Florencio Molina Campos (Ilust. blog)
el asado
golpea
con su aroma
en la puerta,
es hora!
vamos!
golpea
con su aroma
en la puerta,
es hora!
vamos!
(Pablo Neruda, Oda al tomate)
Laurita deja el tejido, mamá Soli le pone sal a la ensalada, Pepi y Coco guardan las fotos, Madre y Padre les piden a los varones que dejen la pelota y éstos hacen tres pases más de contrabando para después sentarse a la mesa. El Tío descorcha el primer tinto y lo huele mientras que su mujer termina de doblar las servilletas. Las primas dejan caer la última payana y se ponen los zapatos para ir a la galería. Así se van acercando todos a la mesa larga. Los cubre una parra que explota de jugo, se oyen abejorros, ruidos de tenedores y platos, los bancos se van llenando, se van tomando los puestos. En la punta el Tata Viejo, al lado Mima y así se desenvuelve el domingo. Se eviscera en sus ensaladas criollas o de papas y huevos, la colita, el matambre, la palomita y el chori. Tiene sus vivezas el domingo. Misa tempranito, y después se las ve con el manjar bendito. A los Bermúdez les pasa algo singular: cuando Facundo abre el chori en sus últimos minutos de parrilla para hacerlo mariposa se les ensancha la nariz, se les babean los platos. Todos pueden imaginarse cómo estará de crocante, porque usan la receta del Tata antiguo. La grasa en pedacitos chicos y con ajo y sin arroz, una de no creer. No pierde la elegancia el domingo ante tanta voracidad. Al contrario, su gala son todos estos gestos que lo engrandecen, lo hacen familia y comunión. Al novio nuevo le advierten con un guiño que en la mesa rige la ley de la selva. ¡Sale el primer chori! el Tata viejo vuelve a ser el rey león (aunque con menos pelo) y la sonrisa muestra los pocos dientes que habitan su boca de bigotito breve. Alzando el pan, se hace el silencio que deja escuchar el ruido de la costra cuando lo abre para recibir el primero, Mima junta las manos con alegría, el Tata asiente después de haber sido dado el primer tarascón y empieza la fiesta.
Cada familia tiene sus propios ritos, sus propias ceremonias. Aunque quizá los Matarazzo elijan la buena pasta con tenedor y cuchara, los Bermúdez se sientan así a la mesa y así se encuentran, vitales las expresiones después del primer bocado. Comparten. Tienen en sus manos una receta heredada que los aúna, los hace cómplices. Se saben juntos, se saben queridos, cada uno tiene su lugar, y es así como ese rato del mediodía parece ser eterno.
Muy buen retrato de mediodía de domingo!!!! Me encantó, es bien familiar, bien cotidiano.
ResponderEliminar¡Si hasta me dieron ganas de morder ese chorizo crocante, Inés! Hasta puedo olerlo.
ResponderEliminar¿No nos harán un lugarcito a la mesa de los Bermúdez?
Francisca lleva los chocolates, Fernanda el vino y yo el café.
A mí tambièn me encantó.¡Tan sencillo y tan profundo!
ResponderEliminarGracias!!
ResponderEliminarInés
ResponderEliminarMuy bien narrado. El hambre que me abrió y ese poema de Neruda es la antesala perfecta o mejor dicho, "la entrada" para estar acordes con lo que vendrá luego.
Martín
Qué linda familia, los Bermudez... más que comer choris me dieron ganas de juntar a los propios en la mesa dominical. Quizá la última cena no sea más que un ejemplo de este asado de domingo, y la eucarístía la acción de gracias por esa receta que es un tesoro por ser nuestra... Gracias, Ine!! Muy lindo lo que escribiste!!
ResponderEliminar