NONNA MARIA
(María Páola Delbosco)
Nací el día de su cumpleaños número
sesenta y uno -así me dijeron-, y heredé de ella el nombre, o por lo menos el
50%, dado que me llamo María Páola, aunque sólo mis padres y hermanos me llaman
así. Siempre sentí que algo especial nos ligaba, porque el 2 de diciembre era
nuestro día. El primer recuerdo de esos cumpleaños compartidos pertenece a mi
cuarto cumpleaños, y obviamente
sexagésimo quinto de mi nonna. Estaba sola con ella en la vieja casona de
Lecce, enorme, llena de sombras y recovecos misteriosos, que más adelante
exploraríamos sin permiso los tres hermanos. Las cuatro velitas estaban
clavadas en una pequeña torta rectangular, con cuatro cerecitas y cuatro
hojitas de mazapán. No sé si me vino en ese momento una inclinación casi
maníaca hacia las matemáticas, pero recuerdo claramente haber mencionado que
todo era cuatro: ángulos, lados, hojas y velitas. “¡Qué inteligente!” me dijo
ella. Y yo le creí.
Qué distintas han sido nuestras
vidas: ella dedicada a cumplir exquisitamente los ritos de la vida doméstica;
yo no. Ella buscando esforzadamente la paz, pero siempre por el lado de la
adaptación, el silencio, la resignación;
yo no. Ella renunciando a su vida propia, para vivir una vida de señora de su
casa; yo no.
Sin embargo, cuánto aprendí de
ella. Cada vez que venía a mi casa a pasar una temporada, dado que en su viudez
había renunciado a tener una casa propia, no quería ocupar lugar ni en el armario, ni en los cajones, ni en la
silla del escritorio. Decía que envidiaba a los pajaritos que viajaban sin
valija a todos lados.
Me contaba de su infancia, de sus
estudios de música y de francés, y del extraordinario viaje a Mülhausen, cuando
Alsacia pertenecía a Alemania. Allí conoció la nieve y probó el vértigo del
trineo. Me decía que ella era una viejita y que no debía molestar. No
molestaba. Festejábamos su presencia, que significaba buena comida, tejidos y
costura, pero además muchas historias increíbles, completadas por su pasión por
la luna, las poesías y Napoleón. No había poema largo que ella no se animara a
aprender de memoria, páginas y páginas de versos. Yo siempre pensé que sabía
todas las poesías del mundo, porque las recitaba también en alemán, francés e
inglés.
Nonna, ¡qué extraña mezcla la tuya
de fe iluminista y religiosidad campesina: Renan y Padre Pío! Y sin embargo qué
buena y simple que fuiste siempre. Con qué poco te conformabas.
Ahora yo soy la “nonna”: yo
cocino para los nietos, les cuento historias, les enseño el nombre de los
pájaros.
Qué rápido da vuelta el mundo.
Increíblemente rápido.
María Páola
Delbosco
¡Qué lindos recuerdos María Páola!
ResponderEliminar(Ya no me olvidaré del María.) ¡Qué abuelaza! Heredaste muchos talentos suyos. Yo también me quedaría horas escuchándote a vos y me da la sensación de que sabés todas las historias del mundo.
Tus nietos te "llevarán" en su alma como vos a ella... seguramente.
Muy lindo! me gustó lo de los pajaritos que van sin valija. Y que veas un ciclo en tu abuela y vos ahora... increíblemente rápido.
ResponderEliminarHola María Páola, qué bueno que escribas aquí! Divina tu nonna!!! Gracias por compartir esa personalidad tan generosa. Se te nota en la personalidad ese tipo de familia.
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