Sergio Romano - Ukelele solo
Todavía es de noche, las manos de Pablo me aprietan los pies por sobre la frazada. Agarro las botas y el abrigo (que guardé con cuidado antes de acostarme) haciendo el menor ruido posible y mis pies tan nerviosos como pequeños se arrastran hasta la cocina donde me esperan mis tres hermanos. Ahí estamos los cuatro. El más grande pide silencio y todos miramos por la puerta-ventana con suma atención. De pronto, entre lo oscuro de la noche y los árboles se deja ver una figura densa y recortada que se acerca a paso lento. Lleva consigo la boina de siempre y un balde. Siento que la sangre latiendo en mi sien va a despertar a nuestros abuelos. Le agarro la mano a alguno, la primera que encuentro. El más chico se esconde atrás mío, estrujándose en mi campera. Pablo abre la puerta, que es corrediza y de vidrio, haciendo el mejor esfuerzo para que no chille. La figura ya está a metros nada más y hace un gesto. Nosotros, ahora parte de la noche nos acercamos a él. Vamos apretados unos contra otros en un silencio fraterno. Caminamos por los pasillos del monte durante un buen tiempo embebiéndonos del perfume de las hojas húmedas, los cantos de las palomas, el frío de una madrugada secreta. Llegamos a un alambrado donde la bruma hace sitio ante una vaca muy madre. Frenético su ternero, da vueltas en otro corral. Nos acercamos uno por uno a las patas de la vaca. Uno por uno ejerce el oficio de pedirle a la vaca un poco de su leche tibia. El señor de la boina que nos llevó a ese lugar sagrado tiene con mano firme el cabresto de la vaca. Con los lilas y naranjas de un amanecer que vemos nacer, podemos encontrar la tibia y suave ubre que se nos da.
Se escucha un ruido seco en el balde. Un chorro de vida.
Estamos sentados al lado de la chimenea. El más chico, puedo ver, tiene la cara rosa por el frío. Mi taza de leche nunca fue tan deliciosa. El más grande finalmente puede jactarse de su bigote. Me siento acompañada y rica.
De pronto, mi abuela en la puerta: ¿qué hacen despiertos a esta hora?
Inés Uriburu
Qué linda aventura Inés!
ResponderEliminarMe atrapó desde que la empecé a leer. Se me iba llenando de preguntas la cabeza. Y las fuiste respondiendo a todas en el transcurso del relato.
Me gustó eso del "silencio fraterno" en medio del canto de pájaros, el frío y la bruma de madrugada. Me imaginé toda la excursión. Y esa alegría de saberse tan íntimamente acompañado.
Nunca tomé leche recién ordeñada. Me diste ganas de hacerlo. En la escena final parece hasta como un gesto litúrgico.
¡Qué bueno que volviste al taller! Se te extrañaba.
Me encantó ir leyendo con el ukelele sonando, ahora también lo escucho. Qué linda experiencia, llena de sensaciones y afectos!
ResponderEliminarQue lindo recuerdo ! Me hiciste volver a mi niñez! Y describis el momento con nitidez. Mientras lo leia, volvi a los 8 años y me vi tratando de lleñar el jarro al amanecer para saborear esa leche tibia con espumita, la mas rica que existe. Gracias por los buenos recuerdos.
ResponderEliminarIncreible! Muy natural, muy vivio y presenciado. Me gustó mucho Ine. Lo que más me gustó fue la cara rosa por el frío, me hizo sentir hasta frio.
ResponderEliminarGracias!!
¡Muy bueno, Ine! Convertís al lector en un niño que te acompaña en esa especie de rito misterioso (mysterium fascinans y mysterium tremens) y tierno de la leche tibia del campo. Esas aventuras de niño son sagradas.
ResponderEliminarIne!! qué lindo! me encantó lo del "chorro de vida" y lo de "me siento acompañada y rica". Muy linda la descripción, con imágenes muy entrañables y sencillas, como la leche materna. Besos!! Pao
ResponderEliminar¡Qué conjunción tal linda que nos brinda este relato!; allí se aúnan la casa de campo de los abuelos, la primera luz del amanecer, cinco compinches: los hermanitos y el "señor de la boina", y esa travesura que algún día, entre risas, contarán a sus propios nietos.
ResponderEliminarGracias a todos por los comentarios!!
ResponderEliminarMe alegra que les haya gustado :)
PD: Marisa, no te mueras sin haber probado la leche recién ordeñada!