia siempre con un palo en la mano. Me manifestó que
era por los perros que solían agredirlo. Le tendría fobia también a Daki y,
creo, que viceversa también. Hasta que un día en su presencia nos estrechamos
las manos. La amistad fue sellada y la potencial fobia fue limada para siempre.
En
ciertas circunstancias, misteriosamente las calles del barrio se vaciaban de
perros. No se sabe cómo, advertían o se avisaban entre ellos sobre el andar de
la perrera en la cercanía. ¡Desaparecían!
En una de ésas, Daki, confianzudo y único en la calle, se les acercó
para ver qué pasaba y… ¡zas! un lazo asesino lo ciñó y tiró de él - según
testimonio de algun vecino, quizás aliviado por haber desaparecido así de la
escena el (¿odiado?) custodio de la cuadra. Su eliminación tan perversa nos dejó
acongojados por largo tiempo: desapareció un amigo y compañero fiel, y en especial
de mamá. La reflexión que hago ahora es que si en esa ocasión Daki hubiera
manifestado hacia esos empleados municipales algo de xenofobia, no se les
hubiera acercado y nosotros hubiéramos podido gozar de su presencia por mucho
tiempo más. Cincuenta años después, el recuerdo de ese noble perro aun persiste
en mí.
Estanislao
Zuzek
¡Pobre Daki! ¡Qué triste final! Me enterneció esa historia acerca de que él solito se hacia atar cuando su mama iba de compras.
ResponderEliminarYo salgo mucho a caminar por las calles del barrio y hay cuadras donde los ladridos de los perros son muy agresivos a mi paso. Para ellos todos somos enemigos potenciales. Y compiten de casa en casa a ver cuál ladra mas fuerte. Es muy molesto. A veces doblando la esquina se lanza un perro de golpe contra el alambrado de la casa chumbándome feroz y me deja con taquicardia un rato... No me resultan nada simpáticos. Entiendo a la gente de su cuadra Estanislao.
¡Gracias por sus recuerdos!
Marisa, muchas gracias por su comentario! Hasta hace unos años yo también era de pasear por el barrio con el perro tirando de la correa, por supuesto; sumido en un mundo de gruñidos amenazantes y ladridos de diverso calibre, desde los más graves hasta esos chillones e histéricos a la vez; y por otra parte, de corridas perrunas tras las verjas y alambrados o en la calle, sobre la entrada a su dominio. Y me pude dar cuenta que, muy en general esa aparente agresividad es miedo esencialmente. Temor a que le invadan su terreno - ¿quizás terruño? - y, naturalmente, claman con sus ladridos para dar la alerta a sus patrones y... también al paseador, a modo de advertencia. El acto de hacerle olisquear mi dedo índice, extendiendo la mano hacia alguno de ellos, infundía confianza y lo sosegaba. Pero, mientras tanto, el "ladrerío concertante" ya se había extendido una cuadra hacia adelante por lo menos y también por las calles transverales. Y así sucesivamente... hasta el regreso a casa dónde la vuelta de perro concluía. En razón de semejante alboroto y por respeto a lo sagrado de la siesta del vecindario, en especial la dominguera, hemos adoptado la decisión de salir a recorrer el barrio a media tarde, después de la hora del té. Obviamente, eso no lograba bajar en nada los decibeles de ese xenofóbico concierto canino. El miedo, el recelo, el rechazo 'por las dudas', la potencial invasión del dominio propio,etc... como causales. Si hay alguna similitud con el mundo de nosotros los bípedos, me imagino que será pura casualidad, ¿no? - Es sugestiva la insistencia del Papa Francisco sobre la necesidad de abrirnos al otro y de dejar atrás prejuicios...
EliminarMe encariñé con Daki. Un genio!
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