Café Tortoni (foto del sitio web)
(Ilustró Marisa Mosto)
Hace unos años en la facultad tuve una alumna de intercambio que venía de Estados Unidos. Rubia, alta, grandota, muy blanca y pecosa. Un día me invitó a tomar un café y me comentó que le llamaba la atención que los argentinos nos sentáramos tan a menudo a tomar café y a conversar porque sí. Estaba fascinada con el programa. “En USA la gente comprar el café en vasos con tapita al paso y tomar por la calle. No sientan a tomar el café.” Decía en su español atascado haciendo malabarismos con su escaso vocabulario.
Aquí es al revés. Vamos por la calle cruzándonos con infinitas caras de lunes iguales a la nuestra y de pronto reconocemos un rostro amigo, familiar. Todo se detiene, la mirada se ilumina de alegría: “¿Tomamos un café? ¿Tenés tiempo? ¡Dale!”
“¿Quieren otro café?”Preguntamos para estirar una sobremesa entretenida.
Mi hijo Franco, cuando era chico (alrededor de los tres años) adoraba que vinieran amigos a casa a visitarnos y no quería que se fueran nunca. Cuando se daba cuenta de que se estaban por ir, cuando empezaban a buscar sus carteras y sus sacos, se ponía a dar saltitos suplicando con su voz de falsete desencantada, haciendo un último intento: “¡Quédense a tomar un cafecito!”
“¡A ver cuándo nos juntamos a tomar un café!” Es la fórmula de la esperanza entre amigos con agenda apretada.
¿Esperanza de qué? Esperanza de poder habitar un espacio de intimidad con aquellos que dan luz a nuestra vida. De hacer un paréntesis en las cosas que en definitiva no nos importan tanto. Y estar presentes un rato con los que nos recuerdan quiénes somos en realidad.
El café aparecía para mi rubia amiga del norte como un lugar de la experiencia humana en el que es posible “la verdadera presencia de verdaderas personas en un tiempo verdadero” (Guy Debord).
Damos vueltas como locos sin entender por dónde es la salida y al final del día creo que se trata simplemente de aprender a estar bien juntos. De crear espacios de intimidad para el café.
Marisa Mosto
Muy buena la reflexión cafetera. Es como decís: “la fórmula de la esperanza entre amigos con agenda apretada.” El café une, amista, reconcilia y puede levantar un espacio que parecía ya extinguido. Me ha gustado mucho tus palabras.
ResponderEliminarCuando llegué hace 15 años a Buenos Aires, el ritual del café fue de las cosas que me llamaban poderosamente la atención y admirado, pensaba: “He llegado al lugar idóneo para mi crecimiento”. El tiempo, creo, no me dejó mentir.
Bueno, a ver cuándo nos tomamos un café y charlamos algunos asuntos pendientes... la tesis, por ejm. (la tengo medianamente avanzada) Jaa!
Me encantó Marisa!!!
ResponderEliminarMuy cierto el tema del café. Es más, uno dice "a ver cuándo nos juntamos a tomar un café?" aún sin que le guste el café (como es mi caso), pero tan sólo porque es la expresión para decir: "te quiero dedicar un tiempo".
Me encantó!
Besos,
Sofi
Querida Marisa:
ResponderEliminarAl leer tu escrito, una imagen con mùsica se forma en mi cabeza, el recuerdo del programa polemica en el bar, y la cortina de Cafetìn de Buenos Aires sonando de Fondo: De Chiquilin te miraba de afuera... Cosa que nos pasa, de chiquitos contemplamos el cafè de afuera, invitamos a nuestros amigos a tomar la leche. Visita que podìa durar horas y horas. Pero a medida que crecemos el tiempo se acota, nos convertimos en comentas que cada tanto cruzan sus orbitas, y es en esos momentos como decis que el cafe es para los grandes lo que es la leche para los chicos la excusa de la reuniòn.
Besos
MS
"Y estar presentes un rato con los que nos recuerdan quiénes somos en realidad..."
ResponderEliminar"Hacer un paréntesis en las cosas que , en definitiva, no nos importan tanto"
"Se trata simplemente de aprender a estar bien juntos"
Marisa! amo los encuentros humanos cuyo testigo silente es el café! Gracias por tu escrito, es espléndido!!!
Muy porteño el relato, Marisa!! Y muy bien ilustrado. Me encantó, me generó esa sensación de calidez y eso tan reconfortante que tiene el café, sobre todo cuando viene acompañado de buena compañía (valga la redundancia).
ResponderEliminarCon respecto a lo que hacía tu hijo, yo me acuerdo que cuando venía una pareja amiga de mis papás se quedaban a cenar y después jugaban al truco, acompañados del infaltable cafecito (que a veces eran dos o tres). Y yo no me podía ir a dormir porque sentía que me estaba perdiendo de algo importante, y ese olorcito a café recién hecho es uno de los recuerdos olfativos más entrañables de mi infancia. ¿Por qué? Por aquellos encuentros.
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ResponderEliminarEn cada café de Buenos Aires confluía el mundo, cuando se reunían grupos como los de Boedo y de Florida (en la década del 20), o el grupo de los Siete (en los 80). Lastima que con la capitalización, la falsa globalización y demás, se pierda el autentico cosmopolitismo, y las autenticas manifestaciones de nuestra cultura queden relegadas... debería ser tarea de las nuevas generaciones (como la mía) hacer que los notables cafés de Buenos Aires sean notables no solo por su pasado e historia sino que lo sigan siendo en el presente por su actualidad. Es una costumbre endémica de nuestra ciudad concederles a nuestros cafés o bares más tradicionales el título de "notables".
ResponderEliminarhttp://www.lanacion.com.ar/746414-los-53-notables
Querida Marisa:
ResponderEliminarmuy lindo el pensamiento del café!
Quizá una nota más para colorear o "saborizar" el tema, es el tema del aroma del café. También en ese aroma, exótico, oriental, nos vemos seducidos al encuentro con los demás en una intimidad salpicada de cucharitas tintineantes.
Cariños,
Ignacio.
Una vez más, cada renglón, cada frase de Marisa me envuelve en un aroma cálido (como el del café), en una intimidad sabrosa (como la del café), me despierta (como el café) ideas nuevas, y si no son nuevas -porque son en realidad eternas- me renuevan la mirada y me hacen sentir "en casa" (como el café). Gracias Marisa!! Y a ver cuándo nos juntamos a tomar un cafecito...
ResponderEliminar¡Gracias a todos!
ResponderEliminarVeo que tenemos varios cafés pendientes, una taza de leche y a Sofi no sé qué le gustará tomar pero será cuestión de charlarlo.
¡Gracias por su buena compañía!
Muy bueno, Marisa!! El café es, sin dudas, la compañía obligada de todo amante de las presencias. Ya sea el artista que compone, el filósofo que piensa, o ya sea el amante con su pareja, el amigo con su amigo, todos buscan en el café ese elemento ritual e iniciático que antecede y abre el espacio de la promesa cumplida: la del encuentro con lo que nos define. Me voy a tomar un cafecito más mientras encuentro estas letras amigas!!
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