Composición de Javier Nari sobre un dibujo de David Nari
“No gaste pólvora en chimangos”
Dicho popular
El año pasado, caminando por Puerto Madero, me sorprendió la presencia de un habitante poco habitual -valga el oxímoron- en las calles céntricas de esta metrópolis bonaerense; se trataba de un ave de porte singular, sobre todo si se lo compara con el aspecto más deslucido de las palomas domésticas, y de las otras aves menores que suelen poblar la ciudad. Milvago Chimango, no se trata de un curioso nombre con su apellido sino del curioso nombre científico de esta ave que llamó mi atención aquella vez que, dicho de paso, me encontraba camino a la UCA caminando por Moreau de Justo. El chimango, apareció en ese momento en mi vida para quedarse como la revelación de un signo, de una imagen o de un ícono con el que me identifico, y con el que probablemente puedan identificarse otros como yo, otros que compartan conmigo esto que, tal vez en mi propio “imaginario”, el chimango representa. El chimango, en aquella ocasión en que por vez primera senté mi atención sobre él (que me detuve literalmente a observarlo), estaba rodeado de palomas con las cuales competía y luchaba, con férrea determinación, “con garras y dientes” -o para hablar con más propiedad con las garras y el pico-, por el exquisito alimento que de las mesas al aire libre de un restaurante les arrojaban unos morbosos turistas “para su solaz y diversión”. No recuerdo cual fuera la presunta nacionalidad de estos extranjeros, lo que sí es para mí evidente que no me cayeron bien, aunque rescato que si ellos no hubiesen estado allí probablemente no hubiese yo tenido la oportunidad de presenciar aquella escena que para mí era y sigue siendo portadora de un aura casi épica.
El chimango es un ave de la familia de los falcónidos, y, aunque evidentemente mermado, su porte nos recuerda al de los grandes halcones cetreros, que alzan su vuelo con majestuosidad y se precipitan sobre su presa, divisada con precisión desde grandes alturas, con una velocidad sin igual y con eficacia. El halcón es de un porte magnífico, fantástico, no hay otro animal que se alce como aquel y alcance semejantes alturas, no hay quien tenga su visión ni su precisión y su justeza en el acecho; símbolo de la nobleza del espíritu y de la justa apreciación de lo real, símbolo del caballero, imagen del caballero y del filósofo.
En aquella escena en esa calle transitada y ruidosa vi una versión debilitada de esa excelencia, y, aun en lo patético del episodio de esa lucha encarnizada por la supervivencia en la gran ciudad, pude ver en este ave la lucha por la consecución del ideal, en el chimango pude ver algo del halcón, como un vestigio tal vez remoto y débil pero cierto. Y cada vez que veo un chimango la recuerdo. Recuerdo esa imagen tan poética y metafórica, poética como tantas otras que dejamos escapar en el ajetreo de la vida cotidiana, y me transporta inmediatamente a la historia del Quijote, el gran enamorado de las historias antiguas de caballería, ese loco que se lanzó al mundo en busca de aventuras y de honra con poco más que su determinación y sus valores (¡como si eso fuera poco!). El chimango me representa eso: un Quijote, un enamorado flojo pero perseverante y en proceso de constante conversión, me representa el hombre que “cae hasta el nivel de la carne que busca delicias de placeres, o se lanza hacia las cimas serenas de la pura espiritualidad” (M. F. Sciacca). El chimango representa para mí aquellos valores espirituales perdidos o descuidados que movían la voluntad de los antiguos caballeros medievales, o más bien la lucha por la supervivencia de lo que queda de aquellos valores e ideales en el mundo de hoy. Es la lucha de los valores espirituales en pugna contra los intereses mundanos y pragmáticos que pretenden llevárselos por delante. El chimango es la nostalgia por los nobles valores del caballero y del samurái: autodominio, rectitud, valentía, compasión, piedad, cortesía, honestidad, fidelidad. Aunque se lo tenga por loco el chimango vuelve reiteradamente sobre sí para no terminar por extraviarse en el mundo, en el torpe ajetreo de las palomas, y en esa vuelta sobre sí vislumbra el zenit de su ser, recuerda su vocación primigenia y se lanza en vuelo… con la esperanza de poder imitar a los halcones que mantienen un comercio moderado y justo con la tierra que le brinda el sustento corporal.
Sin embargo hasta los grandes caballeros medievales tenían algo de quijotesca miseria, y hasta los grandes halcones tienen algo de chimango, y el único halcón auténtico y completo que surcó los cielos y habitó la tierra fue nuestro señor Jesucristo, el verdadero maestro y ejemplo, el auténtico ideal.
Los hombres siempre van a encontrar placer en jugar con el fuego sin quemarse. Siempre se van a burlar de estos hombres, de estos náufragos. Pero las befas, la bajeza del espíritu, no pueden hacer mella en los altos ideales.
Dando una vuelta de tuerca a ese dicho que le hace tan poco honor a este bicho: ¡no gaste pólvora en chimangos! no gaste pólvora porque si no se matan las ideas mucho menos se pueden demoler los grandes ideales, esos grandes ideales caballerescos que movieron el alma del poverello de Asís ¡no gaste pólvora en chimangos! Porque lo que mueve el espíritu del caballero no es el éxito (véase con que fervor se emprendieron tantas cruzadas aun cuando terminaron unas y otras en rotundos fracasos) ¡No gaste pólvora en chimangos! Siga viviendo su vida loca y agitada, y téngalo nomas por una miserable aguilucha.
El chimango me identifica no como lo que quisiera ser, no en mi realización, si no en mi imperfección: en lo que soy, en lo que no soy, en lo que aun no he llegado a ser, y en lo que tal vez nunca sea. El chimango es una imagen muy humana, muy real, detrás de la cual lo ideal dándole sentido.
Javier Nari