Fernando
Botero, Una celebración, (Ilust.
Blog)
XXXL
(Por Lola Castaños quien reside en USA desde
2002 y trabajó de intérprete un tiempo)
Llegué a la recepción
de la sección “outpatients surgery” y me dispuse a recibir a mi cliente. Esta
mañana haría de intérprete en un procedimiento un poco complicado. Y Juan era
el paciente. Cuando lo vi estaba desbordando dentro una silla de ruedas. Lo
acompañé a registrarse y el camillero lo dejó ahí. Así que al terminar de
entregar papeles y dar datos que eran entrados prolijamente en el “sistema”,
tuve que ser yo quien empujara la silla hasta la puerta donde iba a ser
ingresado. No soy chiquita ni débil, pero empujar la silla me costó mucho esfuerzo.
Juan era enorme y doblemente obeso. Me produjo una instantánea reacción de
aprehensión, asco, rechazo y más… “Jesús, que encuentre la manera de respetar a
este hombre para darle el servicio de calidad que corresponde”.
Nos pusimos a
conversar. Juan se disculpó por ser tan pesado y por haber sido abandonado
dejándome a mi empujando la silla. Después me contó su vida entera. Abogado en
su país, emigado a USA, respetado en su trabajo y enfermo de un cáncer de
hígado terminal. Su hija se había “mal casado” a los 17 años, para huir del
dolor de su padre y el marido la obligó a abandonar el colegio sin terminar el
secundario y se la llevó a otro país. Así y todo Juan sonreía y la conversación
se ponía cada vez más interesante. Su mujer no le daba respiro al teclado del
telefonito ignorando nuestra presencia, pero Juan me miraba y profundizaba en
nuestra conversación. No esquivaba los temas espinosos, las preguntas
“indiscretas” que con cautela le hacía, ni las historias que podrían dejarlo no
muy bien parado… Hablamos y hablamos y ya no veía la masa informe y gigantesca
de su cuerpo, sino a Juan.
Para cuando fue
recibido en el cuarto donde iba a ser intervenido ya nos sentíamos cómodos el
uno con el otro. Me paré en la cabecera de la camilla para estar cerca y poder
traducirle en el oído apenas hablaran los médicos. Eran tres hombres jóvenes y
fuertes (¡gracias a Dios!) y tenían que sacarle líquido del abdomen. El
operativo fue largo, aburrido y lento porque tuvieron que esperar pacientemente
que el líquido drenara por la cánula. Llenaron 8 botellas de litro, con un
líquido turbio que aumentaba la presión interna y le producía mucho dolor al
pobre Juan. Con cada litro que salía él se sentía más aliviado. Teníamos tiempo
y seguimos conversando…
Me fui cuando ya habían
terminado, él tenía que quedarse para estabilizarse un poco, no necesitaba más
a la intérprete y yo me tenía que ir a buscar a mi hijo al colegio. Caminaba
por el pasillo del hospital dando gracias por haber sabido abrir el corazón
para descubrir a Juan; por haber superado los prejuicios y por la lección de
vida que acababa de recibir. Y recordaba lo que le había dicho al despedirme:
“Juan, busque a su hija, consiga que vuelva a este país y que luche contra el
ostracismo que le impone su pareja… aunque duela, ella y Ud. necesitan que ella
esté acá a su lado…” No sé si hice bien, pero era lo que pensaba en ese
momento.
Seguramente Juan ya
dejó esta vida… espero que San Pedro le haya dado unas alas XXXGrandes… parecía
ser un muy buen hombre.
Dolores Castaños