Hay en el lunfardo y el neolunfardo unos cuántos términos que
sirven para hacer referencia a una persona ya mencionada con anterioridad sin
necesidad de repetir nuevamente su nombre. Así, al hablar de Romualdo y en caso
de que, luego de haberlo nombrado ya, tengamos que referirnos a algún asunto
relacionado con él, podemos optar por estos apreciables términos y expresarnos
de manera tal como “…el quía me dijo…”, “…y resulta que el tipo…”, “…entonces
el flaco…”… Quía (o kía), flaco, tipo, punto, el más novedoso chabón, son términos más que útiles para
la mentada necesidad sintáctica.
Otro vocablo susceptible de ser utilizado de esa manera es
“ñato”. Cierto es que su significado original es específico y se refiere a los
sujetos cuya nariz (“ñata”) es chata, aplastada o poco prominente. Por
generalización, supongo yo, puede sin embargo utilizarse para referirse a
cualquier punto. “Me crucé con Simón
el otro día y el ñato me contó que…”
A pesar de esta indiscutible utilidad, cabe señalar sin
embargo que este término y sus sinonímicos compañeros pueden conducir a una
tentación de discutible ventajosidad: dichas palabras pueden emplearse también
para hacer referencia a los sujetos sin hacer mención previa de sus nombres y
aplicarlas entonces a individuos innominados de las proposiciones. El peligro
de semejante tentación es la de condenar a los protagonistas de nuestros
relatos al anonimato liso y llano. Y, peor aún, de transformar a los demás en
sujetos quoad nos anónimos.
Así terminamos no sólo hablando de, sino trabajando y
relacionándonos con un montón de ñatos,
chabones, tipos, minas, que a
nuestros ojos pueden perder su unicidad e irrepitibilidad para convertirse en
uno más de ese genérico montón. Y a la hora de saludarlos nos vemos forzados a
disimular esta triste realidad con frases engañosas como “¿Cómo va todo, maestro?” o “¿Qué haces, capo?”
A mí me ha tocado ser un flaco que se relaciona con muchas
personas y que simultáneamente tiene una completa ineptitud para recordar a
largo plazo los nombres de la mayoría de ellas. Lo que me asusta es la
posibilidad de que esto último no sea algo que en realidad me haya “tocado”,
sino un vicio adquirido por una escondida indiferencia que yo mismo me niego a
reconocer. Con dolor reconozco que convivo con muchos “ñatos”. Espero que sea
sólo una cuestión de mala memoria y no una cuestión de desinterés; me consuela
al menos mi inquebrantable memoria para los rostros. No quiero estar rodeado de
anónimos.
Se dirá que la cuestión no es tan grave, que laburo con
demasiada gente, que uno no puede acordarse de todo… Puede ser. Y sin embargo,
el Inefable, que es el que se relaciona ya no con muchos sino con todos, para
el cual tranquilamente podría ser yo un ñato más, me llama incesantemente por
mi nombre…
Martín Susnik
Martín me hiciste acordar a tres amigas o primas (nunca entendí bien la relación) de mi abuela, "La" Tita, "La" Ruca y "La" Ñata. Se las nombraba así a todas a la vez: "Tita-Ruca-Ñata" porque vivían juntas y siempre iban juntas a todos lados.
ResponderEliminar"-¿Qué hiciste hoy abuela?"
- Vinieron "las chicas" a visitarme
-¿Qué chicas?
- ¡Las chicas! Tita-Ruca-Ñata"
Yo no sabía cuál era cuál. Lo supe muchos años después. Cuando se fueron muriendo, actividad esa que hicieron por separado contra su voluntad.
(¡Qué bruto humor negro!, ¿no?. Ahora deben estar nuevamente juntas en el cielo esperando por mí)
A mi lo de "Ñato", "Capo", "Maestro", "Jefe", "Chabón" me suena cariñoso.
Es verdad que uno a veces se olvida algún nombre pero recuerda caras y a mi me pasa mucho que con esa cara asocio algo más: actitudes, viejos comentarios, estilos. De vez en cuando me pasa también de tener que bautizar con algún apodo de esos o alguno más femenino.
Me parece Martín, que la gente que usa mucho estos apodos que nombrás a veces es que son, no poco interesados, sino muy rápidos y elocuentes al hablar. Y también cariñosos como dice Marisa. A mí me encanta esa gente que usa mucho el capo, maestro, corazón, linda, máquina, etc. Ahora cada vez que me digan "bombón" voy a sospechar que no se acuerdan cómo corno me llamo! Qué desgracia... ja!
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