Herencia (María Paola Delbosco)
¿A qué edad
se empieza a pensar en la herencia? Quizás cuando uno es adolescente y descubre
las desventajas de haber heredado cierta nariz, la falta de centímetros
verticales y la abundancia de los horizontales -o viceversa. Pero la herencia
estaba ahí desde antes, porque la vida es una larga cadena ininterrumpida de
herencias que se cruzan una y otra vez, hasta llegar a cada uno. Nadie se da la
vida, nadie la puede pedir, pero cuando nacemos ya estamos en deuda. Cuando finalmente se agota la fase crítica
hacia los padres, empieza el descubrimiento de lo que hemos recibido y que es
parte de nuestra identidad. (Si hubiera llegado a tiempo para la letra ‘g’,
este ensayo se titularía ‘gratitud’, que es la otra cara de la herencia. Pero no
importa, sigo).
Si me
pregunto en qué consiste mi identidad, no puedo no referirme sino a esos
eslabones humanos por los que me llegó, generosamente, la vida. Y no sólo la
física, sino toda la vida: el sentir, el pensar, el amar, el preferir, el
gustar. No hay rincón de mi persona que no se enlace de alguna manera con mi
padre o mi madre, y sus padres y madres. Tengo hasta ahora una sola herencia
material: un libro muy antiguo, que perteneció a mi (?) tatarabuelo, o algún
grado de abuelo más complicado de escribir. Es un pequeño pocket del siglo XVI - año 1547
edición veneciana Aldo Manuzio por la precisión-, y es lógicamente una herencia
cargada de toda la historia familiar. Cuando acaricio sus páginas amarillentas,
pero intactas, protegidas por las tapas de finísimo cuero de cabra, los ojos de
la memoria ven de nuevo esos interminables salones-biblioteca de mi abuelo,
controlados continuamente por el severo retrato del tatarabuelo ( o algo más),
quizás el propio dueño del libro. El libro, los libros amados y guardados son
el símbolo de un estilo familiar, de una herencia no material, una raíz
fecunda, que no me pertenece, porque yo le pertenezco. Pero yo también soy
cadena para la herencia. A veces la estúpida -e incómoda- herencia de un
remolino en el pelo, que reconozco con asombro y fastidio en la cabecita de
algún nieto, pero la cosa no termina ahí. Si del remolino en cuestión no tengo
ninguna responsabilidad ¿no debería sentirme responsable por otras herencias
como la impulsividad, la imprecisión, el apuro?
No sé, pero me consuela pensar que la gratitud por la vida quizás
sumerja los reclamos.
Paola Delbosco
¡Muy linda Paola tu mirada agradecida hacia atrás y esperanzada hacia adelante! Muy en línea con tu mantra. Aquí parece presentar colores más definidos todo ese tejido vital que es don y tarea.
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