jueves, 15 de noviembre de 2012

La Ñata Contra el Vidrio (Jorge Oscar Marticorena)








“De chiquilín te miraba de afuera
Como esas cosas que nunca se alcanzan
La ñata contra el vidrio…”

Tantas cosas he mirado de afuera de chiquilín.
Y también de más grande, atrapado en la desvalorización y la timidez.
La exclusión se siente de adentro ¿no es cierto, Discepolo?

Primero se siente adentro. Después, en una de esas, te están excluyendo de veras. Pero la primer sensación de que hay un vidrio que te cierra el paso, que te permite ver pero te impide el contacto, la sentís adentro, donde se sienten los dolores que uno se guarda para sí.

¿Por qué habrá dolores que quedan guardados en rincones oscuros, como para que nadie, ni siquiera uno mismo, los vea?
Porque te dan miedo, te dan vergüenza. En aquellas épocas, a aquellas edades, quedaba mal que los hombres tuviéramos esos sentimientos.

Los hombres, grandes o pequeños, no se conmovían, no lloraban, no tenían miedo.

El modelo era John Wayne, el cowboy mítico, ícono absoluto del coraje, que no le temía a nada ni nadie. Sobre todo a nadie.
Hay una escena en una de sus películas. Llega a un pueblo del oeste y está hablando, en la calle de tierra, con una mujer que acaba de conocer. Se acerca uno de los malos y le dice, amenazante, que se vaya. Ella retrocede, asustada. Y él, revolver colgando del cinto, grandes guardamontes de cuero, sombrero de alas anchas y pañuelo al cuello, no dice nada.

Avanza a grandes pasos y, sin una palabra, le da al tipo un tremendo golpe en el mentón que  lo desparrama en el medio de la calle. Y sigue la película.

¡Qué prototipo!

¿Después de eso, qué nos quedaba a los del género cuando nos sentíamos ofendidos, ninguneados?  ¿Contestar, desafiar, ofender, pelear? Había quienes, de algún modo sabían hacerlo. Otros, yo, no.

Discepolo imagino que tampoco. Pero luego Discepolo entró al cafetín, entró a la vida, afrontó y construyó su vida. Se jugó y no le fue fácil. Pero encontró su manera de pelearla.

Discepolo  fue de veras valiente. Fue un hombre sensible que debe haber sufrido mucho, como casi todos los seres humanos. Pero se animó a afrontar cosas ante las cuales más de uno de los que se burlaron o lo criticaron terminaron achicándose, transando, borrándose.

Muchas veces noto que mis ojos lagrimean.
Cuando tengo mis intimidades con Bach o Vivaldi. Cuando me asomo a algunos estantes o placares muy cargados de recuerdos.
Cuando me llegan, de pronto, cosas que algunos amigos, mis hijos o mis nietos hacen o dicen.

Creciendo, se van entendiendo muchas cosas. Se abandona el interés por algunas puertas cerradas. Se aprende, en cambio, cómo se hace para abrir otras. 


25 de Octubre de 2012
En casa, con el 1er Movimiento de la Suite para orquesta Nº 2 en Si menor del maestro. Un lujo.




Jorge Oscar Marticorena





2 comentarios:

  1. ¡Qué belleza Jorge cómo decís todo lo que decís! Te leí con esa música de fondo y mi lectura acabó al mismo tiempo que la música. En el silencio surgió inmediatamente la pregunta "¿cuál es la puerta que quisiera abrir en este momento?"

    Entiendo muy bien eso de que la exclusión se lleva adentro. Comparto la timidez y el deseo de ser un poco más como John Wayne. Y la necesidad de que aún sin serlo, tenemos de salir a pelear por abrir las puertas que interesan.
    ¡Qué nunca falten!

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  2. Me acuerdo con este texto, Jorge, de tus incipientes lágrimas cuando te oí hablar de alguna película de Bergman o alguna experiencia estética. Lindo que hayas ganado esa batalla contra el prototipo de hombre-rudo-inconmovible. Vamos todavía los nuevos hombres!

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