Taxi (Santiago Sena)
Dicen que
la Filosofía es la madre de todas las ciencias. Padres quizás haya varios, pero
madre, una sola. Y, como buena madre, se siente autorizada a decirle a cada una
de sus hijas cómo es y cuáles son sus límites. Sus hijas, muchas veces
molestas, especialmente durante sus años de rebelde adolescencia, se indignan
cuando otro, especialmente un otro en estado vejestorio y con ya más de 5000
años, les dice lo que tienen que hacer. Tarde o temprano, en realidad más antes
que después, se terminan reencontrando con su madre al descubrir lo inasible y
el misterio y recurren a su valorada experiencia, tal como recurren las nóveles
madres a la casa materna –a pesar de sus juramentos de nunca hacerlo- en busca
de respuestas ante la incertidumbre que despierta la crianza del recién nacido.
Además de
los filósofos, las madres y los políticos, sólo hay otra clase de personas que
se sienten autorizadas a opinar sobre todos los temas: los taxistas.
Y si
Jaspers hubiera andado en taxi por Buenos Aires hubiese enseñado que no sólo
las situaciones límites despiertan el filosofar, además, claro, de la duda y el
asombro, sino también la actividad, típicamente porteña, de charlar con un
taxista de los más variopintos temas existenciales.
A
diferencia de otros países, donde los taxistas suelen ser inmigrantes, en
Buenos Aires los taxistas son argentinos y, las más de las veces, orgullosos
porteños. Se jactan de conocer la Ciudad como nadie más podría hacerlo y los
nuevos inventos, como el GPS, no son para ellos: “¿o acaso ese aparatito te
dice que Corrientes está cortada de nuevo por un piquete?”.
Pero más
allá de las muchas características típicas de los taxis de Buenos Aires, a las
que les podría dedicar un centenar de párrafos -tantos como cada uno de los
barrios que sus choferes dicen conocer- me fascina la idea de contar con miles
de “filósofos ambulantes” listos para volcarse al análisis de cualquier tema,
con sólo caminar hasta alguna esquina y levantar la mano.
Nihilistas,
cínicos, hedonistas, realistas, estoicos y epicúreos. Todas las escuelas
filosóficas al alcance de cualquiera, a partir de sólo $ 9,10, más $ 0,91 cada
200 metros y con un leve recargo después de las 22.00hs. ¡Una ganga!
Por eso,
así como la pasión es azul y oro, si la Filosofía tuviera colores sería
amarilla y negra.
Quizás lo
más atractivo, aunque en estos tiempos postmodernos no lo más seguro, es el
carácter tremendamente azaroso del encuentro al que nos dispone el destino, o
la Providencia. Subirte al auto con un completo extraño para hablar de tomas de
posición e ideas fundamentales. Una experiencia bizarra si uno lo mira desde
esa perspectiva. Pero justamente en ese anonimato reside la clave para el
juego: en poder ejercitar frente a un interlocutor desconocido los argumentos
para pensar como pensamos y, a la vez, escuchar los de otro, que, sabemos, ha
escuchado mucho de muchos.
Por todos
estos motivos, cuando a veces el trajín propio de la vida en común, las muchas
responsabilidades que implica estar negocioso, los apurones de una vida social
siempre demandante y el descubrirme agitado corriendo de un lugar a otro me
hacen lamentar no poder reencontrarme con el viejo amor por la Verdad, una
opción buena, barata, simple, accesible y mundana de filosofar en la gran urbe
de Buenos Aires es chiflar, levantar la mano y gritar: “taxiiiiiiiii”.
Santiago Sena
Me encantó la reflexión Santiago!! Y tan cierta!
ResponderEliminarGracias
¡Muy lindo Santi!
ResponderEliminarQuizás se deba a la cantidad de "versiones" de seres humanos a los que pueden "analizar" cuando se suben al taxi. Y cómo a pesar de las diferencias a todos en el fondo nos preocupan las mismas cosas.
Es un buen ejercicio para esa rara costumbre de "dialogar", este que proponés.
Me hiciste acordar a Rolando Rivas y su grupo de amigos con los que se juntaba a conversar en el cafetín. Jajajaja ¡Qué antigüedad! Yo también ando por los 5.0000 años