(Viene de "Yesca")
¿Tenés fuego,
pibe? Gracias. ¿Hace cuánto laburás en el mar? ¿Y no te cansás? Escuchame una
cosa. Yo sé que vos vivís alegre. Sos un optimista. Sí, sí, no te me
justifiques. Yo te veo. Vos… creés. No, está bien, no tiene nada malo confiar
en la humanidad. Está bien, vos decilo como quieras. Son palabras. Yo te veo
todos los días la sonrisa. Vas atrás, a popa, y mirás al horizonte, mirás como
mira cualquiera, pero es como si te brillaran los ojos, eh. Todos vemos el mar
y más mar, y vos es como si vieras algo más. ¿Estás enamorado? Claro, claro. Pero
vos escuchame, pibe: yo te voy a contar la verdad de la milanesa: es todo un
engaño.
¿Vos podés creer, boluda? No tiene sentido.
Cuando volví de ducharme ya no estaba. ¡No estaba! ¡Sí! Después de haber pasado
toda la noche juntos, y toda la mañana siguiente, y la tarde. Ya se estaba
haciendo de noche. Y vuelvo, y no estaba. No, nada: ni una notita, nada. Bah, sí,
se dejó el sombrero. Se lo habrá olvidado. ¿No? ¿Vos decís? Bueno, sí, a lo
mejor tenés razón, y quizá me lo dejó como señal de algo… Pero de qué, no sé. Y
esto fue hace como un mes ya, no sé. Señal de qué, ya no me importa. A ver,
esperame un toque que abro la ventanilla. Perdón, es que me estaba mareando. Cómo
manejan estos colectiveros también... bestias.
Y esa es mi
historia con esta mina. ¿Entendés? Moraleja: no hay dónde sentar cabeza. ¿Me
seguís? No es que uno no quiera: el lugar es el problema. No hay dónde. Bueno,
a ver. Claro que hay lugares. Hay lugares para llenar, digamos, pero no lugares
que llenen. ¿Me entendés? Estamos perdidos. Estamos en el desierto, me decía
ella. Y yo le decía que todavía quedaba la paciencia. Pero la verdad, pibe, que
la paciencia se pierde. La paciencia se pierde, y cuando se pierde, se pierde
uno también. Estamos perdidos. No, en serio te digo: mirá cómo se acerca esa
tormenta. ¿Decís que aguanta el barquito este?
Mirá, si te soy sincera, aunque me lo negué
en todo momento, sin querer le puse un poco las fichas. Tuve, mal que me pese,
una cierta… esperanza. ¿Pero tan mal estaba? El chabón tenía algo, te juro.
Sentí que era diferente, que no era uno cualquiera. Que no era un nadie. Alguna
vez te debe haber pasado. No sé para qué mi ilusioné. Y lo peor es que sigo
intranquila, como cuando salí del baño y no lo encontré en ningún lado. No es
la impotencia, sabés, es peor. Es la imposibilidad absoluta. Es… angustia. No
sé para qué me meto en estos juegos. Qué sentido tiene. Escuchame, estoy
llegando al consultorio este, al laboratorio, o como se llame. Ahora te vuelvo
a llamar desde ahí.
Disculpame,
pibe. Nunca me pasó así. Vomitar de esta manera. ¿Pero vos viste esas olas?
Bueno, ya pasó lo peor, parece. Ahora sólo cae una llovizna. Vení, volvamos
afuera, sobre cubierta. No sé, es como si todo esto me excediera. Yo no decido
en lo que me pasa. Siento que otros, otras personas, otras fuerzas, tejen los
hilos de mi vida. Por eso a veces las elecciones fuertes, radicales, me parecen
la única opción. Me hacen sentir libre. Y en seguida me doy cuenta que caigo de
nuevo en la trampa. Las historias se repiten. Los mismos errores del pasado,
propios y ajenos, uno los vuelve a cometer. Nada te salva. Ni siquiera el mejor
samaritano te alcanza. Te pueden recibir sin condiciones, te pueden reconocer y
todo, te pueden hacer sentir parte de algo. Pero todo se hunde.
Sí, sigo acá, todavía no me dan los
resultados. No, pasa que la semana pasada me hice unos estudios porque estaba
mal. No sé, boluda, anémica, o algo. Quizá estaba somatizando el tema este del
flaco, la frustración. En mi locura, hasta pensé que quizá me había contagiado
algo. No sé, algo. Una enfermedad venérea, qué sé yo. Y sí, si ni lo conocía al
tipo. Confié en él, pero andá a saber quién era en realidad, qué hacía, dónde
se movía. La cuestión es que sigo mal. Ahora mismo me siento pésimo. Como con
el estómago revuelto. En la imprenta la estoy pasando mal: mucho esfuerzo el
laburo, el olor fuerte de la tinta, y además todo encerrado. Ayer vomité, y me
hicieron limpiar todo, ¿podés creerlo? Con lo mal que estaba. Y después me
mandaron a casa. Decí que hoy falté para venir acá.
¿Vos te
peleaste alguna vez? Yo, te voy a decir la verdad, solo una vez. De chico, en
la primaria. Pero después de esa pelea siempre sentí que de alguna manera vivía
peleándome. No con la gente. Se me ocurre decir con la vida, pero no, tampoco.
Conmigo mismo quizá. Obstinándome en ser yo mismo. No sé. Peleando por nada,
contra nadie. Como caminando a los tumbos. O mejor: navegando a la deriva.
Es que, vos decime ilusa si querés, pero fue
todo muy vívido, muy real. Desbordante. Parecía realmente el principio de algo
zarpado. Nunca viví algo con esa presencia, con esa intensidad. La atracción
física era tanta, que era mucho más que física, lo carnal más que carnal era
como espiritual, no sé cómo decirlo. Y a su vez, el vínculo más intelectual,
bah, no… psíquico, no sé, o espiritual también, era tanto que era también físico.
¿Me entendés?
¿Pero sabés
qué? No todo es feo. Hay palabras lindas para expresar incluso lo horrible, lo
peor. ¿No te gustan las palabras? Yo cuando me marcan las guardo. Te voy a
decir la verdad: soy un tipo desapegado, desprendido. Pueden sacarme todo y no
voy a chistar. Las cosas no significan nada. Con lo que me gustan los libros,
si me lo pidieran, no dudaría en no volver a leer jamás. ¿Y qué más hay? ¿Las
relaciones? Mirá, nada es completamente necesario. Relaciones puede haber
otras. Nuevas, qué sé yo. O no, quedarte solo, que es lo que pasa generalmente,
en verdad. Y no está tan mal. Yo conocí un viejo, en el Perú, que… Me estoy
yendo por las ramas. Ese no era mi punto. Yo lo que quería decir es que pueden
sacarme todo, pero todo, eh, menos las palabras. Y mirá qué hay lindas palabras
incluso para describir lo que estoy contando. Desasosiego, por ejemplo.
Naufragio; es un poco fuerte, muy sonora, pero linda también. Otra que me gusta
es incertidumbre.
¿Vos decís que se fue por culpa mía? O sea,
que el tipo no estaba loco, sino que se dio cuenta que la loca era yo y piró…
Quizá me vio a la defensiva, o mala onda, o vulnerable. Cualquier cosa. No sé,
quizá se espantó. Era alguien y ahora es nadie, pero porque yo lo hice nadie.
No, escuchame, no digo boludeces. Le transmití mi ser nadie. O lo aburrí. Yo
era demasiado poca cosa para él, tal vez. Ay, no sé. ¡No sé! No sé ni por qué
se fue, ni por qué me amargo tanto. Si no era nadie… En fin. Ahora acá estoy,
sola otra vez. Por suerte vos me escuchás. ¡Uy!, ahí dijeron mi nombre, te
tengo que dejar. Chau, un beso, gracias por estar.
Pero si vamos
a ser sinceros con la incertidumbre, hay que permanecer abiertos. Siempre hay
un quizá, ¿no? Las posibilidades se reducen, es verdad, a medida que uno crece
y envejece y se acerca a la muerte. Pero yo no sé si se quedan truncas. Hay que
dejar abierta la posibilidad de lo imprevisto. Es que sí, a veces suceden cosas
que… son imposibles. De cualquier manera, no creas que soy como vos, eh. Yo no
pongo la esperanza en nada, a esta altura. La noche es demasiado larga.
Demasiado oscura. Nos perdemos, estamos a la deriva, damos vueltas en la noche,
sin ton ni son, de aquí para allá. ¿Para qué? Para nada. Si, al fin y al cabo,
sucede la última imprevisibilidad y morimos, como consumidos por el fuego. El
fuego de la vida nos termina matando. Aunque un fuego puede prender otro fuego.
Es verdad que uno no sabe las influencias que puede generar, las fuerzas que
puede poner movimiento. Uno no sabe lo que provoca por fuera de sí mismo. Quizá
nuestros actos más libres nos resulten invisibles. Pero da igual, ¿no? Si son
invisibles. Y el fuego al final siempre se extingue. ¿O no?
¿Qué tal, doctor? Y, más o menos, vengo un
poco mareada. Le traje los resultados del estudio que me pidió. Sí, acá tiene,
tome. Ajá. Sí. Bueno, ¿y todo eso qué quiere decir? ¿Si estoy en pareja? No...
¿Qué tiene que ver? No, no uso ningún tipo de anticonceptivo. ¿No vio mi
historial clínico? No hace falta: hace diez años que sé no hace falta. ¿Qué
quiere decir con que es una situación fuera de lo normal? ¿Qué me pasa? ¿Cómo
que un “imprevisto”? ¡¿Qué?! Pe… pero es imposible, debe haber algún, algún
error… ¡No puede ser! ¿Pero estos resultados son definitivos? Vos me estás
diciendo que voy tener un hijo…
Josep Comas
El fuego inicia y casi termina esta parte del relato. Compite con el agua pero no logra vencer. O quizás sí, en el inicio de esa nueva vida que encendió la yesca haciendo posible lo imposible.
ResponderEliminarLo imposible anhelado y temido.
Los diálogos antes tan medidos, deliberados, impostados estratégicamente alrededor del la seducción, ahora se desbordan son más genuinos y menos puristas. Libres y enrarecidos.
¿Cuál es U? Es el chico optimista o el hombre escéptico. Llegue a dudar. Hasta que hizo la mención del Perú...Pero quizás hablaba con él mismo.
O se hablaban los dos a sí mismos él y ella. Poniendo en palabras toda la nausea de su libertad. ¿Cómo estar a la altura de uno mismo, del propio de deseo caminando a oscuras?
El texto produce en el que lo lee la zozobra que anuncia.
¡Gracias Josep! ¡Qué bueno haber contado con tu talentosa presencia en el taller en estos meses!
Qué linda sorpresa el final! me da la sensación que estos diálogos, si uno pudiera escuchar todo lo que dice toda la gente en todo momento, se deben dar, si bien con distintas palabras, como música de fondo de miles y miles de conversaciones humanas. Es como un motivo principal de las dudas que tenemos, siempre el quizás acecha ¿no?
ResponderEliminarJosep: Me encantó la maestría con que nos hacés sentir a los lectores el vaivén de las olas... y la sensación de zozobra.Tanto en el barco, como en el colectivo, o en la sala de espera. Muy logrado!!
ResponderEliminar¿Qué haces Josep que no escribes teatro?
ResponderEliminarGracias por lo comentarios.
ResponderEliminarMarisa: sobre eso de si U es el chico optimista que escucha o el escéptico que habla. Es el escéptico, como terminaste adivinando, pero por algo lo habla, lo exterioriza. Y por algo elige ese interlocutor. Por otra parte, es curioso eso que decías que quizá habla consigo mismo: en el fondo, la mayor parte de las veces estamos hablando con nosotros mismos. ¡Qué difícil es el diálogo!
Ángeles: qué bueno que te haya gustado el final. Es verdad que estos diálogos se deben dar. Se dan, de hecho. Incluso líneas tan barrocas o retóricas como las de U. El mundo está lleno de Us. Y concuerdo plenamente con esa frase: “siempre el quizás acecha”.
Paola: vos también elegiste esta palabra, así que cuidado, no te marees vos también con tanto oleaje. Un gusto haberte conocido. ¡A desplegar las velas!
Señora del fular impermeable: lo voy a tener en cuenta.