Fernando Botero, Los músicos, 1979, (Ilust. blog)
Muchas de nuestras palabras que empiezan por ella pertenecen a nuestro registro coloquial. Son palabras que se dicen en confianza, como las que una mamá le dice a su hijo.
¿Se fijaron que la confianza es como un camino de dos manos?
La escucha del lenguaje que propone Heidegger también incluye –me parece- escuchar los modos. Hay toda una riqueza de cercanía en esos modos. Y el cultivo de esos modos no pertenece sólo a una lengua que se extendió como parte de aquel imperio donde no se ponía el sol, sino que configura modismos locales, como el de la madre del litoral que le dice a su hijo ¡chaque!, o la del norte que le dice ¡chuy! ¡qué frío hace! El modo está a veces antes que el contenido, como cuando una abuela saluda a su nieto diciéndole “chiquitito”; lo que expresa es ese cariño de madre al cuadrado y no la pequeñez del nieto. El tono del habla es uno de los modos o cualidades del lenguaje. Me gustaría saber cómo es esto en las lenguas tónicas, ya que la nuestra no lo es.
Vuelvo a los modos coloquiales. Así como no se cultiva “el campo” sino este campo, no se cultiva “el lenguaje” sino éste, o el de aquí, o el nuestro.
Se podría escuchar el lenguaje para trazar los círculos del nosotros. En los adolescentes, el tono del lenguaje incluye o excluye del grupo. Antes, el vocativo era “che”; ahora es más anatómico.
Me duele escuchar el habla de los chicos que limpian vidrios en el obelisco. Me duele escuchar el habla de los chicos que viajan fumando un porrito en el furgón del tren. Está cargado de violencia. Pero no lo usan para agredirse, sí para ironizar. El tono y las expresiones violentas muestran como viven estos chicos.
Cuando uno está afuera, valora, al volver o al cruzar una frontera, el lenguaje como parte del nosotros.
Así como hay un lenguaje verbal hay muchos otros: los musicales, por ejemplo. Algunos son propios, de otros nos apropiamos. Otros permanecen ajenos.
¡Chan chán!
A veces peco de formalista pero el tema de los modos me importa mucho. Creo que uno puede escuchar muchas cosas duras o difíciles a condición que el modo sea respetuoso, inclusivo, amable. También me importan los modos en los tratos anónimos de todos los días: el de la cajera, el del otro conductor, el del empleado que me atiende... Y cuando a alguien se le escapa algo un poco grosero no puedo dejar de pensar: "uh... qué mal educada es esta persona" como si estuviera acusándola de algo realmente peor. Ahora pienso, a raíz de este texto, que tal vez sea que justamente se me viene abajo el círculo del "nosotros" con estos modos que me impactan y agreden. El precio que pago tal vez es un poco alto: las comunidades de las que me siento parte cada vez son más locales-regionales. No puedo soportar las risas falsas, el vocabulario chabacano, el mal gusto o la vulgaridad. Lo peor es que muchas veces aprendí que hay cosas muy profundas envueltas con cierta tosquedad y apuro y que bajo ciertos lenguajes de violencia y agresión está la experiencia humana en toda su dignidad y desnudez. Como la de esos chicos del furgón del tren. En fin... mucho para reflexionar desde tu texto, Luis. En eso estaré.
ResponderEliminarQuizás el modo o la forma encarnen algo del contenido. Por eso creo que es importante tener bien en claro lo que uno quiere transmitir para que el modo no arruine la comunicación.
ResponderEliminarY a veces también hacer el esfuerzo de llegar al mensaje genuino del otro a pesar de su modo que puede resultarnos ajeno. Para no quedarnos afuera.
¡Gracias Luis! Muy chulo tu texto. Con algunas cosas chinches y otras chistosas y su chanchan del final.
Me gusta cuando alguien reflexiona sobre algo tán cotidiano como el lenguaje! Llegué a la conclusión de que siento muy parecido a Luis. Me importa mucho la forma, me importa mucho el tono, me importa mucho la voz de las personas. Muy bien expresado todo en este texto.
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