paul-michel-foucault.html (ilus.blog)
“Cansada de
esperar que Teseo salga del laberinto, Ariadna
acaba de
colgarse. En el hilo amorosamente trenzado de la
identidad,
de la memoria y del reconocimiento, su cuerpo
pensativo
gira sobre sí. Sin embargo, Teseo, rotas las
amarras, no
regresa. Corredores, túneles, cuevas y
cavernas,
bifurcaciones, abismos, sombríos relámpagos y
truenos del
subsuelo: se adelanta, cojea, danza, salta.”
(Foucault, M. Ariadna se ha
colgado.)
Wikipedia define el universalismo
como una idea o creencia en la existencia
de una verdad universal, objetiva y/o eterna, que lo determina todo, y que por
lo tanto, es y debe estar presente igualmente en todos los seres humanos. Un
pensamiento universalista asegura la veracidad de una forma única o específica
de ver, explicar u organizar las cosas.
Ahora bien, el problema del
universalismo en nuestra contemporaneidad es, simplemente, que ya no creemos en
esas verdades universales, y, por lo tanto, hay una cuestión que resulta
evidente: la urgencia de pensar acerca de la pérdida del mundo, en una
instancia en la que, justamente, ya no somos capaces de reaccionar o de otorgar
un sentido a lo que nos sucede y en la que el “nihilismo” se manifiesta como el
sentimiento predominante. El mundo tal como se ha concebido durante siglos
parece agonizar en nuestros días: es posible sentir el agotamiento del proyecto
de la modernidad y de sus grandes relatos legitimadores. El sistema capitalista
dominante (al que muchos teóricos han optado por llamar “capitalismo tardío”)
asiste a la crisis y muerte de las ideologías y relatos que caracterizaron al
mundo que lo concibió. El pensamiento actual debe afrontar un sujeto vacío,
desarraigado y muerto como conciencia autónoma, un progreso tecnológico e
industrial (“tecnoindustrial”) que agudiza y enfatiza las diferencias
económicas, y un sentimiento de desconsuelo frente a la historia.
En efecto, la pérdida del mundo y la
ausencia de creencia en la que nos encontramos actualmente son los signos del
nihilismo contemporáneo. Asistimos a un mundo que ya no nos pertenece y, para
empeorar la situación, ya no nos es posible alcanzar un “todo”, una “verdad
universal” que nos permita actuar en consecuencia. El mundo se nos escapa…Ahora
bien, ¿qué actitud tomar ante esta situación? Uno puede, tal como hace el
posmodernismo pacato, sentarse y llorar la muerte de las ideologías, de la
Historia, del Sujeto, clamando por nuevos dogmas o hundiéndose en el
sinsentido; o, como auténticos artistas, uno puede hacer del pensamiento no
sólo una herramienta crítica del universalismo sino también una actividad
creativa, hacedora de nuevos modos de pensar, y, valerosamente, seguir la
actitud de Teseo en la fábula foucaultiana: adelantarse, cojear, danzar, saltar…
Sofía Larran