MANUSCRITO AÑO 1574 -
HERENCIA A UNA INDIA Y A SU HIJO
El
verbo latino haerere tiene el
significado de estar vinculado, unido, ad-herido
a algo o alguien. Es decir que le es propio, perteneciente al mismo. En la
actualidad, en la mayoría de las veces, el término herencia se aplica a los bienes de alguien que le fueron
transmitidos por algún pariente mayor aun en vida o, después de fallecido, por testamento o si no por aplicación de la
ley de sucesiones. Constituye parte del haber registrable y contable de uno, a
todos los efectos. Por otra parte, el mismo está conformado por bienes raíces,
muebles, dinerarios, intelectuales y morales (derechos, privilegios, filiación
nobiliaria). Siendo todo esto envidiable y codiciable se requiere, por
consiguiente, atención permanente para su conservación en nuestras manos o
preservación en vigencia, lo cual nos compromete y ata: además de
usufructuarios, terminamos siendo ante todo… guardianes. A los ojos de los
demás esos bienes nos confieren un poder efectivo, digamos, en proporción a su
volumen. Somos libres de disponer de ellos e, incluso, al estilo de la invitación evangélica del caso:
de repartirlos a los pobres y… seguirlo. Incidentalmente, los pobres e
indigentes son los que poco o nada tienen para legar o heredar, pero igualmente
¡tienen la misma dignidad humana! Y son muchísimos. Por lo visto, la herencia de los bienes materiales no es
esencial al hombre.
Hay
otros bienes – valga la
cuasi-redundancia: por sernos inherentes
– a los cuales no podemos renunciar en absoluto ni modificarlos: la heredada naturaleza humana y la herencia
genética. Hacen a nuestra esencia. Nos vienen dadas “de oficio”: Somos. Y
somos lo que somos. Y de ellas debemos vivir.
Elementos
que marcan nuestra forma de ser: padres y el propio hogar, época y lugar de
nacimiento, la lengua materna, costumbres, religión, tradiciones, historia,
cultura… Todo un amplio bagaje de herencia moral - cultural - para poder
enfrentar el tránsito por la vida… a nuestra manera. Quizás no todos los
antecedentes o componentes de la misma nos gusten. De algunos quizás
reneguemos, ignoremos a otros – luego, nuestras raíces dirán lo suyo. A un
escalón superior, estamos integrados a un País de una dada conformación
socio-política, en el sentido más amplio de la palabra, que nos confiere
derechos y obligaciones según la Constitución que alguna vez promulgaron los
fundadores. Es decir, es la herencia
política que se nos impone por sí misma por el sólo hecho de nacer en un
dado país. Y se da por descontado que la aceptamos y cultivaremos. Somos
solidarios tanto en los logros como en las desventuras del país - en “las
buenas y las malas” - aun cuando no hayamos tenido ni arte ni parte en las
decisiones, p. ej., en lo referente a las obligaciones o deudas preexistentes,
contraídas en nombre de todos. Igualmente en lo referente a la mala fama o
desprestigio que podamos tener en otros países en razón del habido
comportamiento inapropiado de algunos conciudadanos allí … y cosas por el estilo forman parte de lo que
llamaríamos herencia colectiva nacional
– preferentemente es destacada sólo la negativa
– cuya carga pesa sobre todos nosotros. Hay que mencionar aquí lo que suele
suceder tanto entre familias como comarcas, etnias o naciones – unidireccional
o recíprocamente: disputas antagonismos, desprecios, humillaciones,
avasallamientos, crímenes… hasta odios a muerte, de lo cual está llena la
historia universal y que suele propagarse a través de generaciones y, en caso
de tocarnos, termina comprometiéndonos también a nosotros bajo la forma
genérica de herencia de odios, recientes
o ancestrales. ¿En caso de tocarnos ésta, sabremos superarla y perdonar o
pedir perdón y reparar?
Volviendo
al tema de las deudas contraídas con anterioridad a nuestra aparición en este
mundo, encuentro (para mí) una
analogía – que es siempre imperfecta y hasta peligrosa – entre la deuda externa
que nos aflige y el pecado original. Ambas configuran una carga originada por
nuestros antepasados que afectó – una - nuestra naturaleza de ciudadanos libres
y, en el otro caso, nuestra naturaleza de hijos de Dios, que nos afligen por el
solo hecho de ser descendientes de aquellos. Ambas herencias de deuda – culpa son redimibles. La segunda fácilmente,
con humildad y la ayuda de la gracia de Dios. Sólo falta colaborar con ella. Y
para la primera,y todo el resto de problemas propios y ajenos apelemos a lo
positivo de las demás herencias y… ¡trabajemos!
Estanislao Zuzek
FELIZ CUMPLEAÑOS MARISA!!! Estanislao, aprovecho tus loas a la herencia para festejar lo que nos tocó a cada uno del reparto filosófico de Marisa!!!
ResponderEliminar¡Muy enriquecedora su reflexión Estanislao! Comprender la propia identidad a partir de la pertenencia a la historia familiar, comunitaria, humana. Me parece algo para pensar muy a fondo su idea de que uno lleva sobre sus espaldas una responsabilidad compartida frente a lo bueno y lo malo de esa herencia de aquí al futuro.
ResponderEliminar¡Y gracias Anqui! jajaja Me conmueve lo que decís. ¡Un granito de arena y vos me estas pasando unos cuantos también! Qué no decaiga nunca.
Estanislao, qué importante es la herencia, como nos determina. Que sería de nosotros si no tuviéramos herencia, de ninguna especie, qué raro empezar de cero, desconociendo todo origen, toda cosa que nos preceda. Si, trabajemos con los elementos que tenemos. Yo doy muchas gracias a Dios por mi herencia, siempre me he sentido muy privilegiada, pero también lo siento como un compromiso, así que nuevamente: trabajemos!
ResponderEliminarUn abrazo, Lydia