No tenía edad para probar el
licor de anís. Era chica y sin embargo, era la nieta mayor. La única a la que
Nené convidaba una copita de anís. La única que compartía sus historias
cargadas de nostalgia, sus recuerdos de días más felices, de su infancia en Roque
Pérez.
¡Cuántas noches, metidas las dos
en la cama grande, comiendo caramelos “media hora” me había dejado transportar por sus relatos! Nada
más lindo para mí que saberme la preferida de Nené. Su confidente, su cómplice.
Pasarían los años y siempre, el
perfume del anís, me traería a la
memoria el timbre de su voz, el ruidito de los caramelos duros contra los
dientes, y el tacto tibio de sus manos arrugadas.
Fue para mí una presencia
permanente. La certeza de saberme especialmente querida. Sostenida en ese
cariño. El gusto compartido por los libros, los poemas que le leía en voz alta
cuando la vista le empezó a fallar, las largas charlas a oscuras y las risas
trasnochadas….. Todo eso nos fue uniendo. Fue atando un alma con la otra. Y nos
vinculó para siempre.
Después de muerta, Neneta, que
así le decía yo, seguía apareciendo por todas partes. La veía en la parada del
sesenta. Adivinaba su silueta caminando por la avenida, o su perfil en la
ventanilla de algún colectivo. En más de
una ocasión me paré en seco por la calle, mirando sorprendida a una señora que pasaba -¡Es Neneta!,
yo sabía que no estaba muerta, ¡no podía ser!… - y la señora me devolvía la
mirada, pero con otros ojos, tan distintos y tan distantes. Nadie tenía para mí
la mirada de Nené. Nadie, como Nené, me había visto por dentro.
Por años me pareció reconocerla
en diferentes lugares -No, no es ella-pensaba- todas las viejitas de su edad se
parecen. Murió hace años, no puede ser ella-
La vida siguió pasando. A los
veintipico viajé sola a Europa. No hubo esquina de París ni rincón de Roma que
no comentara interiormente con mi abuela. Sentí todo el tiempo su compañía. Por
momentos también, lloré su ausencia. Cuando entré a la basílica de Sacre Coeur
en Montmartre, no pude evitar la congoja….ese Cristo con los brazos extendidos
y el corazón al descubierto era el mismo de la medalla que Nené llevaba
prendida del corpiño, pegada al pecho. Era el Cristo de sus oraciones. En ese
lugar la sentí más cerca que nunca. Casi percibía su presencia sentada a mi
lado en el banco de madera, pero sufría por no poder abrazarla. Por no poder escuchar
una vez más su risa grave, mezclada con la tos del cigarrillo. ¡La extrañaba
tanto! Me costó horas de llanto y unos cuantos pañuelos empapados entender que
ya no la vería. De alguna manera en esa catedral, en Montmartre, me despedí. Me
convencí de que la vida continuaba, de que yo pertenecía al mundo de los vivos,
de que era tiempo de dejarla ir.
Años después descubrí que no hay dos
mundos. No hay otro mundo que este. Y que
el tiempo no pasa, o si pasa, no tiene nada que ver en estos asuntos.
Porque, pese a haber anotado en la agenda prolijamente el sexto aniversario de
su muerte, como lo hacía cada año el 18 de Septiembre, a fines de Octubre me la
volví a encontrar.
Fue en el baño de mi departamento
de recién casada. Acababa de hacer mi primer test de embarazo. Acababa de leer el
resultado y la emoción me nubló la vista por un momento. Me sequé los ojos,
levanté la mirada y me la vi ahí parada, delante de mí. Sonreía, con la boca
pintada de rojo, y el moño de su blusa blanca reluciente, como siempre. Nos abrazamos muy fuerte y largamente. Lloramos y nos
reímos juntas, sacudiéndonos con las carcajadas y atragantándonos con las
lágrimas.
-¿Viste eso, Neneta? ¡¿Lo viste?! –dije
cuando pude articular palabra- ¡¿Estoy embarazada, podés creer?! A vos te lo
quería contar antes que a nadie…-
Me emocioné! Saludos, muy lindo!
ResponderEliminarHola Pao! Qué alegría verte por acá! Qué lindo relato... el texto me trajo a la memoria los años de 60 compartido volviendo tardísimo de la uca. Te refleja a vos en estado puro: fidelidades antiquísimas, la prioridad de los afectos y algo de la nostalgia por otras épocas del libro de Alcott "Una niña Anticuada". Eso sí! todo mechado con tus inclinaciones modernas e independentistas que creo también heredaste de alguno de tus antepasados!
ResponderEliminar¡Bienvenida Pao al taller!
ResponderEliminar¡Tuvo que venir Nené y tirarte de las sábanas (así decía mi abuela, a la que le gustaban los bares y la cerveza pero no teníamos tan buena onda como ustedes) para empujarte a mandarnos algo!
Yo también me conmoví mucho y te imaginé en todas esas situaciones. La última escena es magnífica (tiene algo de García Marquez). Y las rayitas del test de embarazo las boquitas pintadas y los moños. Es todo tan femenino. Me emocionó pensar que tu primer hijo iba a ser también una nena.
Muy conmovedor! Parece mentira la marca que pueden dejar en nosotros nuestros mayores.
ResponderEliminarGracias!
Paola! Es todo muy maravilloso el relato. Cuando leí la parte del baño, exactamente cuando decís: "y me la vi ahí parada, delante de mí" sentí un hormigueo en los ojos y la nuca. Volví a leerlo (esta vez sólo desde el párrafo final) y volví a sentir el mismo hormigueo. Y es que más allá, si es que pasó o no, que alguien pueda tener tanta conexión con otro, me emociona, y es un final poéticamente perfecto. A parte está mi convicción de que fue así en la realidad como lo describiste.
ResponderEliminarGracias por los comentarios!! es mi primer aparición en este taller, y mandé algo que escribí hace muy poquito, muy, pero muy conmovida. Me alegro que haya despertado en ustedes también una emoción.Gracias por que me dan coraje para seguir. Hector: la parte final (te diría que todo el relato) fue tal cual. Y cuando lo escribí, fue como volver a vivirlo. No te imaginás lo que lloré mientras lo escribía.... Siempre tuvimos una conección especial.Un privilegio.
EliminarGracias, Paola, por confirmarme el detalle. Sí imagino bien lo que debió ser ese momento. Si ahora que lo he leído por tercera vez, continua produciéndome el mismo efecto del hormigueo. Cómo será eso en vos que sos la coprotagonista!
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