Voy a contarles algo que me pasó alguna vez o, al menos, creo que me pasó.
Yo era chico,
todavía estaba en la primaria, y esa mañana, como todas las demás, mi papá me
llevó al colegio. Él nos dejaba, a mis hermanos y a mí, antes de ir a trabajar
y, como trabajaba lejos, nos dejaba muy
temprano. Siempre éramos los primeros en entrar al colegio y nos
quedábamos en el patio esperando un buen rato hasta que lleguen los demás
chicos. Esa vez mis hermanos no habían ido y yo estaba solo en el patio.
Caminaba hacia el lugar donde los chicos de mi clase se solían juntar para
después entrar al aula, cuando de repente un pajarito viene volando y se para
en mi espalda. En ese instante quedé petrificado por la sorpresa ¡Tenia un
pájaro, un gorrión, entre la mochila y el cuello, cómo no sorprenderse!
Estuve un rato
quieto en el medio del patio, arqueado hacia adelante, sin saber bien qué hacer.
Quería que alguien me viera y me dijese que lo que estaba pasando era cierto,
que se entusiasme conmigo por el hecho rarísimo de que un pajarito se haya
parado en mi espalda. Pero no había nadie cerca. Empecé a pensar entonces cómo
se lo contaría a mis compañeros, cómo se admirarían. Imaginé también que, si me
quedaba muy quieto, quizás el pajarito se quedase en mi espalda hasta que
alguien llegue o para siempre. Mi imaginación volaba surcando las miles de
posibilidades que me abría este suceso
inesperado.
El pajarito, a
pesar mío, volando vino y volando se fue. Seguramente, no lo tuve sobre mí más
que unos segundos, pero me dejó una profunda impresión.
Este es uno de
esos recuerdos de la infancia que guardé siempre como algo precioso, increíble,
como algo muy mío, pero que siempre quise compartir, aunque no lo haya hecho.
Se lo conté solo a una persona, un compañero de clase. Cuando se lo dije no se
rió ni se burló, tan solo me miro con desconfianza, sin darle ninguna
importancia a lo que le decía. Desde entonces lo guardé para mí y se fue
transformando poco a poco en una imagen, en una impresión que no sé si viví o
soñé, en un vago sentimiento de incertidumbre.
Quizás de
tanto guardar los recuerdos para uno mismo, por miedo, principalmente, a la incomprensión
ajena, terminamos perdiéndolos en la multitud de nuevas vivencias que
adquirimos día a día. Cuando los compartimos se renuevan y se llenan de la vida
que el tiempo le arrebata.
Joaquín Cuevillas
¡Muy lindo Joaquín tu recuerdo! Lo contás con la ternura de un niño. Con la vulnerabilidad e inocencia con las que lo viviste. Es como si dos criaturas afines, dos "almas gemelas", vos y tu gorrión se hubieran dado cita en ese patio.
ResponderEliminarMUY BUENO!!!. ME GUSTO MUCHO, FUE NATURAL, Y PLACENTERO
ResponderEliminarM.H
Qué bueno eso de "volando vino y volando se fue", una sabia aceptación!
ResponderEliminarme gustó eso de vivir algo sin salir enseguida a gritarlo a los cuatro vientos, es lo que me enoja hoy en día de facebook y twitter, me da ganas de gritarle a la gente: un poco de intimidad por favor, aunque sea en las pequeñas cosas!!!
Me encantó el cariz tan candoroso de esa historia! ... Por otra parte, cómo quedó opacada por la ¡incmprensión! Y finalmente, respecto de los recuerdos, que "cuando los compartimos se renuevan y se llenan de la vida que el tiempo le arrebata", me parece una opinión muy digna de tener en cuenta. ¡Gracias!
ResponderEliminarMe encantó tu recuerdo! Y yo te creo todo, no sé si eso sirve de algo pero es lindo que a uno le crean, te ví ahí con ese pajarito en esa intimidad rara entre él y vos. Quizás ese momento no debía ser visto por nadie para ser tan mágico, que bueno que lo podés revivir ahora, contándolo...
ResponderEliminarCoincido con Estanislao; lo que más me gustó del relato es esa frase sobre los recuerdos "que cuando los compartimos se renuevan y se llenan de la vida que el tiempo les arrebata". Eso me parece muy cierto , y no es que desconfíe de la veracidad de lo demás, ojo!!. Yo también te creo, como Teresita.
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