Carromato en Calico, Yermo, California. Foto copiada por Ignacio Leonetti de: http://www.flickriver.com/photos/porschista/tags/ghosttown/
Lento y triste cruza el carromato por Europa. Su dueña y los hijos pelean su guerra: venden cosas para los ejércitos por los caminos polvorientos del siglo XVII.
Comercian con esa guerra para uno y otro bando. Tiran del carromato que es mudo silencio testimonial de cacharros tintineantes. Miseria y escándalo; hambruna y barbarie.
Su dueña, permanece inconmovible en su comercio. Verá venir el peligro pero su ego será más fuerte y su avidez se trocará en divinidad.
Y a pesar de las batallas que desangran afuera, la peor lucha la lleva adentro suyo y adentro del carromato con su furia y con su sangre. Quizá sea eso lo que busca para vivir y el drama bélico sea sólo una excusa para disfrutarlo.
Su desesperación es que no falte dinero. No llora, no grita. Aun cuando sus hijos son tragados por la tierra, empuja el carromato como única posesión sentida, verdadera, redentora.
¿Puede ser el viejo carro el paraíso de una vieja o de cualquiera? ¿Puede ser el desvencijado armatoste a la vez guía, transporte y vida? Y sí, ella dijo con sorna “Nada se ha perdido, salvo el honor”…
Su vida termina con el carro intacto y sus hijos perdidos.
Tal vez el carromato haya sido el verdadero hijo en quien cifrar las esperanzas de su egoísmo.
El delirio muele a los hombres, confunde sus gritos, altera sus mentes.
Por todo ello, me parece demasiado que el mordaz dramaturgo le haya puesto el apodo de Coraje a la mujer insensible que amó a su carromato.
Ignacio Leonetti
¡Muy triste Ignacio la historia que contás!
ResponderEliminar¡Cómo las situaciones de violencia y escasés sacan lo peor o lo mejor de nosotros! Dificil juzgar sin estar en los zapatos de otro.
¡Muy apropiada la foto que elegista! Árida como el relato.